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jueves, 2 de junio de 2011

Cuidado que han de tener los padres de familia, para que todos los de su casa se confiesen y comulguen con frecuencia.

A los padres de familia pertenece, no solo el dar alimento corporal a los de su casa, sino también el cuidado principal de que vivan ejemplares, y sean virtuosos los que comen el pan de su mesa, porque no viven los hombres con solo el pan material, como dice el Señor en su santo evangelio: Non in solo pane vivit homo (Matth., IV, 4).
El demonio, como león rabioso, no cesa de dar giros y vueltas en las casas y familias, buscando si halla ocasión oportuna para perder y devorar a algunos de ellos, como dice el principe de los apóstoles san Pedro (Pet. V, 8). Y por lo mismo será justo, que los padres de familia se desvelen, y estén advertidos, para que na logre el enemigo sus depravados intentos.
La frecuencia de los santos sacramentos de la confesión y comunión es un defensivo poderoso contra las diabólicas astucias de Satanás, según la doctrina práctica del seráfico doctor san Buenaventura; por lo cual importará mucho, que los padres de familia diligentes apliquen su cuidado, y persuadan a todos los de su casa, que frecuenten estos divinos sacramentos, y purifiquen sus almas; porque esta cristiana diligencia cuesta poco, y vale infinito.
La santa madre Iglesia solo pide y manda a los fieles, que se confiesen en tres ocasiones. La primera, que se confiesen a lo menos una vez dentro de un año. La segunda, que se confiesen si esperan entrar en peligro de muerte. La tercera, que se confiesen si han de comulgar y recibir a nuestro Señor Jesucristo sacramentado; porque la sagrada comunión es sacramento de vivos, y pide que el alma esté en gracia de Uios para recibir este sacramento.
Mas aunque de precepto riguroso no se le pide la confesión sacramental a los fieles, sino en estas tres ocasiones, convendrá que los padres de familia exhorten y persuadan a todos los de su casa, que frecuenten estos soberanos sacramentos; porque de los pecados cometidos importa purificarnos mas y mas, como decia en el salmo de su penitencia el santo rey David: Amplius lava me ab iniquitate mea (Psalm. L, 4)
El infeliz Absalon, que solo se cortaba los cabellos una vez en el año, los dejó crecer demasiado, y por último se le enredaron en un árbol fuerte de tal manera, que allí pereció colgado de sus cabellos entre el cielo y la tierra, como dice el sagrado texto. Teman y tiemblen los que tienen muchos pecados, y solo se confiesan una vez en el año, no sea que se enreden tanto con ellos, que no sepa desenredarlos, y perezcan sus pobres almas para siempre.
Por esto dice el Espíritu Santo, hablando con el pecador, que no tarde ni dilate el convertirse a su Dios; ni vaya emperezando de dia en dia, no sea que se llegue el último punto de su vida, y le coja desprevenido el juicio riguroso del altísimo Señor:Ne differas de die en diem (Eccli., V, 8).
La confesión sacramental fructuosa, con que el pecador se restituye felizmente á la gracia de su Dios, ha de tener cinco condiciones, que son: examen de conciencia, dolor de sus pecados, propósito firme de la enmienda, entera confesión de todas sus culpas, y propósito eficaz de satisfacer por ellas, cumpliendo la penitencia que el confesor le diere. Estas precisas condiciones de la buena confesión se explicarán después.
Los actos esenciales del penitente, que son la materia próxima de la confesión, se reducen a tres, y son los siguientes: el primero es dolor de los pecados cometidos, y este dolor ha de ser contrición perfecta, o por lo menos atrición sobrenatural que se funda en dolor y displicencia de sus pecados, por el motivo superno de que Dios le castigará, si no se aparta de ellos. Todo esto consta del sagrado concilio Tridentino (Ses., XIV, c. 3).
El examen de la conciencia se ha de hacer por los divinos mandamientos y preceptos de la santa madre Iglesia, considerando el hombre sus malas obras, de que se sigue, como dice David, el convertir sus pasos, y ordenarlos conforme al gusto del Señor: Cogitad vias meas, et converti pedes meos in testimonia mea (Psalm. CXVIII, 39).
El propósito de la enmienda ha de ser verdadero y eficaz, porque el Señor atiende a la preparación del corazón humano, como se dice en un Salmo: Praeparationem cordis eorum audivit auris tua; y si este propósito no es constante, firme y verdadero, la confesión será sacrilega, y causará en el alma desventurada mas daño que provecho.
Aquellos hombres insipientes que siempre andan con buenos propósitos, y nunca enmiendan su mala vida, deben entrar en fundadísimo recelo de que su propósito no es verdadero, sino veleidad inconstante, en la cual viven atormentados y sin provecho. Estos son los que dice David, que pasan toda la vida como en imagen, y en vano se conturban: In imagine pertransit homo; sed et frustra, conturbatur.
Considérese a una santa imagen de san Jerónimo con un santo Cristo en la mano izquierda, y una dura piedra en la mano derecha, levantando el brazo, con el amago de quererse romper el pecho, y nunca llega la ejecución de darse un golpe. Asi vive el pecador, que solo tiene buenos deseos, y nunca llega a las buenas obras, porque sus propósitos no son mas que veleidades, y asi pasa la vida como imagen, que Dios la reputará por nada, como dice el profeta rey: Imaginera ipsorum ad nihilum rediges.
La confesión entera de los pecados mortales debe ser sin dejar alguno por encogimiento ni vergüenza; porque si alguno se oculta y calla, la confesión es mala y sacrilega. El Espíritu Santo dice, que por el bien de tu alma no te confundas en decir la verdad. Vence tu encogimiento, considerando lo que dice el sagrado texto, que la confusión humilde te conseguirá la gracia y la gloria: Est confusio adducens gratiam et gloriam (Eccli., IV, 23).
En España hay remedio para todo, sin ir a Roma, aunque los pecados sean gravísimos, feísimos y abominables; porque el prudente confesor sabrá buscar la autoridad, si no la tiene, y en todo procederá con discreto silencio, como lo pide el sigilo de la confesión, el cual es tan grande, que aunque al ministro de Dios le hiciesen pedazos, no puede manifestar lo que sabe por confesión, según está determinado en el santo concilio Tridentino, y en varios decretos apostólicos (V. P. Gavar., in instructione 2, n. 23).
Es punto de fe católica, que el pecador ingrato que perdió la gracia del bautismo, no puede salvarse, si no hace verdadera penitencia (Luc., XIII, 3).
Por lo cual es indispensable una de dos, o confesarse bien el que mortalmente pecó, o condenarse sin remedio, porque teniendo oportunidad de confesión sacramental, no salva la contrición, en la cual se comprende la confesión, saltem in voto.
Infiérese de lo dicho, que el hacer una buena confesión con los debidos requisitos, es la materia mas grave que se le puede ofrecer a un cristiano en este mundo. Así lo dice el apóstol de Italia san Bernardino de Sena en un sermón fervoroso que predicó de la verdadera penitencia.
El gran padre de la Iglesia san Ambrosio dice una formidable sentencia, y es, que mas fácilmente se hallará quien guarde la inocencia y gracia bautismal, que quien haga verdadera penitencia, después de muchos pecados. Esto es lo que también lloraba el profeta Jeremías (VIII, 6).
El demonio trabaja mucho, dice san Juan Crisóstomo, para que las confesiones sacramentales no se hagan enteramente bien; o por falta de examen, ó por demasiado encogimiento y vergüenza del penitente, o por falla de verdadero propósito de la enmienda; porque sabe Satanás que si la confesión no es fructuosa, entera y formal, no sirve para la salvación eterna de las almas.
Estos puntos principales han de explicar muchas veces los padres de familia a todos los de su casa, para que no hagan malas confesiones, y díganles claramente, que quien se confiesa bien, aunque tenga muchos pecados graves, se restituye a la divina gracia, y Dios le llena de bendiciones, y le asegura la salvación eterna de su alma. Juntamente con esto explíquenles el horror de vivir en pecado mortal, y en estado de condenarse, para que se aficionen a la frecuencia de este santo sacramento, que es la segunda tabla para salvarse los que padecieron naufragio después del bautismo, como se define en el sagrado concilio Tridentino (Ses., IV, c. 5, can. 4).
Y para que también se aficionen todos los de la familia a las sagradas comuniones, tengan cuidado de leerles muchas veces el capitulo donde se trata de los grandes frutos espirituales que consiguen las almas con la sagrada comunión, y horrendo sacrilegio que cometen comulgando en pecado mortal, sin haberse confesado bien.
Las fiestas principales de la Iglesia católica se celebran dignamente, purificándose las almas con estos santos sacramentos de la confesión y comunión, porque para esto son los dias festivos, y no para divertimientos profanos, como imaginan algunos bárbaros relajados, que le roban el tiempo a Dios nuestro Señor en los dias de fiesta, y le destinan para servir al diablo con sus vicios y pecados, según lo predicó públicamente el apóstol de Valencia san Vicente Ferrer.
Lo mismo predicó fervoroso el serafín de Sena san Bernardino, diciendo a todo el pueblo, que era digno de llorar amargamente lo que sucedia en los dias festivos; porque siendo determionados para la mayor honra y gloria de Dios, y salvación de las almas, ya se habian convertido en ignominia del Señor, y condenación de los ingratos cristianos; los cuales, en vez de santos ejercicios, empleaban los días de mayor solemnidad en multiplicar sus graves pecados con escándalo del mundo.
Son tan ofensivos de Dios nuestro Señor los pecados graves que se comenten en día de fiesta, que según la doctrina apostolica de san Vicente Ferrer, todas las plagas y desventuras que padecen los pueblos cristianos, se atribuyen a la feisima ingratitud de profanar los días festivos y solemnes, sirviendo al demonio en ellos mas que al Altísimo Dios, a quien están dignamente consagrados. La sentencia del santo dice: Ex fractione diei venit omne malum (Ser., II, post dom., Trinit.)

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