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jueves, 23 de septiembre de 2010

Devoción a las benditas almas del purgatorio

Las penas y tormentos que padecen las benditas almas del purgatorio son tan grandes, que según escribe el gran doctor de la Iglesia san Agustín, no se pueden comprender en este mundo, ni aun considerarse dignamente cómo son; porque todo cuanto en esta vida mortal se padece es nada, comparado con lo que aquellas almas benditas padecen; y el fuego natural que en el mando tenemos, es como el fuego pintado respecto del fuego verdadero.
El seráfico doctor san Buenaventura explica como en el purgatorio hay dos penas: la una se llama de daño, y consiste en no ver a Dios, estando ya el alma separada del cuerpo ; y la otra se dice de sentido, la cual consiste en el fuego y tormentos varios que las benditas almas padecen. Y de ambas penas afirma el seráfico maestro, que la mínima parte de ellas es mayor que la pena máxima del mundo; lo cual prueba con varias y eficaces razones, y concluye diciendo, que mas satisface á la recta justicia de Dios nuestro Señor una pequeña mortificación voluntaria, llevada por su divino amor en este mundo, que una grandísima pena forzosa en el purgatorio; y así lo que allí falta de voluntad actual meritoria, lo suple la acerbidad de los tormentos.
El venerable Beda dice, que por eso los santos rogaban a Dios, que en este mundo los atormentase y afligiese, porque conocían que la pena del purgatorio es mayor y mas grave que todo cuanto han padecido los santos mártires, y mas que todo cuanto el hombre mortal puede imaginar.
El insigne san Paulino llama al fuego del purgatorio fuego sabio; porque según los deméritos y culpas de cada uno, así causa la aflicción y el tormento; a unas almas atormenta mas, y a otras menos, conforme le da el punto, y lo dispone la divina Justicia, lo cual no hace iguales en las penas a las almas, que son desiguales en las culpas.
El angélico doctor santo Tomas afirma y prueba con eficacia, que la mínima pena del purgatorio excede y es mas atroz que la mayor pena de esta vida; y después dice, que como entre los pecados veniales hay unos mas graves que otros, por eso los gravísimos veniales se hacen mas impurgables, y dura mas el tiempo de purificarse de ellos las almas que los cometieron. Lo mismo dice de otros pecados graves, que quoad culpam se remitieron en esta vida; pero no se purgaron suficientemente [S. Th. IV, dist. 31, q. 1, art. 1).
El erudito Belvacense refiere, que habiéndose aparecido un ángel de Dios a cierto varón virtuoso, le dijo, que si quería morir luego, estaría solo un día natural en el purgatorio; pero si quería tener mas larga vida, había de padecer una prolija y dolorosa enfermedad, con la cual se acabase de purificar su alma para entrar en la gloria.
Eligió el día de purgatorio, donde visitándole el santo ángel, se le quejó la pobre alma, pensando hacia muchos años que estaba allí padeciendo; y el ángel del Señor le aseguró, que de las veinte y cuatro horas del día natural de su tormento, aun no había pasado sino una hora sola. El alma afligida se ofrecía de nuevo a padecer en el mundo, no solo la enfermedad prolija, sino también todos los tormentos de los mártires; pero no fue admitida su petición, ni ya se hallaba en estado de merecer, porque este se acabaron con la muerte, como dice el apóstol san Pablo. (Gal., VI, 10, et alib.)
A la gloriosa santa Matilde se la apareció el alma de un joven, que en esta vida mortal había sido muy virtuoso, y estaba en el purgatorio; y preguntándole la santa la pena que sentía, respondió, que no sentía pena de sentido alguna, si solamente la pena de daño, que consiste en no ver a Dios; pero que esta pena atormenta sumamente, porque según la divina Escritura, la esperanza que se dilata, aflige el alma (Prov., XII, 12).
El venerable y sutil doctor Escoto discurre en sus Sentenciarios sobre esta pena de daño, y sobre sus causas principales, y dice, que excede sobre toda ponderación a la pena de sentido; porque como el alma racional es criada para ver a Dios, y ya se halla separada del cuerpo terreno que le embarazaba, es imponderable la violencia que padece.
Explica el venerable doctor este punto con el ejemplo material de un peñasco pesadísimo puesto sobre una torre, que mientras tiene asiento, no padece violencia, aunque siempre apetece su centro natural; pero si le dislocasen de su asiento, ó le derribasen la torre que le embarazaba su descanso, bajaría velocísimo a buscar su centro. Pues aun es mayor la inclinación que el alma separada tiene para ver a su Dios y Señor, que la inclinación del pesadísimo peñasco puesto en el aire para bajar a la tierra.
Esta pena intensísima corresponde al descuido y al olvido fatal que el alma tuvo mientras vivió en este mundo en desear ver a Dios; y es pena muy proporcionada, según explica nuestro seráfico doctor san Buenaventura : porque es justo se le dilate la visión beatífica á quien no la deseó con mérito y libertad cuando vivía en esta vida mortal.
Lo mismo explica, y la gravedad de esta pena suprema, el angélico doctor santo Tomás de Aquino, diciendo, que escogerían las benditas almas del purgatorio padecer todas las penas juntas del mundo, porque no se las dilatase un instante la visión y fruición de su Dios y Señor; y por esto el breve tiempo les parece dilatadísimo, gimiendo y lamentándose con el profeta: ¡Heu mihi! quia incolatus meus prolongatus est (Psalm, CXIX,5).
En las crónicas antiguas de nuestra sagrada religión se refiere de un religioso de mucha virtud, que habiendo muerto, y celebrándole el día siguiente todas las misas por su alma, solo un religioso dejó de aplicarle la misa, porque le tenia por santo, y juzgó no necesitaba de aquel sufragio. Pero la noche siguiente se le apareció el alma del religioso difunto, y se le quejó amarguísimamente de su descuido, porque se le había dilatado tanto la pena de su purgatorio; y le dejó advertido, para que con los difuntos no fuese descuidado, diciéndole, que los altísimos juicios de Dios son incomprensibles, y que por defectos leves, de que en esta vida no se hace cuenta, hay detención acerbísima en aquellas penas; porque en el cielo no ha de entrar cosa manchada, como dice en su misterioso Apocalipsis san Juan evangelista.
En las crónicas de los venerables padres capuchinos hay otro ejemplarísimo caso, y es de un religioso que a todos parecía santo; pero después de su muerte se apareció a otro religioso conocido suyo, le dio las gracias por sus oraciones, y le dijo, que había estado tres días en el purgatorio; pero que se le habían hecho tres mil años.
Basten los casos referidos, de los muchos que podíamos alegar, para mover la piedad cristiana a encomendar a Dios, y ofrecer sufragios por las benditas almas del purgatorio, que ya no pueden valerse a sí mismas, porque se les acabó el tiempo de merecer, y ya el tiempo no está en su favor, según aquella sentencia del profeta, que dice: llamará el justo Juez el tiempo perdido contra nuestras almas para dejar justificada su causa: Vocabit adversum me tempus (Tren., I, 15).
No hablo en este capítulo de aquellas personas ingratas, injustas y abominables, que tienen obligación en conciencia de hacer bien por las almas que les dejaron su hacienda y bienes temporales, ó fiaron la ejecución de sus últimas voluntades de su cuidado, porque de estas personas ingratísimas y tiranas con las pobres almas, hablaremos mas adelante, ponderando su sinrazón, y la ruina espiritual y temporal que les amenaza, y la tienen bien merecida.
Aquí solo tratamos de enfervorizar a los fieles, que sin otra obligación particular, sino el ser cristianos y piadosos, conviene tengan entre sus principales devociones esta de encomendar a Dios, y rogar por las benditas almas del purgatorio, esperando de ellas, que como agradecidas, en llegando al puerto feliz de la gloria, los llenarán de bendiciones del cielo, y de prosperidades espirituales y temporales; porque en aquel estado dichoso nada necesitan para sí, y a los mortales hacen mucho bien, como dice el dulcísimo san Bernardo.
Es muy propio de las criaturas viadoras moverse por la retribución aun a las obras buenas, como decía David en uno de sus mayores salmos: por lo cual tengan por cierto los devotos de las benditas almas, que ni en esta vida ni en la eterna perderán la justa retribución de sus buenas obras, que aplican en favor de dichas benditas almas.
En todas las obras buenas hay tres partes ó consideraciones distintas, que son el ser meritorias, impetratorias y satisfactorias. Se dicen meritorias, porque merecen aumento de gracia y gloria, y esto se queda en quien las hace. Se dicen impetratorias, porque alcanzan de Dios nuestro Señor auxilios oportunos, salud corporal, y otros favores espirituales y temporales, que se pueden aplicar, no solo a quien hace las buenas obras, sino también a otras personas, que viven en el mundo. Se dicen satisfactorias, porque satisfacen el débito de nuestros pecados, y la pena del purgatorio que nos corresponde por ellos (Conc. Trid. sess. XXII, c. 2).
Esta tercera parte es la que aplicamos por las benditas almas del purgatorio, y se puede hacer en todo ó en parte, conforme a la voluntad y caridad de quien hace la aplicación. Y no piensen los devotos de las benditas almas, que se hacen a sí mismos grande perjuicio, aplicando por ellas lo satisfactorio de sus buenas obras; porque Dios es liberalísimo, y remunera misericordiosamente este acto de caridad perfecta; la cual tiene copiosa remuneración, como dice el apóstol san Pablo, tratando de los caritativos que se compadecen de los encarcelados (Hebr., X, 34 et 35).
En el Espejo de los ejemplos se refiere de un santo religioso, que confesando a un grande y enormísimo pecador, y hallándose desesperado de su salvación eterna por motivo de sus atroces pecados, le ofreció el buen religioso, para animarle, todo lo satisfactorio de sus buenas obras. Pasó de esta vida mortal el venturoso pecador, y apareciéndose después glorificado al caritativo religioso, le dio las gracias, porque por sus buenas obras le había perdonado Dios nuestro Señor las dilatadas penas que él había de padecer en el purgatorio.
Preguntóle cuidadoso el ministro de Dios, si él había perdido sus buenas obras por habérselas aplicado; y el alma gloriosa le respondió, que no solo no las había perdido, sino que por ellas tendría doblado el premio. (Apud. Doct. Bonete de Purgat.)
A mas de esto las benditas almas, que en la presencia de Dios se hacen semejantes al mismo Señor, como dice san Juan evangelista, corresponden agradecidas a quien con sus buenas obras las alivió y abrevió sus penas, y en esto tienen los mortales un incomprensible tesoro, porque aquellas benditas almas, amigas de Dios, en la gloria ruegan por los que las favorecieron, para que no se pierdan.
Sobre este último punto hay maravillosos ejemplos en las historias eclesiásticas y santos padres de la Iglesia católica, que aquí omitimos el copiarlos, por no dilatar mucho este tratado.

R.P. Fray Antonio Arbiol
LA FAMILIA REGULADA
1866

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