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domingo, 14 de noviembre de 2010

Mis Comentarios a las cartas.

(Páginas 241-261)
A la carta del Padre Barbará
El problema de conciencia, que plantea, en su carta, este sacerdote, francés a todos los "buenos sacerdotes", que involuntariamente, si queréis, pero no por eso con menor eficacia, están colaborando a la obra destructora de la Iglesia, como los más eficaces auxilares que la subversión podría encontrar en el clero es ciertamente gravísimo. Desde luego, su actitud meramente pasiva, de aceptación, de obediencia, como ellos piensan, ha servido para que la división, ya latente entre los eclesiásticos, se manifieste más, como una denuncia y una condenación a los sacerdotes que han luchado por defender lo más precioso de la vida católica, el Santo Sacrificio de la Misa. Y el mantenerse ellos del lado de los progresistas, el no oponerse en manera alguna a las profanaciones que en los nuevos ritos, sin cesar se cometen, hace que los fieles miren casi como culpables a los sacerdotes y obispos, que siguen celebrando la Misa, como siempre se había celebrado.
Yo pregunto: ¿ante el tribunal de Dios, en el día en que tengamos que pasar por el juicio de Dios y escuchar la sentencia definitiva e inapelable, ex que pendet aeternitas, de la que depende la eternidad, como dice San Agustín, valdrán algo nustras excusas? ¿Acaso no recibimos la debida preparación teológica, para saber definir lo que es el Santo Sacrificio de La Misa, privilegio principal de nuestro sacerdocio? ¿No sabíamos, que la obediencia a cualquier autoridad humana sólo tiene un valor cuando el mandato del superior no contradice la Voluntad Santísima de Dios? ¿Habéis estudiado a fondo, a conciencia la doctrina del Concilio de Trento, el Catecismo Trídentino, la doctrina solidísima de la encíclica de Pío XII, la MEDIATOR DEI?
Bien sabemos todos que, en circunstancias normales la sencilla; y filial, obediencia es para nosotros el camino fácil y seguro para no errar, para salvarnos y santificarnos. Pero, éste no es el caso, en las actuales circunstancias. Aún los, simples fieles encuentran inexplicables tantos cambios, tantas anormalidades, que hemos presenciado y seguimos presenciando en los sagrados ritos. Todos se han dado cuenta y se preguntan qué significado puede tener esa liturgia, casi diríamos personal, que en los diversos templos usan los diversos sacerdotes, que celebran esa nueva misa, espectacular, divertida, pero inexplicable para nuestra fe y hasta para nuestra sensibilidad católica.
La respuesta, que suele darse, la afirmación de que la Iglesia ha llegado a la madurez, que tiene que hacer profundos cambios, para adaptarse al mundo de nuestros días, no les convence, porque no puede convencer a nadie. El dilema que se plantea a nuestra conciencia es espantoso; o la Iglesia estuvo equivocada antes, durante dos mil años o la Iglesia está equivocada ahora, porque se ha roto; el hilo de la tradición apostólica. Si la Iglesia estaba equivocada, si, como dice el cardenal Danielou, en su "diálogo" con le judío André Chouraqui, publicado en Bilbao en 1967; los católicos hemos tenido necesidad de repensar nuestra doctrina, de reconocer nuestros errores, de pedir perdón a los que hasta Pío XII consideremos siempre como enemigos de Dios, porque eran enemigos de Cristo, porque negaban los dogmas fundamentales de nuestra religión, entonces, hermanos sacerdotes, tenemos necesidad de reconocer que la "inerrancia" de la Iglesia y la "infalibilidad didáctica de su Magisterio" eran un mito, y, por consiguiente tenemos que colocarnos en una posición de identidad, de completa semejanza con las otras sectas cristianas y las demás religiones. Citemos las palabras de Danielou:
"En diversas ocasiones Ud., señor Chouraqui, ha abordado el problema del período del destierro y de la situación judía, durante dicho período. Tenemos aquí un problema, que atañe directamente a los crsitianos, porque ese período fue el de la hegemonía cristiana en Occidente. Es un período, en el que indudablemente la situación de los judíos fue penosa y el problema de la responsabilidad de ¡os cristianos en este orden ha sido planteado en la actualidad por el Concilio Vaticano II en su declaración sobre los no cristianos". . . "No estamos aquí ya dentro del problema de las teorías, ni siquiera dentro de los problemas que atañen a la finalidad de la humanidad, por graves que sean. Estamos ante problemas humanos dramáticos respecto de los cuales el deber nos impone hacer algo. Es, pues, necesario hacer una primera advertencia. Diré en seguida cuáles son las graves responsabilidades de los cristianos en esta cuestión del antisemitismo. Creo, sin embargo, que hay que decir que el antisemitismo no ha sido solamente un hecho cristiano. Existió ya antes del cristianismo. La Biblia, por ejemplo, en el libro de Esther, nos pone el hecho de persecuciones, de violencias sistemáticas contra comunidades judías por parte de comunidades paganas. Sabemos que hubo un antisemitismo griego en Alejandría.
"Y ¿a que puede atribuirse este antisemitismo? Creo que se debe a lo que, por lo demás, constituye indudablemente la grandeza del judaismo: su resistencia a ser asimilado. Resistencia a la asimilación, que es necesario definir bien. Los judíos fueron muy bien asimilados, desde el punto de vista cultural. Entraron muy bien, por ejemplo, dentro del mundo griego, muy bien dentro del mundo latino. Pero, por razón de la peculiar característica de la inspiración religiosa judía, resulta que los judíos permanecieron siempre inasimilables respecto de las religiones paganas. Esto es un hecho cierto. Creo que ha sido Ud. mismo el que recordaba que eran acusados de ateísmo, como los cristianos lo fueron luego, porque se negaban a adorar los dioses de la sociedad. Esto forma indudablemente parte de su grandeza.
"Pero debido a ello, las comunidades judías se presentaron con un carácter peculiar, con una coherencia particular. Usted mismo subraya el hecho de que constituye un fenómeno bastante extraordinario el que la comunidad judía haya sobrevivido a tantos esfuerzos de persecución y, al mismo tiempo, de asimilación. Porque hay dos maneras de suprimir una comunidad: una sencillamente destruyéndola, otra asimilándola. Ahora bien, la comunidad judía ha resistido este embate. Creo que aquí radica una de las fuentes del anitsemitismo, que ha subsistido durante los tiempos cristianos. Todavía hoy las comunidades judías se presentan como un núcleo irreductible. Se han ejercido presiones sobre ellas, se han hecho esfuerzos para obligarlos a la conversión, no lo negamos del todo. De hecho, esas comunidades han resistido a dichas presiones y, por eso mismo, se han hecho irreductibles a la civilización cristiana, de la misma manera que lo habían sido respecto de la civilización pagana. Tenemos aquí un punto de partida, que me parece importante destacar.
"En orden a ver ya de una manera más concreta en qué ha consistido, durante el período cristiano, es decir, desde Constantino hasta nuestros días, la naturaleza del antisemitismo, quisiera todavía hacer aquí muchas puntúalizaciones. No creo que ello se debiera a que los cristianos fueran especialmente perversos; hay malos cristianos, pero no son más perversos que los demás hombres. Debemos buscar las razones, que explican por qué ciertos odios cristalizaron sobre las comunidades judías.
"Hay un hecho que me impresiona ante todo y Ud. ha aludido a él: el imperio cristiano sucedió al imperio romano. En estos términos hubo un momento en que el poder público de los emperadores paganos vino a ser de los emperadores cristianos. Hubiera podido llegar a ser el de los emperadores judíos, porque hubo momentos, entre el siglo I y IV, en los que no es absolutamente seguro, como ha destacado muy bien Marcel Simón, si los emperadores se convertían al judaismo más bien que al cristianismo. Lo que Helena logró estuvo a punto de hacerlo Berenice antes de ella. Usted recordaba hasta qué punto, en torno a los emperadores de los siglos I y II eran judíos y hasta qué punto era grande la influencia judía en la corte.
"Pero, en definitiva, las cosas tomaron otro sesgo. Constantino y sus sucesores se convirtieron al cristianismo, y el cristianismo pasó a ser la religión sociológica y oficial del Imperio, como lo había sido antes el paganismo. A partir de aquel momento, tanto los paganos —porque hubo persecuciones contra los paganos— como los judíos se encontraron al margen de la religión oficial y, no necesariamente perseguidos, pero sí fuera de las estructuras de un mundo, dentro del cual, y esto es algo que nunca debemos olvidar, era inconcebible que se pudiera disociar totalmente el elemento político del elemento religioso. No podemos trasladar al siglo IV, después de Jesucristo, nuestras concepciones acerca de la libertad religiosa; es preciso reconocer que en aquella época, el elemento político y el elementó religioso formaban una especie de bloque, el cual implicaba casi inevitablemente —debemos reconocerlo— no necesariamente una persecución, pero sí una segregación inevitable.
"Era difícil que las cosas sucedieran de otra manera; que los judíos pudieran tener, dentro del imperio cristiano igualdad de derechos cívicos con los cristianos. Es lo que se llama "el ghetto". La gran diferencia, entre los paganos y los judíos consiste en que los paganos fueron asimilados y los judíos no. Del paganismo no queda nada, salvo resurrecciones literarias, como las que han suscitado algunos al descubrir en nuestro tiempo el ideal del paganismo antiguo. El paganismo fue totalmente asimilado; los judíos no. Volvemos a encontrar esa peculiaridad, este misterio de Israel en torno al cual estamos dialogando. Tenemos, pues, aquí un primer aspecto de este período del destierro.
Me parece importante también otro aspecto: creo que el antisemitismo fue con harta frecuencia, en el mundo cristiano, un movimiento popular, que no partió de arriba a abajo, de los gobernantes, sino que con frecuencia, surgió de las comunidades locales. Hablando en general, los poderes —estoy pensando tanto en los poderes religiosos como en los poderes políticos, singularmente en el Papado— ejercieron un papel de moderadores, asegurando a las comunidades judías cierto número de garantías y de derechos. Fueron los movimientos populares los que determinaron atroces matanzas en Alemania, en Inglaterra, en Francia y en Italia. Matanzas, que parecen vinculadas al hecho de que, cuando había crisis, y en particular miseria material, descargaba, con mucha frecuencia, sobre los judíos el furor de las multitudes. Esto se debe a que los judíos representaban un cuerpo extraño y, por otra parte, a que, por razón de algunas de sus cualidades, en los diferentes campos en que ejercían su actividad —actividad intelectual, pero también actividad comercial, porque hay que tener en cuenta todos los aspectos del problema— suscitaban envidias intensas. El pueblo medioeval tuvo una especie de mito del antisemitismo, que hace del judío el responsable de todos los males y de todas las crisis.
"Llego ya a lo que es más importante: saber en qué medida el cristianismo mismo, en cuanto tal, la enseñanza cristiana, el modo de presentar los hechos de la historia de Cristo, tal como lo hicieron los cristianos, han podido ser una fuente de ese antisemitismo. Nos vemos absolutamente en la obligación de responder que fue así. Y fue así debido a la manera en que fueron presentados los acontecimientos de la vida de Cristo, no tanto por parte de los grandes teólogos cuanto por parte de una literatura popular.
Chouraqui. ¡Numerosos teólogos y grandes santos!
Danilou.—Sí, algunos. Pero el problema se plantea todo en el plano de la presentación popular de la vida de Cristo y, en particular, de la Pasión. Los judíos eran los que habían matado a Jesucristo y, en la medida en que se despertaba en el corazón de los niños, en el corazón del pueblo cristiano, el respeto y el amor profundo a Jesucristo, era casi inevitable que se desarrollara una especie de hostilidad fundamental hacia los judíos, hacia los perversos judíos. Toda una literatura catequística, todo un conjunto de cánticos —recuerdo haber cantado en mi infancia un cántico, en el que se decía: '¡Deteneos, crueles verdugos!'— determinaron unas disposiciones de sensibilidad, un clima favorable al desarrollo de un antisemitismo propiamente racial. La Iglesia contemporánea ha llegado a tener conciencia de esto, comprobando las trágicas consecuencias de semejante actitud. Como Ud. sabe, esta actitud de conciencia se ha manifestado en un gran esfuerzo por corregir lo que, en la enseñanza cristiana, pudiera ser fuente de antisemitismo. . ."
Quise citar este diálogo entre el cardenal Danielou y André Chouraqui, (versión española del Dr. Nicolás López Martínez), porque en ese diálogo se exponen conceptos fundamentales para comprender el actual drama de la Iglesia, cuyo autor principal, como ya lo indiqué en mi libro anterior, es, a no dudarlo, el sionismo internacional, que influye poderosamente en el actual pontífice, si es que el actual pontífice no es, como parece, un miembro destacado de la "mafia". Porque, en ese diálogo, se reconocen varios puntos fundamentales del actual problema:
1) Se afirma, en una concepción materialista, de la historia que prescinde totalmente de la Providencia de Dios, que los judíos, con su influencia poderosa, que yo llamaría conspiración permanente, estuvieron a punto de "judaizar" al imperio romano. Se afirma que fue cuestión de "oportunidad, de buena suerte", el que hayan sido los cristianos los que ganaron la partida.
2) La conversión al cristianismo de los emperadores dio al cristianismo la hegemonía en Occidente; y esta situación de privilegio de la Iglesia originó una "situación muy penosa" para los judíos, con responsabilidades tremendas para los cristianos.
3) El Vaticano II —yo diría más bien el judío Bea— reconoció esas responsabilidades de la iglesia que con su doctrina, con su liturgia, con su catequesis ha preparado "una determinada actitud, respecto al mundo judío". Así se explica por qué la "reforma" de la Iglesia empezó con la práctica destrucción de la liturgia católica, sobre todo en el asunto vital del Sacrificio de la Misa, que perpetuaba constantemente el Sacrificio cruento de la Cruz. El antisemitismo —ese problema humano dramático respecto del cual el deber nos impone hacer algo— no ha sido solamente un hecho cristiano. Antes del cristianismo existió el antisemitismo.
4) ¿A qué se debe ese antisemitismo, que ha existido y existe fuera de las que Danielou llama comunidades cristianas, en casi todos los países, donde los judíos han arraigado como parásitos? Se debe, dice el cardenal, (que por ser de ellos, sabe bien lo que dice) "a la resistencia judía a ser asimilado", por los principios religiosos de los pueblos en donde han enquistado. Esto constituye, dice Danielou, la grandeza incomparable del judaismo. A esto, añadiremos nosotros, se debe principalmente su actitud de falsía, de intriga, de conspiración permanente.
5) Por eso la comunidad judía ha sobrevivido a tantos esfuerzos de persecución y, al mismo tiempo, de asimilación. Y por eso, diré yo, el judío es casi siempre, un presunto "marrano", un emboscado, un falso ciudadano, que no tiene más patria que su raza.
6) La causa íntima de ese aspecto refactario del judio a aceptar sinceramente el cristianismo, se debe al carácter mesiánico, que Dios mismo quiso imprimir en ese pueblo, escogido por Dios, favorecido por Dios, enriquecido por Dios, en orden a la preparación de la venida del Mesías, del Salvador del mundo, que, cuando vino, llegada la plenitud de los tiempos, no le recibieron. El judío es siempre un hombre mesiánico; si no acepta el mesianismo divino, se acoge el mesianismo materialista, y necesariamente, entonces, aunque finja amistad, es un enemigo que busca la destrucción del cristianismo.
7) No se puede cambiar la historia y, mucho menos, cuando es la historia de la redención, consignada en los Evangelios, en toda la Sagrada Escritura, en la tradición veinte veces secular, que arranca de los tiempos de Cristo. La audacia del Vaticano II es una de las pruebas más evidentes de que, en ese Concilio Pastoral, no estuvo el Espíritu Santo.
8) Por otra parte, no solo el pueblo, sino los grandes teólogos, los Papas y los Santos de la Iglesia han reconocido siempre la responsabilidad colectiva, que pesa sobre todos los hijos de Israel, en la muerte de Cristo. Una declaración de un Concilio Pastoral no cambia la verdad objetiva y, menos cuando esa declaración ha sido hecha por un judío, el cardenal Bea.
9) Nunca, sin embargo, hemos fomentado en nuestro corazón ese deseo de exterminio, que Danielou parece reconocer en la actitud del pueblo cristiano. ¿Qué ignora el cardenal los crímenes que la judería cometió aún en niños cristianos, únicamente por su odio a Cristo? Su Eminencia da por hecho que toda la responsabilidad de esas que él llama "persecuciones cristianas" han sido el resultado de un fanatismo antiracial, fomentado por la misma catequesis y la liturgia de la Iglesia. Pero, si no lo supiéramos por otras fuentes, con ese raciocinio tendríamos el argumento evidente para conocer el origen hebreo del cardenal y sus compromisos con la "mafia", según las consignas de arriba. Ahora entendemos por qué es cardenal, por qué es el jefe de los "silenciosos", por qué está esperando su próxima elección como sustituto de Paulo VI.
Volviendo a la carta del P. Barbará, dirigida a los "sacerdotes buenos", que involuntariamente, si queréis, se han convertido en los mejores colaboradores de esta autodemolición de la Iglesia, debemos insistir en un punto fundamental, sobre el que ya hemos hablado varias veces: la obediencia, cuando no se puede, ni se debe obedecer, cuando el hombre que obedece tiene o debe tener la conciencia necesaria para darse cuenta o, por lo menos, sospechar que algo anormal, algo indigno está ocurriendo en la Iglesia; que se están viendo y oyendo cosas que antes sólo las decían o hacían los no católicos; cuando la aceptación de las reformas significa un rompimiento manifiesto con la tradición, esa buena fe, esa falsa obediencia no justifica ante Dios, no nos exonera de la tremenda responsabilidad que por nuestra indebida sumisión adquiriríamos en conciencia. Sobre todo, si tenemos en cuenta que nuestra aceptación implica las inevitables consecuencias que nuestro mal ejemplo objetivamente está causando para ruina espiritual de las almas.
Ese silencio, esa pasividad, ese conformismo son ante Dios culpables, gravemente culpables, por más que nosotros queramos acallar la voz de la conciencia.
Siendo tan graves los temas, que yo he expuesto en mis libros, buscando únicamente el defender mi fidelidad a la Iglesia, para servir a Dios y salvar mi alma, yo pienso que se debería dar una oportunidad a todos los que en el mundo pensamos lo mismo, como pensó siempre la Iglesia de dos mil años, para defender nuestros puntos de vista, que si algunos puntos pueden ser opinables, otros son sencillamente irrefutables, porque no son sino una afirmación de la doctrina tradicional de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana.
Pasemos ya ahora a la Carta Abierta del Abbé J.P. Rayssiguier a Paulo VI, en la que, con la libertad de un San Bernardo o de una Santa Catalina de Siena, expone las quejas amargas de tantos y tantos católicos de todo el mundo.

CARTA ABIERTA A PAULO VI
Santísimo Padre:
Yo os escuché decir, ayer 29 de junio de 1970, desde lo alto de Vuestra "ventana", en Vuestro Palacio Vaticano, las siguientes palabras: "La relación de los fieles con Cristo tiene en Pedro, su ministro, su intérprete, su garantía. Todos deben obedecer lo que él ordena, si quieren estar asociados "a la nueva economía del Evangelio".
Esto no, Santísimo Padre. Tal pretensión, tal equívoco, tal error pronunciado por Vuestros augustos labios, desde lo alto del Palacio del Vaticano, en el día más solemne para Roma, la festividad de San Pedro y San Pablo, significa un gravísimo mal para nuestras almas.
¿Creis, en verdad, que nosotros debemos obedecer cualquier cosa que Vos queráis odenarnos y que debemos aceptar esa Vuestra "nueva economía del Evangelio"? ¡Imposible, Santo Padre, imposible! In nomine Domini, en el nombre del Señor.
En este 29 de junio, cuando en Vuestra mente y en Vuestra Voluntad tenías esos propósitos equivocados, Vos habéis menospreciado, con la actitud más altiva y más dura, a esos fieles, que venían de Italia, de Alemania, de Francia, de España, de Austria, de Bélgica, de Suiza, de América, y que, agoviados por el sufrimiento, estuvieron ante Vuestra puerta toda la noche, en oración y lágrimas, para suplicaros les permitieses celebrar el Santo Sacrificio de la Misa, que Vos les habéis arrebatado. Y, sin embargo, Vos les cerrasteis las puertas y Vuestro corazón, con una cólera reprimida. Vos los habéis rechazado.
Habían ellos venido, sguiendo los consejos del Señor (leed de nuevo a San Lucas, en el capítulo XI), a pediros pan; pero Vos les habéis dado una piedra. Os pidieron pescado, y Vos les habéis dado un escorpión, una serpiente, condimentada con Vuestro menosprecio. Dos días después, habéis recibido, con los brazos abiertos a los asesinos de misioneros de Angola.
Desde que Paulo VI reina en Roma, Roma enseña un Evangelio diverso, invertido, corrompido, "una nueva economía del Evangelio". Pero el Evangelio nunca ha sido, ni puede ser sometido a una nueva economía. Por eso, el Evangelio ya no es el mismo; ha sido reformado, cambiado, modernizado, adaptado, "aggiornado", adulterado, falsificado, montinizado.
La nueva religión, esa religión del libertinaje, que ahora nos enseñáis y que queréis obligarnos a practicar, la religión de Paulo VI es una falsa religión. Dios no la quiere. La Iglesia de Paulo VI, degenerada, intelectual y moralmente, es detestada por el Señor.
Y, a pesar de esto, Vos nos aseguráis que es necesario obedecer a Vuestras órdenes, cualesquiera que ellas sean. A Vuestra Santidad, que es moderno y modernista, le desagrada cualquier desobediencia, porque tiene una falsa concepción de la obediencia. Vos despreciáis la Iglesia de la edad media, a Vuestro juicio ya muerta, (para Vos esa Iglesia medioeval es el oscurantismo). Vos despreciáis a Santo Tomás de Aquino, al que no conocéis, al que no amáis, al que jamás habéis leido. Vuestra teología, cualquiera que sea, es más bien escasa.
Sabed, pues, Santo Padre, según el Doctor Angélico y toda la Tradición de la Iglesia con él, desde Jesucristo hasta Juan XXIII, la obediencia no tiene valor si no se funda en Dios, si no supone consigo la obediencia a Dios, si el superior, cualquiera que éste sea, no manda según la Voluntad de Dios.
El acto de inteligencia y de razón, el acto de la voluntad, por los cuales como Superior y Maestro nos habéis ordenado, en el caso concreto, abandonar la Santa Misa de San Pío V, la del Concilio de Trento, la de siempre, (calificada de anacrónica y fastidiosa, por Vuestro ministro Bugnini), no están en conformidad, evidentísimamente, con la Inteligencia y la Voluntad Santísima de Dios. No se fundan en la Inteligencia y la Voluntad de Cristo. Discípulo de los protestantes liberales, Vos, confirmando Vuestro juicio y voluntad al juicio y voluntad de ellos, pensáis en contra de Dios, queréis lo que Dios no quiere y ordenáis contra sus divinos designios. Obedeceros a Vos, en estas circunstancias, es desobedecer a Dios, traicionar a Cristo y a la Iglesia. Non possumus, Sanctae Pater, non possumus. ¡No podemos, Santo Padre, no podemos!
Dios, que es la luz, la verdad, la autenticidad, la claridad, la lealtad, la rectitud, la fidelidad, no puede admitir el equívoco, que Vos acostumbráis usar constantemente, pero que especialmente es manifiesto en la doctrina que nos habéis dado sobre la Santa Misa. Como un verdadero protestante liberal, habéis organizado el equívoco y lo habéis elevado a la categoría de un método y de un dogma. Vos habéis fundado la religión del equívoco, la Iglesia de! doblez. Vos nos obligáis fraudulentamente a aceptar la Cena de esos protestantes, que niegan la divinidad de Jesucristo, su Sacerdocio, su Misa, el Santo Sacrificio, la Eucaristía; y ¿queréis obligarnos a la obediencia a estas Vuestras desviaciones?
Santo Padre, nos exigís, de hecho, un servilismo indigno, una falsa y culpable obediencia a Vuestros errores, ignorancias y fantasías. Cuando Paulo VI se coloca al nivel de Juan B. Montini, ya no nos interesa, puesto que entonces no tiene ningún derecho sobre nosotros, ningún título por el cual le debamos obediencia.
La teología de siempre, la única verdadera, la que Vos ingnoráis y menospreciáis, enseña:
1°) que nosotros sólo estamos obligados a obedeceros, en la medida que Vuestros preceptos sean un eco auténtico de la Voluntad de Dios. Y que, cuando una autoridad más alta que la Vuestra (el Espíritu Santo, que habla por la Tradición viviente, imperecedera, que Vos menospreciáis —por boca de 262 predecesores Vuestros en la silla de Pedro, a los que tampoco tomáis en cuenta) nos enseña u ordena algo contrario a lo que Vos mandáis, nosotros quedamos no sólo dispensados de la obediencia que reclamáis, sino obligados en conciencia a no obedeceros. Paulo VI ha desdeñado la autoridad de la Tradición Apostólica, porque esa Tradición no se acomoda a su "nueva economía del Evangelio". "Es necesario obedecer a Dios, antes que a los hombres" (Act. Apost. V., 29). Es necesario obedecer a Dios antes que a un hombre, que ha olvidado que es Paulo VI, Papa legítimo, doctor y maestro de la verdad, para hundirse en la mediocridad de Juan B. Montini. "Sanam doctrinam non sustines". No toleráis ya la sana doctrina.

(Nota del traductor: Esta situación gravísima, que ya nadie niega, plantea, como expresé en mi libro "LA NUEVA IGLESIA MONTINIANA", un problema teológico y práctico de grandísima trascendencia: ¿Es Juan B. Montíni un verdadero Papa? —Ya expuse las diversas opiniones, que, entre los sacerdotes y laicos, preocupados hondamente por esta autodemolición de la Iglesia, cuyo principal responsable es, sin duda, Paulo VI, han sido publicadas, en las diversas partes del mundo. El autor de esta carta expresamente se adhiere a la opinión del Abbé Georges de Nantes, del P. Barbará y de otros muchos preclaros autores que, a pesar de las desviaciones del pontífice, que ellos denuncian, en asuntos relacionados con la fe y buenas costumbres, siguen, sin embargo, todavía pensando que Juan B. Montini es un verdadero y legítimo Papa, aunque sea un Papa desviado y hereje. Yo, no obstante, sigo opinando lo contrario: de iure sí es un Papa, pero no de facto. Es decir, conforme al derecho, sí es un Papa, pero, ante Dios, no es un Papa. Su elección, aparentemente legal, estuvo viciada en la raíz. Es mi opinión teológica.
De lo contrario, tendríamos que admitir secuelas inexplicables, estableciendo en la persona y en los hechos del Pontífice una doble personalidad, que parece incoherente con la idea fundamental de la metáfora, que Cristo usó para instituir el Primado: "Tu es Petrus: tú eres la roca, el fundamento inconmovible". Si el fundamento se desquebraja, el edificio cae por tierra.

2°) Que evidentemente, el subdito no está obligado a obedeceros, cuando Vuestras órdenes rebasan los límites de Vuestra autoridad, cuando abusáis de Vuestro poder y estáis animado de una turbia voluntad de poderío (como aparece principalmente en el caso de la nueva misa). Porque "los subditos no están obligados a sujetarse a los superiores, en todas las cosas, indistintamente, sino en un dominio determinado, fuera del cual los superiores no pueden intervenir, sin abuso y usurpación del poder". (Summa Theolgica II. II., q. 104). La cosa es clara: no podéis imponernos la nueva misa, porque esa nueva misa es impía.
Santísimo Padre, volved a ser el Papa, el Vicario de Cristo, el ministro de la verdad y de la caridad, el intérprete verdadero de la Voluntad del Señor, el garantizador de nuestras relaciones con El; volved a ser el hombre del Espíritu Santo, el inspirado del Cielo, el Doctor y Pastor de la Iglesia, como lo fueron todos los Papas antes de Vos, y, esclarecido por la luz de lo alto, comprended que nosotros no podemos obedecer cualquier cosa que queráis mandarnos, ni prestar nuestra adhesión a Vuestra "nueva economía del Evangelio": esto es ofensivo a Dios; esto es poner en peligro nuestra eterna salvación.
La nueva religión, contenida en potentia en el Vaticano II, desarrollada según los principios, que Suenens llama "la lógica del Concilio", es una nueva y perversa religión. Es la religión de la mentira, de los falsos horizontes, de la locura, de la ignorancia, del orgullo, del odio (ese odio con el que Vos habéis cerrado Vuestro corazón a Vuestros hijos, valiéndoos incluso de la policía italiana para acorralarlos).
La nueva misa de Paulo VI —este es el punto central— que, sin prueba alguna, Vos habéis declarado conforme a la tradición, en Vuestro lamentable discurso de noviembre de 1969, esta nueva y falsa misa, que Vos habéis hecho confeccionar por Bugnini —el funesto liturgista, echado del Lateranense por Juan XXIII— por Mac Thurian, el calvinista de Taizé, por los anglicanos Smith y Konneth, por los luteranos George y Sepherd, Vuestra nueva misa y el equívoco subversivo, herético, la profanación sacrilega, la impiedad, el insulto intolerable de la fe católica que ella constituye, Santo Padre, no puede ser por nosotros aceptada. NON POSSUMUS. ¿Queréis comprenderlo?
Si, como se ha dicho, Vos os encontráis misteriosamente prisionero, drogado, constreñido por los Villot, Garrone, Moeller, Jasques Martin, Bugnini, Benelli y consortes, carceleros nombrados y sostenidos por Vos mismo; decídnoslo. Nosotros pediremos a Dios que Os libre de ellos. Pero, Vos los amáis, porque son a Vos semejantes
¿No sois Vos y ellos los 'fabricatores errorum" los fabricantes de errores, maldecidos por el profeta Isaías?! (Is. 45, 15).
¡Ah! En este 29 de junio de 1970, Roma, el Vaticano, han dejado de ser la cabeza de la Iglesia. La sal de la tierra se ha hecho incípida. La Roma de Paulo VI no es ya la "Mater Ecclesíarum", sino una mafia despreciable de comprometidos, que obedece las órdenes secretas. Que cese de desobedecer a Cristo, al Espíritu Santo, y, entonces, nosotros podremos obedecerle.
Abbé J.P. Rayssiguier.
Roma, 30 de junio de 1970.


Esta carta no necesita comentarios. Habla por sí misma. Es el "NON POSSUMUS valiente, resuelto e irreversible de los mártires cristianos, que están dispuestos a dar su misma vida y todo lo que en la vida hay de más noble y querido, antes de traicionar a Dios, o negarle, o prestarse a participar en las profanaciones sacrilegas de una misa, cuando menos equívoca.
Sin embargo, creo poder aprovechar la oportunidad que la carta me brinda para tratar de nuevo el tema trascendental de la obediencia, que es el argumento decisivo, que usan los progresistas para defender sus posiciones y condenar nuestras resistencias.
Pero, esta opinión es absurda, insostenible: no se salva el principio de autoridad, cuando los que la detentan están en contra de la Voluntad de Dios, que nos consta por el testimonio de la razón, de la conciencia y demás argumentos de la ciencia teológica. El principio de autoridad esencialmente supone la conformidad de la voluntad del superior con la Voluntad divina.
La obediencia es una virtud moral, por la cual el hombre sujeta su voluntad a la de Dios o a la de otros hombres, por amor a Dios. Abarca, pues, esta virtud toda clase de actos, porque en todos podemos ver un precepto o voluntad expresa o tácita de Dios. Mas, no todo acto que se ajusta a la voluntad del superior humano, es obediencia, —hablo de la obediencia formal— auque sea obediencia materia), como dicen los teólogos. Para la obedíencia formal es necesario que el subdito se sujete a la voluntad del superior, precisamente porque en él ve al representante de Dios y porque su mandato significa para él la manifestación de la voluntad de Dios.
Ahora bien, ¿cómo es posible esta obediencia formal, cuando el subdito está claramente viendo que el superior no representa a Dios o se aparta manifiestamente de la voluntad santísima de Dios? Dicen algunos que, aun en estos casos hay que salvar el principio de autoridad, que exige el bien común y la estabilidad de la comunidad, presidida por ese ilegítimo superior o por ese mal superior.
La autoridad del Papa es el poder de jurisdicción, que Pedro recibió sobre todos los miembros de la Iglesia, obispos o simples laicos, del mismo Cristo y que es una prerrogativa de todos los sucesores de Pedro en el Papado. El Concilio Vaticano I, que fue un Concilio Ecuménico y dogmático, define así la autoridad del Papa: "Si alguno dijere que el Romano Pontífice tiene únicamente el cargo de inspección y dirección, pero no plena y suprema potestad de jurisdicción sobre la Iglesia universal, no sólo en las cosas relativas a la fe y a las costumbres, sino también en las disciplinas y gobierno de la Iglesia difundida por todo el orbe, o que únicamente posee la parte principal de esta potestad suprema, pero no toda la plenitud de la misma, o que esta potestad del Romano Pontífice no es ordinaria e inmediata sobre todas y cada una de las iglesias y sobre todos y cada uno de los pastores y fieles, sea excomulgado". (Sess. IV, c. 3). En el primer inciso de este canon se condena especialmente el error de los cismáticos griegos y de Febronio; en el segundo, el de Richard; en el tercero los del galicismo.
El Código del Derecho Canónico reproduce las palabras del Vaticano I, añadiendo que esa potestad del Romano Pontífice es independiente de cualquier otra humana autoridad, en su canon 218; precisando en el 219, para evitar todo género de dudas que "el Romano Pontífice, debidamente elegido, adquiere por derecho divino esa plena potestad de la jurisdicción suprema, desde el instante de haber aceptado la elección". Lo que se comprende considerando que el Papa no puede recibir la jurisdicción de un superior en la tierra, porque no le tiene, ni del pueblo cristiano (como conjunto de clero y fieles), porque no le ha sido concedida a éste, ni del Sacro Colegio, por ser éste creado por los Papas. El Soberano Pontífice no tiene más superior que Dios y de El recibe su poder.
La autoridad papal presenta los siguientes caracteres:;
1) Divina por su origen, directa o inmediatamente, pues fue otorgada por Jesucristo y únicamente por El, incapaz de aumento o disminución, no pudiendo cederse, enajenarse, perderse por prescripción.
2) Apostólica: en antigüedad, doctrina y sucesión de San Pedro.
3) Universal, en su extensión, abarca todos los lugares y personas.
4) Suprema, sin superior en lo humano, tanto en materias de fe como de costumbres y disciplina. Si hay definición, en materias de fe y costumbres, ex cathedra, sus definiciones son absolutamente irreformables; si versan sobre disciplina, sus disposiciones son solamente reformables por otro Papa.
5) Perpetua, mientras dure la Iglesia, ya que el Papado es el fundamento de la Iglesia.
6) Plena, abarca todo lo relativo a fe, moral y disciplina.
7) Ordinaria, para todos los casos.
8) Inmediata, con relación a todas y cada una de las Iglesias y a todos y cada uno de los pastores, sacerdotes y fieles.
Es, pues, el Papa la primera autoridad en la Iglesia, que de nadie depende y a nadie, sino a Dios y a su conciencia, debe dar cuenta de su gobierno, que es sagrado e inviolable. Mas, no por eso es su autoridad absoluta, arbitraria y despótica, sino que está limitada, moderada y templada, pues, en primer lugar, nada puede contra el derecho divino, natural o revelado (y para su Magisterio Supremo goza de la infalibilidad didáctica) y, en segundo término, la doctrina, el espíritu y la práctica de la misma Iglesia son reglas de moderación en el ejercicio de su autoridad. Es un principio en las escuelas teológicas que el Papa lo puede todo in aedificationem y nada in destructionem, es decir, que toda reforma debe fundarse en la santidad y en la utilidad de la Iglesia, de conformidad con el dogma y garantizando la moral. Bajo este aspecto sus derechos son para el Papa otros tantos altísimos deberes, ante Dios, ante la Iglesia y ante la historia. Su carácter de Vicario de Cristo le constriñe más que a nadie a cumplir las enseñanzas del Divino Maestro. Son lícitas, por consiguiente, las quejas contra su administración, cuanto ésta se opone a la voz indeficiente de la Tradición secular de la Iglesia, y, según Belarmino, es posible, en conciencia, llegar hasta la resistencia exterior en el caso de injusticia notoria.
Los habitantes de Galicia habían sido ganados al Evangelio por San Pablo, en su segundo y tercer viajes apostólicos. Poco después, llegaron judíos o cristianos judaizantes, que les enseñaban otro evangelio, otra doctrina distinta, es decir, un Jesucristo deformado y estéril, un Jesucristo judaizante, que les exigía se circuncidasen y cumpliesen la ley mosaica, y pretendiendo que el hombre es capaz de salvarse, sin la gracia de Cristo. Además sembraban desconfianza contra el Apóstol, diciendo que él no había sido autorizado por los primeros Apóstoles y que su doctrina no estaba en armonía con la de aquéllos. Fue en esta ocasión cuando San Pablo escribió esta carta a los Gálatas desde Efeso.
Las circunstancias son muy parecidas. Ahora se nos está predicando un nuevo evangelio, una doctrina que no es ya la de la tradición y, en puntos vitales, nos exigen admitir como verdades los errores condenados en el Syllabus, la Pascendi y la Humani Generis y La Mediator Dei. Nos han dicho que es necesario tener una nueva mentalidad, que para nosotros significa tener una nueva fe. No sólo se está protestantizando la Iglesia, sino que los nuevos judaizantes nos quieren obligar a judaizar la Iglesia. Por eso las palabras del Apóstol tienen en estas circunstancias una tangible vigencia:
"Me maravillo —decía el Apóstol a los Gálatas, de que tan pronto os apartéis del que os llamó por la gracia de Cristo, y os paséis a otro evangelio. Y no es que haya otro Evangelio, sino que hay quienes os perturban y pretenden pervertir el Evangelio de Cristo. Pero, aun cuando nosotros mismos, o un ángel del cielo os predicase un Evangelio distinto del que os hemos anunciado, sea anatema. Lo dijimos ya, y ahora vuelvo a decirlo: Si alguno os predica un Evangelio distinto del que recibisteis, sea anatema. ¿Busco yo acaso el favor de los hombres, o bien el de Dios? ¿O es que procuro agradar a los hombres? Si tratase de agradar a los hombres no sería siervo de Cristo". (Gal. I, 8-10).
En su comentario a esta epístola de San Pablo, Santo Tomás de Aquino, (Opera Omnia, vol. 21, pág. 175) nos dice: "Escribe el Apóstol esta carta a los gálatas, en la que les demuestra, que, después de haber venido la gracia del Nuevo Testamento, debe hacerse a un lado el Viejo, para que por el cumplimiento de la verdad, desaparezco la figura; por la gracia y la verdad se llega a la verdad de la justicia y de la gloria. San Pablo, después de los saludos, arguye e increpa su error, demostrándoles la autoridad de la doctrina evangélica. Les hace ver su ligereza en haberse dejado tan fácilmente convencer para abandonar la doctrina evangélica.
En verdad que estas palabras del Apóstol podrían decirse a tantos y tantos, que, con tan grande facilidad, en tan poco tiempo, sin la responsabilidad y ponderación, que cosas tan sagradas exigen, han sido conducidos pot los falsos profetas, los que halagan los sentidos, a un cambio profundo de mentalidad, como ellos dicen, que es un cambio de fe. ¡Dios mío! ¡Dios mío! ¿Cómo es posible explicar que esa "nueva mentalidad" haya logrado imponerse en familias y personas de reconocida tradición católica, de méritos muy grandes en la lucha gloriosa de la persecución religiosa? Yo, que tantas veces di los Ejercicios Espirituales a esas, en otros tiempos edificantísimas comunidades de las Religiosas del Sagrado Corazón (las así llamadas "Damas del Sagrado Corazón") y que admiré tan de veras su espíritu admirable, la educación tan prodigiosa, que daban a tantas jóvenes de la mejor sociedad del país, veo ahora el derrumbe lastimoso en que han caído, por las absurdas libertades de que gozan, contra sus reglas, contra sus costumbres tradicionales, contra la misma conciencia. ¿Cuándo habíamos visto a una superiora de esas religiosas enredada en líos amorosos con un jesuíta, que terminasen en una boda?

Pbro. Joaquín Sáenz y Arriaga
¿CISMA O FE?

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