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jueves, 27 de enero de 2011

EL ESTUDIO MEDICO DE LA VIDA Y DE LA PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR

La persona física de Cristo
"Si el rostro del hombre refleja el alma invisible —escribe el Padre Didón—, Jesús debió ser el más hermoso entre los hijos de los hombres. La luz de Dios, velada por la sombra del dolor, esclarece su frente con un resplandor dulce, que el arte humano nunca logrará pintar".

Hasta 1898, acerca del aspecto corporal de Cristo, no se poseían más que vagos pormenores de la tradición, sintetizados por otra parte en tres imágenes cuya autenticidad se admite con claras reservas. Son los Santos rostros, llamados acheiropoiétes (no hechos por la mano del hombre):

1. La Sacra Távola, conservada en el Sancta Sanctorum, es una imagen de Cristo pintada sobre madera de cedro o de olivo. Atribuida a San Lucas, habría sido terminada por los ángeles. Se la conoce en Roma desde los primeros siglos, pero hoy no sería más que un calco que cubre el original dañado por el tiempo.
2. La Imagen de Edesa, conservada en Ginebra, sería un retrato que Jesús habría enviado a Abgar, rey de Edesa en la Mesopotamia. Esta imagen era ya célebre en el siglo III.
3. La Verónica (vera icón, verdadera imagen) conservada en San Pedro en Roma. Sería la impresión milagrosa que el Salvador habría dejado sobre el velo con que la santa mujer, Berenice, secó su rostro, cubierto de sudor y de sangre, durante la subida al Calvario. Al parecer, está casi completamente borrada, y se le conoce solamente por el grabado llamado "el Santo Rostro de Tours".
Estos Santos Rostros, más o menos restaurados o reconstruidos, no permiten siquiera, a pesar de una notable comunidad de caracteres, la representación del verdadero semblante de Cristo. Mas en 1898 tuvo lugar la exposición de una reliquia de la Pasión, la Mortaja de Cristo; llamada comúnmente Santo Sudario, que después de haber sido conservada al parecer sucesivamente en Constantinopla, Besanzón, Lirey y Chambery, se halla en Turín, desde que se la llevó allí para ofrecerla a la veneración de San Carlos Borromeo. Se reconoce en ella la doble impresión, por cierto muy vaga, de un cuerpo humano.
Ahora bien, una fotografía de la reliquia hecha por el caballero Pia, dejó comprobar con estupefacción que el clisé daba una imagen positiva singularmente elocuente: la impresión de la mortaja era y es un verdadero negativo. El estudio realizado por Paul Vignon, doctor en ciencias, con la colaboración del profesor Yves Delage, de Hérouard, maestro de conferencias en la Sorbona y del Comandante Colson, de la Escuela Politécnica, llegó a la conclusión de que la impresión se debió al contacto del cuerpo de un ajusticiado en las condiciones de la Pasión de Cristo, envuelto apresuradamente en una tela embebida del áloe de que hablan los Evangelios y dejada solamente un tiempo limitado en el sepulcro.
La reliquia proclamaba por sí misma su autenticidad y después de diecinueve siglos nos traía la fotografía de Cristo.
Las exposiciones recientes en 1931 y 1933 no han hecho más que confirmar estas conclusiones. Las fotografías tomadas durante estas exhibiciones por el caballero Enrié pueden obtenerse en los "Tertiaires du Carmel de l'Action de Graces", que tenía su sede en Cormeille-en-Parisis. (S. y O.), 4, route de Montigny.
A pesar de algunas lagunas en la historia de la reliquia, que fueron la base de discusiones a veces apasionadas, se puede piadosamente contemplar en ella el cuerpo del Hombre-Dios, muerto para redimirnos.
A nuestros ojos se presenta el cuerpo descripto siete siglos antes por Isaías: "De la planta de los pies hasta lo extremo de su cabeza, nada hay intacto: no es más que herida, contusión, llaga tumefacta, que no ha sido envuelta en vendas, ni curada, ni untada con ungüentos, ni aliviada con aceite. (Isaías, I, 6.)
Mas a pesar de esas llagas, de esas heridas, es ciertamente el más hermoso de los hijos de los hombres, de acuerdo con la profecía mesiánica del salmo 45: talla esbelta de 1,80 metros, proporciones perfectas y, sobre todo, un rostro de incomparable majestad. Contemplándolo, se comprende la timidez de los discípulos en interrogar al "Maestro"; la retirada de los acusadores de la mujer adúltera, mientras Cristo escribe en el suelo; la elocuencia do Jesús ante Pilatos y... la confianza de los niños atraídos hacía Aquel que promete el cielo a los que se le parecen.

Cristo desde el punto de vista médico
Los evangelios hablan de su salud física solamente en las líneas de nuestro colega y patrono San Lucas:
"Y el niño crecía y se fortificaba, lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba en El" (Lucas, II, 40).
"Y Jesús crecía en sabiduría, en edad (algunas traducciones dicen: "en talla") y en gracia ante Dios y ante los hombres" (Lucas, II, 52).
La mortaja de Turín atestigua que ese crecimiento acabó en un ser de forma perfecta, y los teólogos estiman que la enfermedad y las flaquezas no afectaron su organismo, exento por parte de su Madre y por Sí mismo de la mancha original.
Parecería que esto sería todo lo que se puede decir de la persona física de Cristo y que no queda más que recoger con piedad las sublimes enseñanzas que fueron admiradas por la mayoría de no creyentes y no cristianos de todos los países y cuya observancia ha de dar la felicidad a la raza humana.
Pero como esas enseñanzas contrarían tantas tendencias y pasiones nuestras, el Espíritu del mal sabe explotar muy bien nuestras ignorancias y nuestros prejuicios; y se han hallado hombres que han tratado de socavar la doctrina, desacreditando y disminuyendo todo lo posible la persona física y moral de Cristo, quien habría sido un degenerado, porque sus padres iban todos los años a Jerusalén el día solemne de Pascua y "la devoción es un signo de degeneración": Cristo habría sido un alcoholista, porque reclamó el vino en las nupcias de Cana, y en otras oportunidades alaba el vino añejo: habría sido un histérico, un débil intelectualmente, un megalómano, un afectado por el delirio de persecución, etc. Es de lamentar por el honor del espíritu humano, de la ciencia médica y de los no cristianos de buena fe, que semejantes absurdos hayan podido ser sostenidos por médicos más o menos ateos o racionalistas. Además, con algo más de moderación, se han publicado: Jesús, estudio psico-patológico, Jesucristo del punto de insta psiquiátrico, La salud física de Jesús, Cristo a la luz de la psicología, etc., estudios enumerados por el Padre Grandmaison (T. II, página 122).
El Dr. Schrameck, en su tesis Creencia y sugestión (París, 1924) reanuda el antiguo paralelismo antirreligioso entre Apolonio de Tiana y Nuestro Señor. Al primero "para ser Dios —escribe— no le falta tal vez más que el haber nacido semita". Apolonio, representante de la "Taumaturgia en general" sería un sugestionador autosugestionado, de donde surgieron la autoridad, los discípulos, los "milagros", la deificación, el culto. El pastor Jorge Berguer quiso encuadrar en el psicoanálisis algunos rasgos psicológicos de la vida de Cristo. (Ginebra 1920). Nos parece absolutamente inútil insistir; de todas esas producciones recordaremos sólo el juicio de G. Stanley Hall en su obra: Jesucristo a la luz de la psicología (pág. 244):
"Por eso Jesús reúne en sí todas las tendencias nobles del hombre. Encarna a través de las edades toda su resistencia al mal. Contemplando su carácter, sus acciones, sus enseñanzas, el hombre retoma su mejor "yo", su yo de antes de la caída, y viendo así encarnado el verdadero ideal de su raza, hace algo para evocar en sí la fuerza de resistir al mal de dentro y de fuera, le da algún estímulo para acercarse a su yo de antes de la caída, y hasta puede poner en juego fuerzas subyacentes que llevan a un camino de regeneración, aportan un sentido nuevo del deber, una pasión nueva por servir, y dan al hombre un respeto nuevo para consigo mismo, un nuevo autoconocimiento, un nuevo autocontrol."

Los milagros médicos de Nuestro Señor.— Su finalidad
"Cristo ha hecho milagros para confirmar su doctrina, y para demostrar que había en El una virtud divina". (Summa theol. III, p. 9-43, a. 3, c.). El mismo lo proclama claramente en uno de sus milagros médicos, la curación del paralítico de Cafarnaúm:
"¿Qué es más fácil decir: "Tus pecados te son perdonados", o "Levántate y anda"?
"Ahora bien, para que sepáis que el Hijo del hombre tiene sobre la tierra el poder de perdonar los pecados (dijo al paralítico): Yo te lo ordeno, levántate, toma tu lecho y ve a tu casa.
"Y en el acto, levantándose ante ellos, tomó el lecho en que estaba recostado y se fué a su casa, glorificando a Dios".
Cuando los enviados de Juan Bautista se presentaron a Jesús y le preguntaron:
". . .¿Sois Aquel que ha de venir o es otro aquel que esperamos?"
A esa misma hora, Jesús libró a mucha gente de sus males, y de sus llagas, y de los espíritus malignos, y devolvió la vista a muchos ciegos.
Después de eso les contestó: "Id, anunciad a Juan lo que habéis visto y oído: que los ciegos ven, los cojos caminan, los leprosos están purificados, los sordos oyen, los muertos resucitan y el Evangelio es predicado a los pobres:
'Y bienaventurado todo aquel que no se escandalice de mí." (Lucas, VII, 20-33).

De hecho, entre los milagros de Nuestro Señor, las curaciones milagrosas ocupan el lugar mayor. De esta manera la medicina goza del glorioso privilegio de ser una de las ciencias principales, llamadas a atestiguar la naturaleza y la misión divina del Salvador.

Número. — Las curaciones practicadas por Nuestro Señor, según la opinión misma de autores racionalistas como Ewald y Holtzmann, llegan posiblemente a varios millares. Los Evangelistas relatan sin cesar su multiplicidad:
"Jesús... recorrió toda Galilea, predicando el evangelio del reino de Dios y curando todos los males, y todos los achaques entre el pueblo. Su fama se difundía por toda la Siria y se le presentaron todos los que estaban enfermos, afectados por dolores y varios sufrimientos... y los lunáticos y los paralíticos, y El los curaba" (Mateo, IV, 23-24).
"Todos aquellos que tenían enfermos afectados por diversas enfermedades, se los llevaban; y El los sanaba, imponiendo las manos sobre cada uno de ellos" (Lucas, IV, 40).
"Y habían venido para oírle y para ser curados de sus males... y toda la muchedumbre trataba de tocarlo, porque una virtud partía de El y los curaba a todos" (Lucas, VI, 18-19).
"La gente del país (de Genesaret) reconoció en seguida a Jesús y recorriendo toda esa región comenzó a traer de todos los ángulos a los enfermos sobre camillas, en cualquier lugar en que creían que estaba.
Y en cualquier lugar en que se hallara, en aldeas, ciudades o campos, se colocaban los enfermos en las plazas públicas, y le pedían que les dejara tocar solamente la fimbria de su vestido; y todos los que la tocaban, curaban" (Marcos, VI, 54-56).

Y en otra circunstancia:
"Muchedumbres numerosas se le acercaban, habiendo entre ellas mudos, ciegos, cojos lisiados y muchos otros enfermos, y se echaban a sus pies y El los sanaba; y así las muchedumbres lo admiraban, viendo a los mudos que hablaban, a los cojos que caminaban, a los ciegos que veían; y glorificaban al Dios de Israel" (Mateo, XV, 30-31).

Estas fórmulas globales no son indeterminadas porque no se refieren a un vago "se dice". Se aplican a momentos preciosos de la vida de Nuestro Señor, y cada uno de esos momentos es citado por varios evangelistas.
Por otra parte, éstos relatan con sus pormenores unos treinta casos de esas curaciones: El hijo del oficial del rey, la suegra de San Pedro, el leproso de Cafarnaúm, el paralítico de Cafarnaúm, el paralítico de la piscina de Betsaida, el joven lunático, el ciego de nacimiento, el hombre con la mano desecada, el sirviente del centurión, el ciego y mudo, la hemorroísa, dos ciegos, un mudo, un sordomudo, la ciega de Betsaida, la mujer encorvada, la hidrópica, los diez leprosos, los dos ciegos de Jericó, la oreja de Malco.
Agreguemos las tres resurrecciones: el hijo de la viuda de Naím, la hija de Jairo y Lázaro.
La exactitud, lo vivido de alguna de esas narraciones es tal, que esas "observaciones" se cuentan entre las pruebas intrínsecas de la historicidad de los Evangelios. Una vez más la medicina ha sido llamada a "atestiguar" por Cristo.

Caracteres principales
Uno de los caracteres notables de las curaciones del Salvador es su variedad: los evangelistas enumeran las fiebres, la lepra, las parálisis, totales o parciales, las hemorragias, la ceguera, la sordera, el mutismo, la hidropesía, las llagas, las heridas, etc., sin contar... la muerte. Esta variedad excluye la acción de un proceso natural de curación y recalca la omnipotencia divina.
Lo mismo vale por los caracteres de instantaneidad e integridad de esas curaciones: la fiebre, las lesiones de la lepra, las de los ojos, de los oídos, etc., desaparecen instantáneamente; el paralítico se lleva su lecho; el Señor envía a los curados milagrosamente, para que los sacerdotes puedan comprobar su curación.
Se comprende la emoción de la muchedumbre en Jerusalén:
"Cuando Cristo venga, ¿hará más milagros que los que hace éste?" (Juan, VII, 31), y la afirmación del Apóstol: "Estos (milagros) han sido descritos, para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que, creyéndolo, tengáis vida en su nombre" (Juan, XX, 31).

El interés de su estudio
Esta importancia atribuida por Nuestro Señor a los milagros que realizara, y por los Apóstoles a los que los relataban, explica cómo el esfuerzo anticatólico se ha dirigido con insistencia contra estas curaciones. Se las trató de leyenda, de invenciones artificiales, o se ha aceptado su notable exactitud atribuyéndoselas, sin embargo, a magnetismo, sugestión, ciencia médica de Jesús, etc., sin olvidar el papel de los errores de diagnóstico, sobre todo, en los casos de resurrecciones. Los doctores Cabanés, Félix Regnault, P. Farez, H. Roger, etc., han sostenido teorías de esta naturaleza. Mas si la variedad de las enfermedades curadas aboga en favor de la acción divina, la diversidad de las hipótesis es más bien vergonzante para el valor de las mismas; sin contar que cada una de ellas, para sostenerse, se ve obligada a cercenar, agregar o suponer algo fuera del texto, y, variando esc algo según los autores, se llega a textos que serán todo lo que se quiera, pero no los Evangelios admitidos por los contemporáneos de Cristo.
Los médicos católicos que no se escandalizan del Señor, tienen afortunadamente una tarea más fácil. Guiados en el texto por la tradición y el contralor de la Iglesia, instruidos por ella y por toda la experiencia mística de sus Santos y sus Doctores, como por la ciencia y la filosofía, acerca de las posibilidades sobrenaturales, conociendo además los milagros que se verifican actual e intensamente a la luz de nuestros conocimientos modernos, pueden conocer la acción de Dios en toda su amplitud, en las curaciones evangélicas. Y además de la edificación personal que pueden obtener, exponiendo esos milagros con toda su ciencia, saben que continúan la acción del Apóstol: "los milagros han sido descritos para que creáis". ¿No son ellos, de hecho, a través de los siglos, los sacerdotes, las personas competentes a quienes Cristo envió los enfermos para que la curación fuera comprobada y conocida por todos, en todo su valor?

El Estudio médico de la Pasión
"La carne de Cristo —dice Santo Tomás— fue capaz del sufrimiento y de la muerte, y por consiguiente, también su alma fue capaz de sufrir. No cabe duda de que Cristo haya sentido realmente el dolor... pudo haber en El una verdadera tristeza... y temor. Sin embargo, esos movimientos de la sensibilidad en Cristo no pudieron nacer más que de acuerdo a la razón: y su razón no pudo nunca ser perturbada".
Efectivamente, fue Cristo un ser perfecto: perfecto por su razón, perfecto también por su sensibilidad física y moral. En El no hubo la anestesia de esos sistemas nerviosos perturbados, que por otra parte aparece muy raramente en el momento oportuno; no hubo el síncope que permite huir a una parte de la tortura; no hubo la locura del terror, que en su desencadenamiento puede pasar por sobre ciertos sufrimientos. Fue Cristo el hombre perfecto, que debió soportar, más que ningún otro hombre, el suplicio atroz, por cuya aceptación redimió a todos los hombres.
Los médicos podemos sondear más que nadie el martirio corporal del divino Maestro; los médicos, llamados a conocer el dolor humano, debemos recordar más que nadie el dolor de nuestro hermano Jesús; los médicos podemos controlar cada pormenor de la narración evangélica y aportar nuestro testimonio de que es verdad. Vamos a resumir los trabajos notables de dos cirujanos, los doctores Le Bec y Pierre Barbet.

El sudor de sangre
El mecanismo de la producción de los sudores de sangre no está bien explicado; parece hallarse casi siempre en relación con un choque moral extremadamente intenso. "Ahora bien, —dice el Abate Fillion— las torturas infligidas por los hombres, aun cuando puedan ser desgarradoras, son bien poca cosa frente a los sufrimientos directamente impuestos por Dios. Fue Dios mismo quien hizo llevar al alma del Salvador, en el Huerto de Getsemaní, el horrible peso de todos los pecados del mundo".
El choque moral fue, pues, de una violencia extrema, pues el Salvador dirige al Padre este ruego en alta voz: "Si es posible, que se aleje este cáliz de mí"; pero agrega en seguida: "Sin embargo, que se haga vuestra voluntad y no la mía".
No podríamos admitir en Nuestro Señor uno de esos desarreglos del sistema nervioso, que a veces se encuentran en los sujetos afectados por la hematidrosis; por una parte nos lo prohiben nuestros conocimientos teológicos y psicológicos de Cristo; por otra la fuerza moral y la resistencia física atestiguada durante las largas horas de la Pasión, lo desmienten en absoluto. Es por lo tanto exclusivamente el dolor moral experimentado por Cristo en su agonía por nosotros, en el Huerto de los Olivos, lo que provocó esa manifestación física de choque intenso.

La flagelación
La flagelación fue uno de los episodios más crueles de la Pasión del Salvador. El sufrimiento debe haber sido excesivo, porque Horacio llama al látigo "horribile flagellum". En realidad, según el Santo Sudario de Turín, el instrumento del suplicio de Nuestro Señor no fue el flagellum, compuesto de cuerdas retorcidas y anudadas sino el flagrum de correas provistas en la extremidad de un botón metálico en forma de plomos redondos. En efecto, M. Vignón notó en la impresión de la cara dorsal muchas decenas de heridas de tres centímetros de largo, hinchadas ligeramente en los extremos. La agrupación de esas heridas y su orientación permiten deducir la acción de dos flageladores, ubicados detrás y a cada lado de Cristo. Se nota también alguna de esas heridas en la impresión frontal. Esos rastros se deben a la exudación sanguínea que ha manchado la mortaja, lo mismo que la sangre de las heridas de la cabeza, de las manos, de los pies y de la llaga del costado. En cambio, la impresión general del cuerpo de Cristo se debió a la acción del amoníaco úrico exhalado por el cadáver, sobre la mezcla de áloes que impregnaba la mortaja. Por estas razones las impresiones de las heridas son positivas, mientras que la silueta general es negativa.
De cualquier manera, el dolor de esa flagelación debe haber sido intenso; el Santo Rostro del Sudario de Turín conserva al respecto un rastro elocuente: de una de las llagas frontales, producidas por la corona de espinas, fluye un reguero de sangre que alcanza la ceja izquierda. Ahora bien, ese reguero describe dos puntas vueltas hacia la derecha, que nos parecen debidas al correr de la sangre por los surcos de la frente, contraída por el dolor. Esas llagas múltiples produjeron hemorragias debilitantes: la Santa Túnica de Argenteuil, que está impregnada de la primera sangre vertida, conserva manchas amplias. Finalmente la reabsorción de la sangre de las equimosis fue una causa de la fiebre en las horas sucesivas.

La Vía Crucis
Como todos los cruciarii (condenados a la crucifixión), Nuestro Señor debió llevar su cruz. El peso de ese instrumento de suplicio era considerable. Su aplicación sobre las espaldas ya fuertemente magulladas por los golpes de látigo, provocó un dolor agudo durante todo el camino. El Sudario de Turín y la Túnica de Argenteuil tienen una gran mancha sobre el hombro derecho. La distancia que debió salvar el Redentor, fue relativamente corta, tal vez unos 600 metros. Pero el camino, como se comprueba por las partes que se pudieron hallar, era desigual, lo que obligaba a un esfuerzo incesante: por eso el agotamiento del Salvador se manifestó en las caídas (Dr. Le Bec). Ese esfuerzo y la fiebre explican fácilmente la transpiración que proveyó la urea citada en el génesis de la impresión del Sudario.
"Y le dieron a beber vino mezclado con hiél, mas cuando lo probó, no quiso beberlo". (Mateo, XXVII, 34). San Marcos habla de un vino de mirra. Se trata de un vino al que se mezclaba mirra y substancias aromáticas y que se consideraba como un narcótico poderoso, pero de efecto muy breve. Los judíos acostumbraban darlo a los condenados, como ligero alivio a su suplicio. Parece que los verdugos del Señor le agregaron hiél para que no pudiera beberse.

La Crucifixión
Los verdugos van a concluir su tarea. El Salvador de la humanidad está extendido sobre la Cruz; se plantan en sus manos y en sus pies esos gruesos clavos cuadrados, largos diez centímetros y anchos unos ocho milímetros cerca de la cabeza, como el que se conserva en la Iglesia de Santa Cruz de Jerusalén, en Roma. El Dr. Barbet confirmó con sus experiencias lo que demuestra el Sudario de Turín: los clavos de las manos fueron plantados en el puño, para hallar en los ligamentos del carpo el sostén necesario al peso del cuerpo. El clavo o los clavos de los pies habrían sido plantados en la parte posterior del segundo espacio intermetatarsiano.
La Cruz fue levantada y plantada brutalmente en el agujero de la roca. Sufrimiento atroz.

Comienza la abominable agonía.
La sed tortura al Crucificado. El grita: "Tengo sed". A esa queja parece que se contestó como con el vino de mirra, mediante una broma odiosa y cruel. Había a mano una vasija llena de vinagre, lista sin duda para preparar la posea, mezcla de agua y vinagre con que se refrescaban las tropas romanas durante las marchas y los ejercicios. Ahora bien, ofrecer esa bebida hubiera sido un doble acto de humanidad: eso hubiera apagado la sed del Redentor y, si la observación de los antiguos es exacta, es decir, si la deglución de un poco de bebida provoca en los crucificados un síncope mortal, eso hubiera abreviado el suplicio. Mas los Evangelistas dicen que un soldado acudió y ofreció a Cristo una esponja embebida de vinagre; San Lucas recalca especialmente el espíritu cruel de ese ofrecimiento: "Los soldados también lo insultaron, acercándose y ofreciéndole vinagre". (Lucas, XXIII, 36). Ningún dolor debía ser ahorrado al divino Crucificado.

La Muerte
Poco después, "Jesús gritó con voz fuerte: Padre, encomiendo mi espíritu a vuestras manos. Y diciendo estas palabras, expiró". (Lucas, XXIII, 46). Esa muerte, más rápida que la que ocurre generalmente en los crucificados a quienes se rompían las piernas con golpes de barras de hierro para provocar un síncope mortal, desconcertó a los verdugos y sorprendió al mismo Pilatos. Por eso uno de los soldados abrió el costado de Cristo con una lanza y en seguida fluyó de la herida sangre y agua.
"Y el que lo vio —dice San Juan—, lo ha atestiguado y su testimonio es verdadero; y sabe que dice la verdad para que vosotros también creáis" (Juan, XIX, 34-35).
Esta cuestión de la llaga del costado y de la salida del agua y de la sangre dio lugar a muchas discusiones médicas. Parece que deberán concluir con las hermosas experiencias del Dr. Pierre Barbet.
Después de haber efectuado varias mediciones sobre el Sudario de Turín, hasta marcar exactamente la llaga del costado que la tradición y el Sudario sitúan a la derecha, el Dr. Barbet trasladó las indicaciones sobre cadáveres, las controló con el Dr. Piot con la telerradiografía y luego procedió a la experiencia siguiente:
"Primero tomé —dice— una larga aguja, montada sobre una gran jeringa; marqué el nivel de la llaga, hundí la aguja en el quinto espacio, dirigiéndola hacia adelante un poco en alto y hacia atrás. A los 9-10 centímetros penetré en la aurícula derecha, y aspirando, llené la jeringa de sangre líquida. Mientras atravesaba el pulmón, la aspiración no atrajo ningún líquido, ni sangre, ni agua.
"En seguida hundí en las mismas condiciones un cuchillo largo para amputaciones. A la misma profundidad abrió la aurícula derecha y la sangre corrió a lo largo de la hoja, a través del túnel perforado en el pulmón...
"La sangre viene, pues, muy naturalmente del corazón y en esa cantidad no puede venir más que de allí. Pero ¿de dónde viene el agua?
"Yo he notado en mis primeras autopsias, que el pericardio contiene siempre una cantidad suficiente de serosidad (hidropericardio, probablemente agónico), para que se la pueda ver fluir por la incisión de la hoja parietal. En algunos casos es hasta abundante. Volví a tomar la jeringa, pero empujé la aguja muy lentamente, aspirando continuamente. Así pude sentir la resistencia del pericardio fibroso y, en seguida de haberlo perforado, obtuve fácilmente una cantidad notable do serosidad. Luego, al seguir la aguja su camino, aspiré la sangre auricular.
"Volví a tomar de inmediato mi cuchillo y, hundiéndolo con las mismas precauciones, vi fluir la serosidad, luego, a continuación, la sangre.
"El agua era, pues, líquido del pericardio. Puede suponerse que después de la agonía excepcionalmente dolorosa del Salvador, el hidropericardio fue particularmente abundante: lo suficiente para que San Juan que fue testigo ocular, haya podido ver distintamente fluir el agua y la sangre."

La experiencia anatómica confirma, pues, plenamente, la narración evangélica en sus menores detalles.
La muerte de Cristo, en primer término, se explica al parecer en forma completamente natural por el agotamiento consecutivo a la coronación de espinas, a la flagelación, a la crucifixión y, sobre todo, a los sufrimientos que acompañaron los diversos estados de la Pasión.
El Dr. Le Bec recuerda a este respecto el término "hemorragia de los sufrimientos" empleado por los antiguos cirujanos. Sin embargo, esta muerte, en algún modo pasiva, no parece muy compatible con la eminente dignidad de Cristo, conociendo sobre todo, como lo veremos en otro lugar, una forma de muerte no ya por simple agotamiento físico, sino por iniciativa del alma. Tal nos parece haber sido la del Salvador.
"Por cuanto —nos dice San Francisco de Sales—, aun cuando los crueles suplicios hayan sido más que suficientes para matar a cualquiera, la muerte no hubiera podido entrar nunca en la vida de quien tiene las llaves de la vida y de la muerte, si el amor divino que maneja esas llaves no hubiera abierto las puertas a la muerte, para que ella saqueara ese cuerpo divino y le robara la vida, no conformándose el amor con haberlo hecho mortal para nosotros, si también no lo mataba. Fué por elección y no por fuerza del mal, que murió: "Nadie me quita la vida —dijo—, yo mismo la dejo y me la quito; yo tengo el poder de quitarla y tomarla por mí mismo". "Fué sacrificado — dice Isaías—, porque El lo quiso", por lo que no se puede decir que su alma se fué, lo dejó y se separó de El; por el contrario, fué El quien puso su espíritu fuera de El, lo expiró, rindió su alma y la puso en manos de su eterno Padre... Por eso la muerte del Salvador fué un verdadero sacrificio, y sacrificio de holocausto, que El mismo ofreció al Padre por nuestra redención: porque aunque los sufrimientos y los dolores de su Pasión fueron tan grandes que cualquier otro hubiera muerto por ellos, El no hubiera muerto nunca si no lo hubiese querido y el fuego de su infinita caridad no hubiera consumido su vida".

Cristo resucitó
Cristo murió, pues, y murió realmente: la lanza le abrió el corazón. Era de noche y víspera de sábado; por eso fué envuelto someramente y de prisa en una mortaja, adquirida por José de Arimatea e impregnada con una composición de mirra y de áloe llevada por Nicodemo.
El domingo por la mañana, cuando María de Magdala, María de Santiago y Salomé fueron al sepulcro para embalsamar a Jesús, con las aromas que habían comprado y preparado, hallaron la tumba vacía, caída al suelo la mortaja, y un ángel les anunció la resurrección del Señor. Y Cristo apareció a María Magdalena, a los discípulos de Emaús, a los once en Jerusalén y en Galilea, en el lago de Tiberíades, etc.
Y en esas apariciones, Nuestro Señor estuvo presente en su corporeidad real. Lucas, el médico, anotó las pruebas:
"Y les dijo: ¿Por qué os turbáis? ¿Por qué nacen en vuestros corazones esos pensamientos de duda?
"Ved mis manos y mis pies. Soy yo mismo. Tocad y ved: un espíritu no tiene ni carne ni huesos como veis que yo tengo. Y al decir esto, les mostró sus manos y sus pies. Y como no lo creían aún, tan grande era su alegría, y estaban sorprendidos, les dijo: ¿Tenéis aquí algún alimento? Y ellos pusieron delante de El un trozo de pescado asado y un panal de miel, y El se sirvió y comió" (Lucas, XXIV, 36-43).

Y San Juan nos relata la duda de Tomás, que ese día se hallaba ausente:
Al interior de la casa donde se reunían y Tomás con ellos; vino Jesús, estando cerradas las puertas, y colocándose en medio de ellos, les dijo: "La Paz sea con vosotros". Y en seguida dijo a Tomás: Pon tu dedo aquí y ve mis manos; trae tu mano y ponía en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente."
Y durante cuarenta días se mostró a sus discípulos, ocupándose de pormenores materiales como cuando en la orilla del lago de Tiberíades los discípulos le hallaron cerca de un fuego de brasas en el que asaba un pescado, y les dijo: "Venid a comer", sentándose a la mesa con ellos y los instruyó. Y entonces, nos dice San Lucas, "Los llevó hasta Betania, y levantando la mano los bendijo y mientras los bendecía, se alejó de ellos y se elevó en el cielo".
Del mismo modo, los cuerpos que cuidamos y que, a pesar de nuestros esfuerzos zozobran en la enfermedad, los achaques, la muerte y el aniquilamiento de la tumba, resucitarán el último día en la gloria, porque la resurrección de Cristo es la garantía de la nuestra, como dice el apóstol Pablo a quien también Cristo apareció: "Cristo resucitó de entre los muertos, el primero de los que murieron..."

Dr. Henri Bon
LA MEDICINA CATOLICA

Bibliografía:
ENRIE GAV. G. : La Santa Sindone, estudio fotografico, Enrie, Turín, 1933.
DIDON R. P.: Jesús-Christ, Plon, Paris, 1891.
FILLION, L. CL.: Les miraacles de N.S. Jesús-Christ, 2 tomos, Lethellieux, París, 1910.
HALL, G. STANLEY: Jesús the Christ in the light of psycology, Nueva York, 1922.
LE BEC, DR.: Le supplice de la Croix, etude physiologique de la Passión de N.S., en el Bull. Soc. méd. st.-Luc., 1926, pág. 97.
VIGNON, DR. PAUL: Le Linceul du Christ, étude scientifique, Masson, Paris, 1902.
BARBET, DR. PIERRE: Le mains du cricifié. Essai anatomique et expérimental, en el Bull. Soc. méd. St.-Luc., 1933, pág. 130, y Les pieds du crucifié et le coup de lance, id. 1934, pág. 73.
DEDINI, DOM: Les reliques sexoriennes de la Pasisón de N.S., Tipografia Pío X, Roma, 1925.

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