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sábado, 19 de junio de 2010

¿LOS JUDIOS SON DEICIDAS?

Calcando las huellas de las sencillas palabras de Jesucristo, que ya de entrada en su predicación lanza al rostro de los judíos el reto claro y terminante de estas comprometedoras palabras: "¿Por ventura no os dio Moisés la Ley, y sin embargo ninguno de vosotros la guarda? ¿Por qué me queréis matar?". (Juan VII, 19-20).
"A mi, hombre que os he dicho la verdad que oyó de Dios; eso Abraham no hizo". (Juan VIII, 40)
"Por esto los judíos, prosigue San Juan, buscaban con mayor ahinco matarle, porque no solo quebrantaba el sábado, sino que decía a Dios su Padre, HACIÉNDOSE IGUAL A DIOS". (Juan V, 18)
Y en el capítulo 8 ya citado: "Sé que sois linaje de Abraham, pero buscáis matarme, porque mi palabra no ha sido acogida por vosotros". (Juan VIII, 37)
Finalmente, cuando el drama ya llegaba a su fin, dice el sagrado Evangelio: "Y desde aquel día resolvieron matarle". (Juan XI, 53)
Por tanto, de las palabras de Cristo se desprende que, aunque los judíos no pudieran matar LO PRINCIPAL EN CRISTO, lo más íntimo y constitutivo de su ser, que es su PERSONA, el se refería a ello cuando les echaba en cara que lo querían matar, por más que supiera, que aunque los judíos no lo podían hacer, eso era LO QUE QUERÍAN HACER.
Cuando se mata, se mata sólo el cuerpo, no el alma, pero solo esta recibe la injuria de privarla de la vida que tenía en el cuerpo con quien vivía unida. De manera que así como el alma, aunque siga viviendo en sí, ya no vive y ha muerto a la vida que en el cuerpo y con el cuerpo tenía; así, tratándose de Cristo, aunque los judíos sólo matasen su cuerpo, siendo como era ese cuerpo apropiado por el Verbo de Dios y unido substancialmente a El, y viviendo como vivía en él y con él, el Verbo de Dios o Dios mismo, le quitaron a Dios esa vida que vivía en y con el cuerpo de Cristo. Ahora bien. Quitar la vida a otro, es matarlo.
Luego, si los judíos quitaron la vida al cuerpo de Cristo en que vivía Dios, mataron a Dios en el sentido explicado y, por consiguiente, los judíos son en el riguroso sentido de la palabra, verdaderos deicidas.
Hemos sacado esta conclusión considerando las palabras de Cristo, pero también podríamos llegar a lo mismo considerando las palabras de los judíos.
En efecto, no eran estos tan ignorantes que no supieran que siendo Dios inmortal por esencia no podían matarle, de haber reconocido como Dios a Cristo.
Ni ignoraban que, matar a Cristo, querían lo mismo que al querer matar a Lázaro, hacer desaparecer su vida y con ella su persona. Se dirá tal vez que ahí esta precisamente la excusa de los judíos, en que ignoraban que la persona de Cristo era divina: Que no sabían que era Dios. Es cierto, pero también en esa ignorancia está su culpabilidad.
Por de pronto ya hemos probado que, considerada la cosa objetivamente, los judíos mataron a Dios, en el sentido que Dios encarnado podía ser muerto y que es el mismo en que podía nacer o empezar a vivir.
Considerada la cosa subjetivamente, se dicen que no fueron culpables de deicidio, porque no sabían que Jesucristo era Dios.
Más ¿por qué no lo sabían? ¿Por ignorancia inculpable o culpable? Aquí esta la fuerza de toda la cuestión.
Veámoslo acudiendo a las palabras de Jesucristo, que son de más autoridad que todas.
"Si yo no hubiera venido y les hubiera hablado, no tendrían pecado; pero ahora no tienen excusa de su pecado".
Luego como la ignorancia es una excusa de pecado, los judíos no tenían ignorancia. Luego sabían lo que hacían y, por tanto, mataron a Cristo conscientes de que era Dios.
La razón es porque el pecado supone conocimiento, y en este caso conocimiento voluntariamente rechazado, porque en faltando cualquiera de las dos cosas, no hay pecado. Y ese conocimiento, cuyo rechazo voluntario implicaba pecado en aquellos a quienes Cristo se dirigía, no era el de Cristo como hombre, porque eso ellos demasiado lo sabían y reconocían que lo era: "Respondieron los judíos: por ninguna buena obra te apedreamos, sino por la blasfemia, porque tú, siendo hombre (sólo), te haces Dios".
Y que esto de que los judíos tenían conocimiento de que Jesucristo era Dios, se prueba con argumento irrebatible por las mismas palabras de los judíos. Veámoslo.
San Lucas nos narra en el Cap. V, 21:
Mas los escribas y fariseos (al oír las palabras de Cristo) empezaron a pensar en su interior: ¡este hombre blasfema! Pues ¿quién puede perdonar pecados sino solo Dios? Pero viendo Jesús sus pensamientos y respondiendo, les dijo: ¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones? ¿Qué cosa es más fácil: decir perdonados te son tus pecados, o decir levántate y anda? Pues para que veáis (fin apologético) que el Hijo del hombre tiene poder en la tierra para perdonar pecados, dice al paralítico: a tí te digo, levantándose a vista de todos ellos, echó su lecho al hombro y partió para su casa glorificando a Dios (Lc. V, 21-26; Mat. II, 7).
La protesta sorda de los escribas y fariseos no se exteriorizó en nada, fue exclusivamente interior, y tachaban a Jesucristo de blasfemo porque se hacía Dios, puesto que realmente, solo Dios puede perdonar pecados en nombre propio, o con potestad propia.
Efectivamente, Natán declara o notifica a David que Dios ya le ha perdonado la culpa (2º Reyes XII, 13), y en el Ant. Test. el perdón de los pecados se considera como una prerrogativa exclusivamente divina (Ex. XXXIX, 6 sgts.; Is. XLIII, 25; XLIV, 22, etc)
Por eso Jesucristo dirigiéndose a todos, pero principalmente a los escribas y fariseos, que eran los que más lo necesitaban porque eran los que menos creían, les pregunta para que caigan bien en la cuenta de que no blasfemaba sino que decía la verdad y, por tanto, que era verdaderamente Dios, por el hecho de perdonar realmente los pecados con su propio poder. Porque no pudiendo Dios confirmar la blasfemia con un milagro, al hacerlo para confirmar sus palabras, aprobaba Dios su verdad. No cabe otra alternativa.
Por eso Cristo apela a este argumento tan convincente y, confirmando la creencia ambiental entre los judíos, de que solo Dios puede perdonar los pecados, se les muestra obrando como verdadero Dios, porque los perdona con autoridad propia, ya que no dice como Natán a David: DIOS TE HA PERDONADO tus pecados, sino: YO TE PERDONO tus pecados.
Cristo, pues, no corrige el escandalo de los fariseos, antes al contrario, lo acepta y los confirma en su creencia de que solo Dios puede perdonar pecados; y diciendo y haciendo les dice: pues he aquí que yo los perdono. Luego soy Dios, según vosotros mismos lo creéis y afirmáis.
En conclusión: por una parte los judíos creen que solo Dios puede perdonar los pecados, y Cristo dice que él los perdona con potestad propia.
Luego, según Jesucristo, los judíos tenían o debían tener ya el conocimiento necesario y suficiente para reconocerle como Mesías enviado de Dios y, por tanto, como verdadero Dios, según las Escrituras, en las que decían ser maestros; de lo contrario no podrían tener la culpa que realmente tenían y que Jesucristo les echaba en cara. Porque nótese que Jesucristo jamás les habló para probarles que era hombre, pues eso hubiera sido enteramente inútil, ya que demasiado lo veían ellos; sino que siempre les habló para probarles que era el Mesías enviado de Dios y, como ya se ha dicho, que era el mismo Dios.
¿Cómo y por qué debían tener ese conocimiento cuya falta los hacia culpable ante Dios? Por sus obras, que fue la principal y más convincente manera como les habló Cristo para tratar de probarles su divinidad.
"Pero yo tengo un testimonio mayor que el de Juan", "porque las OBRAS que mi Padre me ordenó hacer (nótese el fin de esta ordenación de Dios), esas mismas obras que hago dan testimonio acerca de mí que el Padre me ha enviado"... (Juan V, 36)
"¿De aquel a quien el Padre santificó y envió al mundo decís vosotros: Blasfemas, porque dije: Soy hijo de Dios?" (Juan X, 36):
"Si yo no hago las obras de mi Padre, NO ME CREÁIS; más si las hago, ya que no me creéis a mí, CREED A MIS OBRAS, PARA QUE SEPÁIS Y ENTENDÁIS que mi Padre está en mí y yo en mi Padre". (Juan X, 37-38)
"El que me aborrece, aborrece también a mi Padre. Si yo no hubiera hecho entre ellos obras que ningún otro hizo, NO TENDRÍAN PECADO; pero ahora NO SOLO NO HAN VISTO, sino que me aborrecieron a mí y a mi Padre sin motivo", y por eso ahora no tienen excusa de su pecado. (Juan XV, 22-25)
"Habiendo obrado tan grandes milagros en presencia de ellos, no creían en Él". (Juan XII, 37).
Nótese el fondo que late en esas palabras de Cristo: "Pero ahora, no solo no han visto, sino que me aborrecieron a mí y a mí Padre sin motivo".
"Ahora". ¿Cuándo en ese "ahora"? Después de no haber visto tantos milagros como hizo en su presencia. ¿Y por qué no los vieron, o mejor, qué significa ese: no lo vieron? Porque con los ojos del cuerpo sí que los vieron con los ojos del alma. Más, ¿por qué no los vieron? Porque no quisieron verlos. Por eso tuvieron la culpa que les echaba en cara a Jesucristo y en la que al fin, así como voluntariamente cayeron en ella, así también en ella, así también en ella voluntariamente morirían y murieron (Juan VIII, 21, 24).
-Pero ¿por qué no quisieron verlos? Por el odio que le tenían, y por ese odio, no solo su ignorancia de la divinidad de Cristo era AFECTADA Y MAS CULPABLE, como diremos luego, sino que preferían envolver en su odio también al Padre (Juan XV, 24-25), con tal de no reconocer a Cristo su divinidad.
Dejemos el comentario y sigamos. "Oyeron esto algunos fariseos que estaban con El y dijeron: ¿Con que nosotros también somos ciegos? Díjoles Jesús: Sí FUERAIS CIEGOS NO TENDRÍAS PECADO, pero ahora decís: VEMOS y vuestro pecado es permanente". En resumen, según estos testimonios tenemos: Que Jesús enseñó a los judíos la verdad de su mesianidad y divinidad; que confirmó esa verdad con muchos milagros u obras de su Padre Dios; que presenta esas obras como testimonio NECESARIO Y SUFICIENTE de la verdad que les había enseñado: su mesianidad y divinidad, para que los judíos pudieran ver y entender, si quisieran; que los judíos veían esa verdad, porque no eran ciegos, pero no la creían porque no querían creerla, pues tenían pecado, y el pecado supone necesariamente ver la verdad y rechazarla voluntariamente.
En fin, que si no entendían las palabras con que Cristo les enseñaba la verdad de su Padre, era porque en sus almas no había lugar para ella, y no lo había porque la tenían llena de odio gratuito. No pudieron creer, porque como había dicho el profeta Isaías: "El ha cegado sus ojos y endurecido su corazón, no se que con sus ojos vean, con su corazón entiendan y se conviertan y los sane" (Juan XII, 37-40; Mt. XIII, 13-15 y Hechos XXVIII, 26).
De todo lo cual se sigue que los judíos no estaban tan ciegos acerca de la divinidad de Jesucristo como suelen suponerlos quienes lo defienden y quitan toda responsabilidad en el deicido propiamente dicho.
"Nuestro Padre es Abraham", decían los judíos a Jesucristo. Más Jesús les repondió: "Si sois hijos de Abraham, haced las obras de Abraham. Pero ahora buscáis QUITARME LA VIDA a mí, hombre que os ha dicho la verdad que oyó de Dios; eso Abraham no lo hizo. Vosotros hacéis las obras de vuestro padre... Vosotros tenéis por padre al diablo, y queréis hacer los deseos de vuestro Padre. El es el homicida desde el principio y no se mantuvo en la verdad... Pero a mí, porque os digo la verdad, me queréis matar".
"¿Quién de vosotros me arguirá de pecado? Si os digo la verdad ¿por qué no me creéis? El que es de Dios, oye las palabras de Dios; pero vosotros no las oís, porque no sóis de Dios".
¿Cuál era, pues, en fin, esa verdad que, a pesar de serles muy conocida no la querían creer?
Esa verdad era la siguiente.
Estamos ante el tribunal supremo de Israel que condenó a Jesús. El Pontífice se reviste de toda autoridad y pregunta con gran majestad y con toda la solemnidad que exigía la ocasión y causa que se ventilaba, después de tres años de lucha continua y que ahora se iba a resolver definitiva y trágicamente.
Pregunta el Pontífice a Jesús:
"Te conjuro que nos digas de una vez si tú eres el Cristo, hijo de Dios bendito"
Y Jesús confiesa clara y taxativamente que así es, sabiendo que con esa confesión sellaba su propia muerte, pues bien sabía Él que esa era la causa principal por la que querían matarle.
Pero esa verdad tan claramente predicha por los profetas no hacían mella en las cerradas mentes de los judíos porque aunque conocieran bien las Escrituras, las entendían voluntariamente mal. Y si las entendían voluntariamente mal, las practicaban mucho peor. Abandonaban las Escrituras porque no creían en ellas.
En resumen, que si los judíos no creían no era por falta de luz, de moción interna de la gracia y de pruebas para creer; o hablando teológicamente, por falta de gracias prevenientes y concomitantes para comenzar a creer y completar la fe, sino porque no buscaban la gloria de Dios sino su propia gloria y conveniencia; porque no eran de Dios; porque tenían por padre al diablo; porque no tenían amor a Dios; en pocas palabras, porque carecían de la prontitud y buena voluntad necesaria para creer.
Como si todo lo anterior no bastaba, hay un argumento supremo y enteramente apodíctico en las palabras siguientes del Apóstol San Pedro, dirigidas a todo el pueblo de Israel ante el pórtico de Salomón con ocasión de la curación milagrosa del pobre tullido de nacimiento que pedía limosna a la puerta del templo.
Helas aquí:
"El Dios de Abraham, el Dios de Isaac, y el Dios de Jacob, el Dios de nuestros padres glorificó a su Hijo Jesús, A QUIEN VOSOTROS ENTREGASTEIS Y NEGASTEIS ANTE PILATOS, cuando este juzgaba que debía ser puesto en libertad; negásteis al Santo y al justo y pedisteis que se os entregase a un homicida, PERO MATASTEIS AL AUTOR DE LA VIDA". (Hechos III, 13-15)
San Pablo dice: "Porque si le hubieran conocido, no hubieran crucificado al Señor de la Gloria".
Basta resumir todo lo dicho en estas breves palabras: Jesucristo es el AUTOR de la vida. El AUTOR de la vida es solo Dios. Luego los que mataron al AUTOR de la vida, mataron a Dios y son DEICIDAS en el sentido mas riguroso de la palabra.

Pbro. Dr. David Nuñez
LOS DEICIDAS (1968)

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