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domingo, 30 de enero de 2011

De las cosas que el San Vicente Ferrer hizo por Cataluña

Antes que saquemos a nuestro Santo de España y le llevemos a Francia, donde acabó sus días, será bien que pongamos aqui recogidas las más principales y memorables cosas que hizo por toda Cataluña. De Barcelona ya hemos dicho hartas cosas arriba, y así sólo nos queda por decir que en la plaza del Blat había una mujer endemoniada, a la cual libró el Santo de aquella tan dura servidumbre, mandando al demonio que se fuese al infierno.
En Vich (ciudad y obispado de Cataluña) habia grandísimos bandos, y como el Santo era figurado por aquel caballo del cual se escribe a los treinta y nueve capítulos de Job que daba brincos y saltos con grande osadía y que de propósito iba a encontrarse con los armados, fuese allá y en un sermón se encendió tanto reprimiendo el pecado de la ira, que los bandoleros se inflamaron en amor y caridad de hermanos, y sin más esperar, delante de todo el auditorio hicieron paz. Y dice el proceso que aunque en todas partes procuró San Vicente de apaciguar los hombres que andaban enemistados, particularmente lo hizo en Cataluña.
A la que se iba de Vich a Barcelona, llegó a un mesón que estaba en el desierto, y, según se cree, es el que hoy se llama hostal de la Grua, y traía en su compañía de dos a tres mil personas, y no hallando más de quince panes y un poco vino, mandó el Santo a los despenseros que traía que repartiesen los quince panes entre la gente como mejor pudiesen, y que pusiesen el vino en un vaso de madera, que en estas tierras se llama portadora, para que cada uno tomase a su placer cuanto le pareciese, que así lo solían hacer en los mesones los que iban en compañía del Santo. Acudió entonces nuestro Señor con su grande misericordia, y de tal manera multiplicó el pan, que toda la gente comió cuanto había menester y bebió del vino ni más ni menos. Donde también se vio otro milagro, que el vino, que era antes poco menos que vinagre, se volvió muy suave. El huésped, viendo tan grande maravilla, rogó al Santo, puestas las rodillas en el suelo, no se fuese de allí sin bendecirle su casa. Lo cual él hizo de muy buena gana. Al otro día, queriendo el mesonero ir de su venta a la ciudad a mercar pan y vino, halló el arca llena de pan y la tinaja que casi le sobresalía de muy buen vino.
Tanto, y aun mucho más de notar, fue lo que le aconteció en Villa-Longa, de la mesma Cataluña, cuando llegando allá con los grandes calores de agosto en compañía de más de mil personas, un señor muy principal del pueblo, llamado San Just, sacó colación para él y los que con él iban; y como era costumbre, también puso el vino en una portadora, que dicen en Cataluña; y la gente, así como iba caminando, tomaba vino y bebía... Después de pasados todos no faltó nada del vino en el vaso. Fue el hombre corriendo tras el Santo para contarle lo que pasaba, hasta el lugar de San Martín, donde le alcanzó. Él le respondió que diese de aquel vino a todos los que le pidiesen de él. Y un obispo atestigua con juramento que él pasó por allí diez años después y aún no se había menguado, con ser verdad que daba de él a todo género de enfermos que le pedían, porque experimentaban que con aquello sanaban de sus dolencias. Este milagro entiendo que aconteció en el año de 1415, cuando iba a la junta o congregación de Perpiñán. Y lo que algunos sospechan que fue en el de 1405, téngolo por falso, porque en aquel año estaba San Vicente en Genova, con el papa Benedicto, el cual estuvo allí desde 16 de mayo hasta el 8 de octubre, como se puede ver en el libro 10 de los Anales de Zurita, a los 79 capítulos. Aunque él no trata nada de esto de Villa-Longa, porque no es cosa tocante a sus Anales.
Semejante cosa fue la que Dios hizo por la compañía del Santo en el monasterio de Scala Dei. Predicó San Vicente en la plaza que está en la puerta del monasterio, y acabado el sermón dijo que diesen de comer a la gente que venía con él, la cual era mucha. Sacó un religioso del monasterio dos canastas o espuertas llenas de pan, y un buen vaso de vino. Y después que todos hubieron comido, recogiendo las sobras del pan se volvió tan llenas las espuertas como las sacó, y lo mismo le acaeció del vino. Esto me enviaron escrito los padres de Scala Dei, y juntamente con la vida del padre D. Fort, varón santísimo, del cual adelante haremos mención otra vez, venían las cosas que se siguen, aunque ellas no tocan a la vida del Santo, sino a su muerte. Algunos años después de la muerte de San Vicente vivía en Scala Dei el padre Fort sobredicho, el cual era valenciano y natural de Albocácer. Este padre, como se puede ver en su vida y revelaciones, era devotísimo de la Orden de Santo Domingo, y un día, volviendo de la iglesia a su celda, vio tres frailes dominicos y luego fue al religioso que tenía cargo de semejantes cosas, diciéndole que recibiese bien a aquellos padres y les diese buen recaudo. Dicho esto prosiguió su camino hacia la celda, y pasando por cerca de ellos con gran silencio (porque era esto en el claustro), ellos le estorbaron el paso, y asi hubo de ponerse por medio, inclinando la cabeza; pero uno de los tres alargó el brazo y le detuvo, diciendo: ¿A dónde vais, padre? El padre Fort respondió brevemente, por no hablar más en el claustro: A la celda. Díjole el dominico mesmo: Vos, padre, habéis procurado en este mundo que fuésemos bien recibidos; pero nosotros tendremos gran cuenta con vos el día del juicio y también os haremos todo el bien que podremos. Porque si lo queréis saber, yo soy fray Tomás de Aquino, y este que va a mi lado es fray Pedro Mártir, y este otro es fray Vicente Ferrer. Luego se le desaparecieron. Y al padre Fort le saltaron las lágrimas de los ojos, de la mucha alegría y regocijo que le causó una visita tan deleitable como esta. Y gozóse extrañamente viendo que los santos del cielo recibían a su cuenta lo que el hacía por los pobres religiosos de la Orden de los mesmos santos. En el mismo convento tienen en grande veneración un pedazo de la capa de San Vicente y una disciplina con la cual se azotaba.
En Montblanc un desdichado hombre perdió el oído y también el seso a tiempos, y con su furia mató a algunos hombres, por lo cual fue echado de la tierra y hacía vida en los desiertos como bestia. Cuando vino el tiempo en que la misericordia de Dios quiso remediarle, soñó que volvía a Montblanc y que un fraile predicador le sanaba. Con esta imaginación vino a Montblanc y halló a San Vicente predicando, y cabe él muchos enfermos, y juntándose con ellos contó al Santo su trabajo, y díjolo con tanto sentimiento y lágrimas, que al mismo Santo hizo llorar, así como lloró el Redentor viendo llorar a la Magdalena. Apartóse el bienaventurado padre de la gente y recogióse un rato con Dios y, a lo que parece, como otro Moisés se estuvo debatiendo (a nuestro modo de hablar) con la justicia de Dios. En fin, cuando alcanzó del mesmo Dios lo que quiso, volvió al hombre, y haciéndole la señal de la cruz en la frente y orejas, le metió los dedos en ellas y le dijo: No dudes, hijo, que Dios te dará perfecta salud. Mas, antes que de aquí te vayas, confiesa tus pecados al sacerdote y toma de buena voluntad la penitencia que te diere; porque te hago saber que tus pecados te trajeron a tan triste estado como has pasado, y aun la justicia de Dios no se acababa de satisfacer con eso, sino que te habia de castigar con los eternos tormentos del infierno. No quiso el hombre confesarse con otro que con el mesmo padre, y él le cargó penitencia de ocho meses, en los cuales siempre le siguió como penitente. Otrosí en el mismo pueblo le trajeron un hombre lisiado y tullido, y quince años había que no se podía menear. Rogáronle sus padres del mozo que le sanase, y volviéndose a una imagen de nuestra Señora que allí estaba hizo oración por él; y con el favor de la Reina del cielo, por cuyas manos nos hace Dios tantas mercedes, hizo una cruz sobre el enfermo, y con grande espanto de todos se levantó y luego se fue de allí por sus pies. Allí mesmo estaba enfermo en la cama Antonio Pío, hijo de un albañil, por razón de una caída grande que había dado, entendiendo en la obra de una iglesia de nuestra Señora. Y estaba tan quebrantado y en tanto trabajo, que aun no se pudo hacer llevar a donde el Santo estaba. Rogóle, pues, por otra persona que le viniese a visitar, lo cual el Santo hizo de muy buena gana, porque gustaba mucho de visitar enfermos. Cuando Antonio vio al Santo dentro de su cámara, creciéndole las esperanzas y deseo de salud, tomóse a llorar diciendo: ¡Padre, vos sanáis a muchos, apiadaos de mí! ¡Siervo de Dios, no me desamparéis a mi solo! Usad del poder que Dios os ha concedido, que vos a nadie soléis negar vuestros favores. Vista su grande fe, mandó el Santo que todos se saliesen del aposento, y puesto de rodillas oró brevemente; después santiguó al mozo, y díjole: Mañana estarás sano e irás a la iglesia. Pero por nuestra Señora, en cuyo templo y fábrica tú trabajabas cuando caíste, te guardó que no murieses, yo te aconsejo que vuelvas al mesmo trabajo, y ni tú ni tu padre toméis por razón de él cosa ninguna.
En Cervera de Cataluña, dice Flaminio que le apareció Santo Domingo una noche, lo cual (según él y Ranzano escriben) pasó de esta manera: Durmiendo San Vicente en su pobre cama, entró por la celdilla con tan grande luz que se despertó. Y aunque al principio no le conoció, pero después entendió que era su padre Santo Domingo, el cual le dijo quién era, y añadió estas palabras: Dios me envía para que digas algunas cosas con las cuales quedes consolado y tomes nuevos alientos para predicar. Y luego hizo como que quería reposar con él en las mesmas tablas o cama donde San Vicente estaba, el cual se espantó tanto de ver que un hombre glorioso ya y ciudadano del cielo se tratase con él tan llanamente, que derribándose a los pies de Santo Domingo, le dijo: ¡Oh padre mío benditísimo, y de dónde me viene a mí que vos queráis reposar conmigo!. No permitió el santo patriarca Domingo que fray Vicente le besase los pies ni se humillase tanto como quería, y para más animarle le dijo: Hijo mío fray Vicente, persevera hasta la muerte en el estado y camino que has tomado, porque verdaderamente delante del acatamiento de Dios valen mucho tus obras. Y, para más consuelo tuyo, te hago saber que eres digno de reposar en el cielo conmigo, porque me pareces extrañamente, no sólo en traer el hábito que yo traje el tiempo que era mortal, como tú lo eres ahora, mas en otras muchas cosas. Eres doctor y predicador de la doctrina evangélica enviado por Jesucristo, como yo lo fui. Eres virgen y limpio, ni más ni menos que yo. Y, finalmente, como un hijo que de todo punto es semejante a su padre, ansí me pareces en todas mis buenas costumbres y obras; sólo en una cosa te hago gran ventaja: que yo fui tronco y raiz de aquella Orden, y tú solamente eres una flor o rama de ella. Persevera, pues, hijo mío muy amado, en la vida que traes, que acabada tu peregrinación subas a vivir conmigo entre los celestiales ciudadanos para siempre. Padre, dijo San Vicente, muchas gracias os hago por esta visita para mi tan dichosa; pero ruégoos todo lo prsible, pues tratáis allá en la bienaventuranza con nuestro Dios y Señor, que me dé la perseverancia que vos me aconsejáis. Como en estas y otras dulces pláticas pasasen gran parte de la noche, despertáronse los compañeros del Santo que estaban en otra pieza junto a aquella, y acechando por los resquicios de unas tablas, vieron que hablaba con San Vicente un padre muy venerable, de cuyo rostro salía tan grande luz que todo el aposento estaba muy resplandeciente. Disimularon ellos por entonces, mas venido el día le rogaron de parte de Dios y de todos sus santos les contase lo que había pasado con el otro Santo. No pudo San Vicente, forzado por la reverencia del nombre de Dios, dejarlo de contar a sus discípulos, aunque quisiera callarlo pero rogóles que lo tuvieran secreto. Uno de los discíplos que fueron tan dichosos que merecieron hallarse presentes a esta historia, fue fray Pedro Muva, compañero muy amado del Santo. Ofrecíasele ahora ocasión de tratar la gran semejanza que hubo entre San Vicente y el padre Santo Domingo; pero cualquiera que hubiere leído lo que Flaminio dice en los tres libros que, con estilo muy elegante y pulido, escribió de nuestro padre Santo Domingo, y los ocho que del mesmo Santo escribió Teodorico, verá muy grande verdad lo que decimos.
En la ciudad de Tortosa. deseando la gente oír su sermón, se estuvo parado en el pulpito un gran rato sin decir palabra ninguna, de lo cual se levantó una como murmuración en el auditorio. Entonces dijo el Santo: Hermanos, no os maravilléis si no digo nada, porque es menester aguardar la gracia de nuestro Señor. Dicho esto vinieron algunos judíos de la ciudad y les predicó de manera que se convirtieron a la fe católica; con lo cual se entendió luego que la gracia que el Santo aguardaba era un movimiento eficaz del Espíritu Santo que trajese a los judíos allí y después les alumbrase sus entendimientos. Este milagro dicen algunos italianos que aconteció en un lugar de Cataluña que ellos llamaban Laiocha; pero la verdad es que aconteció en Tortosa, como lo dice el proceso, y así lo dice también Flaminio. Roberto dice que en Cartusa, ciudad de Cataluña, pero es yerro del impresor, que pone Cartusia por Dartusia, que quiere decir Tortosa, y mejor dijera Dertosa. Y de aquí entienda el lector que cuando nosotros escribimos que algún milagro aconteció en alguna parte, si hallare que otro autor extranjero dice que en otra, ha de pensar que de propósito nos apartamos de él, aunque para evitar prolijidad no demos siempre razón de ello.
Predicando en la mesma ciudad dijo a algunos de los que allí estaban: Hermanos, de ese cabo de rio se ha encendido gran fuego en los pajares; id a matarle por vida vuestra. Fueron muchos corriendo, unos para remediar que no pasase el fuego adelante con gran pérdida de los pobres labradores, otros quizá por ver si el Santo decia verdad. Y llegando cerca de los pajares, ni vieron fuego, ni humo, que no les causó pequeña admiración. Mas andando por allí vieron un hombre envuelto con una mujercilla deshonestamente, y dieron en la cuenta que aquel debía de ser el fuego ardiente de que San Vicente había hablado. Y no habló, cierto, sin fundamento, porque de la lujuria dice Job que es un fuego abrasador.
Cuando se partió de Tortosa y pasó la puente de Ebro para venir hacia el reino de Valencia fue tanta la gente que venía tras él que la puente, como está armada sobre unas barcas, se comenzó a hundir y daba tan grandes crujidos que realmente entendieron todos que se iban a anegar, porque ya las barcas se henchían de agua. Con el miedo dio la gente grandes voces, rogando a Dios los valiese en tan evidente peligro. Volvió el Santo la cabeza e hizo de presto la señal de la cruz hacia el puente. Con lo cual en un momento se salió el agua de las barcas, y las tablas y vigas sobre las cuales la gente andaba se reforzaron de manera que todos quedaron alabando a Dios por la merced que les había hecho.

Fray Justiniano Antist O.P.
VIDA DE SAN VICENTE FERRER
B.A.C.

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