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miércoles, 2 de marzo de 2011

Los padres deben de velar porque en su casa no haya vicios y se practiquen las virtudes

Siendo el cuidado principal de los padres de familia, que su casa sea de Dios, y no del demonio, convendrá mucho que siempre estén advertidos, para que no ofendan a Dios nuestro Señor los que comen el pan de su mesa. Este era el virtuoso desvelo del santo Job, para que el vicio no entrase en sus hijos: Ne forte peccaverint filii mei.
Hacen los pecados al hombre infeliz hijo del demonio, como lo dijo el Señor a los hebreos calumniadores: Vos ex patre diabolo estis. Por lo cual, aquella casa desventurada en cuya familia prevalecen los feos vicios, y se repiten los graves pecados, se podrá decir que es casa del diablo: Qui fecit peccatum, ex diabolo est, como dice san Juan evangelista.
Han de tener mucho cuidado los padres de familia de que todos los de su casa cobren grande horror a todo lo que es culpa y pecado mortal; porque aun Cicerón, siendo gentil, llegó a decir con la luz natural, que fuera de la culpa y el pecado ninguna cosa le puede suceder al hombre, que sea horrible y formidable. Y el apóstol san Pablo dijo absolutamente con luz superior, que es horrenda desventura el caer en manos de Dios vivo: Horrendum est incidere in manus Dei viventis.
En el sagrado libro del Deuteronomio se dice, que la ofensa de Dios y el quebranto de la divina ley es la mala raiz que no engendra sino armaguras y desabrimientos, inquitudes de corazón y desconsuelos: Ne sit, ¡nter vos radix germinans fel et amaritudinem. Siempre anda alterado y amargo el corazón envenenado del impío pecador enemigo de Dios.
El profeta Isaías nos dijo, que los ángeles del cielo habian de llorar amargamente: Angeli pacis amare flebunt, Y el docto cardenal Hugo dice, que este dificultuoso vaticinio se cumple moralmente cada vez que el cristiano ofende con culpa mortal a su Dios y Señor; porque es tanta la desventura y calamidad imponderable que viene sobre el infeliz pecador, que si los ángeles custodios de los hombres tuvieran ojos corporales, llorarían lágrimas de sangre la desgracia fatal que a la criatura inconsiderada le sucede por su grave culpa.
San Juan Clímaco refiere, que yendo de camino san Macario en compañia de un ángel del cielo en forma visible, encontraron con un mancebo de lindo talle; y así como le vió el ángel, se tapó las narices, dando a entender que sentia intolerable hedor. Y preguntándole san Macario la le respondió el ángel, que aquel mozo tan galán en lo exterior estaba en pecado mortal; y que su alma despedia hedor tan pestilente en lo espiritual, que todo el mal olor de los cuerpos corrompidos no llegaba a poderse comparar en él.
San Juan Crisóstomo, ponderándo los formidables efectos del pecado, dice que el infeliz pecador, siempre que se determina a cometer una culpa mortal, cuanto es de su parte renuncia de la gloria eterna, y elige por su gusto el penar para siempre en el infierno: Cogita bene, quod quoties peccasti, toties te ipsum condemnasti. Por lo cual el que una vez se determinó a pecar mortalmente, de pura misericordia de Dios deja de estar en el infierno en compañía de los demonios.
Aun de los pecados veniales dice san Doroteo, que le hacen mas daño al alma, que le pueden hacer al cuerpo todos los males y tormentos del mundo: Longe melius est, corpus tuum, et omnia corpora perire simul, quam loedi animam in re mínima. Siendo cierto, como lo es, que las culpas veniales no quitan la divina gracia, ni condenan las almas por si solas, considérese cuál será la gravedad y perversos efectos, de la culpa mortal.
Teman y tiemblen los hombres inconsiderados, que llevan comunmente su vida relajada y viciosa; porque de ellos dice el santo Job, que con holganzas y entretenimientos quieren pasar su vida deliciosa; y cuando menos piensan, en un instante bajan al profundo del infierno.
El apostólico padre Hortigas en su Llama eterna refiere de un caballero español que vivia torpemente, y no hacia caso de cuantos le avisaban, y le predicaban que dejase su mala vida. Un religioso de santo celo, conocido suyo, le amonesto muchas veces que dejase aquellas ofensas de Dios, y mirase por su salvación; pero el desventurado se reía de todo. Un dia estaba en el balcón de su casa en medio de dos mancebas que tenia a su voluntad; y viendo pasar por la calle al religioso, le dijo riéndose: ¿Qué le parece, padre, de estos dos ángeles que tengo a los lados? ¿No son buenos para la hora de la muerte? Diciendo estas escandalosas palabras se cayó muerto, con asombro y horror de todo el pueblo.
De otro bárbaro injurioso se refiere, que estando una noche cenando con su torpe amiga, tomó en las manos un huevo, y con grande recocijo exterior pronunció las siguientes palabras temerarias, y dijo: Así me iré yo al cielo, como este huevo a mi boca. Y al mismo punto que fue a sorberle, se le torció la mano, y se cayó muerto en tierra con el huevo, que no entró en su boca blasfema. Los altísimos juicios de Dios son ocultos y espantosos, pero justificados en si mismos. (Ap. P. Veg. I. de vot. Virg.)
Por el vicio de la torpeza se han condenado tantas almas, que considerando el doctísimo cardenal Toledo las innumerables culpas gravísimas que se cometen con impurezas, poluciones y otras especies graves de lujuria, llegó a decir que la mayor parte de los condenados están en el infierno por este desenfrenado vicio: Máximam partem damnatorum crediderim, inficit hoc peccato pollutionis. Por lo cual conviene afearle mucho a la gente joven para que no se pierdan desde sus primeros años.
Este es el vicio abominable que se introduce hasta los huesos de la criatura torpe; y son rarísimas las personas que de él se enmiendan, por lo cual dijo el santo Job: Ossa ejus implebuntur vitiis adolescentiae ejus, et cum eo in pulvere dormient.
De este vicio feísimo de las impurezas y poluciones dice el angélico doctor santo Tomas, que después de la bestialidad no hay otro mayor pecado contra el sexto mandamieto; porque es horrendo pecado contra la naturaleza, y contra la ley natural y divina.
Sobre este punto gravísimo han de vivir muy desvelados los virtuosos padres de familia, para que si conocieren ó recelaren que en los de su casa se introduce un vicio tan grave y pestilente, hagan tal castigo, que sirva de escarmiento. Digan muchas veces, que Dios castiga este gravisimo pecado con muertes repentinas, como le sucedió al infeliz Onan, de quien dice el sagrado texto: Semen fundebat in terram: idcirco percussit eum Dominus, quod rem detestabilem faceret (Gen., xxxvm, 9 et 10).
El doctísimo Ferdinando, sobre el libro del Génesis afirma, que con haber tantas legiones de demonios en los calabozos infernales, apenas son bastantes para recibir a los que se condenan por el pecado de la torpeza. Esto es ponderación hiperbólica; pero explica bien los muchos que se condenan por el feo vicio de la deshonestidad.
Con horrorosa ponderación escribe de este mismo punto el insigne santo Tomas de Villanueva, y dice, que sacando a los niños inocentes que mueren antes de llegar al uso de la razón, de los demás son innumerables los que se condenan por este feísimo vicio: Demptis parvulis, ex adultis propter hoc vitium pauci salvantur.
El mismo glorioso santo en otro sermón reprende la torpe ignorancia de los hombres bárbaros, que dicen qué Dios no se ofende mucho con el pecado de la torpeza; y dice el santo, que si este pecado no fuese tan grave, no le castigara Dios con tan atroces penas en el infierno: Nisi Deus gravissime hujusmodi libidinibus offenderetur, nunquam tam attroces in libidinosos exercuisset vindictas.
Lo que causa mas horror en este feo vicio es la grandísima dificultad de la enmienda; sobre lo cual está la formidable sentencia del profeta Oseas, que dice, como los torpes y deshonestos no aplicarán el cuidado conveniente para su remedio: Non dabunt cogitationes suas, ut revertantur ad Deum suum,qui spiritus fornicationum in medio eorum est (v, 4). Verdaderamente hace temblar esta terrible sentencia.
El dulcísimo y devoto san Bernardo en el sermon que hace de los remedios de la lujuria, dice que cierta persona despues de treinta y ocho años de heroica perfección, prevaricaba con una palabra deshonesta, se encendió en su corazon tal fuego infernal de torpe lujuria, que le duró por todo el tiempo de su vida, sin hallarse remedio eficaz para la restauración espiritual de su alma.
El gran padre de la Iglesia san Agustín testifica también, que en su tiempo conoció varones tan elevados en santidad, como los cedros del Líbano; y dice, que después de haber obrado muchos prodigios, cayeron desventuradamente con este feo vicio; perdiendo en breve todas las virtudes y méritos que habían adquirido en tan largos años de mortificación y penitencia: Experto corde loquor, et non mentior, cedros libani viri sub hac periisse.
El mismo San Agustín en otro sermon dice, que es la mas terrible y peligrosa guerra que tienen las criaturas humanas en este mundo, porque comienza desde luego que tienen uso de razón, y dura hasta la muerte; y son pocos los que no quedan vencidos de este venenoso y pestífero vicio: ínter omnia certamina christianorum duriora sunt praelia castitatis.
Aquellos hombres y mujeres infelices que tienen la ocasión próxima voluntaria de sus pecados, y no la quitan no deben ser absueltos, ni el confesor puede absolverlos si no quitan la ocasión; como lo tiene determinado por su decreto apostólico el santo pontífice Inocencio XI, ni tampoco deben ser absueltos los que tienen costumbre de pecar, si amonestados del confesor, no se enmiendan ni reprimen su mala costumbre.
De los blasfemos abominables dice el serafín de Sena san Bernardino, que ya están escritos en el libro de la eterna perdición; por lo cual se ejercitan en el oficio horroroso de blasfemar de Dios, que es el que han de tener en el infierno. Son como perros rabiosos, que se vuelven contra Dios y contra sus santos; y añade el santo, que son demonios encarnados, y tienen malditas almas: Blasphemi sunt canes rabidi, demones incarnati, anima maledictae.
El insigne Alápice dice, que los impíos tienen frecuentemente al diablo en la boca, porque siempre le tienen en el corazón. Kn ellos se cumple la sentencia de Cristo Señor nuestro, que dice, no pueden hablar cosas buenas, siendo malos; porque de la abundancia del corazón habla la lengua.
San Juan Crisóstomo dice, que cuando se oye algún mal cristiano jurador, maldiciente ó blasfemo, convendría que todos los fieles corriesen a porfía, sin dilación alguna, a taparle la boca, como fuente venenosa, de donde salen los mayores males para la república: Obstruamus ora eorum, tanquam fontes mortíferos, etc.
En el itinerario de Andrade se escribe el horrendo caso de un jurador blasfemo, que siendo corregido por un religioso, despreció la corrección caritativa con escándalo de todos los que se hallaron en cierta venta de España. Pero aquella misma noche se oyeron tan grandes ruidos en la venta, que se levantaron todos, y el religioso con ellos, y hallaron muerto al infeliz jurador y blasfemo a los pies de las bestias del establo. Pusieron el cadáver en puesto decente, y buscándole a la mañana para darle sepultura, no hallaron vestigio alguno de él; por lo cual discurrieron se habían llevado el cuerpo los demonios.
Para horror y escarmiento de los homicidas , escribe el gran Sofronio en su Prado espiritual un suceso trágico, que conviene tenerle presente para ejemplo de los mortales. El caso es de un soldado feroz, que quitó la vida a un niño inocente, y con algún arrepentimiento de tan enorme culpa dejó el mundo, y entró en un monasterio, donde estuvo nueve años haciendo penitencia; pero el Altísimo Dios, para mayor confusión y tormento suyo, dispuso que a todas horas se le apareciese el niño difunto, y con lastimosas voces le dijese: ¿Porqué me has muerto? ¿porqué me has muerto? Fue tan grande la confusión del infeliz homicida, que no pudo sosegar de otra manera sino dejando el monasterio, y manifestando al juez de la tierra su pecado, para que pagándolo en esta vida, salvase su alma.
Estos y otros ejemplos han de contar los padres de familia frecuentemente a todos los de su casa, para que cobren horror a los vicios, y se aparten de ellos. Díganles también que guarden su lengua, y consideren lo que hablan; porque dice el Espíritu Santo, que son mas los que se han perdido por su lengua, que los que han perecido por los filos de la espada (Eccli., XXVIII, 12).
El doctor Marcancio refiere de un hombre desalmado, que sin temor de Dios empleaba su maldita lengua en murmuraciones graves, y falsos testimonios, con escándalo del pueblo. Llegó la hora de su muerte; y exhortándole á que se confesase y mirase por su salvación, respondía siempre que no podía; y tocándose con el dedo la lengua, decia con espantosas voces : Esta maldita lengua me condena, y por ella me voy al infierno á padecer sin remedio por toda la eternidad. Y luego se le entumeció la lengua, de manera que no la pudo entrar mas en la boca, y se llenó de horribles gusanos, y espiró dejando un hedor intolerable, en testimonio de su condenación eterna.
Si de las casas y familias se quitan los vicios, tengan los hombres por cierto, que las harán felices en ambas prosperidades, espiritual y tempora!, porque la máxima común de los santos padres dice, no dañara ninguna adversidad donde no prevaleciere la iniquidad: Nulla hominibus nocebit adversitas, si nulla in eis dominetur iniquitas. El Señor ilustre a los padres de familia para el bien espiritual y temporal de sus casas.
R.P. Fray Antonio Arbiol
LA FAMILIA REGULADA

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