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domingo, 1 de mayo de 2011

De la vida y muerte de Bonifacio Ferrer y de algunas hermanas que tuvo san Vicente Ferrer.


Entre tanto que nuestro bendito Padre iba por Bretaña entendiendo en estos santos ejercicios, vino a morir de su enfermedad en el monasterio de Val de Cristo, acá en nuestro reino, el venerable religioso Bonifacio Ferrer, su hermano, en este año de 1417, por el mes de abril. Y por ser cosa que tanto toca a nuestro Santo, escribiremos aquí brevemente su vida, junto con otras particularidades, que no dejarán de dar gusto a los lectores. Fue Bonifacio natural de esta ciudad y doctor en Derechos, y señor de Alfara, lugar vecino a Moneada. Tuvo en su mujer dos hijos y muchas hijas, las cuales murieron vírgenes. Fue Jurado de Valencia el año de 1388. Pero enviudando, procuró de irse retrayendo poco a poco de las cosas de este siglo. Y para servir mejor a Dios, tomó (de consejo de su hermano) el hábito de los Cartujos en el monasterio de Porta Coeli, en el año de 1396. Y en el mismo año hizo profesión, siendo ya de cincuenta años, poco más o menos. Pocos días antes de tomar el hábito vendió por más de tres mil libras valencianas a Bartolomé Cruelles 0 el lugar de Aliara. Y con ser este dinero harto y tener él mucha otra hacienda, que pudiera dejar a sus hijos, pone San Vicente estas palabras en el sermón primero de la dominica trece después de la fiesta de la Trinidad: No se maten ni infiernen sus almas los padres por dejar a sus hijos muy ricos. Y noten lo que hizo el Don, o el señor de la Cartuja, el cual solamente dejó cien florines a sus hijos cuando se retiró del siglo. Asentósele tan bien a Bonifacio el hábito y (lo que más hace al caso) las costumbres de la religión, que dentro de cuatro años fue hecho prior de su casa y monasterio, renunciando otro padre aquel oficio porque le tomase él; atento que en otro oficio de menos importancia que poco antes le habían encomendado, dio grandes muestras de valer mucho para el gobierno y prelatura, cosa que raras veces se halla en hombres contemplativos, los cuales de tener muy puestos los ojos de su ánima en las divinas perfecciones, que sobrepujan en resplandor a los rayos del sol, vienen a deslumbrarse harto en lo tocante a los intereses temporales de los monasterios; siendo verdad que todo es menester a sus tiempos. Por razón del priorato hubo de ir a la Gran Cartuja, que está en los confines del Delfinado y Saboya, en el obispado de Grenoble. Cuando volvía de allá, pasó por Aviñón y detúvole allí Benedicto treceno, de quien asaz se ha hecho mención.
Quiso valerse Benedicto de su consejo en los grandes trabajos que entonces padecía, y envióle por su embajador al rey de Francia, Carlos VI; con lo cual se volvieron a poner en buenos términos los negocios del Benedicto, que ya comenzaban a ir de caída en Francia. Tras esto llegó al punto de la muerte el general de los Cartujos que entonces era. Y preguntándole los monjes a quién podrían elegir en su lugar, les aconsejó que diesen sus votos a Bonifacio, y así lo hicieron con grande paz y uniformidad, en el año de 1402, aprobándolo todo Benedicto, aunque Bonifacio lo rehusó todo lo posible, pero, en fin, hubo de obedecer. Con esta dignidad, que no poco le autorizaba, se sirvió Benedicto de él en negocios importantísimos. Hizo que asistiese en un concilio que se celebró en Perpiñán, al cual concurrieron muchos prelados, que tenían la voz de Benedicto. Después le envió con una solemne embajada a Pisa, donde pasó el padre Bonifacio grandes trabajos, que cierto es lástima vérselos a él mesmo contar en el libro que compuso contra la congregación pisana. Renunció el generalato para más quietud suya, como se puede ver en el sobredicho libro, mas (según parece) Benedicto le mandó retener su mesmo lugar y autoridad porque así cumplía. En una como squisma de la orden de los caballeros de Montesa fue juez por parte del Pontífice, e hizo su oficio con todo rigor. Por su respecto se celebraron algunos capítulos generales de los Cartujos en Valí de Cristo, junto a la ciudad de Segorbe. Y en el negocio de la elección del rey de Aragón fue uno de los jueces por parte de Valencia, y en el voto acostóse al parecer de su hermano muy amado fray Vicente, de cuya mano se halla en Porta Coeli una carta para el Bonifacio, donde apunta no sé que cosas bien importantes, pero por estar ya medio rasgada no se puede sacar bien en limpio su sentencia, y por eso no la pongo aquí, como he hecho de otras. En fin, murió en el tiempo ya dicho, dejando de si muy buena fama y renombre. Escribió Bonifacio algunas obras con las cuales perpetuó su memoria. De una de ellas hicimos ya mención arriba, y las demás refiere el abad Tritemio en el libro de los Eclesiásticos Escritores.
De otro hermano de San Vicente, el cual se llamó Pedro Ferrer, y fue (según consta por algunos autos que yo he visto) mercader, no tengo más que decir de lo que arriba dije. Sin estos hermanos, tuvo nuestro Santo algunas hermanas, que se ofrecieron al servicio de Nuestro Señor, porque, según se puede ver en el proceso, de ellas hubo quien se vistiese del hábito de la tercera regla de San Francisco y quien se preciase de seguir la vida y abstinencia y ayunos de la orden de Santo Domingo. Y de la muerte de una de éstas ya dijimos arriba lo que convenia. Sin esto se averigua en el proceso que muñéndose una de ellas llamada Inés Ferrer, en la calle de la Xerca, que no está muy lejos de Predicadores B, y hallándose a su muerte cuatro religiosos de este convento, estuvo tres días sin hablar pasando grandísimo trabajo con la agonía de la muerte; y esperando todos los presentes su muerte por momentos, a deshora ella volvió en su sentido, y dijo que le había aparecido su hermano fray Vicente y le había dicho que luego expiraría. Y así rogó que sacasen de un escritorio una túnica de estameña que el glorioso santo en su vida había llevado a raíz de la carne y se la pusiesen encima. Tras esto pidió un cirio encendido, y rezando el credo dio su espíritu en las manos de Dios. Murió esta dichosa señora en el año de 1434, poco más o menos, según se colige de la deposición de un canónigo regular que se halló presente a todo y lo atestigua en el proceso de la canonización.
De otra hermana de este Santo llamada Francisca Ferrer, hallamos en memorias antiguas que, cantando él misa en el altar mayor de Predicadores se le apareció ella, puesta en grandes tormentos del purgatorio, y le rogó que se apiadase de ella, que estaba obligada a padecer aquella pena por muy muchos años; mas como él hubiese ofrecido por ella muchos días el venerable y aceptable sacrificio del Altar, al cabo se le apareció otra vez, muy resplandeciente y gozosa, haciéndole muchas gracias por las misas que por ella habia dicho, y afirmando que se iba ya a gozar de la vista de Dios, en la cual consiste la bienaventuranza, según lo coligen del Evangelio los dos padres de muchas y muy firmes y bien fundadas verdades, San Agustín y Santo Tomás.
Por ocasión de la muerte de Bonifacio Ferrer he querido poner aquí las vidas y muertes de sus hermanas, anticipando en algo la narración y recogiendo algo de lo que se nos quedaba rezagado, porque todo lo hallase el lector junto en un lugar. De lo cual, y de lo que arriba se dijo del padre y de la madre de San Vicente queda claro, que toda aquella casa no fue sino un colegio y seminario de predestinados. Ahora volvamos al hilo de nuestra historia, tomándole de donde le dejamos, que es de la predicación de San Vicente en Vannes.

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