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sábado, 14 de mayo de 2011

DOMINICA TERCERA DESPUÉS DE PASCUA

BREVEDAD DE LA VIDA
"En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos:
—Todavía un poco, y ya no me veréis; y todavía otro poco, y me veréis. Porque voy al Padre.
Dijéronse entonces algunos de sus discípulos:
—¿Qué es esto que nos dice: Todavía un poco, y no me veréis; y todavía otro poco, y me veréis? Y: Porque voy al Padre.
"Decían, pues:
"—¿Qué es esto que dice un poco? No sabemos lo que dice.
"Conoció Jesús que querían preguntarle, y les dijo:
"—¿De esto inquirís entre vosotros, porque os he dicho: Todavía un poco, y no me veréis; y todavía otro poco, y me veréis? En verdad, en verdad os digo que lloraréis y os lamentaréis, y el mundo se alegrará; vosotros os entristeceréis; pero vuestra tristeza se volverá gozo. La mujer, en los dolores de parlo, está poseída de tristeza porque le vino su luna: pero cuando lia dado a luz un hijo, ya no se acuerda de la tribulación por el gozo que tiene de haber venido al mundo un hombre. Vosotros, pues, ahora tenéis tristeza; pero de nuevo os veré y se alegrará vuestro corazón, y nadie será capaz de quitaros vuestra alegría." (lo., XVI, 16-22.)
* * *
Jesucristo, próximo a partir de esta vida, consuela a sus afligidos discípulos, asegurándoles que tras poco tiempo volverían a verle. San Gregorio dice que ese breve tiempo se refiere a la vida del hombre, que se termina pronto, después de la cual verá a Dios el justo.
Consideraremos, queridos niños:
1.°, la brevedad de nuestra vida;
2.°, cómo hay que vivirla para tener la dicha de ver a Dios y gozar de El después de ella.

I.—La brevedad de la vida.
I. La vida es breve, pero a los niños les cuesta creer esta gran verdad, porque se les figura que la vida es, por el contrario, muy larga y ven la muerte como un acontecimiento lejano, muy lejano. Es, indudablemente, un engaño del demonio para sus malévolos fines.

*Un cuadro del demonio— El demonio engañó a nuestros primeros padres Adán y Eva en el Paraíso terrenal, diciéndoles que no morirían. Todos pueden ver la falsedad de semejante afirmación. Ahora no dice eso, porque nadie le creería, sino, sencillamente, que la vida es larga y la muerte una cosa muy remota de la que no hay por qué preocuparse, debiéndose, en cambio—según él—, pasar el tiempo lo mejor que se pueda, sin pensar para nada en el más allá.
En esto se comporta el diablo como los pintores, que se atienen a las reglas de las perspectivas y representan en tamaño grande las cosas y personajes próximos al campo visual del observador, y muy reducidas las lejanas. Si en un cuadro se ve a un marinero a la orilla del mar, su figura tendrá mucho mayor tamaño que un trasatlántico que pase a muchas millas, por el horizonte azul, aunque la distancia real en el lienzo no llegue ni siquiera a un palmo. Algo así hace el demonio: pinta a los jóvenes un cuadro en el que la muerte figura como algo muy lejano, a fin de engañarlos y perderlos mejor.
No os fiéis de ese truco. La verdad es que los días del hombre sobre la tierra son muy pocos y cortos: Breves dies hominis sunt (Job., XIV, 5). Se compara la vida a una sombra que pasa y huye; a un sueño que desaparece en cuanto se despierta el durmiente: a una flor que nace al albor de la mañana y a la tarde está ya marchita; a un vapor que se desvanece en cuanto se eleva por la atmósfera. El hombre llega a la muerte cuando apenas ha comenzado a saber lo que es vivir.
Los latinos llamaban al tiempo de la vida cursus vitae (el curso de la vida), porque todos nosotros, ya estemos despiertos o durmamos, ya sentados o moviéndonos, comiendo o trabajando, corremos ininterrumpidamente hacia la muerte, por lo que nuestro vivir es un curso, una carrera hacia ese fin o meta. Ya lo dijo el poeta : "Nuestras vidas son los ríos que van a parar a la mar, que es el morir." Cada hora que pasa es una menos que nos queda de vida.

2. La vida del hombre en comparación de la eternidad.— Si comparamos la vida media del hombre con la eternidad, todavía resalta más su brevedad. Pocos son los que llegan a los cien años; pero aunque todos los hombres alcanzasen esa longevidad, ¿qué es un siglo comparado con la eternidad? Menos que una gota de agua en relación con la que tienen los océanos. A algunos se les antoja larga la vida mientras la están viviendo; pero cuando llegan a su término, todo lo que han vivido se les figura un soplo, un instante. "Pasados los siglos —dice un poeta— horas fueron."
Suponed por un momento que llegáis ahora mismo al fin de vuestra vida. Echad una mirada atrás y decir si os parece muy largo el tiempo transcurrido. ¿Verdad que es como si acabaseis de nacer? Pues lo mismo os parecería si hubieseis vivido cien años. Por eso dijo David que mil años, una vez pasados, son como el día de antes, ya acabado: Tanquam dies hesterna quae praeterit (Ps. LXXXIX, 4).
Sin embargo, hay quienes creen que va a vivir indefinidamente y hacen cábalas para los años venideros, como si éstos no hubieran de terminar jamás (1).
El rico del Evangelio.
— Habla el Evangelio de un rico labrador que tenía los cofres llenos de oro y plata y abarrotados sus graneros, por lo que no sabía dónde iba a meter la nueva cosecha, que se presentaba abundantísima. Por fin decidió demolerlos y hacerlos mucho mayores para almacenar todo lo que recogiese, pensando decirse luego: "Alma mía, tienes muchos bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe, regálate." Pero Dios le dijo: "Insensato, esta misma noche te pedirán el alma; y todo lo que has acumulado, ¿para quién será?" (Cfr. Luc, XII, 16-20) (2).

El hombre es rey y señor de la tierra; pero Dios le concede una vida corta:
1°, porque no quiere que el corazón humano tenga demasiado tiempo para apegarse a este mundo, sino que desea que nos consideremos aquí de paso para el otro, de vida eterna o morada sin cesar;
2.°, porque esta vida es un valle de lágrimas, y el Señor, que nos quiere mucho, desea que suframos el menor tiempo posible;
3.°, porque, habiéndonos creado para verle y gozarle, eternamente en el cielo, nos da una vida corta a fin de que podamos alcanzar pronto nuestro fin último.
Por otra parte, ¿no es cierto que hay muchos que cuanto más viven más ofenden al Señor? Viviendo poco, también cometerán menos pecados.

II.—Uso que debemos hacer de la vida.
Sabemos que la vida es breve y puede terminar en cualquier momento; de ahí que debamos emplear bien el tiempo de que disponemos.

1. Hay que despegar el corazón del pecado.— Hay quienes, por saber que el tiempo pasa veloz y se aproxima la meta de cada cual a pasos agigantados, se dedican a la búsqueda de placeres y sólo piensan en disfrutar cuanto más mejor en esta vida, sin reparar en los pecados que para ello sea preciso cometer. Imitan a los insensatos de la Sagrada Escritura, que decían: "Coronémonos de rosas antes de que se marchiten: Coronemus nos rosis antequam marcescani'' (Sap., II, 8). ¡Qué ciegos! ¿Cómo estarán después en la eternidad? Esos infelices no pensarán así, ciertamente, cuando se hallen al final de su vida estragada y disoluta. En punto de muerte desearán haber llevado una vida muy diferente, pero será demasiado tarde; lo mismo que le ocurriría a un viajero que se hubiese equivocado de camino y hubiera estado andando toda una jornada en dirección contraria. Al cabo de la jornada no podría ya reparar su equivocación, sino darse a vanas lamentaciones. Algo parecido les ocurrirá a quienes hayan empleado mal el tiempo de su vida. "Vendrá la noche —dice el Señor—, en la que ya no se podrá obrar: Venit nox, quando nemo potest operari (lo., IX, 4). Entonces, lo hecho no tendrá ya posible rectificación.

2. No hay que apegarse a los bienes terrenos, que hacen olvidarse de los eternos.
* Un nuevo rico.—Un venerable siervo de Dios se encontró cierto día con un joven que había nacido y crecido en la pobreza; pero después, gracias a una jugada afortunada, se había hecho millonario. Al verle, le dijo el siervo de Dios :
—Eres rico, ¿verdad, hijo mío? Pues mira, lo siento por ti.
—¿Por qué dice eso, padre?
—le preguntó el joven.
—Porque por la misma puerta que te ha entrado la riqueza se te ha salido el buen espíritu. Mientras fuiste pobre, te conservaste bueno como un ángel; ahora que eres rico y nadas en la abundancia, te vas haciendo cada día más demonio. ¡Piensa que con la vida perderás tus riquezas y que, si no rectificas tu conducta, vas a perder la verdadera y gran riqueza del cielo! (3).

3. Hay que aprovechar el tiempo para hacer buenas obras.—Esto viene a decir San Pablo: "Obremos bien mientras tenemos tiempo para ello: Dum tempus habemus, operemur bonum" (Gálat., VI, 10). No hemos recibido el don de la vida para malgastarlo en el ocio, las vanidades, el sueño..., sino para servir al Señor, hacer actos de virtud y ganarnos el cielo (4).
Vosotros, que os encontráis ahora al comienzo de vuestra vida, no debéis pensar en vivir mucho tiempo, sino en hacer mucho bien. Debéis proponeros amar a Dios, practicar las virtudes, cumplir vuestras obligaciones y mortificaros, porque la vida no hay que entenderla como un pasatiempo pecaminoso, ya que el que tal la imagine y no piense en emplear los días que viva en buenas obras, con las que ganarse el premio eterno, verá pronto el día en que habrá de exclamar: "¡Ha pasado el tiempo de la recolección y no tengo nada cosechado! ¡He gozado de los placeres, he figurado en el mundo, pero no he hecho nada que me aproveche para la salvación! ¡Perdiendo el alma, el cielo y Dios, lo he perdido todo!"
¡Qué catástrofe más terrible! ¡Dichosos, por el contrario, quienes se parezcan al joven justo y sencillo del que nos habla la Escritura, que, habiendo vivido poco tiempo, hizo el bien de muchos años: Consumatus in brevi, explevit témpora multa (Sap., IV, 13).
Suponed que os fuese dado ser dueños de todo el terreno que pudieseis contornear andando todo un día, o que fuesen para vosotros todas las onzas de oro que pudieseis contar en una jornada. ¿Estaríais mucho tiempo sin andar o sin contar monedas? ¡Claro que no, porque os iría en ello una gran riqueza! Pues bien: cada minuto de vuestra vida podéis adquirir preciosos tesoros para la eternidad y no debéis perder nada de tiempo. No dejéis para mañana el bien que podáis hacer hoy, porque no sabéis si llegaréis a mañana.

Conclusión.—Un buen recuerdo.—Estaba para morir santamente un siervo de Dios, y los que le rodeaban le rogaron que los dejase algún buen recuerdo o consejo. El hombre de Dios les dijo entonces: "Me encuentro ahora en el momento cumbre de la vida, en que es preciso despedirse de todas las cosas, quedándose uno sólo con sus buenas o malas obras; por eso os digo que la vida es muy breve y hay que aprovecharla bien, para que al llegar la muerte no temáis comparecer ante Dios. Si empleáis vuestra vida en obras buenas, éstas os acompañarán después de muertos y os valdrán una eternidad feliz."
No olvidéis tan sabio consejo, mis queridos niños.

EJEMPLOS
(1) La vida humana.—Una parábola de San Juan Damasceno.—San Juan Damasceno daba una imagen de lo que es la vida humana con la siguiente parábola:
Iba un viajero por un camino cuando en cierto momento se dio cuenta de que le perseguía un horrendo monstruo con intención de devorarlo. El infeliz caminante echó a correr, pero tuvo la mala suerte de dar un paso en falso y se cayó a un gran hoyo. Al producirse el vacío bajo sus pies, el hombre se agarró donde pudo, asiéndose fuertemente a una planta silvestre que había al borde del hoyo, de forma que quedó suspendido en el aire, sin poder ponerse a salvo. En tal posición, se le ocurrió mirar hacia abajo y vio una enorme serpiente con la boca abierta, esperando que cayera para tragárselo. Mas lo peor del caso era que dos enormes ratas, una blanca y otra negra, estaban royendo las raíces de la planta en que el infeliz se sostenía...
El significado de la parábola es éste:
El caminante representa a todos los que vivimos en el mundo y que somos viajeros que nos dirigimos a nuestra patria eterna. El monstruo alado que corre tras de nosotros es el tiempo. La serpiente que espera tragarnos es la muerte. La planta silvestre a la que nos agarramos con desesperación representa nuestra vida. Las ratas, blanca una y negra la otra, son imagen del día y de la noche, que están royendo sin parar nuestra vida. ¿Qué tiempo nos queda todavía para caer en las fauces de la muerte? Sólo Dios lo sabe; pero podemos decir con certeza que poco.

(2) La brevedad de la vida.—La sorpresa de un joven.—Un joven que se había entregado de lleno al mundo llego al trance de la muerte en edad temprana; pero él no quería creer que se fuese a morir. El pensamiento de la muerte le desesperaba, y decía: "¡No, no es posible que muera tan joven! ¡ No quiero renunciar tan pronto a las diversiones, juegos y satisfacciones de la vida!..."
Mas de nada le servían tales lamentaciones, porque la muerte, llegada su hora, no tiene contemplaciones con nadie y le siega la existencia. Lo que hay que hacer es prepararse desde la más tierna edad, para el momento de tener que abandonar este mundo, con buenas obras que nos sirvan de garantía para entrar en el cielo, la patria venturosa en donde podremos disfrutar durante toda la eternidad de Dios, que es la verdadera felicidad.

(3) No hay que apegarse a la tierrasLa calabacera y el olivo. Voy a contaros un apólogo de los antiguos, que os hará reflexionar sobre lo muy engañosos y poco duraderos que son los bienes de la tierra.
Cayó por casualidad una pepita de calabaza al pie de un olivo secular, y, hallando buen terreno y condiciones favorables para su desarrollo, germinó y se convirtió en hermosa calabacera, que se enrolló en el olivo y se encaramó hasta lo más alto. Enorgullecida por verse tan alta y sobresaliendo por encima de las demás plantas del predio, habló del modo siguiente al sufrido olivo:
¡Qué poca cosa eres, viejo árbol! No sé cómo te dedicaron los antiguos a sus dioses ni por qué emplearían tus ramitas, de hojas tan pequeñas, para coronar a sus héroes. ¡Cuánto mejor hubiera sido utilizar mis hermosas hojas! Porque, bien mirado, ¿hay planta alguna que pueda comparar sus hojas con las mías? ¿Y los frutos? ¿Qué árbol ni mata ofrece algo comparable con mis enormes calabazas, salidas de mis doradas flores? Y ha de tenerse en cuenta que todo esto lo he conseguido en unos meses. Tú, en cambio, añoso olivo, has necesitado cien años para llegar a ser lo que eres.
El humilde árbol no contestó a las bravuconadas de la pretenciosa calabacera, limitándose a decir para sus adentros:
"¡En invierno hablaremos!"
Y, efectivamente, al llegar los primeros fríos otoñales palidecieron las hojas de la calabacera, y, viendo ésta que se aproximaba su fin, dijo al fuerte árbol que la sostenía:
— ¡Adiós, mi querido olivo! Ahora comprendo lo que soy en realidad: nada en comparación tuya. De poco me sirve haberme desarrollado en tan poco tiempo y verme adornada como me he visto los días de verano; sólo vale y se aprecia lo que es sólido y durable, como tú : Quod breve est nullum est; gloriosum quod manet.

(4) La vida es una peregrinación.Un peregrino y un castellano.— Un pobre peregrino llamó a la puerta de un castillo solicitando pasar en él la noche. Asomóse por la ventana el castellano dueño de la señorial mansión y dijo de mal talante al peregrino:
—Esto no es ninguna posada. El viandante le replicó:
—¿Me permite tres preguntas y me iré cuando me las conteste?
Accedió el castellano y le dijo el caminante:
—¿Quién vivía en este palacio antes que su señoría?
-Mi padre.
—¿Y antes que vuestro padre?
—Mi abuelo.
—Y cuando muera su señoría, ¿quién lo habitará?
A esto no respondió el dueño del castillo, que no pudo disimular su contrariedad. Entonces prosiguió diciendo el peregrino :
—Si quien vive en este palacio está poco tiempo en él y ha de dejarlo a otros, es señal de que no es más que un huésped. Bien puede, por tanto, parangonarse este castillo a una posada. Por eso debiera pensar su señoría en hacer bien a los demás y mostrarse generoso con los pobres para ganarse un puesto definitivo en la mansión celestial.
El castellano quedó mortificado; abrió la puerta y dejó entrar a aquel forastero, con el que se mostró sumamente espléndido.
G. Mortarino
MANNA PARVULORUM

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