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sábado, 13 de noviembre de 2010

Espíritu de disciplina

MEDIOS PARA FORTALECER EL CARÁCTER
AGENTES EXTERNOS DEL CARÁCTER

Compréndela
«La disciplina debe comprenderse, aceptarse y quererse.»
El hombre no es sólo un ser con actividades internas e independientes de los demás seres.
La formación de su personalidad no depende sólo del dominio de sus pasiones personales y actividades vitales. No es suficiente encontrarse en paz consigo mismo. Existen otros seres con los que Dios nos unió de una forma imprescindible. Ayudándoles y apoyándome en ellos, hemos de marchar hacia el objetivo final sin discordancias, y con la perfecta armonía de una pieza musical.
La voluntad se tiene que quebrar muchas veces, para marchar acordes y al compás de los demás, contra los propios gustos y deseos: un determinado instrumento musical deja de emitir su propio sonido, para que el conjunto de la pieza resulte más armónico. La armonía no se compone sólo de un clarín, al que hayamos de oir exclusivamente, sino de muchos instrumentos coordinados.
El soldado lleva su paso subordinado al ritmo que le impone el golpe del tambor, pero la canción alegre le hace llevadero el verse privado de su andar espontáneo.
Acepta tú también alegre la sujeción que te impone la disciplina, y sentirás menos el peso de la sumisión.
Como el instrumentista se acomoda al ritmo que el director imprime al conjunto, así tú te has de acoplar a la autoridad, quebrando tu voluntad de sobresalir.
En la armonía hay no sólo sonido, sino un ritmo que mide el sonido: es sonido regulado.
La sociabilidad no es sólo actividad, sino disciplina que mide la actividad: es actividad regulada.
La libertad en una sociedad para que sea libertad, ha de estar organizada. «La autoridad es el principio del orden» (Pío XI).

Hilos de la misma cuerda
Autoridad e iniciativa personal, no son dos principios que se contradicen, sino que se complementan.
La autoridad se dirige a la conciencia personal para asegurar la unidad de acción, en lo que toca al bien común. La iniciativa personal, trata de impedir todo letargo de las propias posibilidades, venciendo las influencias de la masa, para no perecer en ella como una partícula anónima, que aprisionada en el engranaje del grupo, queda paralizada sin su propia vida.
La autoridad es una ayuda de la conciencia humana, una garantía tutelar para el bien.
Como el guitarrista armoniza las cuerdas de su instrumento, la autoridad acopla las iniciativas de los hombres.
Libertad quiere decir, que nada impida al hombre hacer lo que debe hacer en cada momento. La libertad no puede existir sino en función de la disciplina.

Acepta el ritmo
Lo que es la batuta para la armonía, es el cetro para el orden.
De aquí la necesidad de comprender la disciplina, y comprendida aceptarla.
Aceptar la disciplina es recibir con voluntad abierta un orden determinado, como un ambiente adecuado para el desarrollo de mis actividades. Debe existir una ecuación perfecta entre el ser humano y las acciones disciplinadas, como la que existe entre el reloj y el mareaje de las horas.
Se acepta la autoridad porque es necesaria, y reflejo de la de Dios, autor de la sociedad.
Por esta razón el hombre, y mucho más el cristiano, ha de obedecer y someterse, porque su naturaleza y su conciencia se lo dictan.
Fundamentados en esta idea, los cristianos perseguidos en lo más querido, y martirizados en sus cuerpos, no se revelan contra la autoridad de los emperadores.
A pesar de tu sed de independencia, es necesario aceptar estos principios, para que tu proceder sea de hombre.
La disciplina no es un sistema para cohibir tu libertad, sino para encauzarla.
Con una libertad sin control, te ofende la más pequeña y justificada restricción de la misma.

Acepta libremente
El niño educado en la disciplina tiene confianza en el futuro. Sabe que el trabajo es el camino que lleva al éxito, y no recela de la justicia innata que asiste a un buen número de personas.
El que se crió en la relajación, cree que el éxito de la vida se debe a la casualidad o a la influencia. Es un pesimista con respecto a su futuro, desconfiando de su prójimo.
La disciplina en el adolescente produce un adulto eficiente ante la vida, y sensible ante las necesidades de los demás.
Ser educado significa ser formado. «Tanto valí cuanto sufrí» (Gracián).
La disciplina, con tal que sea libremente aceptada, es una verdadera autoeducación, sin el miedo servil al castigo. No serás entonces una máquina de hacer cosas.
Por el camino que conduce a un punto determinado un jinete cabalga con su caballo. Ambos van en la misma dirección: el caballo porque le llevan, el jinete porque quiere.
Determínate tú a marchar por el camino señalado, sin necesidad de que te empujen.
El educador no puede ceder ante las exigencias: sería hacer traición al principio de autoridad. Aunque estas exigencias en el fondo sean razonables, la forma de exigir las priva de su derecho, y dejan de ser justas. La autoridad es la columna vertebral de la sociedad. No es legítimo quebrar la columna vertebral del cuerpo humano, para saciar las apetencias del mismo aunque sean legítimas. Como para aplacar tu sed, no puedes poner tu vida en peligro. Deja de ser lícito.
Hablar y desear una libertad sin límites, argulle poca inteligencia, ya que ignora que existen muchas cosas que no se pueden hacer.
El verdadero espíritu de disciplina, no es el temor que provoca la ficción y la mentira, sino aquel espíritu de sumisión consciente y libre, necesario, por otra parte, para que no se destruya el orden imprescindible para la convivencia.
Dios concedió al hombre autoridad y libertad, para que esta última se sometiera libremente a la primera: esto será virtud. Y será esclavitud si eres sometido a la fuerza a un orden necesario; porque es preferible para el bien común, que tú culpable seas esclavo, a que los otros sean víctimas de tus caprichos.
La sumisión debe ser activa, es decir, que nazca de una convicción interior. La pasividad destruye la personalidad, formando un ambiente cuartelero.
La sumisión voluntaria, engendra el hábito racional y virtuoso.
Si tienes dominio de ti, y te conceden la libertad, no abusarás de ella.
Las faltas que cometes en libertad, serán el termómetro que indique el dominio de tus inclinaciones.
En condiciones de libertad, desarrolla tus iniciativas, pero no desahogues tu afán de libertinaje.
En el uso de tu libertad acostúmbrate a elegir lo bueno y rechazar lo malo, y tu voluntad se hará experta en el cumplimiento del deber.
Si evitas el mal porque te vigilan, tu voluntad no se hará fuerte, porque después casi siempre sin vigilancia, fácilmente te echarás en brazos de la tentación.
Si te acostumbras a elegir el bien, porque Dios te lo ordena, y evitar el mal, porque te lo prohibe, habrás entrado de lleno en la ruta de la vida virtuosa.
Las premisas de la libertad es la confianza que inspiréis a los educadores. Si queréis que os traten como a hombres, conducios como hombres.
El Papa Pío XII quiere la reforma de la juventud, no con el sometimiento, sino con el convencimiento; no con la violencia, sino con la persuasión. Lo contrario sería inútil, y no siempre justo.
Tienes que llegar a ser hombre, y la hombría no se consigue con la coacción, sino por la entrega al deber. El temor, si es servil, no vale para nada; si es respetuoso, es una ayuda.
No se puede trabajar, como deseaba Pío XII, para que se forme bien el carácter propio de cada uno de vosotros, y se desarrolle de día en día el sentido de la responsabilidad, para que os rijáis a vosotros mismos, y sintáis la responsabilidad de vuestros propios actos, si no aceptáis, como intangibles, el principio de sumisión a la autoridad.
Con el terror muere la alegría juvenil y el bienestar colectivo, se pierde la conciencia del mal obrar, cuando se procede bajo el imperio del miedo. Deformación que puede ser definitiva.
El niño taimado no es raro que llegue a ser un hombre peligroso, porque considera como un mal, no la falta, sino ser descubierto y castigado. Este criterio pasa a su moral, y se defiende negando su delito, o acusando a un compañero que no tiene culpa alguna. Cobarde para arrostrar su propia responsabilidad, acusa al inocente para salir de una situación embarazosa.

Libérate de la masa
En la colectividad se pierde la conciencia personal.
Si esto se dice de una masa de hombres de seso, ¿qué lindezas aplicaríamos a una masa de jóvenes? Por eso es menester que nunca pierdas tu responsabilidad ante Dios, y te sustraigas a la influencia de la masa.
Los castigos colectivos es fácil que te empujen al disimulo. Son correcciones en las que no se matizan la culpabilidad del individuo, ante una falta cometida por la masa. En ellas se ignora al hombre, y se busca La intimidación, a fin de conseguir un orden necesario para la marcha de un conjunto.
En ello hay un peligro para tu formación: al sentirte castigado sin culpabilidad, te acostumbras a las funciones, y te haces insensible a ellas, y aquello que te pudiera servir de una ayuda circustancial, va torciendo tu sinceridad, y el remedio sería peor que la enfermedad.
La más grave indisciplina no es el desorden, sino la hipocresía que se va aposentando en tu alma. Débil ante quien ostenta la autoridad, corres el peligro de destruirte; impotente para defenderte, te ocultas en la mentira, formándote un carácter falso.
Lleva con dilatado corazón los castigos inmerecidos: piensa que formas parte de una colectividad culpable; pon tu influencia con el consejo y el ejemplo, para que no se repitan las causas que los produjeron, y sobre todo recuerda que muchas veces los mereciste, y no has sido castigado.
Como consecuencia de estos castigos surge la desconfianza en la autoridad, y con ello las críticas que oprimen y hacen irrespirable el clima de convivencia, mermando el valor real del educador. La primera víctima serás tú alejándote de su influjo, y buscando la revancha en nuevas rebeldías.
Descubrir sus puntos débiles, y sintetizarlos en un apodo, es propio de un espíritu de escarabajo, que hace germinar su descendencia en el calor del estiércol.

Autocontrol vigilado
Provisionalmente tu voluntad ha de ser controlada por una voluntad ajena, porque tú no tienes aún pleno sentido del bien y del mal. El control que sobre ti ejerce tu educador, te dotará de este sentido práctico, hasta que tú lo asimiles como propio. Y cuando seas disciplinado podrás hablar de libertad.
Pero ahora aprende a nadar bajo la vigilancia de los demás, cuando aún no te cubre el agua, porque después tendrás que pasar grandes profundidades, que han de producirte vértigo. Te hundirás entonces en el abismo, si ahora en la piscina no sabes sostenerte por tu cuenta.
Si has aprendido los movimientos de la natación sobre el agua de la piscina, no tienes más que realizarlo sobre el abismo de los mares, sin ayuda de cinturones salvavidas. Adquirido el hábito de nadar, podrás cruzar corrientes impetuosas.
Los deberes que ahora te impone la disciplina son pequeñas responsabilidades, que llevadas con garbo harán que no te sientas empequeñecido cuando vengan sobre ti las responsabilidades del hombre.
Una voluntad no ejercitada espontáneamente será engullida al menor contratiempo, como los nadadores Inexpertos por el remolino.
Aunque ahora tengas andaderas, ejercita tus miembros, para que cuando te falten los apoyos, puedas sostenerte sobre tus propios pies.
Si sólo te apoyas en la vigilancia de la autoridad, cuando ésta te falte, se doblarán tus piernas y caerás de bruces.
Tu veleidad necesita un apoyo, y debes buscarlo en quien no sepa condescender con tus flaquezas.
No confundas al hombre sin autoridad, con el educador que vosotros llamáis «bueno», ni confundas la debilidad con la generosidad.
La autoridad por el bien de todos, no debe abdicar nunca de su cometido.
Prescinde de la vigilancia, porque tus obligaciones no nacen de que otro hombre te mire, sino de lo más profundo de tu propio ser. Sólo los animales, porque reciben una buena carga de leña, son disciplinados.
El jinete, cuando se desmanda el caballo, le clava el freno en la boca y le hace curvar el cuello con violencia, metiéndole el hocico en la garganta. Sólo cuando se le somete, le deja cabecear erguido y bracear a sus anchas.
Si usas a capricho de tu libertad, recibirás frenazos de tu educador: vivirás con menos espontaneidad, y serás menos humano,

Vigilate tú mismo
Lo humano es someterse, no ser sometido.
La vara de tu castigo es tu propia conciencia, y ésta se encuentra siempre contigo.
Tú eres el principal vigilante de ti mismo, puesto que te has de salvar por tus propios méritos.
El que sólo deja de faltar por motivos externos, se solozará en pensamientos y deseos, y adquirirá el hábito del pecado interno, aguardando impaciente la hora de la libertad y del desbordamiento, para seguir su propio camino.
Tu conducta no ha de ser tal, que exija de tu educador una mirada continua y atenta para sorprender tus faltas.
Suscita en él la confianza. Tus relaciones para con él no han de ser policíacas. Tus educadores no son miembros del F. B. I. para vigilarte continua y ocultamente. Son guías de un camino difícil e ignorado para ti.
La disciplina no es un conjunto de disposiciones, que emanan de un reglamento o de una autoridad, sino el «tono» y el «ambiente» que reinan en la comunidad. El «ambiente» y el «tono» no se imponen, se dan, y si se quiere, se toman.
Ser indisciplinado es desentonar de este principio armónico. La disciplina es como una tradición familiar, que nos clasifica a una altura determinada, a una temperatura propia, y si uno quiere considerarse miembro de esta familia, ha de ponerse a tono con su ambiente, y aclimatarse a su temperatura.
Todo esto será imposible, si este clima no se introduce y respira voluntariamente.
Ser disciplinado no significa pasividad: como la masa amorfa que recibe la forma que le da el panadero. Disciplina significa iniciativa en hacer lo que está mandado. El «hombre» no es hecho, sino que se hace a sí mismo, no pasiva, sino reflexivamente.
Haciendo lo ordenado hay unidad de parecer, y por lo tanto bienestar.
Por mucha energía que gaste tu educador, si tú no aceptas sus puntos de vista, toda energía será inútil... porque no eres una masa muerta, sino vida y autonomía.
La disciplina del espíritu es la que da valor al individuo.
El soldado consigue más por la disciplina que por la valentía.
Es la meta de un esfuerzo. Para llegar a esta meta es necesario no considerarla como imposible, ni siquiera como difícil.
El que se desespera por lo mucho que le queda por hacer, no hará nunca nada: el joven del Evangelio se echó sobre el surco ante la magnitud del campo que tenía que limpiar.
Limpia cada día cuanto pueda ocupar tu cuerpo, y el campo quedará limpio.
No dejes todo a la podadera del educador. Lo más fructuoso es lo que pones de tu parte. El teorema de matemáticas, y la traducción que no se olvida, es la que se resolvió con el propio esfuerzo.

Ama la disciplina
Esta disciplina aceptada es el camino más apto para el desenvolvimiento de tu personalidad, y por lo tanto digna de desearse, y como todo bien digna de ser amada.
Cuando llegues a amar la disciplina recibirás sus grandes beneficios.
Al representante de la ley, no se le debe mirar como a un «coco», sino como al aliado de mi propia salvación, protegiéndome con la ley contra mí mismo. La ley no puede ser enemiga, sino aliada del que hace el bien.
Un educador que cohiba las malas tendencias, tanto individuales como colectivas, es más necesario que los guardias de circulación en una calle estrecha y de un tránsito desusado.
Piensa en los embotellamientos, atropellos y muertes, si no hubiera quien controlara direcciones tan incontradas.
Piensa qué pasaría en ti mismo, con tus pasiones e intereses opuestos a otros intereses tanto o más legítimos que los tuyos.
Cuando se llega a la edad madura se bendice a los educadores que fueron exigentes, porque de aquella exigencia brotó un beneficio: ser curtido para la vida. Son los autores de nuestra felicidad.
Tú tienes tus derechos y Dios ordena a los demás que los respeten. Pero también los demás tienen los suyos, y Dios te los manda respetar.
Nunca llegarás a esta meta si no eres disciplinado. La disciplina entrena la voluntad para toda clase de lucha.
El gato manoseado no caza ratones.
¿Has pensado en tu suerte, si no te hubieran enseñado a andar? ¿Esta enseñanza no es digna de amor?

Ambiente de confianza
Puesta tu autoridad sobre su pedestal, y supuesta tu sumisión voluntaria, la confianza mutua es fruta madura.
La educación, más que un sistema, es una influencia que se respira en la atmósfera que rodea al muchacho, atmósfera que es engendrada si se quiere por el sistema.
Se termina por asimilarse, como se asimilan los giros del lenguaje, los modales familiares, o el tonillo regional.
Por eso si el «tono» ambiental no entra como por osmosis, si no tienes abiertos los poros de tu alma, esa disciplina externa, el conjunto de leyes y disposiciones, son inútiles. No serás «guiado», sino empujado.
Debes conducirte de tal manera, que sólo se eche mano del castigo como en la guerra de la última reserva.
Cuando el educador intuya en ti estas normas de rectitud interna, pondrá en ti una confianza sin restricciones, y tú te pondrás en sus manos como cera blanda para ser modelado.
No luches con él atándole las manos, porque esto sería más pernicioso que maniatar al cirujano que opera sobre el corazón de un enfermo.
«Donde no sirve razón, tampoco sirve el bastón.»
Deja aparte los enfados, las resistencias y las críticas, y en su lugar pon la cooperación, que es la mejor manera de agradecimiento. Aunque a tu inteligencia inexperta le parezca absurdo trabajar por tu propio Interés, a pesar de los posibles y accidentales desaciertos.
Es más, tu educador es digno de amor, al unir a tu porvenir, su porvenir temporal y eterno, ya que del cumplimiento de sus obligaciones para contigo depende su mérito ante Dios.
Este es el único camino viable, porque es inútil dar consejos a un adolescente recalcitrante, donde rebotan las más blandas y persuasivas palabras. «Duro con duro, nunca hacen buen muro.»
El consejo se estima tanto cuanto la persona que lo da. Si a esta persona la consideras como a un enemigo, no seguirás como el perro de la fábula, «del enemigo el consejo».
Por el contrario, si te mueves en un ambiente de simpatía, asimilarás sus directrices. De esa simpatía tú eres el principal factor.
Si el ambiente se hace irrespirable, tu formación será tísica. Y ese ambiente agobiante lo haces tú merecedor de castigos, desconfianzas y recelos.
Nunca se puede entrar por una puerta cerrada; y la de tu alma lo está a cal y canto a las influencias del educador.
El educador es como un jardinero: quita las malas hierbas, corta los brotes inútiles, endereza cuanto crece torcido. Su indiscutible intención es hermosear el jardín.
Estas operaciones se llevan a cabo en la tierra de tu alma, a base de sufrir los arañazos del rastrillo.

Aprovecha su experiencia
Debes pedir a Dios un telescopio para penetrar en la cuarta dimensión del tiempo y ver las escenas de tu porvenir, como tenemos un telescopio para penetrar en el espacio y contemplar constelaciones a simple vista desconocidas.
Este telescopio, para penetrar en la dimensión del tiempo, es la experiencia de aquellos que ya han corrido a través de él.
En la guerra se observa al enemigo con catalejos, para tomar las medidas convenientes, y en el tiempo usamos de la experiencia de los demás para orientar nuestro porvenir.
Como el que desconoce el punto de referencia fácilmente se desvía de su camino, así el que ignora la meta moral donde dirigirse, lo natural es que no consiga llegar a ella.
Ahora es el tiempo de tus desviaciones; si no te confías a tus educadores, por el contrario encerrándote en tus impulsos rebeldes y abandonado a ti mismo, tomarás malos caminos iniciales, y tu conducta se desarrollará cada vez más lejos de bien.

El mando de los iguales
En la dirección de tu vida, encontrarás junto a ti compañeros iguales en edad y saber, delegados legítimos de tus educadores.
Si mandas, nunca dejes de ser compañero: manda como deseas ser mandado.
El mando arbitrario entre compañeros fomenta la rebeldía, y te haces responsable, tú más que ellos, de los desórdenes de la comunidad. El abuso del mando provoca la sublevación y el estado de sitio.
No olvides que la obligación de obedecerte está limitada por las líneas del buen mandar. Tu autoridad no es para satisfacer tus caprichos y egoísmos. Si te dejas llevar de ellos destruyes hasta el campo legítimo de tu autoridad.
Un desertor vuelto al cuartel dijo a un buen oficial: Si hubiera muchos oficiales como usted habría pocos soldados como yo.
Dice San Pablo: «No provoquéis a ira a vuestros hijos.» ¿Y no es más fácil provocar a vuestros compañeros, ya que no tenéis sobre ellos un ascendiente natural?
Dice un proverbio árabe: El hombre guarda sus defectos debajo del sobaco; cuando levanta el brazo para mandar quedan al descubierto.
Hacen falta más virtudes para mandar que para obedecer.
Nobleza obliga. No hay nada más odioso que aspirar a un cargo, y no procurar honrarlo.
Si obedeces, muestra tu compañerismo en obedecer: el compañero que te manda se encuentra entre la espada y la pared; entre cumplir una obligación impuesta desde arriba, y molestar a un amigo. Líbrale de este compromiso facilitándole el camino con la ejecución voluntaria de lo mandado. El también representa a Dios.

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