Vistas de página en total

jueves, 23 de junio de 2011

La Iglesia y el Estado. Escuelas privadas y escuelas del Estado.

Si el Papa mandase a los católicos que desobedeciesen a los Gobiernos en materias puramente civiles, ¿estarían los católicos obligados a obedecer a la orden del Papa?
No, señor; en ese caso, los católicos no estariamos obligados a obedecer al Papa. Pero estamos seguros de que el Papa no ha de dar un paso semejante. Si diera ese paso, él mismo vería que se contradecía, pues mientras por un lado afirma que su campo de acción es la fe, la religión, las buenas costumbres..., por otro legisla sobre asuntos civiles que incumben únicamente a la sociedad civil. El sabe muy bien que Dios le da autoridad y le asiste para que gobierne su Iglesia, no para que se entremeta en las cosas que no son de la Iglesia. Hay en la Historia no pocos casos de naciones católicas que, aunque reconocían plenamente la supremacía del Papa en materias espirituales, se opusieron a sus decisiones en cuestiones de política. Cuando el Papa Pío V excomulgó a Isabel de Inglaterra, en 1571, Carlos IX de Francia, Felipe II y el emperador Maximiliano II se negaron a reconocer la Bula, de donde coligieron los católicos ingleses que tampoco ellos estaban obligados a obedecer donde los demás católicos desobedecían. Aunque la Bula decía abiertamente que asistir a las iglesias protestantes por mandato de Isabel era rechazar el catolicismo, sin embargo, los católicos se mantuvieron leales a su reina. Aun los mártires en el patíbulo, que morían por la religión católica, pregonaban la lealtad a la reina Isabel, que los condenaba. Pero téngase en cuenta que aun los actos puramente civiles tienen un aspecto moral y deben subordinarse al orden puesto por Dios para la convivencia humana.

¿No es cierto que los Papas, especialmente Pío IX en el Syllabus, han condenado la separación de la Iglesia y del Estado? ¿No les conviene a los dos esta separación?
Conviene tener ideas claras en este particular. El Syllabus es un índice o colección de doctrinas falsas condenadas previamente por los Papas Gregorio XVI y Pío IX en varias de sus Encíclicas, Breves y Letras apostólicas. Algunos creen que cuando el Papa condena una proposición, la contraria es verdadera. No es ésta la verdadera, sino la contradictoria, que no es lo mismo. "Supongamos—dice el cardenal Newman a este propósito—que tú me dices que todos los negros se apellidan Johnson. Cuando yo te respondo que esto es falso no quiero decir que no hay ningún negro que se apellide Johnson, sino que no todos los negros se apellidan así." Por tanto, cuando el Papa condenala proposición 55 del Syllabus, que dice: "La Iglesia debe ser separada del Estado y el Estado de la Iglesia", lo que quiere dar a entender el Papa es que no siempre han de estar separados la Iglesia y el Estado. Solamente los fanáticos e intolerantes que creen que estas dos sociedades perfectas han de estar por fuerza separadas pueden quejarse de esta condenación, por otra parte, tan razonable.
El ideal sería que la Iglesia y el Estado fuesen a una estrechamente unidos y ayudándose mutuamente: que, al fin y al cabo, la Iglesia fue instituida para todos los hombres y el Estado está compuesto de hombres; pero como hoy día corren otros vientos y otras ideas y las circunstancias son muy diversas de las de la Edad Media, decimos que la Iglesia se adapta a las actuales circunstancias y desempeña libremente sus funciones espirituales, prescindiendo en absoluto de la unión y de la forma de gobierno. En la Edad Media, los dos poderes estaban, por decirlo así, identificados, y la Iglesia florecía y prosperaba: hoy la Iglesia está tan floreciente como en sus mejores tiempos, lo mismo en las naciones católicas, que reconocen la religión católica como la religión oficial del Estado, que en las naciones unidas por el Vaticano sólo por un concordato, o sin relaciones algunas con el Vicario de Cristo, como acontece en los Estados Unidos. Para muchos latinos, la fórmula "separación de la Iglesia y del Estado" es sinónima de aplastamiento de la Iglesia por el Estado. Esto es una monstruosidad y el colmo del fanatismo y de la intolerancia. En resolución, cada pueblo debe pensar seriamente qué es lo que más le conviene, dado el estado de cosas del país, y obrar en conformidad con eso. La Iglesia está siempre dispuesta a entablar negociaciones para bien del Estado y del individuo. Nadie crea que la Iglesia va a entremeterse en lo que concierne al Estado; no. Por el contrario, el Estado es el que empieza siempre los disturbios y desavenencias, como lo prueba la Historia.
El fin de la sociedad civil es la prosperidad material del pueblo, dando al individuo medios y protección para eso; mientras que el fin de la Iglesia es el bien espiritual de todos los hombres, dándoles los medios necesarios para ello, a fin de que vivan y mueran en gracia de Dios y se salven. Absolutamente hablando, los dos poderes pueden vivir separados; pero, en general, debemos aspirar a una unión, mientras más íntima mejor, para que no sólo el individuo, sino también la nación entera, puedan gloriarse de tener por Madre a la Iglesia que Cristo fundó para que nos enseñe el camino del cielo y nos dé medios para caminar por él hasta el fin.

¿Es la Iglesia católica partidaria de que se traiga a ella la gente por fuerza, como aconteció en los días de Carlomagno, Luis XIV y ciertos reyes de España, que lo hacían así con los moros y los judíos?
La Iglesia no es responsable de lo que hayan hecho ciertos monarcas que, por motivos políticos, o por avaricia, o por demasiado celo, se han valido de la fuerza para convertir a sus subditos a la religión católica. Cuando Carlomagno empezó a forzar a los sajones paganos a que se convirtiesen, Alcuino y Arno de Salzburgo le repredieron por ello. El Papa Inocencio XI reprendió a Luis XIV por sus violencias contra los hugonotes, y acudió a Jacobo II de Inglaterra para que interpusiera su favor con el rey de Francia en defensa de los perseguidos hugonotes. Finalmente, Sixto IV no cesaba de protestar contra las arbitrariedades e injusticias de la Inquisición española. El sentir de la Iglesia en este punto está magistralmente declarado en los escritos de Tertuliano, Orígenes, San Cipriano, Lactancio, San Hilario y otros.
Dice Tertuliano: "Es un derecho fundamental y un privilegio natural que cada uno dé culto a Dios conforme a sus convicciones. La religión no dice que se imponga la religión. Esta debe ser abrazada libremente, no forzada" (Ad Scapulam 2, 2).
Orígenes: "Es imposible armonizar la legislación de Moisés con el llamamiento que nosotros hacemos a los gentiles... Porque a los cristianos no nos es lícito matar a los enemigos, ni condenar, como Moisés condenaba, a los que desobedezcan la ley, quemándolos o apedreándolos" (Contra Celsum 7, 26).
San Cipriano escribe: "Ahora que entre los fieles la circuncisión de la carne se ha sustituido por la del espíritu, a los soberbios y contumaces se los mata con la espada del espíritu arrojándolos del seno de la Iglesia" (Ad Pomponium. carta 82).
Lactancio: "En modo alguno se puede justificar la violencia y la injusticia, pues la religión no se puede imponer a viva fuerza. Es éste un negocio que pertenece a la voluntad, la cual es influenciada por la doctrina, no por los garrotes. A la religión se la defiende muriendo, no matando; con paciencia, no con crueldad; con fe, no con crimen... El que pretenda defender la religión con derramamiento de sangre ajena, con torturas y con crímenes, sepa que no la defiende, sino que la ensucia y la profana. Porque no hay cosa que así dependa del libre albedrío como la religión" (Divi. Insti 5, 20).
Finalmente, San Hilario de Poitiers, desterrado cuatro años por el arriano emperador Constancio, escribe: "Hoy que el Estado obliga a abrazar la fe divina por la fuerza, los hombres dicen que Cristo no tiene poder. La Iglesia amenaza con destierro y con calabozos. Esa Iglesia, en la que antes se creía cuando se estaba en el destierro y en la cárcel, ahora quiere forzar a los hombres a que crean en ella" (Contra Auxentium 4).

¿Por qué se oponen los católicos a las escuelas públicas del Éstado? ¿Por qué tienen ellos sus escuelas privadas? ¿No admiten los católicos que el Estado tiene derecho a educar a los ciudadanos? ¿Quién tiene prioridad de derecho respecto de la educación: la familia o el Estado?
Los católicos no se oponen a las escuelas públicas del Estado. Las miran, sí, con recelo, que no es lo mismo. Si el Estado prohibe la enseñanza de la religión en las escuelas o enseña algo contra ella, ya se ve que los católicos tienen derecho a quejarse y aun a protestar, pues contribuyen con su dinero a la conservación de las escuelas públicas y no es justo que paguen para que se los moleste, especialmente en países donde el porcentaje de católicos es elevadísimo, como acontece en los de lengua española.
En cuestión tan espinosa, preferimos citar a la letra algunos párrafos de la Encíclica de Su Santidad Pío XI sobre la educación cristiana. Veamos lo que responde el Papa a la dificultad propuesta: "Ante todo, pertenece de un modo supereminente a la Iglesia la educación, por dos títulos de orden sobrenatural, exclusivamente concedidos a ella por el mismo Dios, y por esto absolutamente superiores a cualquier otro título de orden natural. El primero consiste en la expresa misión y autoridad suprema del magisterio que le dio su divino Fundador: "A Mí se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, a instruir a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándolas a observar todas las cosas que Yo he mandado. Y estad ciertos que Yo estaré siempre con vosotros hasta la consumación de los siglos." A cual magisterio confirió Cristo la infalibilidad, junto con el mandato de enseñar su doctrina... El segundo título es la maternidad sobrenatural con que la Iglesia, esposa inmaculada de Cristo, engendra, educa y alimenta las almas en la vida de la gracia con sus sacramentos y su enseñanza. Con razón, pues, afirma San Agustín: "No tendrá a Dios por Padre el que rehusare tener a la Iglesia por Madre." Por tanto, en el objeto propio de su misión educativa, es decir, en la fe e instrucción de las costumbres, el mismo Dios ha hecho a la Iglesia partícipe del divino magisterio, y, por beneficio divino, inmune de error; por lo cual es maestra de los hombres, suprema y segurísima, y en sí misma lleva arraigado el derecho inviolable a la libertad de magisterio... Así, pues, con pleno derecho la Iglesia promueve las letras, las ciencias y las artes en cuanto son necesarias o útiles para la educación cristiana, y, además, para toda su obra de la salvación de las almas, aun fundando y manteniendo escuelas e instituciones propias en toda disciplina y en todo grado de cultura. Ni se ha de estimar como ajena a su magisterio maternal la misma educación que llaman física, precisamente porque ésta tiene razón de medio que puede ayudar o dañar a la educación cristiana. Esta obra de la Iglesia en todo género de cultura, así como cede en inmenso provecho de las familias y las naciones, que sin Cristo se pierden..., así no trae el menor inconveniente a las ordenaciones civiles, porque la Iglesia, con su maternal prudencia, no se opone a que sus escuelas e instituciones educativas para los seglares se conforme en cada nación con las legítimas disposiciones de la autoridad civil, y aun está en todo caso dispuesta a ponerse de acuerdo con ésta y a resolver amistosamente las dificultades que pudieran surgir... Con la misión educativa de la Iglesia concuerda admirablemente la misión educativa de la familia, porque ambas proceden de Dios de manera muy semejante. En efecto, a la familia, en el orden natural, comunica Dios inmediatamente la fecundidad, principio de la vida, y consiguientemente principio de educación para la vida, junto con la autoridad, principio de orden... La familia, pues, tiene inmediatamente del Creador la misión y, por tanto, el derecho de educar a la prole; derecho inalienable por estar inseparablemente unido con la estricta obligación; derecho anterior a cualquier derecho de la sociedad civil y del Estado, y, por lo mismo, inviolable por parte de toda potestad terrena. La razón la da el Doctor Angélico: "El hijo, naturalmente es algo del padre...; es, pues, de derecho natural que el hijo, antes del uso de la razón, esté bajo el cuidado del padre. Y sería contra la justicia natural que el niño, antes del uso de la razón, fuese sustraído del cuidado de los padres, o de alguna manera se dispusiese de él contra la voluntad de sus padres." Y como la obligación del cuidado de los padres continúa hasta que la prole esté en condición de proveerse a sí misma, perdura también el mismo inviolable derecho educativo de los padres. "Porque la naturaleza no pretende solamente la generación de la prole, sino también su desarrollo y progreso hasta el perfecto estado del hombre en cuanto es hombre, o ser, el estado de virtud", dice el mismo Doctor Angélico... De este primado de la misión educativa de la Iglesia y de la familia, así como resultan grandísimas ventajas, según hemos visto, para toda la sociedad, así también ningún daño puede seguirse a los verdaderos y propios derechos del Estado respecto a la educación de los ciudadanos conforme al orden por Dios establecido. Estos derechos los ha comunicado a la sociedad civil el mismo Autor de la Naturaleza, no a título de paternidad, como a la Iglesia y a la familia, pero sí por la autoridad que le compete para promover el bien común temporal, que no es otro su fin propio. Por consiguiente, la educación no puede pertenecer a la sociedad civil del mismo modo que pertenece a la Iglesia y a la familia, sino de manera diversa, correspondiente a su fin propio... Por tanto, en orden a la educación, es derecho, o, por mejor decir, deber del Estado proteger en sus leyes el derecho anterior—que arriba dejamos descrito—de la familia en la educación cristiana de la prole; y, por consiguiente, respetar el derecho sobrenatural de la Iglesia sobre tal educación cristiana. Igualmente toca al Estado proteger el mismo derecho en la prole, cuando venga a faltar física o moralmente la obra de los padres por defecto, incapacidad o indignidad, ya que el derecho educativo de ellos, como arriba declaramos, no es absoluto o despótico, sino dependiente de la ley natural y divina y, por tanto, sometido a la autoridad y juicio de la Iglesia y también a la vigilancia y tutela jurídica del Estado en orden al bien común; y, además, la familia no es sociedad perfecta que tenga en sí todos los medios necesarios para su perfeccionamiento. En tal caso, por lo demás excepcional, el Estado no suplanta ya a la familia, sino suple el defecto y lo remedia con medios idóneos, siempre en conformidad con los derechos naturales de la prole y los derechos sobrenaturales de la Iglesia. Además, en general, es derecho y deber del Estado proteger, según las normas de la razón y de la fe, la educación moral, y religiosa de la juventud, removiendo de ella las causas públicas a ella contrarias... Además, el Estado puede exigir y, por tanto, procurar que todos los ciudadanos tengan el conocimiento necesario de sus deberes civiles y nacionales, y cierto grado de cultura intelectual, moral y física que el bien común, atendidas las condiciones de nuestros tiempos, verdaderamente exija. Sin embargo, claro es que en todos estos modos de promover la educación y la instrucción pública y privada, el Estado debe respetar los derechos nativos de la Iglesia y la familia a la educación cristiana, además de observar la justicia distributiva. Por tanto, es injusto e ilícito todo monopolio educativo o escolar que fuerce física o moralmente a las familias a acudir a las escuelas del Estado contra los deberes de la conciencia cristiana, o aun contra sus legítimas preferencias."
Estimamos que bastan estos párrafos para demostrar que la educación no es patrimonio exclusivo del Estado, sino de la Iglesia y de la familia, quedándole al Estado el deber de proteger el derecho de la Iglesia y de la familia. El Estado, claro está, debe favorecer las iniciativas de esas dos sociedades, suplir sus deficiencias con escuelas propias, para el bien común; puede también reservarse las escuelas para empleos oficiales y dar cierta educación cívica para el mismo bien común. Más adelante prueba Pío XI en su Encíclica que el Estado en esto, como en todo, debe estar en armonía con la Iglesia, porque la educación cristiana hace buenos ciudadanos, gana con esto la ciencia y, sobre todo, porque la fe y la ciencia vienen de Dios y no se oponen, antes se ayudan.

BIBLIOGRAFÍA
Pío XI, Enciclica sobre la educación cristiana.
Apostolado de la prensa, Los católicos y las elecciones.
Idem, Escuelas laicas
Arrese, La religión del dios-Estado
Azpiazu, Direcciones pontificias.
Blanco, La escuela única.
Id., Derecho docente de la Iglesia, la familia y el estado.
Cruz, El deber de los católicos en la politica.
Goyau, Clero nacional y clero social.
Idem, La escuela de hoy.
Herrera, Modernas orientaciones en la enseñanza.
Izaga, La Iglesia y el Estado.
Jaramillo, Mis deberes politicos.
Krieg, La escuela a la luz de la verdad.
Leclercq, Nuestro patriotismo.
Muñecas, La enseñanza superior de la religión en los centros oficiales del Estado.
Noguer, La escuela única.
Regatillo, El Concordato español de 1953.

No hay comentarios: