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jueves, 16 de junio de 2011

LOS PROBLEMAS CON LA MISA NUEVA (3)

Cambiando Las Palabras de Cristo

Y así llegamos ahora a considerar las palabras mismas de la Consagración. Estas palabras en la Misa Tradicional son las más sagradas, porque se atribuyen por tradición al propio Cristo, y es por medio de ellas que se «confeccionan» las Sagradas Especies (el pan y el vino se cambian en el Cuerpo y la Sangre de Cristo). Estas palabras preciosas, las mismas palabras de Cristo, antiguamente escritas sólo en oro y siempre destacadas y enfatizadas en su forma impresa, se han alterado e incrustado en la Narrativa de la Institución de la Nueva Misa.
Ahora bien, un Sacramento, por definición doctrinal, es «una señal sensible, instituida por Nuestro Señor Jesucristo, para significar y producir gracia». Esta señal sensible consiste en una «materia» y una «forma» (es decir, una «sustancia material» apropiada y unas «palabras» apropiadas). Como San Agustín enseña, «la palabra [“forma”] se une al elemento [“materia”] y el Sacramento existe».
Ejemplos de «materia» son el agua en el Bautismo y el pan de trigo y el vino de uva en la Misa
(En una edición anterior de este librito, el problema de materia inválida se suscitó en referencia a la legislación posconciliar que les permite a los sacerdotes alcohólicos usar el mosto para celebrar la Nueva Misa (DOL., No. 1674, R51). Pero, como Santo Tomás apunta (Summa, III, 74), el Papa Julio permitió de hecho el uso de mustum, o jugo de uvas maduras, en casos de necesidad. Por otro lado, que la bebida artificialmente procesada que nosotros llamamos «mosto» se encuentre por esta norma como materia válida parece, a mí por lo menos, cuestionable. Recientemente, Juan Pablo II, en nombre de la inculturación, ha autorizado ad experimentum («experimental») el uso de hostias hechas de la harina del grano del cazabe y vino hecho de maíz en Zaire. La fuente de esta declaración es La Croix (París), 9 de agosto de 1989, y referido por el P. Noel Barbara en Forts dans la Foi, No. 7, 1990).
La «forma» consiste en las palabras que el «ministro del Sacramento» pronuncia y que aplica a la materia. Estas palabras «determinan» a la materia a producir el efecto del Sacramento, y también significan íntimamente lo que el Sacramento realiza. Las formas («palabras») de los Sacramentos nos fueron dadas por Cristo in especie (exactamente) o in genere (de una manera general). Según la enseñanza normal,
Cristo determinó qué gracias especiales serían conferidas por medio de los ritos externos: para algunos Sacramentos (por ejemplo el Bautismo, la Eucaristía) Él determinó minuciosamente (in especie) la materia y la forma: para otros Él determinó sólo de una manera general (in genere) que debe haber una ceremonia externa por la cual las gracias especiales serán conferidas, dejando a los Apóstoles o a la Iglesia el poder de determinar lo que Él no había determinado —por ejemplo, prescribir la materia y la forma de los Sacramentos de la Confirmación y de las Sagradas Órdenes.

La forma de la Consagración en la Misa Tradicional ha sido fija desde los tiempos apostólicos. Ha sido «canónicamente» fijado desde el llamado Decreto Armenio del Concilio de Florencia (1438-1445).

Debajo se dan todas las formas conocidas de los diversos ritos que la Iglesia siempre ha aceptado como válidos. (Hay 76 de tales ritos en los diversos idiomas, pero todos ellos han quedado entre alguno de los modelos dados debajo). Nótese que la única variación significante se relaciona con las palabras Mysterium fidei. Se dice que estas dos palabras han sido agregadas a las palabras de Cristo por los Apóstoles —un acto completamente dentro de su incumbencia y función, porque la Revelación viene a nosotros tanto de Cristo como de los Apóstoles. La razón para las otras variaciones menores es que los diversos Apóstoles establecieron la Misa separadamente, en las diversas partes del mundo a las que fueron enviados. Así, Santo Tomás nos informa, «Santiago, el hermano del Señor según la carne, y Basilio, Obispo de Cesarea, revisaron el rito de celebración de la Misa». (Summa, III, Q. 83, Art. 4). Todos usan la misma fórmula para la Consagración del Pan. Para el vino: Bizantina: «Esta es Mi sangre del Nuevo Testamento, la cual es derramada por vosotros y por muchos para el perdón de los pecados». Armenia: «Esta es Mi sangre del Nuevo Testamento, la cual es derramada por vosotros y por muchos para la expiación y el perdón de los pecados». Copta: «Porque esta es Mi sangre del Nuevo Pacto, la cual será derramada por vosotros y por muchos para el perdón de los pecados». Etíope: «Esta es Mi sangre del Nuevo pacto, la cual será derramada y ofrecida para el perdón de los pecados y la vida eterna de vosotros y de muchos». Maronita: Como el rito latino. Caldea: «Esta es Mi sangre del Nuevo Pacto, el misterio de la fe, que es derramada por vosotros y por muchos para el perdón de los pecados». Malabar: «Porque este es el cáliz de mi Sangre del Testamento Nuevo y Eterno, el Misterio de la Fe, que es derramada por vosotros y por muchos para la remisión de los pecados». La enumeración más completa se da en The Liturgies of Ss. Mark, James, Clement, Chrysostom, and Basil and the Church of Malabar del Rev. J. M. Neale y el Rev. R. F. Littledale. (Londres: Hayes, fecha desconocida).

Según el Catecismo del Concilio de Trento, la forma (escrita en mayúsculas debajo) se encuentra dentro de estas palabras en el Canon:

El cual, el día antes de su pasión, tomó el pan en sus santas y venerables manos; y elevando sus ojos al cielo, a Ti, ¡oh Dios!, Padre suyo omnipotente, dando gracias, lo bendijo, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: Tomad y comed todos de él:

PORQUE ESTE ES MI CUERPO

Igualmente, después de haber cenado, tomando asimismo este glorioso Cáliz en sus santas y venerables manos, dándote también gracias lo bendijo, y lo dio a sus discípulos, diciendo: Tomad y bebed todos de él:

PORQUE ESTE ES EL CÁLIZ DE MI SANGRE, DEL NUEVO Y ETERNO TESTAMENTO: MISTERIO DE FE: LA CUAL SERÁ DERRAMADA POR VOSOTROS Y POR MUCHOS EN REMISIÓN DE LOS PECADOS.

Todas las veces que hiciereis esto, lo haréis en memoria de mí.

El Catecismo del Concilio de Trento continúa: «De esta forma, nadie puede dudar». Tomado del Libro de Misa para el Pueblo, y de acuerdo con los Documentos sobre la Liturgia , párr. 1360, lo siguiente es la «forma» para el Novus Ordo Missae (En el Libro de Misa para el Pueblo —como en el «Missalette» de uso común en las iglesias americanas— ninguna palabra se escribe con mayúscula o en bastardilla; ellas van juntas para que la forma del Sacramento no pueda de ninguna manera distinguirse del resto del texto que forma parte de la Narrativa de la Institución: sin embargo en el original latino de Pablo VI, las palabras están en un tipo ligeramente más grande, señalado debajo con cursiva).

Antes de que fuera entregado a la muerte, una muerte libremente aceptada, tomó pan y te dio gracias. Partió el pan, lo dio a sus discípulos, y dijo:

Tomad y comed todos de él, porque este es mi cuerpo que será entregado por vosotros. Acabada la cena, tomó la copa. De nuevo te dio gracias y alabanza, dio la copa a sus discípulos, y dijo: Tomadla, y bebed todos de ella: esta es la copa de mi sangre, la sangre de la alianza nueva y eterna. Será derramada por vosotros y por todos los hombres para que los pecados sean perdonados. Haced esto en conmemoración mía.

En la Instrucción General que acompaña al Nuevo Orden de la Misa, estas palabras son llamadas «las palabras del Señor», en lugar de, como en las rúbricas adjuntas al Rito Tradicional, las «Palabras de la Consagración». Yo soy consciente de que la segunda versión de la Instrucción General enmendó el párrafo 55d para leer «la narrativa de la Institución y la consagración», pero esto de ninguna manera cambia la importancia de lo que hemos dicho. En el contexto de la Nueva Misa la consagración puede significar simplemente que el pan y el vino son «puestos aparte» para el uso sagrado.

En la presentación de estas nuevas formas Pablo VI las llamó «las palabras del Señor» (dominica verba) en lugar de «las Palabras de la Consagración» — enfatizando así una vez más la naturaleza narrativa del Rito. Habiendo cambiado las mismas palabras de Nuestro Señor, dijo además que «las deseó como sigue» (Documentos sobre la Liturgia , párr. 1360; también, cf. Missale Romanum de Pablo VI, su Constitución Apostólica del 3 de abril de 1969, que establecen la Nueva Misa). ¡Es inconcebible que nadie, incluso un Papa, pueda «desear» que las palabras de Cristo sean de otra manera que como son! Parecería, sin embargo, que para los innovadores, incluso las mismas palabras de Cristo no son ni sacrosantas ni inviolables. Y así es con exactitud que Pablo VI describió los cambios introducidos en las Plegarias Eucarísticas como «singularmente nuevos», como «asombrosos y extraordinarios» y como la «más grande innovación» de todas las innovaciones introducidas. En realidad, con respecto a las palabras de la Consagración instituidas por Cristo en la Última Cena, Pablo VI usó el término latino «mutation».

Cuando tal «mutación» es sustancial —que es, cuando cambia el significado de la forma de un Sacramento, lo vuelve inválido. Como veremos, aunque haya sólo duda sobre si un cambio en las palabras de un Sacramento es sustancial o no, es decir, si hay o no cambio en el significado, el uso de semejante forma es considerado sacrílego. Se dice que ciertas palabras en las formas sacramentales son esenciales. Se dice que otras son sustanciales porque están tan íntimamente relacionadas con las palabras esenciales que cualquier cambio en ellas implica un cambio de significado. Otras aún se requieren para la integridad o plenitud de la forma. No hay que decir que, cualquiera que crea en el poder de la forma (las palabras del Sacramento) se lo pensará mucho antes de ponerse a jugar con ella.

Cambiando la forma del Sacramento de la Santa Eucaristía, los innovadores argumentaron que ellos estaban poniéndolo «de acuerdo con la Escritura» (Lutero también deseó hacer esto —un proceso que de nuevo apunta al aspecto narrativo del Nuevo Rito. Cf. Roland Bainton, Here & Eternal (Nueva York: Mentor Paperbacks, 1950/1978). Ahora bien, no hay absolutamente ninguna razón por la cual deba hacerse esto. La escritura no es una fuente mayor de Revelación que la Tradición —de hecho, hablando estrictamente, la Escritura es parte de la Tradición. ¡Imagínese el clamor y el lamento que se levantarían si alguien dijera que quería cambiar la Escritura para ponerla de acuerdo con la Tradición! ¡No es de la Escritura, sino de la Tradición de donde recibimos la forma (las palabras) utilizadas en la confección de la Eucaristía! Así debe ser verdaderamente, porque el primer Evangelio fue escrito unos ocho años después de la muerte de Nuestro Señor. Escuchemos las palabras del Cardinal Manning:

Nosotros no recibimos nuestra religión de las Escrituras, ni la hacemos depender de ellas. Nuestra fe estaba en el mundo antes de que el Nuevo Testamento fuera escrito. (The Temporal Mission of the Church, Londres: Burns and Oates, 1901).

Y, como el Padre Joseph Jungmann declara:

En todas las liturgias conocidas el núcleo de la eucaristía, y por consiguiente de la Misa, está formado por la narrativa de la institución y las palabras de la Consagración. Nuestra primera observación a este respecto es el hecho notable de que los textos del relato de la institución, entre ellos en particular, el más antiguo, nunca son simplemente un texto de la Escritura reiterado. Ellos se remontan a la tradición prebíblica. Aquí afrontamos una consecuencia del hecho de que la Eucaristía era celebrada antes de que los evangelistas y San Pablo empezaran a registrar la Historia del Evangelio. ( A. Jungmann, S.J., The Mass of the Roman Rite: Its Origins and Development (Nueva York, Benziger, 1950), v. 1, pág. 194. Dom Gaspar Guéranger también apuntó en sus Institutions Liturgiques que «esas ceremonias se remontan a los Apóstoles". La liturgia Apostólica se encuentra completamente fuera de la Escritura; pertenece al dominio de la Tradición».

Además de esto, el Papa Inocencio III (1198-1216) nota «que hay tres elementos en la narrativa no conmemorados por los Evangelistas: “con sus ojos levantados al cielo”, “y eterno testamento” (mientras que los Evangelios sólo dan “del Nuevo Testamento”) y “misterio de fe” (mysterium fidei. Y sostiene que éstos proceden de Cristo y los Apóstoles, «porque ¿quién sería tan presuntuoso y atrevido como para insertar [mucho menos quitar] estas cosas de su propia devoción? En verdad, los Apóstoles recibieron la forma de las palabras del propio Cristo, y la Iglesia lo recibió de los Apóstoles mismos» (De Sacro Altaris Mysterio, citado por Maurice de la Taille, El Misterio de la Fe, Tesis XXIV y XXV, pág. 454).

De hecho, es muy posible, e incluso probable, que los relatos de la Escritura eviten intencionalmente dar la forma correcta de este Sacramento, para que no se profane.

Escuchemos a Santo Tomás de Aquino:

Los Evangelistas no se propusieron transmitir la forma de los Sacramentos que en la Iglesia primitiva tuvieron que ser mantenidos ocultos, como Dionisio observa en la conclusión de su libro sobre la Jerarquía Eclesiástica; su objeto era escribir la historia de Cristo. (Summa, III, Q. 78, el Arte. 3).

Nadie puede dudar que la Iglesia posconciliar ha ido contra la Tradición, contra los decretos de los Concilios Ecuménicos y contra el Catecismo del Concilio de Trento cambiando la forma del Sacramento de la Santa Eucaristía. No es una cuestión de debate acerca de si tiene el derecho de hacer eso. Como el Concilio de Trento y Pío XII dejan claro, la Iglesia tiene el poder para determinar o cambiar las cosas en la administración de los sacramentos pero «la Iglesia no tiene ningún poder acerca de “la substancia de los sacramentos”». (Esto por no señalar una declaración aislada. Considérese lo siguiente: «Es bien sabido que la Iglesia no tiene ningún derecho para reformar nada en la substancia de los Sacramentos. (Papa San Pío X, Ex quo nono, Denzinger 2147A).

Uno de los documentos impreso delante de cada edición del Misal tradicional del altar romano es la Instrucción del Papa San Pío V titulada De defectibus (1572) que declara en parte:

Si alguien omite o cambia algo en la forma de la consagración del Cuerpo y la Sangre, y con este cambio de palabras no quiere decir lo mismo, entonces no efectúa el sacramento.

Con respecto a aquellas formas sacramentales que se nos dieron in genere, las palabras pueden cambiarse, a condición de que no haya ningún cambio de significado. Cuando ocurre una alteración en el significado, el cambio se llama «sustancial». Ahora bien, aparte del hecho de que no se puede aplicar este principio a las formas que nos fueron dadas específicamente por Cristo (in specie), se argumenta no obstante por algunos que, a pesar del cambio en las palabras, no hay ningún cambio en el significado, y por consiguiente ningún cambio sustancial. Nos atañe entonces considerar la substancia de la forma del Sacramento, porque si hay un cambio «sustancial» —es decir, un cambio en el significado— entonces la forma se torna indiscutiblemente inválida. Ésta no es una cuestión de debate, sino de hecho. ("Si cualquier parte sustancial de la forma sacramental se suprime, está claro que el sentido esencial de las palabras se destruye; y en consecuencia el Sacramento es inválido». (Summa, III, Q. 60, Art. 8).

Primero, considérese el cambio en la primera y la última frase de la supuesta «forma de la consagración» en la Nueva Misa. En lugar de «haced estas cosas», nos encontramos al celebrante dando instrucciones de «haced esto», es decir, «tomad y comed (bebed)», sugiriendo firmemente así que lo que está implicado es una «cena» y un «memorial», en lugar de la acción íntegra. Y toda esta actividad supone una «copa» en lugar de un «cáliz», reforzando así además una implicación meramente culinaria. Luego, nótese la adición de la frase «que será entregado por vosotros». Nosotros ya hemos aludido a la razón de Lutero para agregar esta frase (cf. página 41), y el Novus Ordo Missae, como hemos visto, la adoptó de acuerdo con el rito luterano.

La eliminación de la frase «Misterio de Fe» (que la Tradición nos dice que fue agregado por los Apóstoles) y su desplazamiento a la llamada «Aclamación Memorial», que sigue a las palabras de la Consagración, lleva al creyente a creer que el Misterio de Fe miente, no en la Consagración, sino en la Muerte, Resurrección y Venida Final de Cristo. En la Nueva Misa, mientras Cristo está supuestamente sobre el altar después de las palabras de la Consagración, al creyente se le hace decir, «Hasta que vuelvas»; qué juegos de total contradicción para la realidad de Su Presencia Sacramental.

También se argumenta que no se requiere nada más que el sacerdote diga las Palabras esenciales de la Consagración —«Éste es Mi Cuerpo», «Esta es Mi Sangre» Los que sostienen esta posición ignoran los defectos de «forma» de la Nueva Misa (las palabras esenciales necesarias para la confección del Sacramento) y el hecho de que las palabras precedentes —es decir, el ambiente en que estas palabras de la «forma» ocurren (como después veremos plenamente)— alteran el significado de las palabras de la forma. También ignoran el hecho de que las palabras de la forma de la Nueva Misa, aunque esenciales a la forma del Sacramento, no constituyen la forma COMPLETA del Sacramento. (Uno debe comparar la forma de la Nueva Misa con la de la Misa católica romana tradicional, o incluso con las formas usadas por los otros ritos de la Iglesia Católica romana). Finalmente, los que se oponen a estas críticas de la «Consagración» de la Nueva Misa ignoran el hecho de que está prohibido para un sacerdote utilizar las Palabras de Consagración con la intención de confeccionar las Sagradas Especies fuera de una verdadera Misa (Los teólogos señalan que la Transubstanciación ocurre inmediatamente después, o a la vez, que el sacerdote dice «Éste es mi Cuerpo» —siendo la prueba que el Cuerpo del Señor es adorado en este momento. Sin embargo, es sacrílego consagrar el Pan sin consagrar el Vino. «La consagración distinta de los elementos del pan y el vino, la representación separada del Cuerpo y la Sangre de Cristo bajo las dos especies, esto es, el derramamiento místico de la sangre, es, en virtud de la institución de Cristo completamente necesaria, no sólo por legal, sino para la celebración válida del Sacrificio Eucarístico. Si una substancia se consagra, correctamente o no, entonces Cristo está ciertamente presente bajo una especie, pero el Sacrificio no se completa, porque se necesita una característica y requisito esencial, a saber la consagración doble. Por lo tanto es de ordenación divina que ambos elementos —el pan y el vino— deben consagrarse siempre, para que el Sacrificio Eucarístico pueda tener lugar». Rev. Dr. Nicolás Gihr, The Holy Sacrifice of the Mass, Londres: Herder, 1929. Algunos uniatas y ortodoxos griegos han argumentado que a pesar de los cambios, la Consagración ocurre debido a la plegaria Epiklesis. Sin embargo, sin entrar en el asunto de la Epiklesis, (ver la Enciclopedia Católica, 1914 para un detallado examen) la plegaria en la Misa latina que es el equivalente de la Epiklesis en la Misa de S. Juan Crisóstomo se ha anulado).

Como el Canon 817 del Código de Derecho Canónico de 1917 declara, «incluso en caso de necesidad extrema, es ilegal consagrar una especie sin la otra o consagrar las dos fuera de la Misa». El canonista benedictino Padre Charles Augustine hace una apostilla sobre esto al efecto de que «consagrar fuera de la Misa no sólo sería un sacrilegio, sino probablemente un intento de consagración inválida". (P. Charles Augustine, A Commentary on the New Code of Canon Law (1917) (St. Louis: B. Herder Book Co., 1925), v. 4, pág. 155, comentando el Canon 817. Algunos pueden argüir que tenemos ahora un Nuevo Código de Derecho Canónico, que data de 1983, y por consiguiente que la observación presente no es una objeción válida. Sin embargo hay un principio, en Derecho Canónico (como en el Derecho Civil) que en tanto en cuan to una ley no ha sido específicamente abrogada, todavía está en efecto. También, cf. al mismo efecto el Canon 5 de Códice de 1983).

La cuestión del contexto en que se usan las palabras esenciales de la Consagración es muy importante porque este trasfondo es capaz de cambiar su significado de una manera sustancial. Ésta es otra razón por la que la Iglesia Católica ha sido tradicionalmente siempre tan insistente en la integridad de la forma (es decir, todas las palabras de la forma) utilizada para confeccionar los Sacramentos. Consideremos la enseñanza de Santo Tomás de Aquino sobre este punto:

Algunos han mantenido que solo las palabras «Éste es el Cáliz de Mi Sangre» pertenecen a la substancia de la forma, pero no las palabras que siguen. Ahora bien esto parece incorrecto, porque las palabras que siguen son determinaciones del predicado, esto es, de la Sangre de Cristo; por consiguiente ellas pertenecen a la integridad de la expresión. Y sobre este motivo otros dicen más exactamente que todas las palabras que siguen son de la substancia de la forma, hasta las palabras, «todas las veces que hiciereis esto». [Pero no incluyendo estas palabras, porque el sacerdote suelta el Cáliz cuando llega a ellas]. Por ello es que el sacerdote pronuncia todas las palabras, mediante el mismo rito y manera, sosteniendo el cáliz en sus manos. (Summa, III, Q. 78, Art. 3).

«Todos» por «Muchos»

La culminación del sacrilegio ocurre con el uso de la nueva forma de las Palabras de la Consagración del vino con la falsa traducción de la palabra latina multis («muchos») en la versión latina del Novus Ordo Missae por «todos» en casi todas versiones vernáculas, un cambio que (para usar las palabras de Santo Tomás de Aquino) claramente «determina el predicado» con un significado que es diferente del tradicionalmente señalado por la Iglesia Católica. La excusa dada para esta falsa traducción era que no hay ninguna palabra aramea para «todos», una falsedad filológica propagada por el erudito protestante Joachim Jeremias y una de las que han sido repetidamente expuestas. (Ver Interdum, No. 2 P.H. Omlor, Menlo Park, CA (24 de febrero de 1970), pág. 2. Joachim Jeremias era un protestante que específicamente negó la posibilidad de la Transubstanciación. Su aseveración de que no había ninguna palabra para «todos» en arameo también se demuestra falsa por referencia al Porta Linguarum Orientalium. Todo esto no es una cuestión de sutilezas sobre detalles irrelevantes. El Concilio de Nicea contendió con el problema de añadir una letra a la palabra homoousios que cambiaba el significado del término. Como León XIII dijo en Satis Cognitum: «Nada es más peligroso que los herejes que, mientras que conservan casi todo el remanente de la enseñanza de la Iglesia intacto, corrompen con una simple palabra (el subrayado es mío), como una gota de veneno, la pureza y la simplicidad de la fe que hemos recibido de Dios a través de la Tradición y a través de los Apóstoles». Se ha señalado que Joachim no fue el primero en sugerir esta falsa traducción de multis a «todos». Patrick Omlor ha publicado recientemente un muy completo sumario del problema —respondiendo con claridad a aquéllos que han objetado o han criticado su posición. El intitulado Cuestionando la Validez del Caso McCarthy, está disponible en Preserving Christian Publications, 283 1st Street, Albany, N. Y., 12206, EE.UU.; o en Joseph M. Omlor, P.O. box 650, South Perth, WA. 6151, Australia).

Por otra parte, de los diversos ritos de la Misa que la Iglesia tradicionalmente ha reconocido siempre como válidos —unos 76 ritos diferentes en muchos idiomas diferentes, muchos de los cuales se remontan a los tiempos apostólicos— NINGUNO ha usado nunca «todos» en la forma para la Consagración del vino.

Lo que hace más ofensiva esta peculiar falsa traducción es que la Iglesia siempre ha enseñado que la palabra «todos», por razones muy específicas, ¡no se usa intencionadamente! San Alfonso María de Ligorio, Doctor de la Iglesia, explica por qué no en una opinión que también es confirmada por Santo Tomás Aquino y el Catecismo del Concilio de Trento, el primero en la historia de la Iglesia:

Las palabras pro vobis et pro multis [«por vosotros y por muchos»] se usan para distinguir la virtud de la Sangre de Cristo de sus frutos: pues la Sangre de nuestro Salvador es de valor suficiente para salvar a todos los hombres, pero sus frutos sólo son aplicables a un cierto número y no a todos, y esto es por su propia falta. O, como los teólogos dicen, esta Sangre preciosa es (en sí misma) suficientemente (sufficienter) capaz de salvar a todos los hombres, pero (por nuestra parte) eficazmente (efficaciter) no salva a todos —salva sólo a aquéllos que cooperan con la gracia [Tratado sobre la Santa Eucaristía, el subrayado es mío]. (Santo Tomás de Aquino expresa la misma opinión en Summa, III, Q. 78, Ad 3).

A este propósito el Papa Benedicto XIV (1740-1758) discutió este problema y declaró que esta enseñanza «explica correctamente» el uso de Cristo de «por muchos», como opuesto a «por todos» (De Sacrosanctae Missae Sacrificio). En vista de la enseñanza constante de la Iglesia, este cambio de «muchos» a «todos» en las traducciones a lenguas modernas del latín original del Nuevo Orden de la Misa no puede ser accidental. El original latino del Novus Ordo Missae todavía usa multis, pero ¿cuán a menudo se oye el Novus Ordo Missae en latín? Además, esta falsa traducción acaece en casi todas las versiones vernáculas: por ejemplo, en alemán, für alle; en italiano, tutti; y en francés, la vaga palabra la multitude. En polaco, por alguna razón, «muchos» se mantiene. Roma claramente aprobó las cambiadas «traducciones» (Documentos sobre la liturgia, No. 1445, Nota a pie de página R 13).

Según el Arzobispo Rembertt Weakland de Milwaukee, Pablo VI se reservó para sí la aprobación de las traducciones vernáculas de la Narrativa de la Institución, y sobre todo de la palabra multis. Dado todo este trasfondo, es difícil evitar la conclusión de que la herejía de la apocatástasis se está promoviendo con la expresión de la «Consagración» del Nuevo Orden de la Misa —es decir, la herejía sostenida por muchos de nuestros «hermanos separados» (como los anabaptistas, los Hermanos moravos, los cristadelfinos, protestantes racionalistas, universalistas y teilhardianos), a saber, (la falsa idea) de que todos los hombres se salvarán. (Para un estudio interesante de cómo esta enseñanza está implícita en los discursos y escritos de Juan Pablo II, ver P. Louis-Marie de Blignieres, Juan Pablo II y la Doctrina católica (1983), distribuido por The Roman Catholic Association, Oyster Bay Cove, NY 11771. theologie de Karol Wojtyla de Wiegand Siebel (Basilea: SAKA, 1989). Una traducción inglesa de este libro está en preparación en el momento de esta redacción).

La Aclamación Memorial

Como se ha mencionado arriba, la frase Mysterium Fidei («El Misterio de Fe») es parte de la forma de la Consagración en la Misa Tradicional. En la Nueva Misa, la frase ha sido alejada de la forma y puesta en la introducción a la «Aclamación Memorial» del pueblo, implicando así que el Misterio de Fe es la Muerte, Resurrección y Venida Final de Nuestro Señor, en lugar de Su «Presencia Real» en el altar. Tampoco las otras Aclamaciones Memoriales son más específicas; por ejemplo, «Cuando comemos este pan y bebemos esta copa nosotros proclamamos Tu muerte, Señor Jesús, hasta que Tú vengas en gloria».

El Arzobispo Annibale Bugnini, arquitecto principal de la Nueva Misa, nos informa en sus memorias que discutió este problema directamente con Pablo VI. El Concilium había deseado dejar el texto de la «Aclamación Memorial» a los diversos Comités Nacionales de Obispos sobre la Liturgia, pero Pablo VI urgió a que «una serie de aclamaciones (5 ó 6) deben prepararse para [usar] después de la consagración». Según el Arzobispo Bugnini, Pablo VI temió que si la iniciativa se dejaba a los Comités de Obispos, se introducirían aclamaciones impropias como «Señor mío y Dios mío". La Iglesia Católica siempre ha alentado tradicionalmente el uso por el pueblo, en privado y en silencio, en la Elevación de la Hostia durante la Misa y la Bendición, de la oración jaculatoria «Señor mío y Dios mío»; el Papa San Pío X otorgó abundantes indulgencias a esta práctica, puesto que afirma la creencia en la Presencia Real y da alabanzas a Dios.

El Cuerpo de Cristo

En la Misa Tradicional, la fórmula que el sacerdote recita mientras distribuye la Sagrada Comunión es, «La Sangre de Nuestro Señor Jesucristo guarde tu alma para la vida eterna. Amén». Esto también ha sido cambiado. La nueva fórmula es simple, «El Cuerpo de Cristo». Algunos conservadores pretenden que la Presencia Real es afirmada cuando el «sacerdote-presidente» dice esta frase. Eso no es así. Según la Instrucción del Comité de los Obispos norteamericanos para la Liturgia, El uso de la frase «el cuerpo de Cristo, Amén», en el rito de la comunión afirma de una manera muy poderosa la presencia y el papel de la comunidad. El ministro [sic] reconoce que la persona está por causa del bautismo y la confirmación y lo que la comunidad es y hace en la acción litúrgica. El cambio al uso de la frase «El cuerpo de Cristo», en lugar de la fórmula larga que anteriormente decía el sacerdote, tiene varias repercusiones en la renovación litúrgica. Primero, pretende resaltar el concepto importante de la comunidad como el cuerpo de Cristo; en segundo lugar, lleva a enfocar el asentimiento del individuo en el culto de la comunidad, y finalmente, demuestra la importancia de la presencia de Cristo en la celebración litúrgica (Los Obispos norteamericanos han negado esta declaración recientemente. El asunto se debatió en The Remnant (St Paul, Minn., EE.UU.), el 15 de Septiembre de 1990).

Y de hecho, de acuerdo con este «Nuevo Evangelio», el Comité de los Obispos norteamericanos para la Liturgia ¡prohibió estrictamente que el sacerdote dijera, «Éste es el Cuerpo de Cristo»!

El Altar se Convierte en Mesa

Ahora todo este «alimento espiritual» se efectúa, no en un altar, cuya finalidad es el sacrificio, sino en una mesa. Una altar de piedra que contiene las reliquias ya no se necesita para la Misa que se celebrará en lo sucesivo. Los sagrarios ya no se colocarán en estas mesas, como están en los altares del Rito Tradicional —de hecho, si estuvieran, el sacerdote-presidente tendría gran problema en dirigirse y ver a su congregación (Muchos católicos posconciliares conservadores arguyen que el traslado de los sagrarios fue un «exceso». Ellos están equivocados. Se ordenó directamente por Roma con la indicación de que se trasladaran al lado de las capillas. Ver P. Anthony Cekada, «A Response», The Roman Catholic, enero de 1987).

Los seis cirios usados en la Misa Mayor, y que recuerdan al Menorah judío del Antiguo Testamento (el Candelabro de Siete brazos), con Cristo, la Luz del Mundo que es ahora el central y séptimo «cirio», se han perdido. Mientras dice la Misa el sacerdote ya no mira al crucifijo que, según La Enciclopedia católica (ed. De 1908), es «el ornamento principal del altar puesto [allí] para recordar al celebrante y al pueblo que la Víctima ofrecida en el altar es la misma que la que se ofreció en la Cruz», y «que debe colocarse en el altar cada vez que la Misa se celebre» (Citado por Benedicto XIV, Constitución Accepimus, 1746).

En cambio, el «presidente» ahora mira sobre el altar sólo a ¡un micrófono! (Algunos sacerdotes conservadores mantienen un crucifijo tumbado sobre la mesa, pero cosas así no se ordenaron). El altar ya no está cubierto con tres manteles de lino o cáñamo, para absorber cualquier posible derrame de la Preciosa Sangre de Nuestro Señor — manteles simbólicos del sudario (Los tres manteles también son simbólicos de la triple división del Cuerpo Místico de Cristo, la Iglesia Militante, la Iglesia Doliente y la Iglesia Triunfante), en que el Cuerpo de Nuestro Señor fue envuelto.

Ni es ahora un requisito usar lino —se usará cualquier material. Se han perdido las barandillas del presbiterio, para que el santuario (el sagrado cercado donde Santo el Sacrificio de la Misa se ofrece) se una a la nave (donde se sitúa tradicionalmente el pueblo mientras asiste a la Misa) —la distinción entre el santuario y el «mundo» (siempre cuidadosamente hecha en todas las iglesias católicas tradicionales) se destruye de la misma manera que la anteriormente bien definida distinción entre el sacerdote y el seglar. (La comunión se recibe en la mano y de pie — si no se distribuye en una cesta.) El «presidente» besa la «mesa» sólo dos veces, comparado con las 8 veces en la Misa Tradicional y de ningún modo antes de cada bendición y Dominus vobiscum (El Señor esté con vosotros), como antes. Nosotros no podemos ayudar pero podemos recordar que el Reformador protestante Cranmer del siglo XVI dijo: «El uso de un altar es sacrificar sobre él; el uso de una mesa es servirles a los hombres para comer sobre ella» (Citado de The Works of Thomas Cranmer (Londres: Parker Society), v. 2, pág. 524. Aquí la presunción es que las diversas acciones del sacerdote en la Misa Tradicional son arbitrarias y sin significado metafísico. Que ese no es el caso se muestra claramente por P. James Meagher, D.D., How Christ Said the First Mass (Rockford, IL,: TAN, 1984). El Novus Ordo Missae, sin embargo, es claramente el producto de decisiones arbitrarias y completamente humanas. Según M. Davies, esta cita, aunque atribuida a Cranmer, fue hecha por Nicolás Ridley, Obispo de Londres en 1550. (The Liturgical Revolution, Angelus Press, Texas, 1983, página 33).

En cuanto al sacerdote-presidente, ya no dice el Lavabo innocentes («Lavaré mis manos entre los inocentes y estaré alrededor de Tu altar, Señor!) en el momento del Ofertorio. En cambio, él ahora recita un único verso del Salmo 50 en el que no se menciona ningún altar y en el que simplemente pide a Dios que perdone sus pecados. Y la «comida» imaginaria se lleva más allá. De los vasos sagrados no se ocupan ya sólo aquéllos que tienen Órdenes Sagradas, o al menos sólo los sacristanes especialmente designados; sino que ahora son manipulados por seglares, a menudo escogidos al azar entre la congregación. Ni los vasos están ya necesariamente hechos de metales preciosos (oro y plata) y cubiertos con un velo, simbólico de su carácter misterioso y sagrado. Al final del presente servicio de «comida-tipo», la «copa» no necesita ser purificada enseguida: su purificación puede posponerse para más tarde. En algunos lugares (de acuerdo con rúbricas «opcionales»), se entrega, impura, a un seglar que la aparta a una mesa auxiliar. Los signos de la Cruz se reducen a sólo 3, comparados con los 33 en la Misa Tradicional (y 48 bendiciones con la Señal de la Cruz, a fin de cuentas), pero a estas alturas, uno apenas debe sorprenderse.

El Sacerdote Mirando al Pueblo

Todas estas cosas se hacen con el sacerdote mirando a la congregación. Su colocación ya no simboliza el hecho de que él es un intermediario entre Dios y el hombre, como en la Misa Tradicional donde mira al Sagrario, sino que ahora es el «presidente» de una asamblea, que preside la mesa alrededor de la cual los creyentes se reúnen y se «refrescan» ellos mismos en la «cena conmemorativa». (Todas estas frases son de la Instrucción General.) Con grandes gastos, se han destruido los altares en muchas de nuestras iglesias y se han reemplazado por mesas, puestas —al menos simbólicamente, desde que a menudo no hay ninguna distinción entre santuario y nave— en el centro de la comunidad.

¿Por qué este último extraordinario y simbólicamente importante cambio? El cardenal Lercaro, el presidente del Concilium (que creó el Nuevo Rito), nos informó que esto «constituye una celebración de la Eucaristía que es auténtica y más comunitaria» (DOL., No. 428) (El cardenal Lercaro, anteriormente Obispo de Bolonia y apodado el «Obispo Rojo» (The New Montinian Church, P. Joaquín Arriaga, Lucidi, California, 1985), era presidente del Concilium que creó el Novus Ordo Missae. El Arzobispo Bugnini era secretario. En vista de las afiliaciones comunistas anteriores y la posterior conexión francmasónica, no es sorprendente que la Nueva Misa resultante sea lo que es. Debe recordarse que, dado que el Concilium creó la Misa, Pablo VI y los papas posconciliares son jurídicamente responsables por su promulgación).

Pablo VI aprobó la nueva disposición, porque el altar estaba ahora «puesto para el diálogo con la asamblea», y porque era una de las cosas que hicieron de la Misa del domingo, «no tanto una obligación, sino un deleite; no sólo cumplido como un deber, sino reclamado como un derecho», (DOL., No. 430).

La importancia simbólica del cambio de posición del «presidente» también es muy grande. ¿Cómo puede un sacerdote realizar un Sacrificio a Dios tanto como un alter Christus («otro Cristo») y como un intermediario entre el hombre y Dios, por un lado, cuando por otro lado está mirando a la congregación «ontológica»? Muchas religiones aparte del catolicismo tienen ritos sacrificiales, pero en ninguna de ellas se ha visto esta inversión. Y dentro de la tradición católica no hay más precedente para el sacerdote mirando a la congregación que para el laicado que se reúna alrededor de una mesa para compartir un «seder» judío o comida-tipo de Pascua (Es de interés señalar que la práctica del sacerdote mirando a la congregación se ejerció entre sacerdotes que trabajaban con los Boy Scouts y otros movimientos de juventud en Italia ya en 1933. Un capellán del Movimiento de Juventud católico en ese momento era el P. Giovanni Battista Montini, el futuro Pablo VI. (Ver P. Francesco Ricossa, «La Revolución Litúrgica», The Roman Catholic, febrero, 1987).

¿Puede alguien imaginar al Sumo Sacerdote de los antiguos judíos actuar de esta manera ante el Sancta Sanctórum? ¿Puede imaginarse a un niño pidiendo el perdón de su padre mientras mira a sus camaradas de la escuela? Sea como fuere, esta inversión de la posición del sacerdote deja clara una vez más la naturaleza no sacrificatoria y la intención del Novus Ordo Missae.

Es totalmente falso afirmar que la práctica del sacerdote mirando al pueblo es un retorno a la práctica primitiva. En la Última Cena, los Apóstoles no se sentaron alrededor de la mesa de cualquier manera, sino, más bien, como en cualquier fiesta judía solemne, ellos se sentaron de cara al Templo de Jerusalén. Como Mons. Klaus Gamber, Director del Instituto Litúrgico en Regensburg declaró, «nunca hubo una celebración versus populum [«de cara al pueblo»] ni en la iglesia Oriental ni en la Occidental. En cambio, había una orientación hacia el este». No es sorprendente que fuera Martín Lutero quien primero sugirió esta inversión. Es verdad que había ciertas iglesias en que el sacerdote daba «la cara al pueblo», pero esto era porque las restricciones arquitectónicas impusieron algunas veces esta necesidad para tener el altar situado encima de una tumba sagrada en particular —como en San Pedro y Santa Cecilia en Roma.

El Padre Louis Bouver en su Liturgia y Arquitectura ha mostrado concluyentemente que no hay absolutamente ninguna evidencia de que en la antigüedad el sacerdote, por cualquier razón, encarase nunca al pueblo mientras decía la Misa. Aquéllos que hablaron de volver a la Cristiandad primitiva —los «Reformadores» protestantes o teólogos posconciliares— habrían hecho bien en recordar la queja que Nuestro Señor hizo por boca del Profeta Jeremías: «Ellos han vuelto sus espaldas a mí, y no sus caras". (Jer. 2:27-sig.)

La verdad del asunto es que el sacerdote, siempre que sea posible, se encara al Este. Y esto es, como Santo Tomás de Aquino nos dice, porque: 1) La manera en que los cielos se mueven del Este al Oeste simboliza la majestad de Dios; 2) Simboliza nuestro deseo de volver al Paraíso; y 3) Se espera que Cristo, la Luz del Mundo, vuelva desde el Este. (Summa, II-II, Q. 84, 3 ad. 3).

¿Es Aceptable Una Consagración Dudosa?

Es duro ver cómo los llamados conservadores pueden argumentar que los cambios en la Misa, y sobre todo, los cambios en la fórmula de la consagración, no han vuelto la Misa inválida. Ciertamente, ante la evidencia dada, deben estar de acuerdo, al menos, en que la cuestión está abierta al debate. Pero si está abierta al debate, hay duda —y sobre todo, hay duda con respecto a la forma (las palabras) de la Consagración.

Bajo tales circunstancias, los católicos están obligados a abstenerse de cualquier participación en tales ritos. Escuchemos lo que dos manuales teológicos normales de antes del Concilio Vaticano Segundo tenían que decir sobre el empleo de una forma dudosa de un Sacramento:

En la dispensación de los sacramentos, como también en la consagración en la Misa, nunca se permitía adoptar un criterio de acción probable acerca de la validez y abandonar el criterio más seguro. Lo contrario fue condenado explícitamente por el Papa Inocencio XI [1670-1676]. Hacer tal cosa sería un pecado penoso contra la religión, es decir un acto de irreverencia hacia lo que Cristo Nuestro Señor ha instituido. Sería un pecado penoso contra la caridad, puesto que el destinatario probablemente sería privado de las gracias y efectos del sacramento. Sería un pecado penoso contra la justicia, puesto que el destinatario tiene derecho a los sacramentos válidos (P. Henry Davis, S.J., Moral and Pastoral Theology (Londres: Sheed and Ward, 1936), v. 2, pág. 27).

La materia y la forma deben ser ciertamente válidas. Por lo tanto uno no puede seguir un criterio probable y usar una materia o una forma dudosa. Actuando de otro modo, uno comete un sacrilegio (P. Heribert Jone, Moral Theology (Westminster, MD: Newman, 1952), pág. 323).

No maravilla entonces que teólogos preconciliares como J. M. Hervé instruyan al sacerdote a no omitir nada, no agregar nada, no cambiar nada de la forma; Tener cuidado con transmutar, corromper o interrumpir las palabras (Canónigo J. M. Hervé, Manuale Theologiae Dogmaticae (París: Berche et Pagis, 1934).

Por consiguiente, es indefendible distribuir o recibir un Sacramento cuya validez es sólo «probable». La validez debe ser cierta.

El Sacramento de la Unidad

Desde el Concilio Vaticano II, nos han dicho repetidamente que la Eucaristía es el «sacramento de la unidad». Uno debe ser cuidadoso de cómo entiende esta frase perfectamente legítima. La Iglesia tradicionalmente enseña que sólo los católicos en estado de gracia pueden recibir merecidamente las Sagradas Especies. La unidad es, por definición, una característica de la Verdadera Iglesia, y aquéllos que tienen el privilegio de recibir la Comunión de ella participan de esa unidad.

Como se ha señalado en otra parte, el concepto posconciliar de «unidad» es enormemente diferente. La actitud predominante entre la jerarquía presente en Roma imagina a la Iglesia como habiendo perdido su «unidad» con aquéllos que están fuera de ella, debido principalmente a sus propias faltas. Por consiguiente, ella busca restablecer esta unidad por un ecumenismo falso —el Código de Derecho Canónico de 1983, por ejemplo, permite a los separados de la Iglesia unirse a ella participando en la Eucaristía, bajo ciertas circunstancias, y esto sin exigir de forma alguna que ellos acepten la plenitud de la Fe católica, o que estén en estado de gracia.

Todo lo que necesitan hacer en realidad es muestra de «alguna señal de creencia en estos sacramentos consonante con la fe de la Iglesia». (Ver también DOL., Nos. 1022 y 1029). «Alguna señal de creencia» es, por decir algo, una frase vaga. Y además, es ambigua tanto si la «consonancia» de su creencia es estar con la enseñanza tradicional de la Iglesia, como sólo con la nueva, la pervertida teología posconciliar. Ciertamente, si nuestros «hermanos separados» tuvieran plena creencia, ellos se volverían católicos. Pero muchos protestantes que están en un estado de pecado mortal pueden decir que tienen «alguna señal de creencia» en la Eucaristía.

Sea como fuere, a los no católicos ahora se les permite a menudo participar en el rito posconciliar, y esto se contiene tanto en la práctica como en el nuevo Código de Derecho Canónico (Ver los Cánones 844-4, 843-1 y 912, Code of Canon Law, Text and Commentary (Nueva York: Paulist, 1985). Los comentarios dejan esto aun más claro que los Cánones. También, los papas posconciliares han sido personalmente conocidos por autorizar la intercomunión sin conversión o Confesión). Y por qué esto no había de ser así, cuando uno considera el texto siguiente tomado de los documentos del Vaticano II:

Las Comunidades eclesiales separadas de nosotros no tienen la unidad plena con nosotros que deriva del bautismo... No obstante, cuando en la Cena del Señor ellos conmemoran Su muerte y resurrección, atestiguan el signo de la vida en la comunión con Cristo y esperan Su Segunda Venida gloriosa. (Decreto sobre el Ecumenismo).

La Instrucción General

Hasta ahora hemos mostrado que todo en la Nueva Misa apunta en una dirección. Fue creada para acomodar a los protestantes y fomentar esa unidad que es la «misión interior» de la «la Nueva Iglesia» (El Decreto sobre el Ecumenismo del Vaticano II se titula Unitatis Reintegratio —literalmente, «La Restauración de la Unidad». Nos dice que «es el propósito del Concilio nutrir cualquier cosa que pueda contribuir a la unidad de todos los que creen en Cristo». Esto es por lo que, parecería, la Nueva Misa niega la naturaleza sacrificatoria de la Misa implícitamente.

Pero hay más. La Instrucción General en el Novus Ordo declara que no es el sacerdote-presidente quien celebra el rito, sino el «pueblo de Dios», o la «comunidad». Examinaremos ahora esta Instrucción General y, sobre todo, la definición que contiene de la Misa. La Instrucción General sirve como una suerte de prólogo al Nuevo Rito y se promulgó junto con la Constitución Missale Romanum de Pablo VI. Se encontrará en los nuevos misales ocupando el mismo sitio que la Bula Quo Primum (1570) y la Instrucción De Defectibus (1572) ocuparon en el misal romano tradicional. Según la Sagrada Congregación para el Culto Divino, «La Instrucción es un resumen y aplicación exactos de los principios doctrinales y normas prácticas sobre la Eucaristía que están contenidos en la Constitución Conciliar» y «busca proveer las directrices para la catequesis de los fieles y ofrecer el criterio principal para la celebración eucarística». El cardenal Villot es aún más específico:

La Instrucción General no es una mera colección de rúbricas, sino una síntesis de principios teológicos, ascéticos [y] pastorales que son indispensables para un conocimiento doctrinal de la Misa, para su celebración, su catequesis y sus dimensiones pastorales. (DOL., No. 1780).

Si nosotros hemos de entender el Nuevo Rito, debemos tener el recurso de esta Instrucción General —incluso si como Michael Davies dice, es «uno de los documentos más deplorables nunca aprobados por ningún Sumo Pontífice". Es más, debe quedar claro que, sin tener en cuenta quién la escribió realmente, fue Pablo VI por su facultad oficial quién la promulgó.

Definiendo la Nueva Misa

Volvámonos en primer lugar a lo que fue el pasaje más polémico de la Instrucción General cuando apareció originalmente en 1969:

7. La Cena del Señor o Misa es la sagrada asamblea o congregación del pueblo de Dios reunido, con un sacerdote que preside, para celebrar el memorial del Señor. Por esta razón la promesa de Cristo se aplica supremamente a la congregación local de la Iglesia: «Donde dos o tres se reúnen en mi nombre, yo estoy en medio de ellos». (Mat. 1:20). (DOL., No. 1397).

8. La Misa está compuesta por la liturgia de la palabra y la liturgia de la Eucaristía, dos partes tan estrechamente conectadas que no forman sino un solo acto de culto, porque en la Misa la mesa de la palabra de Dios y del cuerpo de Cristo se pone para el pueblo de Dios, para recibir de él instrucción y alimento. Hay también ciertos ritos para iniciar y concluir la celebración. (DOL., No. 1398).

En la Misa Tradicional es claramente sólo el sacerdote quién celebra; la Presencia Real se efectúa independiente e indiferentemente de si una «asamblea» está presente o no. En la definición anterior, sin embargo, cuando uno considera en realidad lo que se ha dicho exactamente en este documento, la frase «con un sacerdote que preside» no es de ningún modo esencial a lo que ocurre. Uno sólo tiene que omitir esta frase para ver que la acción del rito se realiza por la «asamblea o congregación del pueblo de Dios reunido». Comprobémoslo: «La Cena del Señor o la Misa es la sagrada asamblea o congregación del pueblo de Dios reunido... para celebrar el memorial del Señor». (DOL., No. 1397, con las palabras «con un sacerdote que preside» omitidas donde la elipsis aparece.)

Otras frases de la Instrucción General refuerzan tal interpretación. Así, el párrafo 60 declara que el sacerdote «une al pueblo a él mismo en la ofrenda del sacrificio», y el párrafo 62 declara que «el pueblo de Dios ofrece la víctima, no por medio de las manos del sacerdote, sino también junto con él». Y el asunto se recalca continuamente dentro del propio Rito por el uso insistente de «nosotros» en todas las oraciones. (En la Misa Tradicional, el sacerdote usa «yo» al referirse a «quién» es el que ofrece la Misa.)

El concepto del sacerdote «que preside», a pesar del hecho que se encuentra en Justino Mártir (un Padre de la Iglesia primitiva), es una innovación. El verbo «presidir» viene del latino praesedere que significa literalmente «sentarse en el primer lugar» y significa, como el Diccionario Webster declara, «ocupar el lugar de autoridad, como un presidente, un gerente, un moderador, etc.» Presidir una acción de ninguna manera significa llevar a cabo la acción personalmente —de hecho, en casi cada situación donde una persona «preside», realmente se aísla de la acción realizada. El Presidente de la Asamblea francesa, por ejemplo, ¡ni siquiera vota! Ni lo hace el Presidente del Senado norteamericano, excepto cuando hay necesidad de deshacer un empate (El término «presidente» (praestoos en griego) se encuentra en la Primera Apología de San Justino Mártir, escrita para el Emperador Antonino Pío, un pagano. El P. Anthony Cekada nota en un libro en preparación que es bastante posible que Justino escogiera el término para distinguir el sacerdocio cristiano del sacerdocio pagano. En el contexto del Novus Ordo Missae, es imposible divorciar el significado de «presidente» de sus connotaciones políticas. Esta ambigüedad es más satisfactoria a aquéllos que, de acuerdo con la teología protestante, consideran al «ministro», no como llamado (por medio de una llamada divina, la «vocación») por Dios, sino como una persona escogida por la congregación).

Según esta nueva definición, la Misa aún se hace equivalente a la Cena del Señor. Mientras que la frase puede encontrarse en la Escritura (I Cor. XI, 20), no está en ninguna parte de la tradición teológica católica. De hecho, la frase «la Cena de Señor » se usó específicamente por los Reformadores protestantes del siglo XVI para distinguir sus servicios de la Misa católica. Sugerir hoy que los dos son equivalentes es una abominación para los católicos que conozcan su religión.

Mucho peor es la declaración de que la promesa de Cristo se aplica supremamente a la congregación local “Donde dos o tres se reúnen en Mi nombre, yo estoy en medio de ellos”». Aclaremos el significado. ¡Si se acepta esto, Cristo no está más presente en la Nueva Misa de Pablo VI que lo está cuando un padre reúne a sus hijos para las oraciones vespertinas! Uno se acuerda de la declaración del Reformador protestante Cranmer cuando este problema se planteó con respecto al rito anglicano: «Cristo está presente dondequiera que la iglesia le hace oración, y se reúne en Su nombre».

Muchos se horrorizaron por esta definición. Como declara el Estudio Crítico del Nuevo Orden de la Misa enviado a Pablo VI por los Cardenales Ottaviani y Bacci, de ninguna manera implica ni la Presencia Real, ni la realidad del sacrificio, ni la función sacramental del sacerdote consagrando o el valor intrínseco del Sacrificio Eucarístico independiente de la presencia del pueblo. En una palabra, no implica ninguno de los valores dogmáticos esenciales de la Misa.

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