Vistas de página en total

miércoles, 9 de febrero de 2011

CUESTIONES ANATÓMICAS

La ciencia anatómica y el Cristianismo
La Iglesia nos enseña que una de las bases del conocimiento de Dios reside en el conocimiento de sus obras.
San Pablo declara que los que desconocen a Dios no tienen excusa:
"En efecto, sus perfecciones invisibles, que se han tornado comprensibles después de la creación del universo, por lo que fue hecho en él, se han vuelto visibles lo mismo que su eterna potencia y su divinidad; de manera que no tienen excusa, porque habiendo conocido a Dios, no lo han glorificado como Dios". (Rom., I, 20-21).
En la misma forma se expresa el juramento antimodernista, prescrito a los clérigos por Pío X: "Y en primer lugar profeso que Dios, principio y fin de todas las cosas, puede ser conocido de modo cierto y también demostrado por la luz natural de la razón, por las cosas que han sido hechas, es decir, por las obras visibles de la creación, como la causa por su efecto..."
Desde el primero hasta el vigésimo siglo, la doctrina es la misma. El estudio del organismo humano, coronación de la Creación, debe hablarnos, pues, de Dios. Es la opinión de San Agustín, quien, nos dice Fenelón, halló en las partes internas del cuerpo humano "una proporción, un orden, una industria que encantan al espíritu mucho más de lo que la belleza exterior podría gustar a los ojos del cuerpo. El interior del hombre que es a un tiempo tan horrible y tan admirable, es justamente tal como debe ser para demostrar el barro trabajado por la mano de Dios. En él se ve al mismo tiempo y por igual la fragilidad de la criatura y el arte del Creador..."
"Dios que ha creado el alma y el cuerpo —dice Bossuety que los ha unido una al otro de manera tan íntima, se deja reconocer a sí mismo en obra tan hermosa. Quienquiera conozca al hombre, verá que es una obra de gran diseño, que no pudo ser concebida ni ejecutada más que por una profunda sabiduría..." Bossuet sabía muy bien de lo que hablaba: estaba enterado de los trabajos de Stenon, de Winslow, y conducía a su real alumno a las lecciones anatómicas de Du Verney.
Es sabido que esos tres anatomistas eran de una piedad notable, y en el curso de los siglos, vemos sus colegas confirmar la opinión de los teólogos acerca del valor apologético del estudio del cuerpo humano.
Fue Guido de Chauliac, quien en su Grande Chirugie, compuesta en 1363, escribió: "Hay cuatro ventajas en la ciencia anatómica: una, y por cierto la mayor, es la de demostrar la potencia de Dios". Andrés Vesalio (1514-1564), que enseñó anatomía, especialmente en la Universidad pontificia de Bolonia, se felicita al final de su tratado De la estructura del cuerpo humano, de haber erigido un monumento a la gloria de Dios. Federico Hoffmann publicó en 1693 una obra titulada: De atheo convincendo ex artificissima machince humanoe structura. (Cómo debe convencerse el ateo por la complicadísima estructura de la máquina humana). Nieuwentyt publicó en 1725. La existencia de Dios demostrada por las maravillas de la naturaleza.
Morgagni (1682-1771) escribió: "Mis conocimientos de medicina y anatomía han acorazado mi fe contra la menor duda... ¡Oh, si yo pudiera amar a este gran Dios como yo lo conozco!" Cruveilhier (1791-1874) en su Anatomía patológica dice: "Viendo esta maravillosa organización en la que todo ha sido previsto, coordinada con una sabiduría tal que una fibra no podría tener ni un poco más ni un poco menos de fuerza, sin que en el instante no se turbara el equilibrio y comenzara el desorden, ¿qué anatomista no gritaría con Galeno que un libro de anatomía es el himno más hermoso que se ha dado al hombre para cantar en honor del Creador?" Los mismos pensamientos, los mismos sentimientos se encuentran en las obras de Desruelles, Valette, Vitteaut, Lepelletier, Muret, Descurets, etc.
En 1908 el Dr. Luis Murat, en su opúsculo: La finalidad en biología, en el que estudia la maravillosa complejidad de la estructura y de las funciones del hígado, escribió: "¡Qué profunda e íntima alegría para el hombre de ciencia ver bajo el microscopio el resplandor elocuente de esos finos dibujos, que relucen como la escritura de la mano de Dios, la firma de su obra!..." Y algún tiempo después consagró al cuerpo humano la tercera parte de una obra sobre la Idea de Dios en las ciencias contemporáneas.
El Dr. Guillemin publicó a su vez en 1913 La obra maestra humana: "Me conformaré —dice— con la más noble de las obras maestras, el estudio del hombre mismo. Se necesitaría una vida entera para cantar su verdadera armonía. Mi propósito no es el de hacer admirar en sus pormenores ese organismo a un tiempo tan simple y tan terriblemente complicado; quiero solamente daros la ocasión, a propósito de cada acto humano, de reconocer la mano habil que lo ha elaborado, que lo dirige y que lo mantiene en la tierra". El Dr. Paulesco, profesor de fisiología en Bucarest, cierra su obra Alma y Dios, en la que demuestra que la Fisiología lleva a reconocer una causa primera, única, Inmaterial y sabia, con las palabras: "El hombre de ciencia no debe decir Credo in Deum (Creo en Dios), sino Scio Deum esse (Sé que es Dios, que Dios existe)".
Ciertamente, la apologética es delicada en estas materias: la ciencia es una base frágil, por sus hipótesis a menudo desmentidas y sus incesantes retoques. Por eso ciertas admiraciones nos parecen desusadas, anticuadas y hasta extravagantes; olvidamos que la interpretación puede fallar, mientras que el órgano o la función conservaron y conservan todo su valor. El cuerpo humano, aun conocido superficialmente, o incompletamente, o de manera equivocada, ha manifestado siempre tal aptitud a la vida a pesar de todas las causas de destrucción que lo rodean, tal perfección en sus mecanismos funcionales, tal posibilidad de dominación sobre el resto de la naturaleza, que el estudio, en cualquier estado de la ciencia, ha permitido reconocer siempre a la Inteligencia suprema en su organización.
Sin duda, el estudiante que se apresura al aprender su anatomía o al que repugna una disección laboriosa, piensa en la perfección del organismo del mismo modo que el candidato automovilista, que aprende a conocer su coche para obtener el permiso como conductor, se fija en la ingeniosidad mecánica del vehículo. De igual manera, el alumno que traduce con esfuerzo algún autor griego o latino, está muy lejos de advertir las bellezas. Se necesita cierta experiencia para apreciar lo magistral de una técnica. Y, más tarde, el médico instalado, preocupado sobre todo de cuestiones diagnósticas o terapéuticas de interés práctico, no abre ya su texto de anatomía, más que para buscar algún detalle utilitario. Además la enseñanza oficial de la anatomía, obligadamente simplista, no está hecha evidentemente para sugerir los horizontes que pueden descubrirse. Así, para muchos, que sin embargo la conocen bien, la obra divina permanece oculta en el misterio.
Pero si un día se apaga la prisa en que se vive; si un día se reflexiona sobre el conjunto de los conocimientos adquiridos; si se realiza con el pensamiento la combinación de huesos, articulaciones y músculos que permiten el equilibrio o el movimiento; si se desarma la combinación de tejidos, vasos y nervios que aseguran la función, la nutrición, la circulación, los reflejos, la sensibilidad y la motilidad; si se descompone con el microscopio los elementos celulares en sus variedades, las fibras y sustancias intersticiales; si se piensa en las constituciones humorales, en el recambio, en las secreciones, en las reacciones protectoras y si se medita que los elementos esenciales de todo esto se limitan al oxígeno, al hidrógeno, al ázoe, al ácido carbónico y al vapor ácueo del aire; si se imagina la multiplicidad de combinaciones que se han necesitado para que ese aire se convirtiera en cuerpo humano; si se considera que ese cuerpo humano es el substrato del pensamiento que domina al mundo y a los elementos; parece verdaderamente muy difícil que no se conciba eso como una inmensa coordinación, un plan preestablecido desde el origen de las cosas y según el cual todo evoluciona, vive y marcha hacia su destino.
La anatomía es seguramente la base de la medicina, la base de esa acción sanadora que nos esforzamos en ejercer. Nos ha costado muchos esfuerzos lograr esa base y a veces nos preguntamos si es realmente útil aprender tantos detalles; además, las teorías médicas evolucionan; conocemos todas las que se han evaporado en el pasado; sentimos que las nuestras se derrumban y no tenemos confianza en las nuevas. Y entonces advertimos la solidez de la base anatómica; hay en ella algo que permanece y progresa en el curso de las edades. Existe algo que excede de la simple utilización diagnóstica y terapéutica a favor del cuerpo que, tarde o temprano, desaparecerá en la nada. Ese algo es el conocimiento de la obra, que participa de la sublimidad del conocimiento del Creador, al que conduce. Como lo ha afirmado Santo Tomás: "El primer estudio del filósofo es el de la criatura; el último el de Dios".

El progreso de la anatomía bajo el Cristianismo
Esta doctrina del conocimiento de Dios por el estudio de su obra y del cuerpo humano sobre todo, debe ejercer naturalmente una feliz influencia sobre los estudios anatómicos. El Cristianismo trajo, además, un conjunto de ideas que eliminaría los obstáculos que la antigüedad había puesto a la práctica de la disección y de las autopsias.
Si Herófiles y Erasistrato (en el siglo IV a. J. C.) debieron a los primeros Tolomeos la posibilidad de disecar los cuerpos de los criminales, el caso fué excepcional. Hemos visto que Galeno pudo obtener ese permiso solamente para los cadáveres de enemigos muertos en el curso de una campaña en Alemania. La mayoría de las religiones antiguas, en efecto, por lo que se refería a los muertos, tenían un concepto por el cual cualquier atentado a un cadáver era o sacrilegio, o cosa peligrosa para su autor o infausta para el difunto. Tocar un cadáver convertía en impuro; herirlo o destruirlo implicaba las consecuencias más graves para el alma del muerto; además el doble, el espíritu del muerto podía actuar en forma dañina para los vivos.
Pero Cristo venció la muerte: la muerte del pecado con su sacrificio, la muerte corporal con la Resurrección. El alma, liberada por la muerte, espera en el seno de Dios la resurrección final. El cuerpo fue el substrato de un ser: no lo es ya más; volverá a serlo. Por eso surge el respeto de los muertos, la supresion del temor que se tenía de ellos, la inocuidad, para el muerto y para el vivo, de los accidentes que pudieran ocurrirle. Por eso nacieron los cuidados que se dieron a los cuerpos de los martires, la familiaridad de vivos y muertos en las catacumbas, el culto de las reliquias, sus exhumaciones, sus traslados, su división, y agreguemos también su robo y su fabricación o falsificación. Anotemos también que fue el Oriente el primero en retirar de los sepulcros los cuerpos de los mártires y en desmembrarlos para difundir sus reliquias. En Roma los cristianos tuvieron sometidos mucho tiempo a la ley romana que todavía en el siglo IV en el código de Teodosio, prohibía "perturbar el descanso de los muertos, aunque fuese desplazando su sarcófago; la prohibición condena sobre todo poner sobre sus restos mano sacrilega". Pero las invasiones barbáricas, sarracenas m.nulas sacudieron el yugo de las antiguas prohibiciones; para evitar las profanaciones, la dispersión de las reliquias, se los exhuma, se los traslada, se los oculta, se los lleva lejos y el Occidente llega a ser devoto sin escrúpulos como el Oriente.
Tal vez debamos admitir que entre los pueblos que invadieron al Imperio romano, hubo alguno que llevó consigo la singular costumbre de la que se halló rastros en algunos yacimientos prehistóricos: la de la descarnadura de los cadáveres. Se quitaban las carnes y los huesos eran raspados cuidadosamente y enterrados. Esta forma de sepultura, calificada de more teutónico (costumbre teutona) por Toeply y Neuburger, estuvo en uso a menudo en la Edad Media, especialmente para los guerreros muertos lejos. Se hacía hervir el cadáver, generalmente cortado en pedazos, se quitaban las carnes que se inhumaban y se trasladaba el esqueleto. Así ocurrió con Federico Barbarroja fallecido en 1190, con el landgrave Luis de Turingia muerto en 1227, con San Luis muerto en 1270, etc. Esta costumbre llegó a tener tal difusión que el papa Bonifacio VIII redactó la bula Detestandae feritatis abusum (Un abuso de detestable crueldad) del 17 de septiembre de 1299, promulgada el 18 de febrero de 1300, en la que condena esa práctica salvaje.
De cualquier manera, por una parte el concepto cristiano de la muerte, y el honor sin prejuicios tributado a los cuerpos de los santos, por otra el aporte de costumbres funerarias completamente distintas de las romanas, hicieron desaparecer esa intangibilidad de los cadáveres, que tanto trabó los estudios anatómicos. Se conoce la lenta formación de las costumbres de la Edad Media, el respeto de los derechos adquiridos, y la prudencia de las autoridades de esa época que las llevó a menudo más a consagrar que a innovar. Además se puede tener la seguridad de que si en el siglo XIII vemos impuesta a los médicos la obligación de haber hecho sus estudios sobre el cuerpo humano o la disección habitual en las escuelas como la Universidad pontificia de Bolonia (véase el Capítulo II), eso comprueba una costumbre establecida con mucha anterioridad. El siglo XIV vio la extensión oficial de los estudios anatómicos a la mayoría de las Universidades y en el siglo XV la medida fue general.
Si el siglo de Hipócrates tuvo la gloria de ver codificada la medicina de observación, la Edad Media tuvo la de dar impulso a la anatomía, y el desarrollo gradual de ésta permitió al siglo XIX los tan importantes descubrimientos de la anatomía patológica. La ciencia médica moderna no ha sido posible más que gracias a la liberación realizada por el Cristianismo de los conceptos mortuorios que hicieron estéril hasta nuestros días la medicina judía y árabe, nacidas sin embargo ellas también de los conceptos hipocráticos.(I)

La Práctica cristiana de la Anatomía
Pero, la no intangibilidad del cadáver humano no significa que éste debe ser despreciado. Santo Tomás no quiere que se mire al cuerpo como una oscura cárcel del alma: "Es —dice— un auxiliar indispensable; el alma se sirve de él para sus adecuadas operaciones, hasta para las del conocimiento y del pensamiento". (Sum. theol. I, 9, LXXXIX). E insiste sobre esa unión íntima, inmediata, sustancial del cuerpo y del alma (id. 9, LXXXVI). Y el Concilio de Trento justifica el culto de las reliquias en estos términos: "Los santos cuerpos de los mártires y otros santos, habiendo sido los miembros vivientes de Cristo y templos del Espíritu Santo (I Cor. VI, 19), que un día resucitarán y serán glorificados en la vida eterna, deben ser venerados por los fieles" (Ses. XXV).
El cadáver debe ser rodeado, pues, de cierto respeto, compatible por otra parte con todas las manipulaciones realmente útiles. El papa Bonifacio VIII, al protestar contra la descarnadura de los cadáveres, no intervino ni en la división de las reliquias, ni en los trabajos anatómicos en curso, y dio así la medida de sabia mesura que debe emplearse para con el cuerpo, que ha sido parte del ser humano y que vuelve a ser polvo.
Por eso un viejo médico escribía en sus "Memorias": "¿Por qué no se encuentra la imagen de Cristo en los anfiteatros consagrados a las disecciones humanas? Ella contribuiría a mantener en los corazones la respetuosa piedad debida a los restos no inhumados de los pobres". Y del Dr. Richard de Nancy, en un Discurso sobre los estudios y las cualidades necesarias al médico, prescribía: "Compenetrados de un religioso respeto en los anfiteatros, trabajaréis en silencio; vuestro continente ha de ser decente, vuestra conducta seria y en armonía con la naturaleza de un estudio de tanta seriedad. En piadoso recogimiento interrogaréis ese mudo organismo, que os revelará tantos secretos: honraréis así los despojos del pobre, del desdichado que una última desgracia entrega el escalpelo del anatomista. Útil durante su vida por su trabajo, útil todavía después de su muerte, ha venido al mundo solamente para servir; cuidaos de tratar indianamente esos restos; recordad que vuestro respeto será su única pompa funeraria".
De parte del estudiante o del médico cristiano, el mejor respeto es un pensamiento piadoso, una oración por el alma que ha estado asociada a los despojos mortales sobre los cuales trabaja. Por esta razón, muchas Cofradías de San Cosme hacen celebrar misas por el reposo del alma de los cuerpos sometidos a sus estudios anatómicos y a menudo es con esa condición que los cadáveres son concedidos por las autoridades civiles. La costumbre parece muy razonable y se practica en las Facultades y Hospitales católicos, y en las asociaciones médicas de estudiantes o médicos (1).

El origen del cuerpo humano
¿Cómo se ha hecho este organismo en el cual los anatomistas y los fisiólogos reconocen la mano de Dios?
Conocemos su evolución ontológica: las células masculinas y femeninas fundidas se multiplican en el seno del organismo materno, que da las materias alimenticias y de crecimiento, hasta el estado en que el niño es apto a la vida en el mundo exterior.
Cada ser humano procede, pues, de dos organismos humanos que lo precedieron; pero el problema se plantea en último termino así: ¿De dónde procede el primer ser humano?
La Biblia nos dice: "Dios, Nuestro Señor, hizo pues el hombre del barro de la tierra; exhaló sobre su rostro un soplo de vida y el hombre se formó según el alma viviente".
Para esa formación se han supuesto dos hipótesis biológicas:
1. El creacionismo, que hace intervenir a Dios en el origen de cada una de las especies animales consideradas separadamente y en el del hombre. En esa concepción las especies vivientes están fijadas en sus tipos; pueden soportar de hecho múltiples influencias y variaciones diversas, pero que no pueden efectuarse más que en el marco del tipo al cual pertenece la especie. Este creacionismo parte de la concepción platónica de las ideas o arquetipos, de acuerdo con las que el mundo ha sido formado. "Las plantas y los animales —escribe Bossuet—, perpetuándose sin plan unos a los otros con un parecido exacto, demuestran que fueron formados una vez con un plan sobre un modelo inmutable, sobre una idea eterna" (Tratado del conocimiento de Dios y de sí mismo, IV, 2, pág. 193).
Es la concepción de Linneo: "Hay tantas especies distintas como formas diversas creó el Ser infinito en un principio". Esta concepción fue sostenida especialmente en el siglo XIX por Cuvier, Godron, Agassiz, de Quatrefages, etc. Esta acción creadora ha dado lugar a dos hipótesis:
a) La misma puede ejercer sus efectos en forma sucesiva. Toda aparición de una nueva especie es debida a un acto creador en ese mismo momento. L. Agassiz, en su ensayo Sobre especie y clasificación en zoología, termina con treinta y una proposiciones, que revelan la acción creadora en la naturaleza. Y concluye: "Lejos de deber su origen a la acción continuada de las causas físicas, todos esos seres han aparecido sucesivamente sobre la tierra, gracias a la intervención inmediata del Creador".
Por otra parte, la doctrina católica formulada por Santo Tomás "El alma humana... en el momento en que puede infundirse en el sujeto suficientemente dispuesto, es creada por Dios...", admite una permanencia de la acción creadora, que hace muy fácilmente admisible una acción análoga como base de las variaciones de las especies, evidenciadas por los descubrimientos biológicos modernos.
b) La misma ha podido ejercer sus efectos en forma simultánea; los gérmenes tipos fueron creados desde el principio, pero no progresaron más que sucesivamente, en el momento fijado para cada uno de ellos. Es la opinón de San Agustín: "En origen todo está creado, mas el mayor número de seres lo estaba sólo en potencia, envuelto en sus causas". Afirma la inmutabilidad de las especies y no admite "que de un mismo principio primitivo o de un mismo germen puedan surgir realidades distintas". "Los elementos de este mundo físico —dice también— tienen igualmente su fuerza bien definida y su cualidad propia, de lo que depende lo que puede o no puede cualquiera de ellos. De ello surge que de un grano de trigo no nace una haba, ni de una haba el trigo, ni del hombre la bestia".

2. El evolucionismo. — Dios ha planteado o creado el primer principio; todo lo demás fluye de ese principio por el sólo juego de las leyes inherentes a la materia creada. Es la tesis de Darwin: "¿No hay una verdadera grandeza en este concepto de la vida, insuflada primitivamente, con sus fuerzas diversas, por el Creador en un pequeño número de formas o tal vez en una sola?"
Es la tesis de Lamarck, el fundador de la teoría de las transformaciones lentas, y de Esteban Geoffroy Sant-Hilaire, el jefe de la escuela de las transformaciones bruscas, ambos excelentes cristianos.
Realmente cabe recalcar que la hipótesis evolucionista o transformista no tiene en absoluto el valor ateo que Spencer y los materialistas que le siguieron, trataron de hallar en ella. Todas las comprobaciones anatómicas, paleontológicas y embriológicas, en las que se apoya el evolucionismo, manifiestan una unidad de planificación, una armonía de desarrollo y de realización, una provisión infinita en el menor detalle, en la menor función, que atestiguan el fundamento de una inteligencia soberana.
Además se ha advertido que es necesario rever la importancia acordada en la evolución a los factores materiales.
La influencia del ambiente es limitada en sus efectos. El mundo inorgánico sufre la influencia del ambiente: el cuerpo químico depositado en una solución cambia con ella moléculas, hasta que ambos pierden su identidad y forman una nueva solución. El mundo orgánico, en cambio, reacciona al ambiente exterior para recibir lo que es útil para él, para oponerse a las acciones perjudiciales que podría recibir: de ello la conservación de la entidad. Así las metástasis de las células cancerosas reproducen el tipo del tumor inicial, a pesar de su desarrollo en tejido linfático, pulmonar, hepático, etc.; la oruga que se arrastra por el suelo, se convierte en mariposa; la anguila, como lo demostró la obra notable de Juan Schmidt (1877-1933), prepara en el agua del mar su morfología de agua dulce, y prepara en los ríos los ojos y las aletas, que le permitirán afrontar las profundidades oceánicas, en que desovará. El factor interno de la herencia se opone mucho más a las características adquiridas de lo que ayude a su transformación. Finalmente, un mejor conocimiento de los datos paleontológicos ha obligado a abandonar la idea de las modificaciones graduales.
Realmente, por un lado los árboles genealógicos de las especies se prestan a toda clase de combinaciones, según los autores se apoyen sobre estas o aquellas características para establecerlas: hay semejanzas de órganos, entre los tipos más distintos, que abogan por una analogía de las realizaciones biológicas, pero que excluyen todo parentesco o filiación. Por otro lado, "teniendo en cuenta la época de la aparición de las distintas formas —dice el Dr. Vialleton—, no se tarda mucho en comprobar que los árboles genealógicos... tienen la forma de matorrales... En una palabra, las distintas ramas filéticas nacen una al lado de la otra casi simultáneamente, a pesar de su diferencia de valor, sobre un tronco o sobre ramas muy cortas, con duración muy breve, en relación a los mismos y a menudo hasta hipotética".
Es así el evolucionismo por variaciones bruscas, el mutacionismo de De Vries, que parece corresponder mejor a la apariencia de los hechos. Pero entonces es necesario que el nuevo ser sea totalmente apto a la vida. Las modificaciones se realizan en las células germinales, en el embrión, sustraídas así a la influencia del ambiente, para dar un nuevo ser, dotado de un conjunto de caracteres que permitan la existencia y sean hereditarios transmisibles.
J. H. Fabre cita el caso del amófilo erizado, insecto emparentado con las abejas y las avispas, que alimenta su larva con una oruga paralizada por nueve pinchazos de aguijón, sobre los nueve ganglios nerviosos de la víctima; una adquisición gradual de esa técnica es imposible, porque antes que hubiera podido cumplirse, el amófilo habría dejado de existir, por haber muerto de hambre todas sus larvas.
Tales mutaciones parecen incomprensibles. "Tal vez no lo serían, —dice también Vialleton— si se piensa en un factor psíquico, presente doquiera haya vida, en formas creadoras, que dan los tipos formales en relación con los planos generales de organización. La idea de la intervención en la formación de los seres vivientes de un factor inmaterial, director de su constitución y sus actividades, no es tan desconocida como hace algunos años. Los testimonios de tales tendencias nuevas entre los biólogos, no escasean y el libro reciente de von Monakow y R. Mourgue, que invocan un factor de esa naturaleza, al que dan el nombre de "hormonas" resulta característico en este caso".
Es el principio interno de la dirección de Bergson. En la Evolución creadora, al exponer la evolución del ojo, dice el filósofo: "¿Cómo es, que todas las partes del aparato visual, modificándose de pronto, quedan tan bien coordinadas entre sí en forma que el ojo continúa ejerciendo su función? La variación (por salto brusco) de una parte aisladamente haría imposible la visión, del momento en que esa variación no es ya infinitesimal. Es necesario, pues, que cada una cambie al mismo tiempo y que cada una consulte a las otras". Y concluye diciendo: "De buena o de mala gana habrá que recurrir a un principio interno de dirección, para obtener la convergencia necesaria de los efectos".
Volvemos así a la biología moderna, a un plan director, a un impulso y a una coordinación y conducta inteligente del mundo. Dejando de lado las variaciones accesorias y limitadas que revelan fenómenos físicos-químicos, vemos que las mutaciones, el nacimiento de las especies y los géneros dependen de la omnipotencia creadora, sin que sea posible decir si ésta se ejerce por una acción inicial evolutiva o un creacionismo ya sucesivo o simultáneo.
Advertimos que los términos de la Biblia permiten fácilmente la admisión de una combinación de los tres modos: el tercer día el Señor creó las plantas, el quinto los peces y los pájaros, el sexto los animales terrestres: sucesión pues; pero cada grupo es citado globalmente: simultaneidad posible; finalmente dice: las aguas produjeron los peces y los pájaros, la tierra los animales... como si la acción divina se ejerciera mediante un intermediario material.
Para el hombre, el acto creador aparece directo. El Señor tomó un material existente, el lodo de la tierra, tal vez, se ha pensado, elaborado ya en una forma animal cualquiera; en efecto, el lenguaje figurado está empleado en algunos versículos más adelante: "...porque eres polvo y volverás a ser polvo" (Gen., III, 19). E "informó", dio forma al nuevo ser con un alma viviente, por la cual el hombre está hecho a semejanza e imagen de su Creador.
Pero en 1909 la Comisión Bíblica se pronunció por el sentido literal de los tres primeros capítulos del Génesis: la creación directa del primer hombre tuvo lugar, pues, efectivamente desde el barro de la tierra. El rechazo de la hipótesis de las almas sucesivas para el embrión humano y el reconocimiento de la animación de ese embrión por un alma humana, desde el primer instante, están a favor de la letra del texto bíblico, porque mal se admite la transformación de un alma sensitiva animal en un alma inteligente humana o el reemplazo de la primera por la segunda.
Por otra parte, lo que nos dice el cardenal Lepicier de la posibilidad de la condensación de la materia por seres sobrenaturales, para formar fantasmas o apariencias de seres vivientes, nos permite imaginar cómodamente el modo de actuar de Dios partiendo del barro.

BIBLIOGRAFÍA
Agassiz, L. Pr. L.: De l'espéce et de la clasification naturelle en zoologie, Bailliere, París, 1869.
Bergson : L'evolution creatrice, Alean, París.
Grasset, Dr. : La biologie humaine, Flammarion, París.
Murat, Dr. L.: La finalité en biologie. Etude du foie, Plon, París, 1908.
Rignano: Las manifestaciones finalistas de la Vida, en "Scientia", tomo XXXVIII, 1925. Vialleton, Dr.: Elements de mórphólogie des vertebres, Doin, París, 1911.

Dr. Henri Bon
MEDICINA CATÓLICA


NOTAS

I) En 1906 el prof. Lacassagne, en su Compendio de medicina legal (en la pág. 262 de la edición francesa) manifestaba el pesar de que los israelitas (su Consistorio) reclamaran anticipadamente los cadáveres de sus correligionarios, lo <|ue hacia imposibles las autopsias. Algunas sociedades de socorros mutuos francesas proceden de la misma manera, pero desde un punto de vista distinto. Anotemos .al pasar que la Escuela de Salerno hizo algunos importantes descubrimientos (Daremberg) gracias a la disección de cerdos que se practicaba usualmcnte, forma que tampoco era accesible a los médicos hebreos o musulmanes, como no lo era la disección humana.

(1) En la Facultad católica de Lila, se celebra una misa en la Universidad, una en la parroquia de los difuntos disecados y una tercera por iniciativa de los estudiantes (Mons. Baunard).

No hay comentarios: