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jueves, 9 de diciembre de 2010

MEDICINA Y RELIGION

RESUMEN HISTÓRICO
En cualquier forma que se aplique la aparición del hombre sobre la tierra —creación directa, partiendo del cieno, de acuerdo con el texto bíblico, o creación indirecta por la "humanización" de una rama del mundo animal— nuestros progenitores, expulsados del Paraíso terrenal, se hallaron expuestos a peligros de toda naturaleza, a la enfermedad y a la muerte. Es evidente que la primera sabiduría médica fué puramente empírica y que los remedios "caseros" representaron la primera farmacia. En cada familia los padres, por su experiencia de la vida, fueron los médicos de sus hijos. A veces el padre, a veces la madre, siguiendo su temperamento individual, asumió la dirección de los tratamientos; y es muy fácil imaginar en el núcleo de la familia, del clan o de la tribu, a algunos de estos médicos naturales puestos de relieve por alguna curación o por su habilidad en atender enfermos, llegando a ser verdaderos médicos profesionales en el grupo social al que pertenecieron.
Mas el hombre se acordó de Dios que lo había creado y que a veces se le manifestaba y guiaba sus primeros pasos por la tierra hostil; su espíritu se elevó hacia El e imploró ayuda. La oración y el sacrificio eran individuales y familiares. Pero en la dura lucha por la existencia, algunos olvidaban al Creador 0 descuidaban su culto; automáticamente, el sacerdocio se fue concentrando en los individuos más piadosos y reflexivos, que buscaban Los orígenes, la esencia y las causas bajo la experiencia exterior de las cosas y de los acontecimientos. Esos hombres, esos sacerdotes, por la tendencia natural de su espíritu, Iban a recoger cuidadosamente todo nuevo conocimiento, para deducir nuevos conceptos.
Al lado de la medicina empírica debió desarrollarse naturalmente la medicina sacerdotal. Esta se halló favorecida en cierto modo en su desarrollo, por la afluencia de los enfermos a los lugares del culto, y al mismo tiempo por el espíritu de calidad creado por los preceptos religiosos o por la piedad nacida de la meditación humana. El sacerdote socorría con su ciencia al enfermo, llegado para implorar a Dios o asistía con sus conocimientos a la criatura de Dios que sufría.
A través de las edades, en todos los países, en todas las religiones, hallaremos que la medicina civil y la sacerdotal tuvieron una evolución paralela. Cada una tendrá las ventajas y los inconvenientes de su situación particular: la primera será la más de las veces empírica, ciega, irracional y carente de disciplina; la segunda carecerá muy a menudo de contacto con la realidad, se perderá en especulaciones arbitrarias y se estancará en fórmulas estériles. Pero en realidad, siguiendo las épocas y los países, completándose por los datos o las disciplinas de la otra, cada una se hallará en condición de contribuir al progreso de los conocimientos humanos y de ser medicina verdadera, observadora y a la vez razonadora.
Por otra parte, la unión de las disciplinas experimentales y teológicas se presentó siempre como la base de una medicina completa. La unidad de la Creación, de la humanidad, se manifiesta en toda la antigüedad por el concepto que la mayoría de los hombres se hicieron de la enfermedad.
A cualquier religión perteneciesen, la observación —y del mismo modo la Revelación— les decía y demostraba que las enfermedades no tienen un origen unívoco, sino que nacen ya sea de causas naturales, ya sea de intervenciones sobrenaturales; y aun en el primer caso, está a menudo en las raíces del mal una infracción de la moral divina. Civil o sacerdotal, la medicina está íntimamente ligada con la religión.

LA MEDICINA EN LA BIBLIA
La Biblia, libro de la Revelación divina y de la historia, nos habla sólo incidentalmente de problemas médicos; y sería ilusión tratar de establecer los conocimientos y las costumbres médicas de los Hebreos por lo poco que la misma nos dice.
Sin embargo hallamos en ella claramente indicada la complejidad de las relaciones entre medicina y religión; y a menudo, aquí y allá, la mención de enfermedades y achaques corrientes y naturales. Para ellas se recurrirá a los médicos, cuyo ministerio ha sido fijado por Dios:
"Honrad a los médicos —leemos en el Eclesiastés (XXXVIII, 1-7)— porque los necesitáis y el Altísimo los creó.
Toda la medicina viene de Dios y recibirá los regalos del rey.
La Ciencia del médico lo elevará en fama y será alabado ante los grandes.
Es el Altísimo el que hizo de la tierra todo lo que cura, y el sabio no huirá de ello.
Dios ha revelado a los hombres el poder de las plantas. El Altísimo les ha dado su conocimiento, para ser honrado en sus maravillas.
Se sirve de ellas para aplacar los dolores y curar. Los que poseen este arte, preparan combinaciones agradables y ungüentos que devuelven la salud, y diversifican sus preparados de mil maneras."
Pero, entre las enfermedades naturales hay una que implica la impureza desde el punto de vista religioso: la lepra, que implica el aislamiento del enfermo fuera del campamento. Y la Biblia distingue netamente entre la enfermedad y la impureza religiosa, porque cuando la enfermedad se ha curado, no queda por ello suprimida la impureza. Es necesario que un sacerdote salga del campamento para comprobar la curación; luego deben realizar varias ceremonias purificatorias: ofrenda de pájaros, de maderas de cedro, de telas escarlatas y de hisopo, y aspersiones. El convaleciente debe lavar sus ropas, afeitarse y bañarse. Y la purificación se completa con el sacrificio de un cordero, las unciones y las libaciones (Levítico, XIII; XIV).
Del mismo modo algunas funciones fisiológicas implican una impureza temporal: las relaciones sexuales, los períodos menstruales, el parto (Levítico, XV).
Desde el punto de vista religioso, ciertas afecciones y achaques revisten gran importancia, creando una incompatibilidad más o menos definitiva, más o menos completa, con las funciones sacerdotales. La lepra, por ejemplo, trae incompatibilidad hasta la curación (Levítico, XXII, 4).
"Un hombre de la raza sacerdotal de Aarón no se acercará al ministerio de los altares, si es ciego, si es cojo, si tiene la nariz demasiado chica o demasiado grande o torcida.
Si tiene roto un pie o una mano.
Si es jorobado, si es bizco, si tiene una mancha en el ojo, si sufre sarna pertinaz o roña en todo el cuerpo, si está herniado. Lo mismo si tiene una mancha sobre el cuerpo.
Pero a pesar de ello comerá los panes que se ofrecen en el Santuario.
Mas lo hará en forma que no entre más allá del velo..." (Levítico, XXI, 18-23).
La Biblia nos habla finalmente de las enfermedades de origen sobrenatural, ya sea diabólico, como las úlceras o los males con que el demonio atribula al santo Job (Job, II), ya sea divino, como las úlceras de los Egipcios (Éxodo, IX) o los malos con que son amenazados en el Deuteronomio los que desprecian la ley de Dios:
"El Señor os castigará con la peste... os hará padecer de úlceras, como ya hizo con el Egipto; y os golpeará con la sarna y la comezón incurable en la parte del cuerpo por la que la naturaleza expulsa el residuo alimenticio.
El Señor os castigará con el frenesí, la ceguera y el furor...
El Señor hará llover sobre vosotros todos los malestares y todas las llagas que no están enumeradas en el libro de esta ley, hasta que os convierta en polvo." (Deuteronomio, XXVIII, 21-61).
A estas enfermedades sobrenaturales corresponden las oraciones y los sacrificios. Evidentemente, en estos casos el médico deja por entero el lugar al sacerdote.
Una cuarta serie de hechos une medicina y religión: es cuando una enfermedad natural se curará por una intervención sobrenatural, ya sea que exista la mediación de un agente físico, como la hiél de pescado, que devolvió la vista a Tobías (Tobías, XI); o los siete baños en el Jordán, que curaron de lepra a Naamán (Los Reyes, V); ya sea que la curación se cumpla sin acción material, como la resurrección del muerto tirado en el sepulcro de Elíseo (Los Reyes, XIII), y la curación que hizo Elias del niño de la viuda de Sarepta (Los Reyes, XVII).
Se afirma a menudo que la medicina judía es esencialmente sacerdotal, por el papel de los sacerdotes frente a los leprosos (Levítico, XIII, XIV); pero ya hemos visto que se trata de un acto sacerdotal y no médico. Que haya habido levitas médicos, es muy probable, dado el gran número de sacerdotes y las costumbres de la época, pero los Paralipómenos (XXIII, XXIV), que enumeran extensamente las funciones de los levitas y de los sacerdotes, no aluden siquiera a funciones médicas.
Por otra parte, los distintos autores que han estudiado la medicina de la Biblia, se han dividido en dos bandos; para algunos los preceptos de Moisés tienen un carácter exclusivamente religioso; para otros se trataría de preocupaciones higiénicas que guiaron al legislador.
No parece existir duda alguna de que la Biblia se ha mantenido esencialmente en el terreno religioso.
La prohibición de consumir la sangre de los animales procede de las ideas filosóficas de la época acerca del "pneuma" ("espíritu") vital y no de una teoría médica: "Cuidaos solamente de comer la sangre de esos animales —leemos en el Deuteronomio, XII, 23— porque su sangre es su alma y no debéis comer el alma con la carne".
El Eclesiastés, que cita las preparaciones vegetales capaces de devolver la salud, habla de un regalo de Dios, que beneficia la ciencia del hombre, pero no indica fórmula alguna. No ocurrirá lo mismo con los libros religiosos de otros pueblos, cuyos autores, más vulgares e indoctos, no desdeñaron comprender en sus escritos las nociones médicas de sus tiempos.
Pero la obra religiosa de los autores bíblicos está necesariamente obligada a concordar en muchos puntos de vista con la ciencia y la higiene actual. Como lo afirma Schlioma Kharon en su tesis sobre "Los principios médicos e higiénicos entre los Hebreos", "existe una estrecha solidaridad entre los intereses morales y los intereses materiales del hombre; lo útil está unido tan necesaria y constantemente al bien que estos dos elementos no pueden separarse radicalmente en la higiene, es decir, en la ciencia que tiene por finalidad asegurar la evolución regular y el funcionamiento normal de los organismos individuales, la conservación y el mejoramiento de las razas..."
La legislación mosaica tiene por fin conservar la raza judia, depositaría del culto del Dios verdadero, hasta el advenimiento del Mesías: de acuerdo con su origen divino y la naturaleza del hombre, es necesariamente higiénica en su grandes lineas.

LA MEDICINA EN LAS RELIGIONES NO BÍBLICAS
Del mismo modo en que la religión judía fue el faro que mantuvo a través de los tiempos el conocimiento del Dios verdadero, entre el oleaje contrario de los sistemas teológicos, también su concepto tan equilibrado de las enfermedades naturales y sobrenaturales y el del papel del médico en la sociedad nos pueden servir como punto de partida para el estudio de las ideas médico-religiosas.
La Medicina en las religiones caldeas y asirías
En contacto inmediato con la religión hebrea hallamos la idea del Dios único, oscurecida por el politeísmo más completo. Parece que el médico fué sobre todo sacerdote y mago: las enfermedades son obra de los demonios:
Upa, el execrable, actúa sobre la cabeza del hombre.
Namtar sobre la vida,
Outong sobre la frente,
Alai sobre el pecho,
Gigim sobre las visceras,
Telal sobre la mano.
Cuando el sacerdote-médico reconocía, a menudo con su varita, el mal, es decir, con qué demonio tenía que vérselas, entonaba las letanías, recetando un brebaje encantado o practicando sortilegios. Las inscripciones cuneiformes nos transmitieron numerosas fórmulas de oraciones:
La enfermedad de las visceras...
La enfermedad del corazón...
La envoltura del corazón enfermo...
La enfermedad de la bilis...
La enfermedad de la cabeza...
La disentería maligna...
El tumor que se hincha...
La micción que destroza...
El dolor que no pasa...
Contestando a cada ua de ellas: Espíritu del cielo, acuérdate. Espíritu de la tierra, acuérdate.
El médico comerciaba también con los talismanes destinados a hacer invulnerable el cuerpo contra los ataques de los demonios. Eran casi siempre tiras de tela sobre las que estaban escritas frases de conjuro: "Yo soy Bit-Nour, servidor de Adar, el campeón de los dioses, la predilección de Baal". Las tiras que llevaban estas palabras, estaban destinadas a las mujeres en cinta y, al parecer, debían facilitar el parto. "Vete, Namtar, demonio negro. Yo soy el bienamado de Baal; vete lejos de mí". Esta protegía contra la peste y todos la llevaban durante las épocas de epidemia. Otra protegía contra los accesos de fiebre: la fiebre estaba personificada por el genio Udpa.
Algunas veces las sentencias estaban grabadas sobre pequeños cilindros, que se colgaban del cuello, por un hilo que pasaba por su eje. Se han hallado millares de estos adornos-talismanes, tantos casi como los escarabajos en lo hipogeos egipcios.
Los sacerdotes tenían además tres o cuatro sistemas para asegurar el pronostico. Consultaban los presagios, las estrellas y las flechas mánticas.
Los procedimientos para conjuros y las fórmulas de los exorcismos se asemejan mucho en su mayoría a los indicados en el Atharvaveda.
Además, a la par de la medicina ritual y mágica, los médicos empleaban las nociones de las observaciones clínicas y ejercían cierta terapéutica natural. Así practicaban el taponamiento de las fosas nasales contra las hemorragias rebeldes y aplicaban colirios astringentes en los ojos enfermos de conjuntivitis. Conocían muy bien la importancia del régimen y prescribían algunas fricciones que hacen pensar en nuestros métodos de masaje.
En la inmensa Babilonia, las escuelas sacerdotales se hallaban en los barrios de Borsippa, Sippara y Orchoe (Bruzón).
La Medicina en el Mazdeísmo
La Persia nos pone en contacto con la raza aria, que invadió con algunas de sus ramificaciones por una parte la India, por otra la Persia, hacia comienzos del segundo milenio antes de nuestra era.
En la Persia, los arios llegaron por olas sucesivas y de distinta civilización; soportaron la profunda influencia de otros invasores, como los asirios y los medos. El fondo religioso común con los bindúes resultó pues notablemente modificado. La medicina oficial fué, como en la india, sacerdotal y de carácter religioso. La conocemos por el Avesta, algunas de cuyas partes parecen remontarse al V siglo a. C. y por el Dinkar, comentario del Avesta, y mucho más reciente.
Ormuzd o Ahur-Mazda es el principio del bien. Arimán o Angra-Main ya es el principio del mal.
Ormuzd creó seis benefactores inmortales, los Amschas-pands, dos de los cuales velan especialmente sobre los seres humanos: Hauravatat, la salud y Ameretat, la larga vida. Dos demonios se convierten en sus enemigos mortales, Tauru, la enfermedad, y Zairi, la muerte. Este dualismo servirá como base para las doctrinas médicas.
Tauru llama alrededor de sí a todos los males, prepara el terreno en que Zairi llegará a sembrar su veneno que no perdona. Mas Hauravatat y Ameretat son guardianes vigilantes. Ormuzd les ha dado dos armas: la oración y el remedio. Este origen divino de los remedios está revelado por Zoroastro en el Vendidad: "Y yo, Ormuzd, produzco las plantas medicinales por centenares, por millares, por decenas de millares".
Hay 99.999 enfermedades, hijas todas de Arimán, y son lanzadas por Tauru contra los hombres. Cada una es personificada por un genio; el Arte del médico reside en impedir que hagan daño. Para eso necesita una ciencia enorme, que no puede adquirir más que con la lectura de los libros... (Bruzón).
Los magos que ejercen el arte médico son los Baeshaza, que veneran a Thrita como maestro, porque fue el primer hombre a quien el Ser supremo reveló las virtudes de los simples. Se dividen en tres categorías, que corresponden a los tres procedimientos curativos empleados por ellos. Hay el Manthro-Baeshaya, el conjurador, el médico que hace tomar las drogas, el cirujano que no vacila en servirse de su cuchillo.
El Vendidad brinda curiosos detalles sobre los estudios de los médicos y sobre el modo como deben ejercer su arte: después de haber pasado algunos años en los templos y haber estudiado los libros, el joven práctico debe ensayar sobre tres infieles. Si los cura, tendrá el derecho de cuidar a los adoradores de Ormuzd; si fracasa, necesitará estudiar todavía.
Los médicos positivos griegos e hindúes llegaron a Persia hacia el año 226, al comienzo de la era de los Sasánidas. Una escuela importante fue fundada en Djondai-Chapour, donde se encontraron los discípulos del hindú Sucruta y de Hipócrates.
Después de la conquista musulmana, el Mazdeísmo emigró a la India, donde los Parsis conservaron sus tradiciones religiosas y médicas, mientras que los árabes recogieron en Djondai-Chapou r una parte de los elementos con que constituyeron el cuerpo de sus doctrinas médicas.
La Medicina brahmánica
En este caso la medicina se incorpora netamente a la religión. Dos de los cuatro libros sagrados, los Vedas (1200 a 1400 antes de nuestra era) nos darán informaciones médicas; una de las castas sacerdotales tendrá funciones de medicina. El Rigveda contiene un verdadero curso de terapéutica, como también oraciones dirigidas a los genios que curan y exhortaciones a las mismas almas de los remedios. El Atharvaveda está lleno de encantamientos, fórmulas mágicas, himnos de conjuro, aplicables en el decurso de las enfermedades y de las epidemias.
Cabe recordar que el vedismo era la religión de los arios (nobles) que durante el segundo milenio antes de nuestra era invadieron la India, habitada entonces por los Melano-Hindúes de varias razas. Se comprende fácilmente que los invasores, llenos de su superioridad, despreciaron la medicina rudimentaria y acusaron de brujería fetichista a los pueblos subyugados: se reservaron así la medicina oficial que, por el hecho de sus creencias acerca del origen de las enfermedades, era necesariamente de carácter sacerdotal. En el momento de la redacción de los Vedas se hallaba, pues, en las manos de los brahmanes. Cierto número de ellos se dedicaba al estudio exclusivo de la medicina. Constituían la segunda hermandad sacerdotal, inferior solamente a la de los sabios que se ocupaban solamente de la metafísica y teología.
Más tarde, los Kehatryas (guerreros) pudieron dedicarse también al arte médico, y finalmente la profesión fue permitida a los Vaisyas (trabajadores) y a los Soudras (razas conquistadas) . Pero los médicos reclutados en estas últimas castas no fueron más que una suerte de curanderos, universalmente despreciados por sacerdotes y guerreros. De ellos se habla en las leyes de Manú, cuando el legislador dice: "Los médicos deben estar excluidos de todas las ceremonias consagradas a los manes y a los dioses". Y más adelante: "El alimento compartido con un médico equivale a pus y sangre".
El estudiante de medicina lleva el mismo título de un estudiante de teología: es un Brahamacari. La Iniciación tiene lugar en la primavera, en una ceremonia durante la cual el alumno pronuncia la Charaka. Por ese juramento solemne el joven se compromete a vivir de acuerdo con las reglas de la corporación, a no usar la ciencia para cometer actos malvados, a cuidar por igual a pobres y ricos, a abandonar, como indigna, toda idea de lucro o de venganza.
La Enseñanza teórica abarca la historia verídica y legendaria de las enfermedades y de los remedios, la influencia de los astros y de las piedras preciosas, que tienen gran papel en la terapéutica hindú, el modo de extraer los jugos de las plantas y de preparar los brebajes. El alumno aprende con amor las fórmulas de conjuro y las oraciones que un buen médico debe dirigir a Soma, Agni, Acvins, Roudra y Dhavantiari. Roudra es una divinidad que personifica la renovación eterna de las cosas, el ciclo de todo recomenzar, el nacimiento y la muerte, la transmigración de las almas. Dhanvantiari es un héroe: el Esculapio de los hindúes. Sabio brahmán, recibe de Brahma la ciencia universal y Dios le permite revelar la medicina a los hombres.
La enseñanza práctica se reduce a su más simple expresión. Como está prohibido al justo verter sangre de animales; como quien toca un cadáver se vuelve impuro, esa práctica se limita a realizar simulacros de operaciones sobre hojas, cortezas, frutos y pequeñas figuras de arcilla... (Bruzón).
La enfermedad está considerada en la ley de Manú (II siglo a. C.) o como obra de un genio del mal o como castigo que Dios inflige a los culpables.
Por esto los malvados sufren una deformación corporal como castigo de los crímenes cometidos en la tierra, otros por los crímenes cometidos en una vida anterior. El que roba oro (a un brahmán) sufrirá la caída de las uñas; el bebedor de aguardiente tendrá los dientes negros; el asesino de un brahmán, la tisis; un ladrón de cereales, un miembro de menos; un ladrón de alimentos, la dispepsia; un ladrón de la palabra sagrada, el mutismo; el ladrón de ropas, la lepra; el ladrón de caballos, la cojera; el ladrón de una lámpara, la ceguera, etc.
El estado de pecado de los padres repercute en los hijos: de acuerdo con las varias malas acciones, nacen seres despreciados por las personas virtuosas, como cretinos, mudos, ciegos, sordos, lisiados (David).
La medicina toma un carácter más positivo en el primer siglo de la era cristiana, con Charaka, que compuso una verdadera enciclopedia médica, el Shamhita; luego, con Sucruta, autor del Ayurveda, donde se cree reconocer las teorías hipocráticas. Pero la medicina hindú debía quedar impregnada de conceptos religiosos hasta nuestros días.
La Medicina en las religiones del Extremo Oriente
En el Bon-Po, sistema religioso del Tibet, fueron los genios mitad divinos mitad humanos, pero particularmente malvados, los que inventaron las enfermedades para hacer sufrir a los hombres y a los dioses, porque estos últimos no están exentos de sufrir, aunque sean inmortales. La medicina esencialmente conjurativa se practicaba, pues, por los sacerdotes, quienes, según el caso, empleaban el grande o el pequeño exorcismo.
En la China, la religión arcaica se acompañaba a una medicina religiosa, y las pagodas eran rodeadas por jardines en que se cultivaban plantas medicinales. Las doctrinas de Confucio o de Jon-Kiao continuaron esta medicina sacerdotal. Hay tres grados y todas las enfermedades están catalogadas en tres listas minuciosas, y distinguidas en graves, medias y benignas. Las graves son cuidadas por los sacerdotes de primera clase: para ello no se emplea terapéutica alguna, sino preces, humildes suplicas a los grandes antepasados, aspersiones de agua consagrada, bendición de la harina, fumigaciones de nardo e incienso, toda una serie de ceremonias en las que el ritual complicado constituye un verdadero rompecabezas chino. Los sacerdotes de la segunda categoría atienden los males de segunda clase, siempre mediante preces y prácticas devotas. El divino Confucio se invoca con insistencia, porque su sabiduría y su ciencia son infinitas.
El clero inferior se encarga de las enfermedades de tercera categoría. Aquí aparece un rudimento de terapéutica y cada enfermedad tiene un remedio. A los afiebrados se les hace tomar el agua de la tal fuente. Hay baños para las torceduras, infusiones de té para el resfrío. El remedio soberano para los dolores gastro-intestinales consiste en deglutir una pizca de ceniza de papel dorado que se queme ante el ara de los difuntos.
Las doctrinas de Lao-tsé o de Tao-kiao crearon una medicina astrológica y alquímica. Los astrólogos proclaman la eficacia de los astros, pero detrás de los astrólogos y de los alquimistas, aparecieron los terapeutas y los hechiceros, que pretendieron curar a los enfermos en nombre de lo absoluto (Bruzón).
En el Japón los politeístas shintoistas transfirieron el supremo pontificado al Mikado. Los sacerdotes le deben obediencia absoluta y no cumplen más que funciones subalternas, en nombre de las que se ejerce la medicina.
El médico es un simple hechicero; echa los genios malvados con gran alboroto. Las fuentes termales deben sus virtudes a los dioses que reinan sobre ellas y que aman a los seres humanos. Cerca de cada una se levanta un templo donde los enfermos vienen en busca de la salud. Mientras se bañan y beben, los sacerdotes cantan himnos y ejecutan danzas sagradas.
Hacia el principio de la era cristiana, las ideas religiosas evolucionaron hacia el concepto de una Trinidad divina análoga a la Trimurti de los brahmanes. Las ideas biológicas se modificaron y, como en la China, se organizaron universidades en los templos, y sacerdotes recibidos en medicina atendieron a los enfermos en los hospitales. Pero se admitía umversalmente que las plantas no debían sus propiedades curativas a virtudes naturales, sino a genios particulares.
Las tradiciones médico-religiosas del Extremo Oriente fueron modificadas profundamente por la difusión del budismo, que traía consigo las doctrinas médicas de Sucruta, más conformes a su filosofía. Pero, como el budismo debía aparecer bajo diferentes aspectos, de acuerdo con las religiones con las que llegaba a tener contacto, o con los pueblos que lo adaptaron a sus tendencias espirituales, así la medicina de Sucruta debió sufrir numerosas transformaciones que resultaron desfavorables para el sistema.
En el Tibet la enseñanza médica se imparte en los seminarios Lamas. La más célebre Facultad de los Lamas es la de Kounboun, cuyos medicamentos vegetales, recogidos durante el curso de herboristería por profesores y alumnos, son famosos. Los Buriatos y los Calmucos poseen un libro de medicina, el Radijatchava, que ellos pretenden haya sido escrito por el dios Osachi y que es una traducción de las obras del Tibet. Todos los años, en Urga, la metrópolis del Buda viviente, se realiza un congreso en el cual los médicos de Lhassa se encuentran con sus colegas siberianos, tártaros y chinos. Las doctrinas biológicas son las de Sucruta con un matiz mayor de misticismo. Las doctrinas de los lamas inducen a veces al médico a facilitar la salida del alma del cuerpo, en lugar de tratar de retenerla.
En la China, las obras de Sucruta penetraron hacia el año 381, fecha en la cual el monje Houei-Jouen fundó el monasterio de Lou-Chan y recabó de la India sabios y libros. Los sacerdotes budistas organizaron la enseñanza médica en los conventos, fundaron hospitales anexos a las pagodas y servidos por monjas budistas. Existía un servicio especial de obstetricia ejercido por parteras con voto de celibato, pabellones para el aislamiento de los contagiosos y hasta casas de convalecencia en el campo. La administración de numerosísimos medicamentos era acompañada por preces especiales. No existía la cirugía, porque los preceptos religiosos prohibían el estudio anatómico. Poco a poco esta organización cayó en desuso. Las prácticas de la magia invadieron la medicina sacerdotal, mientras que la medicina laica, sin control ni dirección, se abandonaba a la fantasía más desbocada.
La medicina budista conquistó el Japón en el año 668, cuando un sacerdote chino fue encargado por el emperador de organizar la enseñanza médica en todo el país. Hubo, como en la China, un período de progreso, que las guerras civiles convirtieron en profunda decadencia.
Toda la medicina del Extremo Oriente se estanca en la rutina y en las prácticas supersticiosas.
La Medicina en las religiones del Cercano Oriente
La profesión médica estaba reservada a la clase sacerdotal. A cada templo estaba anexada un escuela donde se enseñaba teología, matemáticas, arte de escribir, geometría, astronomía y medicina. Las más famosas de esas escuelas fueron las de Mentís, Tebas, Sais y Chennu. El reglamento era extremadamente severo; los sacerdotes se preparaban a sus misión en la penitencia, en el silencio y en la castidad.
En días fijados, los enfermos pobres acudían al templo, donde estaba instalada una clínica gratuita. Allí los jóvenes aprendían prácticamente su arte.
El médico que salía de las escuelas sacerdotales, era todo un personaje. Formaba parte del alto clero, podía llevar el peinado de Osiris y la capa blanca de los sabios. Los cuidados que prestaba debían ser pagados y no todos podían llamarlo a su domicilio. La gente de la clase media se conformaba con los sacerdotes de la diosa Sekhet; eran una especie de curanderos elegidos entre los miembros del clero inferior y se consideraban indignos de estudiar la ciencia divina en los libros, pero habían logrado cierta competencia por una larga práctica. Finalmente había exorcistas, ya agregados a los servicios de los templos, como los pastóforos; ya independientes, que se dedicaban a una medicina de magia y superstición entre el pueblo bajo.
La medicina egipcia unía las prácticas religiosas y la medicina natural. El papiro de Leyden representa la medicina mística pura. La enfermedad es obra de espíritus malos; el remedio consiste en el encantamiento.
El papiro de Berlín pertenece a la gran época faraónica. Es sobre todo una obra de terapéutica, en la que se encuentran ciento setenta prescripciones entre las más variadas.
A continuación de las fórmulas médicas hay una fórmula mística que el paciente debe pronunciar al tomar el remedio: "Levántate, para siempre, oh bien permanente, destruyendo todo el mal ante ti. Tu ojo se abre por Ptah, tu boca por Sakri. Por el libro poderoso en que Panto ha enseñado los remedios, por Isis la divina, ¡que sean destruidos los gérmenes mortales que se hallaban en los miembros de Fulano, hijo de Mengana!"
Otra fórmula debía ser recitada por el que preparaba la droga, mientras molía las mezclas. Se dirigía a la divina Isis y a Horus, principio de todo bien.
El papiro Ebers nos ha conservado verdaderos tratados menores de medicina, tal vez fragmentos de la gran enciclopedia religiosa y científica constituida por los cuarenta y dos tomos de los Libros Herméticos, de que habla Clemente de Alejandría y que fueron destruidos en el incendio de la Biblioteca alejandrina.
A muchos libros de medicina se atribuía un origen divino o real. Su lectura estaba prohibida a los profanos: el papiro judicial de Turín refiere la condena a muerte de un tal Penhai, quien durante el reinado de Ramsés II había robado un tratado de medicina; no fue condenado por robo, sino por sacrilegio.
La medicina sacerdotal egipcia gozó de gran crédito en la antigüedad. Teofrasto, Galeno, Dioscórides tomaron de ella fórmulas y Máspero cree que la mayor parte de los tratamientos indicados por Plinio tienen ese origen. La medicina griega llegó al Egipto después de Alejandro, y, con protagonistas de la talla de Herófiles y Erasístrato, a quienes los Tolomeos permitieron la disección, tuvo un gran impulso la escuela de Alejandría. La medicina sacerdotal sobrevivió mucho tiempo al lado de ésta nueva y laica, luego desapareció poco a poco, dejando sin embargo muchos rastros en las costumbres populares.
En Grecia
Se atribuía a cierto número de dioses griegos la facultad de intervenir en las enfermedades; entre ellos Atenea Hygia en Atenas, Diónisos, Hércules, Apolo que protegían contra las epidemias, Diana que favorecía los partos y sanaba las enfermedades de los ojos. Pero la medicina tenía su dios en Asclepios (Esculapio), a quien estaban consagrados numerosos templos, como los de Epidauro, Titán, Cos, Pérgamo, Trica, Egea, Atenas, etc.
El culto estaba asegurado por numerosos sacerdotes que pretendían descender del mismo Esculapio. Algunos tenían la misión de recibir a los enfermos; los ex-votos de los templos conservaron el recuerdo de curaciones sobrevenidas por la directa intervención del dios. Pero las más de las veces el paciente debía tomar ciertos remedios y someterse a un determinado régimen. A menudo el tratamiento comprendía prácticas religiosas: era necesario tomar el remedio sobre el altar (Mercurialis), atravesar el templo y colocar la mano sobre el pie del dios o tocar el sagrado trípode (Arístides). Las curaciones se consignaban grabadas en tablas o en las paredes, con el tratamiento que las había obtenido. Los neófitos estudiaban leyendo esas inscripciones. Hipócrates, uno de los Asclepíades de Cos, habría hallado en ellas la base de sus trabajos.
Y el médico-sacerdote Hipócrates desembarazaría a la medicina de las prácticas supersticiosas. A través de los siglos, por él, la medicina se hallaría colocada en su verdadero terreno, la unión íntima de la observación con la divina misión del médico:
"El médico debe creer en Dios. Debe pensar religiosamente, dar sabios consejos, respetar el secreto de sus enfermos. Nunca ha de recetar medicamentos para causar o apresurar la muerte. Nunca indicará remedios abortivos. Su ciencia ha de alejarse de toda impureza, de todo acto culpable; nunca pondrá sus ojos con malvada intención sobre sus esclavos o sobre un joven. Nunca se dejará dominar por ideas de placer, de caricia, de goce, de diversión. Amará a los pobres y estará siempre dispuesto a atenderlos; será sencillo en su casa; controlará severamente su lengua; tendrá palabras bondadosas y se acercará constantemente a Dios." (Hipócrates.)
La Medicina en el Talmud y en el Corán
El Talmud, especialmente en la Mischnah y en la Ghemara, nos da informes exactos sobre la medicina judía. Nos muestra el conflicto entre los rabinos que imponen las manos y buscan la curación mediante preces y ayunos, y los médicos laicos. Estos parecen haber hecho un poco de anatomía y de vivisección en animales, en las escuelas de Tiberíades, de Surah y de Punbeditha. Pero el Talmud no permite la autopsia, más que en casos excepcionales y veda la disección (Rabí Moisés Sofer, 1792-1839, Weil). La medicina religiosa se limitó a las prescripciones rituales contenidas en el Talmud, dejando a la medicina laica, renovada por la griega, la misión de ser en gran parte la iniciadora de la medicina árabe.
Esta recoge de médicos judíos y cristianos, y también directamente, las doctrinas médicas de Sucruta, Hipócrates, Celso y Galeno. Pero los teólogos no están de acuerdo sobre el derecho que se pueda tener en tratar con la intervención humana los designios de la Providencia. Si Mahoma hace decir a Alá: "Soy yo que da la salud, yo que doy los medicamentos; trataos", Ahmed escribe: "Tratarse en caso de enfermedad es cosa tolerada, autorizada, pero abstenerse de todo tratamiento es más noble".
Por otra parte "el mejor remedio es el Corán". El médico Abd-el-Latif escribe: "He visto gente ociosa, acostumbrados a la buena alimentación, conservar a pesar de ello una buena salud. He tratado de indagar la causa y hallé que ellos rezaban mucho". Ciertas fórmulas gozan de un poder curativo, como los dos últimos capítulos del Corán. Finalmente, el agua ni la que se haya bañado un versículo del Corán y que se administre como bebida o por aspersión, es favorable para la salud (Ahmed).
A esta pasividad otros oponen que "Dios no ha enviado al hombre una sola enfermedad sin darle también el remedio que la cura" (Abou-Horeirah). "Cada enfermedad tiene su medicamento; cuando se ha hallado ese medicamento de la enfermedad, el mismo cura por la gracia del Dios de toda la grandeza y de toda la majestad" (Djabar). Pero los mismos partidarios de la actividad médica se encuentran trabados por el veto de la disección y el horror de la sangre, que reducen toda la cirugía árabe al empleo del cauterio.
En esas condiciones la medicina árabe realiza un brillante progreso en la embriaguez de la conquista y de los nuevos conocimientos hallados en los libros de los países conquistados o colindantes, progreso mantenido por otra parte con la incorporación de médicos judíos y cristianos; pero una vez que desaparecieron estas circunstancias excepcionales, y se detuvo ese aporte extranjero, la medicina árabe no pudo más que estancarse.
La Medicina en las religiones occidentales
La medicina occidental, anterior a la hegemonía romana, ni ere haber revestido el carácter habitual de las medicinas paganas, sacerdotal oficial y empírica, más o menos primitiva y supersticiosa.
El paganismo romano tuvo también su medicina sacerdotal. Casi todos los dioses tenían una importancia médica. Entre las divinidades latinas era la ninfa Egeria la más propicia para los enfermos. Fue ella, se cree, que inspiró las leyes de Higiene que Numa dio al pueblo. Sus fuentes en la Vía Apia en los bosques de Aricia tenían el poder de sanar todas las enfermedades. Sobre todo protegía a las mujeres embarazadas. Con el desarrollo de Roma, el panteón latino se enriquece con dioses extranjeros más o menos romanizados: Esculapio, Júpiter médico, Pan, Cibeles, Baco, Adonis, Isis, Serapis, todos tenían sus sacerdotes que asociaban en grados distintos las prácticas religiosas y la medicina natural.
Como en todos los países, existían paralelamente una medicina civil, debida a la enseñanza individual, y una medicina popular, que confiaba en los simples. Las conocemos a través de varios autores, especialmente Catón y Plinio. La disección humana estaba prohibida. Galeno no pudo diseccionar más que animales y tuvo nociones directas sobre la anatomía humana solamente por algunos médicos que acompañaron una expedición contra los Germanos, para quienes había obtenido del emperador la autorización de diseccionar los cadáveres enemigos (Dauchéz: SS. Cosme y Damián, página 33).
La medicina griega debió llegar a Roma hacia el año 200 a. C. Su representante más famoso fue Galeno, que en su juventud formó parte de la escuela de Asclepíades en Pérgamo. Como Hipócrates, a quien tenía en gran estimación, reunía el sentido de la observación con la más elevada espiritualidad.
"Al escribir estos libros —dice— compongo un verdadero himno en honor del que nos creó; y yo creo que la piedad firme no consiste tanto en sacrificarle un centenar de toros ni en ofrendarle los perfumes más exquisitos, como en reconocer y hacer reconocer por los demás cuál es su poder, su sabiduría y su bondad; cómo ha colocado todas las cosas en el orden y en la disposición más convenientes a su recíproca conservación. En efecto, el hacer sentir a toda la naturaleza sus beneficios, es dar prueba de una bondad que nos exige un tributo de alabanzas. Hallando todos los medios necesarios para establecer esa admirable disposición, ha demostrado su sabiduría tan claramente como, haciendo todo lo que le complació hacer, ha manifestado su omnipotencia." (De usu partium, libro III, cap. X.)
En el curso de esta rápida mirada sobre las relaciones de la medicina y la religión, vemos siempre una medicina popular, a veces empírica, a veces supersticiosa y mágica, desarrollarse paralelamente a la medicina oficial. Esta, por la fuerza de las cosas, se halla casi siempre incorporada al sacerdocio. En la mayoría de las sociedades antiguas, el sacerdocio constituye en efecto la clase intelectual, clase estable a la vez, porque es a menudo familiar y rica, lo que le permite dedicarse al estudio y recoger sus elementos; de esta forma se elaboran esas colecciones religiosas enciclopédicas que hemos hallado entre los diferentes pueblos. Pero el espíritu politeísta tiende a dar un origen mítico a las diversas ciencias, de donde surgió el carácter a menudo absoluto de las prescripciones médicas, perjudicial para el progreso de la ciencia; por otra parte, ciertas teorías filosóficas atribuyeron a la salud o la enfermedad un origen esencialmente sobrenatural, de donde nació una medicina de conjuros, sin carácter científico y lindante con las aberraciones de la purificación y la terapéutica con la orina de la vaca, propia de los hindúes.
Entre todo este oleaje de ideas religiosas y científicas, debido a la búsqueda instintiva o tradicional del Dios perdido, a la meditación sobre su acción posible sobre el mundo y la situación del hombre frente a El, vemos que la Biblia conserva la verdadera figura del Dios único y hallamos a la ciencia judía desligada de las tirillas sagradas de otros pueblos. En medicina, la Biblia, anunciadora de Aquel que ordena dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios, enseña la posibilidad de las enfermedades y de las curaciones sobrenaturales. Pero recomienda para las enfermedades naturales la atención del médico y el empleo de medicamentos. Para médicos y medicamentos establece el papel saludable que Dios ha querido, pero lo deja libre a la evolución del trabajo, de las facultades y de la voluntad del ser humano.

Dr. Henri Bon
MEDICINA CATÓLICA

BIBLIOGRAFIA
Tesis de medicina:
Bruzón, Paul: La Médecine et les religions, Paris, 1904.
Gallano, Pierre: L'Hygiène et l'Eglise au Moyen-Age, Paris, 1933.
Weill, Elie: Essai sur la medicene legale du Talmud, Estrasburgo 1922.
Las obras citadas en el texto.
Obras varias:
Amin-Gemayel, Dr.: L'hygiène et la médecine a travers la Bible, P. Geuthner, Paris, 1933.
Borchard, Marc: L'Hygiène publique ches les Juifs, Paris, 1865,
Casartelli : Traité de Médecine maadéene, Le Dinkar et son age, Paris.
Maimonide: Hygiène Israélite, Argel, 1887.
Vercontre: La médecine sacerdotale dans l'antiquité grecque, Paris, 1886.
Perron, Dr.: La médecine du Prophéte, Argel, 1860.

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