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domingo, 12 de septiembre de 2010

FISONOMIA DE UN CORAZON


La teología mariana, tiene dos centros taumatúrgicos de última hornada: Lourdes para los lisiados, Fátima para los designios de Rusia y de los últimos tiempos.

La teología del Corazón de Jesús ofrece dos centros manifestativos de apariciones y de mensajes, para el mundo. Paray-le-monial, ofrece un centro radioactivo y una constelación. Un centro radioactivo, por que de ahí partieron los mensajes de los primeros Viernes, y las promesas a los apóstoles de su Corazón; una constelación de santos, porqué de ahí brotan como flores cordiales, la candidez de Santa Margarita de Alacoque y el entusiasmo ardiente del Padre La Colombiére.
Pero hay un mensaje de última hora el mensaje del "Llamamiento al Amor". Poitiers, nos ofrece una flor española, Sor Josefa Menéndez, quien es escogida, como confidente y mensajera del Corazón de Cristo.
Esta humilde hermana lega, ha recibido las confidencias últimas de este Cristo, que ya no es sólo Crucificado. Es el Cristo que rompe la monotonía de la Cruz, para hablarnos con el lenguaje del amor.
El Cristo Moderno, el Cristo de nuestros primeros viernes, quiere bajar de la Cruz, para hablarnos con el lenguaje plástico de sus llagas. El apóstol Tomás, incrédulo, ha vuelto a encarnarse en la humanidad, que exige, no el escarnio de la Cruz, sino la evidencia de las llagas y de las confidencias. En esa teología de las apariciones del Corazón de Cristo, yo vislumbro algo así como unas nuevas encarnaciones. Cristo encarna el papel y la vida cordial, como centro de una espiritualidad humana y presente. Sólo los presentes nos pueden ofrecer el corazón. El amigo nos ofrece su amistad, la esposa su mano, que es, por donde entrega su corazón.
La madre nos entrega el beso de cuna o la bendición al acostarnos, que es la llave de esa ciudadela que se llama: alma maternal.
Cuando Cristo nos entrega el corazón, nos lo ofrece como amigo en un gesto supremo de confidencia y amor. Entre una amistad, se ofrece la casa, a veces un regalo, a veces una prenda amada. Cristo, no tiene un grupo selecto de amigos, llama y se brinda a todos, espera y perdona, pide como limosnero y ofrece como millonario de mundos mejores.
CORAZÓN DE JESÚS. He aquí las palabras más hermosas que casi pueden decir los hombres. En Inglaterra, cuando se tocan las solemnes piezas de Haendel, la gente se pone de pié; cuando pasaban las Fasces Imperiales de Mussolini, las multitudes saludaban con esas gavillas de brazos extendidos, saludando a la romana; cuando pasa una bandera nacional, lo he visto en todos los pueblos, la gente se descubre y saluda a los militares, vitorean los niños y a veces lloran las mujeres; cuando oímos en Nombre del Corazón de Jesús, deberíamos llorar con el corazón y lanzar nuestros ojos fugitivos de la tierra, al sagrario más próximo, donde piensa ,en nosotros, el Corazón más grande de los tiempos: El Corazón de Cristo.
Manilas, guarda en una urna de oro, el Corazón de aquel santo joven Jesuita, San Juan Bermchans. Italia, guarda en Nápoles, la sangre y el corazón de San Genaro, que se licua todos los años. Turín guarda en la Sábana Santa, el cliché negativo, del cuerpo del Señor. Y el Corazón de Cristo, El Corazón de Jesús, que no tiene, como la cabeza de Napoleón, una urna de estudio y de recuerdo en un museo europeo, está no en un estuche de oro y marfil, sino en el estuche de una corona de espinas, aprisionadora y punzante, con una llave mística para entrar a su Divinidad; esa llave, es la Cruz.
Este Corazón de Cristo, místico y humano a la vez, está en todos los Sagrarios, clama en todas las almas y reside en ellas, por la Gracia con la misma teología sacramental de la Eucaristía.
Cuando hablamos de un corazón decimos: Tiene corazón de Madre; ponderamos el rasgo generoso de alguien, diciendo, que tiene un corazón de oro; pero sobre todas estas formas de expresión, decimos y hablamos de la anatomía más noble del amor; El Corazón de Cristo.
Yo he visto el corazón más grande sobre la tierra; ese corazón tan grande, le he viso en su función más característica: LE HE VISTO PERDONANDO. Señores, si algún día os acercáis a algún confesonario, comprenderéis cuan fácil y heroicamente, perdona ese Corazón.
Perdonar un día es bueno; perdonar toda la vida, es heroico, perdonar a todos los hombres que quieran, toda la vida, esto es ya, perdonar divinamente, porque es perdonar, con el Corazón de Jesús. Pues bien, en la vida del confesonario hay momentos, que el Corazón del sacerdote, se cansa de navegar en esos bajos fondos de las conciencias. Hay momentos que recuerdo a Estrabón, cuando por las tardes se iba a los desagües de las cloacas de Alejandría, a ver los detritus inmundos de los hombres. En esos momentos, comprenden los sacerdotes el gran hastío y la gran miseria de nosotros los hombres. Al pobre cura de Ars. después de las grandes jornadas del confesonario, donde llegaban los pecadores mas empedernidos del siglo XIX, se desmayaba, perdiendo el conocimiento, después de navegar y profundizar en las miserias mayores de las conciencias.
Pero Cristo, perdonando, no tiene límites. Para El, no cuenta su honra perdida, ni cuentan las mujeres de los barrios bajos que nosotros rehuiríamos, ni cuentan los ladrones que penden ajusticiados en los patíbulos, ni los ladrones que se pasean en grandes avenidas de Acapulco, o Copacabana, ni los apóstatas, que vuelven después de haberle robado la fama con sus escritos, ni los adúlteros secretos que juegan con la hipocresía y con el corazón de las muleros.
Yo le he oído gritar en las páginas de Sor Josefa Menéndez, cuando llamándonos a todos con un gesto supremo, no ya de pastor (fue despierta con silbos amorosos, sino dando gritos como hombre que tiene perdido el seso: "Pecadores. .. Yo os persigo, como la justicia persigue a los malhechores, pero con esta diferencia, que la justicia os persigue para castigaros, pero Yo os persigo para perdonaros".
Dios, acosándonos, como un policía amoroso, Dios cercándonos día y noche, apostado en nuestros interesados rincones, Dios quitándose su tiempo, acechando y quemando toda su batería de artillería pesada, de gracias atómicas, para rendir la plaza fuerte de nuestros pecados. Y al gran Estratega Cristo, que ha arrasado miles de plazas, con el suave esfuerzo de su corazón de Padre, no se le ha levantado en ninguna rotonda de hombres ilustres, ningún monumento, ni tiene ningún arco de triunfo en ninguna avenida de conquistadores; para este Corazón que trae proposiciones de paz para todas las Naciones, aún se le fusila en el monumento del Cerro de los Angeles, o se le bombardea en el Cubilete de Méjico, o se le levanta en Rusia un monumento a Judas por haberle traicionado y vendido.
Algunos han marchado hacia la santidad desde el momento en que enfundaron las espadas de la venganza, en cualquier tarde de Viernes Santo, como San Juan Gualberto. Cristo, lleva perdonando 1958 años, sin reclamar el honor de Dios, sin reparar el baldón de su sangre blasfemada. Juntad, en un campo inmenso todas, las absoluciones, que desde los primeros días de la Iglesia. Dios ha desparramado como una catarata mística sobre todos los confesonarios en sombras del mundo, y veréis, que Cristo, es más grande que todas las batallas, que enloquecen la historia. Juntad en un banco de ahorro espiritual, todos los tesoros de misericordia y perdón, distribuidos con las absoluciones sacerdotales, y comprenderéis el Corazón millonario de amor y bondad, que ha llenado de ternura, el corazón de las novias y de las madres. Que ha hecho limpios y puros, todos los rincones donde clamaba un corazón ensombrecido por las tinieblas del pecado.
En los orígenes de las guerras modernas, podemos encontrar la venganza, como justificante de los conflictos. El asesinato del canciller Dolfus, en Saragebo, ocasiona la guerra europea del 14. La ocupación del pasillo de Danzig, o ataque a Pearl Harbor, provoca la venganza del conflicto pasado europeo.
Hamlet, el príncipe de Dinamarca, imagina la vengaza más terrible, que puedan concebir los siglos. Su tío Rey Claudio, en compañía de su madre, asesina a su padre envenenándolo. El príncipe Hamlet lo descubre; entonces imagina, una venganza satánica: Una noche cuando el rey su tío está de rodillas ante un crucifijo, llorando su pecado de asesinato, Hamlet, encuentra el momento preciso para vengarse, desenvaina el puñal. .. ¡ Pero no! ¡ Ahora no! que si lo mato se va a los cielos, arrepentido como está. ¡No!, le esperaré cuando esté ,en la borrachera y en el incesto, entonces ahí, una vez muerto, no habrá lugar a la penitencia, y se irá a los infiernos. .. Así imaginan los hombre las venganzas, aunque se llamen príncipes y potentados de la tierra. Pero yo he visto vengarse divinamente a Cristo cuando derribaba a uno de sus feroces perseguidores.
Pablo, en el camino de Damasco, queda vengado amorosamente, marchando en recompensa, hacia la evangelización del reino de Cristo.
Pedro, el primer apóstata, que niega a Cristo en la noche de su ordenación sacerdotal, en recompensa marcha hacia las colinas imperiales de Roma, como el primer represantante directo del Cristo perdonador. Y aquella María la que hechizó con su cuerpo a los capitanes de Roma y a los Rabinos sapienciales, La Magdalena, Cristo, el Perdonador el Vengador Divino, la ensalza casi sobre todas las mujeres del Evangelio, después de la Virgen, Santa Isabel, y aquella mujer Ana la profetisa que estaba en el templo con el anciano Simeón.
Un día en Francia, esa Francia del modernismo y la innovaciones racionalistas, dio al mundo un ex-seminarista, que clamó con voz de sirena diabólica. Cristo, el gran hombre de la historia y el gran moralista de Nazareth, era tan sólo un super-hombre, pero no un Dios hecho hombre. Esta negación de la Divinidad, hecha por Renán, corrió a asentarse en muchas conciencias artísticas y soberanas Pero Cristo, un día entre los días, en su hogar de Renán llama a uno de sus nietos, Ernesto Psicari, a través de las transparencias del desierto. Aquel guerrero y aquel intelectual ateo, conoce a Cristo y se enamora con tanta pasión de su Dios, que hay momentos que se muere de hambre por no poder comulgar, en las lejanías de los desiertos de África.
Otro intelectual del periodismo burgués, Manuel Azaña, el come-curas de la República Española, el que procuró servir a Rusia, quemar conventos, asesinar a los sacerdotes y mandar al exilio a los jesuitas, un día entre el cáncer que come sus miembros y el pan amargo del destierro y del remordimiento, Dios le llama con una postrera llamada que se hace lágrimas en su corazón y confesión sacramental en sus labios. El Corazón amoroso de Cristo, así se vengó a lo divino, de los que le persiguen, de los que le ignoran, a veces con odio, a veces inconscientemente.
Este es el gran Corazón que se empeña en perdonar, cuando el hombre se obstina en su negación. Perdona al hombre a pesar del hombre mismo. Las leyes públicas, los gobiernos políticos, pagan la desvergüenza, la deshonra o la calumnia blasfematoria, con el presidio o con la silla eléctrica. Dios, si nosotros queremos, no tiene para nosotros, ni presidios ni silla eléctrica; solo nos basta que confesemos a tiempo nuestras culpas, ante sus ministros, que siempre nos perdonan en nombre de su Corazón.
Tal vez, nosotros seamos buenos hasta que nos ofenden, a lo más, hasta que nos olvidan, pero no, hasta cuando nos maldicen, nos deshonran o nos traicionan. Cristo es bueno, hasta cuando lo olvidamos, hasta cuando lo traicionamos, hasta cuando lo vendemos, y hasta cuando lo crucificamos. Entonces, en la cúspide de las traiciones y de los dolores, aún está Cristo, perdonándonos, porque no sabemos lo que hacemos, aun entonces, está pidiendo a su Padre un pedazo de cielo y una última oportunidad para nuestro retorno y nuestra conversión.
Este es el Corazón, que tiene obras supremas. No es sólo un corazón bonito y dulce, un corazón modelo enamorado de cine, galán de las almas pías, último y trasnochado modelo de confiterías empalagosas; esto, señores, es la teología de Dios metida en el corazón que se llama Jesús, y que es redención por la muerte heroica, para salvarnos.
Este Corazón perdonador tiene su intensidad y su extensión, Existimos hoy sobre la tierra unos 2,600 millones de hombres, solamente de estos somos católicos, 500 millones, los demás, mahometanos, budistas, ateos, son 2,000 millones. De estos hombres, moralmente hablando, se puede afirmar de ellos, que están todos, o casi todos en pecado mortal, por estar de espaldas a Dios. Ahora bien, de los 500 millones de católicos, concedamos que estén todos los días en gracia de Dios.
Nos quedarían estas cifras: contando con que cada hombre no católico cometa cada día un solo pecado, tenemos el balance tremendo y apocalíptico, de que Dios todas las noches naufraga entre 2,000 millones de pecados.
Si el Rey más poderoso de la tierra, o la nación con más bombas atómicas, recibe en un solo día 2,000 millones de ofensas a su honor y a su dignidad nacional, ¿aguantaría después de un día de tales deshonras sus escuadras de propulsión y sus cohetes de energía atómica, sin destruir o sin reparar su honor ultrajado? ¿Qué Nación, con tales condiciones aguantaría con serenidad, no digo, con bondad, ni con misericordia, un día de baldones, sino mil novecientos cincuenta y nueve años, tantos como el Corazón de Cristo nos viene perdonando?
Un día, pecó David, delante de Dios. El Señor le mandó al Profeta Nathan para que escogiera la pena de su pecado: "Tres cosas se te dan a escoger, David, Mi señor, o siete años de hambres sobre tus reinos, o tres meses de guerra contra tus enemigos, o tres días de pestes sobre los tuyos". Y escogió David, tres días de peste y Dios se llevó por el pecado de David, a setenta mil hombres a la muerte.
Si por un pecado Dios, mata en tres días setenta mil hombres, ¿cuántos no tendría que llevarse a la muerte por los 2,000 millones de pecados que se cometen diariamente ?
Y esto no es una realidad de un día, es la historia de la humanidad desde sus comienzos. Es el abecedario, de ese ser que se llama hombre, que es casi sinónimo de maldición y de ignominia.
Y ahora pregunto ¿por qué aún vivimos dichosamente, en nuestras ciudades, y gozamos con una risa loca de todo lo que se llama lujuria y frivolidad; por qué la tierra no nos deja en tinieblas como un continente maldito, que marcha a la deriva y al caos?
Yo recuerdo aquella anécdota histórica en las calles de una ciudad de Bélgica, a raíz de la primera guerra mundial. Habían ocupado los alemanes la ciudad, pero dentro de sus casas aún se hacía la resistencia, cuando los alemanes estaban más desapercibidos.
Un día, en que el tiroteo de los belgas, mató a varios hombres de la ocupación, los alemanes intentaron una venganza ejemplar. Se cogieron a todos los hombres hábiles para las armas, se buscó la plaza más ancha de la ciudad y ahí aparecieron en grandes filas todos los hombres. Entonces el General alemán de ocupación, dio la siguiente orden:
Diezmen a estos hombres y fusílenlos.
Entonces, un teniente empezó a contar: Uno, dos, tres . . . nueve, diez. Un paso al frente. El número diez, el del paso al frente era el designado para el fusilamiento. La plaza gigantesca llena de hombres formados, clamaba con su silencio. Rugía la voz estentórea de aquella lotería de la muerte. Uno, dos. .. nueve diez. Un paso al frente.
Sin exageración dramática, los corazones de aquellos hombres, saltaban apresurados y unos a otros se oían los latidos agitados. La suerte de los diez, le llegó a un hombre apenas divisado. Un paso al frente... Pero aquel hombre, lívido y desencajado, rompió el silencio de la plaza:
Perdón general, tened compasión de mí. Me necesitan mis hijos. Tengo diez hijos, que viven de mi trabajo...
Una pistola al pecho le agarrotó su lengua. En esto, alguien da un paso al frente.
—General, yo no tengo problemas yo me ofrezco morir por este hombre. ¡Salvadle a él!.
El general alemán de ocupación, miró a aquellos dos hombres. Estos, a su vez, se miraron. Hubo una pausa de angustia, y por fin el general devolvió la vida a aquellos dos hombres.
Aquel jesuita desconocido, que se ofreció a morir por aquel padre de familia, lo contaba después cuando volvió la paz.
—Este hombre generoso iba todas las tardes a verme y me llevaba todas las semanas, algún regalo de su trabajo. A veces, después de alguna jornada de fatiga me llevaba a pasear.
Cuando el padre jesuita murió, aquel agradecido trabajador, se fue llorando tras del féretro, inconsolable permaneciendo en el cementerio solo, llorándole sobre su tumba. como esos perros nobilísimos que a veces tienen entrañas hechas de cariño y de lágrimas. Así, le cogió la noche sin acertar a separarse de su salvador.
He aquí una imagen consoladora de nuestro Padre Dios, que nos ha perdonado mil veces, y por quien aún no hemos llorado una noche de nuestra vida. Este jesuita tuvo, uno que reconociera su gesto y la donación voluntaria por un hombre necesitado. Pero a Cristo el Gran Perdonador nuestro y de todos los tiempos, el Gran Corazón amigo, por quien debiéramos arrastrarnos de Iglesia en Iglesia, para visitarlo en su Sagrario y acompañarlo en sus silencios y en sus noches, a quien debiéramos dar nuestras primicias y nuestro mejor tiempo, a este Dios de los Católicos, que más parece el Dios de los paganos desconocidos, para quien hemos hecho el silencio de nuestros templos y la soledad de nuestros corazones. Este Cristo a quien no conocemos, lo hemos encerrado lindamente en los oros de los copones, en las cajas fuertes de nuestros sagrarios. Este Cristo, clama para todos:
"No pobres almas, aunque estéis cargadas con los pecados más atroces, no os excluyo de mis gracias, ni os separo de entre mis almas escogidas. Porque a unas y a otras las reúno en mi corazón y les doy las gracias que necesitan ... No os alejéis de mí. Os espero día y noche en el Sagrario. No os reprocharé vuestros crímenes, no os echaré en cara vuestros pecados. Lo que haré, será lavaros con la Sangre de mis llagas. No temáis, Venid a Mí. ¡ No sabéis cuánto os amo!"

Pbro. Ricardo Rasines Uriarte
1959

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