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lunes, 21 de junio de 2010

Abusos en materia de Religión

En virtud de la constitución moral del hombre, se le ve abusar frecuentemente de la religión como abusa de las leyes, de las costumbres, del lenguaje, de la amistad, del cariño, de los talentos, de las artes, etc. De nada abusaría si estuviera sin pasiones, y si la recta razón siempre fuese la regla de su conducta; mas esta perfección está fuera del alcance de sus fuerzas. Las prácticas del culto primitivo eran puras y sencillas, el hombre hecho politeísta, se sirvió de ellas para honrar a las divinidades imaginarias que se había forjado; esto fue un abuso y una profanación. Estas prácticas estaban destinadas para excitar en él sentimientos interiores de respeto, de sumisión, reconocimiento, penitencia y confianza para con Dios. Se persuadía que bastaban solamente estos signos, que podían ser piadosos, agradar a Dios y merecer sus gracias, sin ser acompañados de los sentimientos del corazón. Dios no había prohibido emplear en su culto los signos de alegría, el cántico, las comidas de fraternidad; el hombre voluptuoso abusó de todo para satisfacer su sensualidad.
Las señales de arrepentimiento son útiles para humillarnos y corregirnos, y sin embargo hay almas tan escrupulosas que pueden llevarlas hasta el exceso y hacerlas dañosas. La religión esta destinada a reprimir el orgullo, el interés, la ambición, la envidia, el odio, y también se encuentran frecuentemente hombres dominados por estas imperiosas pasiones que se han persuadido que obraban por motivo de religión, etc. ; ved aquí la causa de tantos y enormes abusos. Si queremos buscar la primera raíz de todos los abusos, la hallaremos siempre en las pasiones humanas; sin ellas no hubiera podido obrar la estúpida ignorancia, mas las pasiones tumultuosas sugirieron falsos raciocinios y una falsa ciencia, cosas mucho más terribles que la ignorancia.
Así la codicia por los bienes de este mundo y el temor de perderlos hicieron criar una multitud de dioses o genios encargados de distribuirlos, así como también el culto insensato que se les ha dado; la vanidad de los impostores les sugirió inventar las fábulas y las prácticas que pretendían se tuviesen por maravillosas para engañar a los hombres; el amor impúdico, el odio, la envidia, la venganza invocaron a los potestades infernales; la curiosidad desenfrenada quiso penetrar en el porvenir, y forjó el arte de la adivinación; también fue halagada la molicie con la práctica de un culto puramente externo, etc. ¿Qué remedio nos ha dado la filosofía?... Ninguno.
Lejos de atacar de frente todos esos abusos, los confirman con su aprobación, y los sostiene por medios de sus sofismas, haciéndolos de este modo mas incurables. La luz del cristianismo hizo desaparecer un número muy considerable de estos abusos; mas no pudo sofocar todas las pasiones que estaban dispuestas a reproducirlos. Muchas sectas de herejes se obstinaron en conservar una parte de ellos, y los eclécticos del IV siglo emplearon todos sus esfuerzos para acreditar todas las supersticiones del paganismo. En el V siglo, los bárbaros del Norte nos trajeron los abusos que habían nacido en sus montes, y los consagraron muchas veces con sus leyes. La Iglesia no cesó de expedir decretos, y pronunciar anatemas para extirparlos; pero ¿qué podían alcanzar contra unos bárbaros las instrucciones, las leyes, las amenazas y la censura? Mas al presente por el contrario, acusan a la misma Iglesia algunos falaces racionalistas, de haber fomentado las supersticiones, en el mero hecho de darles demasiada importancia. Nos debemos valer, dicen ellos, de la física, y la historia natural, para instruir a los pueblos, y esta revolución estaba reservada a el siglo XIX y al siglo XX, que es el de la filosofía; se reservó la ciencia cibernética para finales del siglo XX y siglo XXI. No son libros de instrucción los que nuestros educadores esparcen entre el pueblo, sino los del ateísmo y de la incredulidad.
Nosotros sabemos por una larga experiencia, que la incredulidad no nos cura ni de las pasiones ni de la superstición que es su efecto, y que se puede muy bien creer en la magia sin creer en Dios. Si el pueblo, una vez roto el yugo de la religión, pudiese dar libre curso a sus vicios, ¿sería la filosofía, la cibernética, capaz de contenerle?
En cualquier tiempo toda pasión puede abusar de la religión:
Así se ha abusado por orgullo, cuando se ensalzan las gracias de Dios, y se manifiesta cierto odio o desprecio a aquellos a quienes el Señor no ha hecho los mismos favores, y este era un defecto de los judíos.
Se abusa por ambición, cuando bajo el pretexto de celo, se cree suficiente para desempeñar todos los empleos y alcanzar todas las dignidades de la Iglesia (v.g. llegar a ser obispo).
Se abusa por avaricia cuando se trafica con las cosas santas, cuando se emplean las imposturas y los fraudes piadosos para arrancar las limosnas de los fieles.
Se abusa por envidia o celo, cuando no se hace justicia a los talentos, a las virtudes, a los trabajos, y a los felices resultados de un operario evangélico.
Se abusa por violencia de carácter, cuando se quisiera hacer caer fuego del cielo sobre los samaritanos, o exterminar a los incrédulos.
Se abusa por pereza, cuando por una falsa humildad se rehusa trabajar para la salvación de las almas, etc.
Más ¿no son estas mismas pasiones la que hacen nacer la incredulidad? Se la abraza con orgullo, porque esta incredulidad da un realce de espíritu fuerte a los ojos de los ignorantes, por lo cual se precian de pensar mejor que los demás hombres; por ambición y codicia cuando se la considera como un medio de agradar a los superiores, de acreditarse y alcanzar los honores universitarios y las recompensas destinadas a los talentos; por la lascivia, como medio de seducir a las mujeres y librarlas del yugo de la religión; por envidia contra el clero a causa del crédito y consideración de que goza; por ira, cuando se declama y se dirigen invectivas contra él, etc.
Mientras existan los hombres habrá vicios; y no es capaz la incredulidad de sanar las imperfecciones de la humanidad.
Solo la práctica de la virtud, que nos enseña la Iglesia, es lo que solucionaría este problema, este abuso en materia de religión; sobre todo la práctica de la humildad.

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