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martes, 17 de mayo de 2011

Hacerse Hombre

     El hombre en una criatura noble. Como un gran artista deja en su obra el reflejo de su genio, Dios, que lo ha creado, ha dejado en todo su ser el sello de su poder, y, como dice Bossuet, "el admirable reflejo de su imagen". Es bello en su cuerpo: "Es, entre los animales, el único que está de pie, el único vuelto hacia el cielo, el único donde brilla, por una bella y singular estructura, la inclinación de la naturaleza razonable a las cosas elevadas".
     Es bello también en el alma: entre los habitantes de la tierra, es también el único que tiene la razón, y que al ser apto para pensar, es capaz de conocer el universo y la mano que lo gobierna.
     Pero no te engañes con eso. Hay una belleza más elevada aún que él puede alcanzar, quiero decir, la belleza moral, la que viene de la rectitud de su corazón y de su varonil amor para el bien.
     Es aquella belleza que lo perfecciona y que hace verdaderamente hombre, porque esta belleza se la da él mismo: es hija de su libertad.
     Pero, ¿dónde está el hombre verdaderamente hombre, y quién lo encontrará en esas agitadas olas que alternativamente traen y se llevan a las generaciones?
     Hijo mío, no es un hombre el que no reconoce el deber, o que, reconociéndolo, no tiene la energía para cumplirlo.
     No es un hombre el que se deja llevar por el temor y en presencia de un peligro real o quimérico, es capaz de obrar contra su conciencia.
     No es un hombre el que se deja llevar por sus bajos instintos y que no sabe, cuando le es preciso, sacrificarse enteramente a sus convicciones.
     No es un hombre el que siempre vacilante e indeciso, es llevado por el viento de la opinión como una veleta, que no sabe ni lo que piensa ni lo que quiere, y que no tiene otra regla que doblegarse a los caprichos y voluntades del mundo.
     El hombre verdaderamente hombre, es aquel que sabe determinarse, sabe querer y sabe obrar; es aquél que marcha a su meta sin desfallecer, que sabe sostener por mucho tiempo la lucha y la prueba, que no sabe ni retroceder ni capitular; es aquél cuya voluntad es una fortaleza inaccesible e inexpugnable, y qué siempre, pronto a todo sacrificio al deber, persigue con constancia el ideal de la perfección humana.
     El primer fin del hombre en la vida, es ser hombre. Quiero, pues, hijo mío, que te esfuerces en serlo.
     Quiero que se diga de ti: ¡es uu hombre! Pues cuando se ha merecido ese elogio, es uno de los más bellos qtie puedan honrar un carácter.
     El Espíritu Santo nos da este consejo en su divino Libro:
¡Sed fuertes y firmes en el combate! ¡Sed hombres!

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