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viernes, 24 de septiembre de 2010

El calor engendra movimiento


MEDIOS PARA FORTALECER EL CARÁCTER
AGENTES INTERNOS

Sed entusiasta

El cumplimiento del deber no es una actividad mecánica y fría de robot, que no responde a un calor interno y espiritual del hombre. Tiene su origen en la adhesión de mi voluntad a la voluntad divina, a ejemplo del Hijo de Dios. Esta unión enciende en mi alma una llama viva, que pone en movimiento todo mi ser.
Cuando el hombre comienza a surgir del niño, es la edad más inflamable. Arde ante una idea; luego con los años, como el material refractario se hace indemne al más caliente pensamiento.
Por esto no todo es sombra en la pubertad; tiene también luces que pueden iluminar intensamente el resto del camino, fuerzas que se pueden proyectar en toda una existencia.
El entusiasmo es una fuerza para remontar la cuesta del deber. Sin él no habría héroes. Es la intensidad de la vida, como el sol lo es de la vegetación tropical. Cuanto el hombre razonable piensa, el hombre audaz lo lleva a efecto.
Extinguir esta pasión sería como sangrar la savia de una planta: sentidos y carne son creación de Dios para servicio del alma.
Para que sean fuerzas positivas, han de ser energías dirigidas, para que no produzcan frutos indignos.
Los grandes acontecimientos buenos y malos los provocan los hombres de grandes pasiones.
La falta de entusiasmo es falta de voluntad.
Un corazón sin calor no late, está enfermo.
El que no sienta admiración por algo digno, es un harto de la vida.
Dice Platón: «El primer paso para lo sublime es admirarlo
Donde no hay pasión ni entusiasmo se cae en la mediocridad.
Pero si el que comienza a conducir no es prudente, corre peligro de ser víctima del vértigo de la velocidad.

Guárdate del desaliento

Junto a este entusiasmo, no es raro que la juventud sea también presa del escepticismo: es la peor herida que puede recibir el alma de un joven. Por ella se desangra el alma juvenil. Es la carcoma de su vitalidad, la que hunde todas las techumbres de su edificio, dejándola al descubierto y sin abrigo.
No es lo mismo entusiasmo que exaltación momentánea. La exaltación es lo accidental, como una buena tarde de toros y de fútbol. No dura más de un par de horas. Hoy tiritas de frío y mañana estás caliente como una estufa. Hay que evitar la impresión de fases lunáticas.
El entusiasmo ha de ser como la nota de nuestro carácter. Un calor constante que alimente nuestras acciones, y venza los impedimentos. Animados por él, como Colón por la idea del Nuevo Mundo, no nos doblaremos ante los fracasos y dificultades.
No se han de perder los entusiasmos, como se pierden los dientes de leche. Hay que preservarlos de la caries del desaliento, para no ser un joven viejo, sino llegar a ser, aun cuando los años encorven nuestras espaldas un viejo joven. Admiran los ancianos que hablan de lo actual como hombres de treinta años.
Los desengaños no enflaquecen al hombre fuerte, le hacen más astuto.
Al que trabaja bajo la mirada de Dios, no se le arruga el alma.
Sin entusiasmo por una idea, somos vehículos paralizados. El miedo nunca arrima el hombro.
«Arriesgarlo todo incondicional y desinteresadamente, decía Pío XII en Budapest, sin lo cual no se puede hacer nada grande ni decisivo
Carreras y porvenir truncados en jóvenes de talento, acusan una falta crónica de entusiasmo. Se para en un punto muerto. Con un poco de brío juvenil, hubieran echado a un lado la piedra que obstruía el camino.
Cuando un avión encuentra baches en su vuelo, para salvarlos, aumenta la presión de sus motores.
Dios nos pone las dificultades para proporcionarnos el mérito de vencerlas.
Cuando los antiguos navegantes dejaban de ser impulsados por el viento que henchía sus velas, coronaban las olas del mar a fuerza de remos, y con sus torsos de galeotes en tensión, vencían los fuertes vientos.
Con vientos, calmas y tempestades, el entusiasmo ha de ser el impulsor de nuestra alma. El que llegue hasta el puerto será coronado.
«Todos tenemos épocas de inexorable cansancio.»
El horizonte se cierra, el cerebro y la vista se enturbian, la voluntad afloja, como la vela de un navio en calma chicha. Entonces ocurre lo peor: los ideales se diluyen y esfuman. El sol deja de lucir y se hace de noche.
Una voluntad templada con el fuego y el agua, es la que ha de sostener el entusiasmo por el deber, y no sentarse en el camino. Si el calor interior amaina, la máquina se paraliza.
Dios vino para fortalecer nuestra impotencia, pero nos exige una lucha entusiasta. Este entusiasmo ha de ser como el de aquellos de los que habla San Pablo, que corren hacia la meta, o de los que luchan con decisión, porque en ellos les va la vida.
La lucha entusiasta tiene el premio de la eternidad. El que carece de esta voluntad de lucha, es devorado por sí mismo; se deshace con sus propios pensamientos, como la fiera hunde sus garras en su propia carne, o como el vencejo clava sus uñas en el vientre de sus propios hijos para que no se los arrebaten.
El entusiasmo es como la honda que derriba a Goliat, es la que da impulso a las cualidades. Estas sin él, como la piedra sin la honda: un peso muerto.

Nos hace héroes

Dios ha colocado en la juventud este fuego hasta el heroísmo.
Ser héroe consiste no sólo en resistir con las armas en la mano, y con el desprecio de la vida a un enemigo cien veces mayor, sino en dar la cara al «general tiempo» o al «general cansancio». Estos son los enemigos más peligrosos para un joven ante un banco de trabajo o una mesa de estudio.
La resistencia a estos enemigos, es tanto más heroica, cuanto más silenciosa y larga sea.
La sed de gloria enciende a los soldados para resistir, y endurece la constancia de los que escalan el Everest, pero tu entusiasmo es más heroico porque alimenta la llama de la vida diaria y silenciosa.
«Aquello que fiel y enérgicamente aspiramos a ser, eso somos.»
Los setos a los lados del camino, no son impedimentos para viajar, sino indicadores de la dirección. Los fracasos parciales no doblan al alma entusiasta, le indican el camino que ha de seguir en adelante.
No es la avaricia la que te ha de estimular para valer más, sino un interés invencible, para acercarte a la idea que Dios tiene del hombre.
Edison, como cualquier otro hombre de coraje, ante una empresa fracasada, ideaba otra que le sacaba de la ruina. Su incontenible carrera de inventos, más que a su talento extraordinario, se debe a su invencible tenacidad.
Hay talentos extraordinarios, y minas riquísimas sin explotar, por miedo a hondar en el suelo.
Más que de los audaces, la vida es de los tenaces. La audacia no pocas veces se quiebra, la tenacidad persevera porque es hija del entusiasmo.
El acero que no se rompe, siempre está a punto para herir, el que se tuerce no es útil para la lucha.
Si se rompe, refúndelo y fórjalo de nuevo.

Sed prudente y confiado

No te apoques ante la contradicción. Si la humildad es la verdad, la realidad es que eres una obra de Dios, y El quiere hacer por ti grandes cosas. Cosas que no siempre son de color y relieve, pero sí acabadas y perfectas en un campo oculto y sencillo.
En este mundo tú eres la obra más perfecta de Dios. Por ti quiere hacer otras perfecciones, y la primera perfección que quiere hacer eres tú mismo. Hay razones para esperar y mantener la llama del entusiasmo: Dios y tú sois los artífices.
Si el pajarito no tuviera confianza en sus alas, nunca abandonaría su nido para lanzarse al espacio; y si las águilas ante las tormentas caen fulminadas por el rayo, es porque confiaron demasiado en su vigor, y el huracán torció sus plumas, y rompió los huesos de sus alas.
Necesitas audacia para la vida, pero también prudencia. Deja crecer tus alas y sé cauto para lanzarte a lo desconocido. Si las alas no tienen aun la consistencia necesaria, caerás del nido como un implume y tierno gorrión.
Una cigüeña se lanzó al espacio cuando sus alas no podían aún sostenerla, cayó en un corral, y se contentó con hacer la vida de las gallinas. Nunca más probó a remontarse a la altura. Después de su primer fracaso, se contentó con su modesta y cómoda suerte.
No seas tan apocado que permanezcas siempre en el nido como un pajarito en pellejo.
No permitas que te hagan las cosas, esas cosas que tú puedes hacer con tu propio esfuerzo.
Ese cuotidiano vencer las dificultades presentes, te dispone a vencer las grandes dificultades del futuro.
Recibir todo hecho enerva y apoca el alma.
Aunque al principio termines tus tareas con deficiencias, acabarás por hacer todo con relativa perfección.
Si cada día los hombres somos menos suficientes, es porque reciben las cosas más terminadas.
El entusiasmo arrastra a un cuerpo cansado, contagia e infunde su espíritu a los demás.
Un actor de la escala de Milán, recitaba con tal unción el Padrenuestro durante una representación, que la gente puesta en pie lo repetía.
El que es apóstol de una idea, es porque se entusiasmó con ella.
El corazón entusiasta es una fuerza motriz sin restricciones. Mantiene al cuerpo y al alma en un continuo trabajo.

Dirige su fuerza

Un personaje de Tolstoi sigue su camino junto a un bosque. Ve que varios hombres se esfuerzan penosamente en hacer arcos curvando unos varales, y no consiguen darles la forma deseada. Los bancos donde apoyaban uno de los extremos se movían. Entonces les dijo:
—¿Qué hacéis, muchachos?
—Estamos curvando arcos. Los hemos remojado ya dos veces, y nos hemos estenuado sin lograr darles forma.
—Debéis fijar el banco —les contestó.
Los mujiks obedecieron, y entonces se les dio bien el trabajo.
¿No es también tu actividad tan dura como valdía? Se ha de luchar con entusiasmo, pero sin aventar ese ímpetu al aire, sino cimentarlo para que dé resultados positivos.
No eres constante: primero enciendes un hermoso fuego con ramas secas, y luego lo sofocas con ramas verdes. Las llamas vivas las ahogas con la humareda del pesimismo. Edificas lo que mañana has de minar. Hoy bebes grandes distancias con miembros de acero, y mañana sobre tu cuerpo indolente pasa valdío el incontenible río del tiempo. Tu alma es luz y sombra: las rayas blancas y negras de una lustrosa piel de cebra.
Un hombre de grandes cualidades pero sin entusiasmo, es como un coche de marca sin carburante. Como esas regiones de la tierra con grandes reservas de riquezas naturales, que se pudren sumidas en la inactividad. Les falta la voz que les diga como a Lázaro: «Levántate y sal fuera.» Es la voz del entusiasmo. Falta la chispa que ponga todo en movimiento.

El esfuerzo es signo de vida

Los paralizados sin entusiasmo, son los criticones, los que todo lo encuentran defectuoso. Es el humo que sofoca el ambiente, pesimistas, profetas de catástrofes, sepultureros de esperanzas. Clavan sus dientes en cualquier miembro. Para ellos no hay aspecto digno, y siempre detienen sus ojos en lo peor. Tienen más hígado que corazón.
No puedes vivir sin entusiasmo: En la vida del adolescente y del joven, tienen más fuerza motriz los afectos que las ideas. En todo caso éstas suscitan los afectos, y el afecto levanta la llama que produce la actividad.
El esfuerzo vivificado por el entusiasmo, es necesario para el desarrollo del individuo y que su alma no presente el aspecto de tuberculosa.
El entusiasmo es un producto de la voluntad. Es ese estado de embriaguez del que habla Platón, que nos sume en la actividad. El adolescente sin entusiasmo es un enfermo que se hunde en la inapetencia.
El escepticismo en la juventud, es como el agua estancada: no tardará en corromperse.
El agua que corre, aun suponiendo que no se aproveche su fuerza motriz, al menos tiene otras ventajas: echar de sí todo germen de corrupción, y poseer la belleza del movimiento. «La piedra que rueda no cría moho
«Sólo en medio de la actividad, desearás vivir cien años.»

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