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martes, 22 de marzo de 2011

LA FUERZA Y LA DEBILIDAD

Discurso a los Esposos, 14 de julio de 1940.
La palabra enfermo —del latín in-firmus, no firme, no estable— indica un ser sin fuerza, sin firmeza. En cada familia hay generalmente dos categorías de seres débiles, por lo cual tienen mayor necesidad de atenciones y de afecto: los niños y los ancianos.
El instinto da a los animales irracionales, la ternura hacia sus pequeños. ¿Cómo podría pues ser necesario inculcarla a vosotros? ¡Oh nuevos esposos y futuros generadores de cristianos! Puede sin embargo suceder que un exceso de rigor, una falta de comprensión levante como una barrera entre el corazón de los hijos y el de los progenitores. San Pablo decía: "me he hecho débil con los débiles. . . me he hecho todo para todos, para salvarlos a todos". Es una gran cualidad la de saberse hacer pequeño con los pequeños, niño con los niños, sin comprometer con esto la autoridad paterna o materna. Luego, convendrá siempre en el círculo de la familia asegurar a los ancianos el respeto, la tranquilidad, digamos, las atenciones delicadas de las cuales necesitan. ¡Los ancianos! Se es algunas veces, tal vez inconscientemente, duro ante sus pequeñas exigencias, ante sus inocentes manías; arrugas que el tiempo ha escarbado en sus almas, como las que surcan sobre su cara, pero que deberían hacerlos más venerados a los ojos de los demás.
Se está fácilmente inclinado a reclamarles porque no hacen nada, en vez de hacerles ver la importancia de lo que ya han hecho. Se sonríe uno tal vez por la pérdida de su memoria y no siempre se reconoce la sabiduría de sus juicios. En sus ojos ofuscados por las lágrimas, se busca en vano la llama del entusiasmo, pero se puede ver la luz de la resignación, en la cual se enciende el deseo de los esplendores eternos. Por fortuna, estos ancianos cuyo paso vacilante titubea sobre la escalera o cuya blanca cabeza temblorosa, se mueve lentamente en un rincón del cuarto, muy a menudo son el abuelo o la abuela, o bien el padre y la madre.
Sin embargo, cuando se habla de compasión hacia los enfermos se piensa ordinariamente en personas de cualquier edad, debilitadas por un mal físico, pasajero o crónico.
En el jardín de la humanidad, ya que esto no se puede llamar paraíso terrestre, madura y madurará siempre, uno de los frutos amargos del pecado original: el dolor.
Instintivamente el hombre lo aborrece y lo esquiva, quisiera perderlo de vista y olvidarlo. Pero después que Cristo se aniquiló con la encarnación, tomando la forma de siervo; después de que le plugo "elegir las cosas débiles del mundo, para confundir a los fuertes"; después que "Jesús pospuso el gozo, sostuvo la cruz, no haciendo caso de la ignominia"; después que Él reveló a los hombres, el sentido del dolor y el goce íntimo del don de sí mismo, a aquellos que sufren, el corazón humano ha descubierto en sí, abismos insospechados de ternura y piedad. La fuerza, es verdad, permanece como la dominadora invencible de la naturaleza irracional en las almas paganas de hoy, semejantes a aquellas que en su tiempo el Apóstol Pablo llamaba "sine affectione", sin corazón, y "sine misericordia", sin piedad hacia los pobres y los débiles. Pero para los verdaderos cristianos la debilidad se ha convertido en un título al respeto, y la enfermedad en un título al amor. Ya que la caridad, al contrario del interés y del egoísmo, no busca a sí misma, sino que se da; cuan más débil es un ser, miserable, necesitado o deseoso de recibir, tanto más aparece en su mirada como un objeto de predilección.
Pío XII

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