Vistas de página en total

sábado, 15 de enero de 2011

Conviene escuchar la voz de los sabios


     Hijo mío, cree en aquellos que han marchado por los senderos de la experiencia: la perfección de un alma está en mostrarse dócil a la voz de los sabios.
¡Infeliz del joven que no acepta ni freno ni riendas, y que pretende conducirse a sí mismo; que sólo quiere hacer su antojo, que quiere ser en la vida su propio guia y su único maestro! ¡Irá de error en error, de caída en caída, de abismo en abismo! Tú, hijo mío, presta oídos a los consejos de los que han encanecido en medio de los combaten de este mundo, y que habiendo visto el fondo de las cosas de aquí abajo, se han sacrificado desde hace mucho a la verdad y a la virtud.
Se llaman profetas, santos, los inspirados, los grandes genios que han ilustrado la humanidad y la Iglesia, y son los maestros de todos, pues nadie mejor que ellos han comprendido el fin de la existencia humana.
Si ellos a su vez han desaparecido de la faz de la tierra, el polvo de la tumba, sin embargo, no han cerrado su boca elocuente: ya muertos, hablan eternamente por su vida, sus obras y sus libros.
Su palabra es veraz, es a veces severa, porque se inspira en la sana razón de las santas Escrituras y del divino Evangelio, y pide el olvido de al mismo, la inmolación y el sacrificio.
Llegará el día en que tu corazón ardiente la encuentre fría tal vez como el agua de los ventisqueros. Acuérdate entonces que esta es el agua que fertiliza la llanura, y por lo mismo es la palabra de los sabios que hace las vidas fecundas.
En cambio, llegará también el día en que esta santa palabra se anime y se exalte. Se volverá brillante como el fuego, dulce como la miel, calmante como el bálsamo, fortificante como un generoso licor. ¡Feliz entonces tu tierna alma! En esos profundos preceptos, tu alma encontrará entusiasmo y amor y todas esas consolaciones con que el Señcr embriaga a los que quieren y hacen el bien.
Abre, por lo tanto, este humilde volumen, hijo mío: te llega de los grandes hombres y de los grandes santos, pues es con sus pensamientos venerables que yo he llenado estas páginas.
Y que puedas leerlo y comprenderlo; que puedas, sobre todo, traducir en tu vida los consejos que te da.
Te evitarás mil penas amargas: las decepciones, porque estarás preparado para todo: las lágrimas amargas del arrepentimiento, porque no tendrás nada, por qué llorar.
¡Feliz aquel que desde su tierna edad ama a Dios y se consagra al bien: su juventud se renovará como la de las águilas; su vida será más afortunada que la de los demás hombres, mil veces, y —después de una carrera radiante— como un sol que muere en la luz empurpurada del poniente, morirá rodeado de las claridades de la divina esperanza!

No hay comentarios: