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viernes, 3 de junio de 2011

SEDE VACANTE XIV

CAPITULO IX
PIÓ XII HABLA A LA COMPAÑÍA DE JESÚS
"Con un corazón paterno y jubiloso, Nos, queridos hijos, os recibimos a vosotros, que representáis ante Nos a toda la Compañía de Jesús; y anhelamos a vuestros trabajos las mejores bendiciones del Autor de todo bien y de su Espíritu de Amor".
"Vuestra Compañía, de la cual vuestro Padre y Legislador presentó la fórmula y sumario de la Regla a la aprobación de nuestros predecesores Paulo III y Julio III, ha sido instituida para combatir "por Dios y bajo el estandarte de la Cruz" y de servir "a sólo el Señor y la Iglesia su Esposa, bajo el Pontífice Romano, Vicario de Cristo sobre la tierra". Por eso vuestro Fundador quiso que a los tres votos ordinarios de la vida religiosa, vosotros estuvieseis ligados por un voto especial de obediencia al Sumo Pontífice; y, en las célebres reglas "para tener el espíritu de la Iglesia", añadidas al pequeño libro de sus Ejercicios, él os recomienda, ante todo, que, "depuesto todo juicio, debemos tener ánimo aparejado y pronto para obedecer en todo a la vera Esposa de Cristo N. S. que es la Nuestra Santa Madre, la Iglesia ortodoxa, católica, jerárquica"; y la antigua versión que Vuestro Padre Ignacio usaba personalmente añadía: "que es la Iglesia Romana".
"Entre las acciones, dignas de memoria de vuestros antiguos padres, de los que, con justo título, os sentís orgullosos y a los que tratáis de imitar, sobresale, sin duda, como una característica el hecho de que vuestra Compañía, en una adhesión muy íntima a la Silla de Pedro, se ha esforzado siempre en guardar intacta, en enseñar, defender y promover la doctrina propuesta por el Pontífice de esta Sede, a la cual "todas las Iglesias, es decir, todos los fieles que a ellas pertenecen deben dirigirse, a causa de su preminencia"; sin tolerar en nada que se asienten las novedades peligrosas e insuficientemente fundadas".
"No es menor título de honor para vosotros el tender, en materia de disciplina eclesiástica, a la perfecta obediencia de ejecución, de voluntad y de juicio, hacia la Sede Apostólica que "indudablemente contribuye a una más segura dirección del Espíritu Santo" (Form. Inst. Societ. lesu).
"Este honroso título, merecido por la rectitud y la fidelidad en la obediencia, debida al Vicario de Cristo, que nadie osaría negaros, aquí y allá no se da ahora, en algunos de vosotros, por cierto orgullo de un libre examen, más propio de una mentalidad heterodoxa que católica, la cual por seguirla algunos de vosotros no han vacilado en avocar al tribunal de su propio juicio las mismas enseñanzas de la Sede Apostólica. No se puede ya tolerar la complicidad con ciertos espíritus, según los cuales, las reglas de la acción y del esfuerzo por obtener la salud eterna deben deducirse de aquello que se hace, más bien que de aquello que debe hacerse. Todavía más, no se debe dejar pensar y hacer a su antojo a aquéllos a quienes la disciplina eclesiástica parece una cosa anticuada, un vano formalismo, dicen ellos, del que hay que eximirse fácilmente para servir a la verdad. Si, en efecto, esta mentalidad, tomada de los medios incrédulos, se difundiese libremente en vuestras filas, ¿no se encontrarían rápidamente, entre vosotros, hijos indignos, infieles a vuestro Padre Ignacio, a quienes habría que separar, cuanto antes, del cuerpo de vuestra Compañía? "
"La obediencia, absolutamente perfecta, es el principio, la señal distintiva de los que combaten por Dios en vuestra Compañía. Vuestro mismo Fundador osó decir a este respecto: "En otras religiones, podemos sufrir que nos hagan ventaja, en ayunos y vigilias y otras asperezas que, según su Instituto, cada una santamente observa; pero, en la puridad y perfección de la obediencia, con la resignación verdadera de vuestras voluntades y abnegación de vuestros jucios, mucho deseo... que se señalen los que, en esta Compañía, sirven a Dios N. S." ¡Cuán deseada fue siempre a la Iglesia la obediencia, pronta y total, a los Superiores religiosos, la fiel observancia a la disciplina regular, la humilde sumisión, que alcanza al juicio, con respecto a aquéllos, que el Vicario de Cristo ha querido que os gobiernen, según vuestro Instituto, tan frecuente y solemnemente aprobado por Nuestros predecesores! Ella está, en efecto, de acuerdo con el sentido católico de esta virtud, sancionado, con aproba ción de la Sede Apostólica, por la tradición continua de las antiguas y venerables familias religiosas y de la cual San Ignacio os ha dejado la descripción en la célebre "Carta sobre la Virtud de la Obediencia". Es un error, totalmente alejado de la verdad del pensamiento que la doctrina de esta Carta debe ser, en adelante, abandonada y que es necesario sustituir ahora la obediencia jerárquica y religiosa por una cierta igualdad, según la cual, el inferior debe discutir con el Superior sobre lo que conviene hacer, hasta que el uno y el otro lleguen a un acuerdo".
"Contra el espíritu de orgullo y de independencia, de los que tantos son tentados, en nuestra época, es necesario que conservéis vosotros intacta la virtud verdadera de la obediencia, que os hace amables a Dios y a los hombres; la virtud de la completa abnegación, por la cual os mostráis dignos discípulos de Aquél, que "se hizo obediente hasta la muerte" (Phil. II, 8). ¿Será digno de Cristo, su Rey y Señor aquél, que huyendo de la austeridad de la vida religiosa, quisiera vivir esta vida religiosa como si fuera un seglar, que busca a su antojo lo que le es útil, lo que le agrada, lo que le conviene? Aquéllos, que pretenden, con el vano pretexto de vivir en adelante una vida liberada de formalismos, evadir la disciplina religiosa, deben saber que contrarían los votos y los sentimientos de esta Sede Apostólica y que están engañados cuando apelan a la ley de la caridad, para encubrir una falsa libertad, libre del gozo de la obediencia. ¿Qué caridad es esa que descuida el beneplácito de Dios N. S., que ellos habían venido a buscar en la vida religiosa?
"Es la severa disciplina el honor y la fuerza de vuestra Orden, la que debéis vosotros conservar, prontos y disponibles, para los combates del Señor y el apostolado moderno".
"Un gran deber incumbe, a este respecto, a todos los Superiores de vuestra Orden, ya sea al Prepósito General, ya al Provincial o Superior local. Deben saber "mandar con modestia y discreción" (Reg. Provic); sí, con discreción y modestia, como conviene a los pastores de las almas, revestidos de bondad, de dulzura y de caridad de Cristo N.S.; pero, "mandar", aun con firmeza, cuando sea necesario, "mezclando, según las circunstancias, la severidad a la bondad, como quienes tienen que dar cuenta a Dios de las almas de sus subditos y de su progreso en la adquisición de la virtud. Es verdad que vuestras Reglas, según la sabia prescripción del Fundador, no obligan bajo pena de pecado; sin embargo, los Superiores están obligados a hacerlas observar, y ellos no estarían libres de falta si de su parte dejaran descuidar, en todo o en parte, la disciplina religiosa. Al igual de un buen padre, que ellos manifiesten a sus subditos la confianza que es debida a los hijos, pero que, al mismo tiempo, velen solícitos sobre sus hijos, como un buen padre está obligado a hacerlo, y que no les permitan desearriarse poco a poco del sendero de la fidelidad".
"Vuestro Instituto describe sabiamente este oficio de los Superiores, sobre todo, de los Superiores locales, en lo que concierne a las horas de salidas de los subditos de las casas religiosas, sus relaciones con los extraños, al envío y recepción de sus cartas, a sus viajes, al uso o administración del dinero y al cuidado que deben tener para que todos cumplan fielmente los ejercicios de piedad, que son como el alma de la fe, de la observancia regular y del apostolado. Esas Reglas excelentes de nada sirven, si aquéllos, a quienes toca vigilar su ejecución no cumplen su cargo con firmeza y constancia".
"Vosotros sois la sal de la tierra" (Mat. V, 13): que la pureza de doctrina, el vigor de la disciplina, unidos a la austeridad de la vida, os guarden del contagio del mundo y haciendo de vosotros dignos discípulos de Aquél, que por su Cruz nos rescató".
"El mismo os ha advertido: "El que no toma su cruz y no viene en pos de mí no puede ser mi discípulo". (Lc. XIV, 27). De ahí que vuestro padre Ignacio os exhore a "aceptar y anhelar, con todas las fuerzas posibles, lo que Cristo N. S. ha amado y abrazado"; y "para mejor llegar a este grado de perfección, tan precioso en la vida espiritual, que cada uno trabaje, con todo el empeño de que es posible, el buscar en el Señor Nuestro su mayor abnegación y continua mortificación, en todas las cosas posibles". Por tanto, en la búsqueda de novedades, que hoy tanto preocupa a los espíritus, es de temer que el primer principio de toda la vida religiosa y apostólica, a saber, la unión del instrumento con Dios, no venga a parecer tan claro y que "nuestra confianza esté fundada", ante todo, "en los medios naturales que disponen al instrumento a ser útil al prójimo, en contraposición a la economía de la gracia, en la cual vivimos".
"A fomentar esta vida crucificada con Cristo debe concurrir, en primer lugar, la fiel observancia de la pobreza, que tan en su corazón tuvo vuestro Fundador, y no tan sólo la pobreza, que excluye el uso independiente de las cosas temporales, sino de aquélla, sobre todo, a la cual esta dependencia está también ordenada, a saber el uso muy moderado de las cosas temporales, junto con la privación de muchas comodidades, que los que viven en el mundo pueden legítimamente buscar.
"Seguramente vosotros emplearéis, para la mayor gloria de Dios, con aprobación de vuestros Superiores, los medios que hagan vuestro trabajo apostólico más eficaz; pero, al mismo tiempo, os privaréis espontáneamente de muchas cosas, que no son, en manera alguna, necesarias a vuestro fin, sino que halagan y complacen a la naturaleza. Así lo haréis, para que los fieles vean en vosotros los discípulos de Cristo pobre y reserven, puede ser, limosnas más abundantes a fines útiles a la salud de las almas, en lugar de prodigar ese dinero a los placeres fáciles. No es conveniente, pues, que los religiosos se permitan vacaciones, fuera de las casas de vuestra Orden, a no ser que mediasen razones extraordinarias; ni que emprendan viajes agradables, sin duda, pero costosos. Que ellos posean para su uso personal y exclusivo, cualquier instrumento de trabajo, en lugar de dejarlos al uso y servicio de todos, como lo pide la naturaleza del estado religioso. En cuanto a lo superfluo, suprimid, con simplicidad y valor, por amor a la pobreza y para buscar esta mortificación continua en todas las cosas, que es propia de vuestro Instituto. Debe considerarse, como tal, el uso del tabaco, tan común en nuestra época, en cualquiera de sus usos. Siendo religiosos, tomad a pecho, según el espíritu de vuestro Fundador, el suprimir entre vosotros ese uso. Que los religiosos no prediquen tan sólo con palabras, sino también con el ejemplo, el espíritu de penitencia, sin la cual nadie puede esperar con fundamento la salud eterna.
"Todas estas recomendaciones, que Nos os hacemos, aunque no estén de acuerdo con la naturaleza y parezcan, por el contrario, difíciles y excesivas, vendrán a ser, no tan sólo posibles, sino fáciles y agradables en el Señor, si permanecéis fieles a la vida de oración, que pedía a vosotros vuestro Padre y Legislador. Y vuestros ejercicios de piedad estarán animados por el fervor íntimo de la caridad, si sois fieles a la oración mental prolongada, tal como las Reglas aprobadas de vuestra Orden lo prescriben para cada día. Los sacerdotes, que se consagran a su trabajo apostólico deben, ante todo, vivificar su acción por una consideración más profunda de las cosas de Dios y por un amor de caridad más ardiente hacia Dios y hacia Nuestro Señor Jesucristo; y Nos sabemos, por los preceptos de los santos, que esta caridad se nutre, sobre todo, por la oración mental". Vuestra Orden se descarriaría mucho ciertamente del espíritu que en vosotros queria vuestro Padre y Legislador, si no permanecéis fieles a la formación recibida en los Ejercicios Espirituales.
"Ninguno de vosotros reprobaría o rechazaría cualquiera novedad, por la sola razón de que es algo nuevo; suponiendo, sin embargo, que sea algo útil a la salud y perfección de sus almas y a las de su prójimo, en lo que consiste el fin de vuestra Compañía. Por lo contrario, es conforme al espíritu de San Ignacio, como es tradicional entre vosotros, el dedicaros con todo el corazón a todas las empresas nuevas, que el bien de la Iglesia pide y que la Santa Sede recomienda, sin temor alguno al esfuerzo de adaptación. Pero, debéis, al mismo tiempo, conservar y defender, contra todos los esfuerzos del mundo y del demonio, las tradiciones, cuya sabiduría dimana sea del Evangelio, sea de la naturaleza humana caída. Tal es la ascesis religiosa, que vuestro Fundador aprendió e imitó de las Ordenes antiguas".
"Entre los puntos substanciales de primer orden de vuestro Instituto, que no pueden ser modificados por la misma Congregación General, sino únicamente por la Sede Apostólica, puesto que, aprobados en forma específica por la Carta Apostólica "Regímini Militantis Ecclesiae del 27 de septiembre de 1540, dada por nuestro predecesor Paulo III, se dice así: "La forma de gobierno de la Compañía es monárquico, definido por las decisiones de un sólo Superior". Y esta Sede Apostólica, sabiendo bien que la autoridad del General es como el pivote, sobre el que descansa la fuerza y la santidad de vuestra Orden, lejos de pensar que haya necesidad de conceder el cambio de este punto, cualquiera que sea el espíritu de la época actual, quiere, por el contrario, que esta autoridad plena y monárquica, que sólo depende de la autoridad suprema de la Santa Sede, permanezca invariable, salvando enteramente la forma monárquica aunque aliviando oportunamente la carga de este cargo.
"En una palabra, aplicados todos con constancia a no descuidar en nada todo aquello, con que podáis alcanzar la perfección, con la gracia divina, en la entera observancia de todas las Constituciones y de la regla propia de vuestro Instituto". Se atribuye a Nuestro predecesor de piadosa memoria Clemente XIII estas palabras, que si no son literalmente las mismas, lo son, a lo menos, en su sentido, y expresan ciertamente su pensamiento, cuando se le pidió dejar que vuestra Orden cambiase el Instituto, fundado por San Ignacio: "Que sean como son o qus no sean". Este es también Nuestro pensamiento: que los jesuítas sean como los formaron los Ejercicios Espirituales y sus Constituciones lo desean. Otros, en la Iglesia, bajo la dirección de la jerarquía, buscan laudablemente a Dios, por un camino en varios puntos diferente; para vosotros, vuestro Instituto es "el camino hacia Dios". La regla de vida, tantas veces aprobada por la Santa Sede, las obras de apostolado, que la Santa Sede os ha encomendado particularmente, he ahí vuestro programa, en colaboración fraterna con los otros obreros de la Viña del Señor; que todos, bajo la dirección de la Santa Sede y de los obispos, trabajen por el advenimiento del Reino de Dios".
"En prenda de la luz del Espíritu Santo sobre los trabajos de vuestra Congregación y de una efusión de la gracia divina sobre todos y cada uno de los miembros de vuestta Compañía, con el afecto de un paternal corazón Nos os damos la Bendición Apostólica".
Así termina ese memorable discurso del gran Pontífice, siete años después de la publicación de la "HUMANI GENERIS" y de la siguiente carta del Prepósito General a los Padres y Hermanos de la Asistencia de Francia sobre los graves errores doctrinales, que se habían introducido y difundido en la Compañía (al menos, en ciertas Provincias de ella), precursoras de la actual revolución que estamos presenciando en la Iglesia de Dios. La culpabilidad de los jesuítas en esta tragedia de la Iglesia es indiscutible. Porque, aunque concedamos que no todos, sino algunos de los miembros de la Orden fueron los autores y promotores de ese neomodernismo que nos invade; aunque admitamos que muchos, muchísimos de los verdaderos hijos de la Compañía estuvieron y están alertas y lucharon denodadamente contra la herejía, es indudable -y este discurso de Pío XII a la Congregación General, reunida en Roma, bajo el Generalato del P. Janssens, así lo confirma con evidencia— de parte de los Superiores no hubo la necesaria vigilancia, ni la energía debida, sobre todo después de la Encíclica, para frenar, a como hubiera dado lugar, esas doctrinas novedosas, que en la Compañía empezaron a prohijar muchos de los profesores y alumnos, incluso en la misma Universidad Gregoriana.
El Papa hace un llamamiento a todos los hijos de la Compañía, representados allí por 185 profesos y el Prepósito General, recordándoles los puntos esenciales, que, según los más importantes documentos de la Santa Sede y de la misma Compañía, constituyen o deben constituir la esencia misma del Instituto Ignaciano: "La Compañía había sido fundada para luchar por Dios, bajo el estandarte de la Cruz" y "para servir al Señor y a la Iglesia su Esposa, bajo el Romano Pontífice, Vicario de Cristo en la Tierra", "con ánimo aparejado y pronto para obedecer en todo a la vera esposa de Cristo N. S. que es la nuestra Santa Madre la Iglesia ortodoxa, católica, jerárquica, romana". Por eso los profesos están ligados con un cuarto voto a la "obediencia al Sumo Pontífice". Y, con insistencia palpable Su Santidad llama la atención en los puntos salientes de la obediencia, que, según S. Ignacio, debe ser la nota distintiva de sus hijos. ¿Por qué esa insistencia, por qué ese recordar esos puntos vitales de la Compañía a los miembros de esa Congregación General? Es evidente que el Papa encaminaba su raciocinio y sus específicas advertencias a hacer una solemne advertencia a los jesuítas sobre la solapada rebeldía con que habían sido recibidas por muchos jesuítas las severísimas condenaciones de su Encíclica. Pío XII quiso fustigar "el espíritu de orgullo y de independencia", que, por desgracia, había arrastrado a tantos jesuítas a seguir las novedades, precursoras de la actual crisis, que ha sacudido los cimientos mismos de la Iglesia.
Reprueba el Sumo Pontífice el espíritu mundano, que insensiblemente se había infiltrado en muchos miembros de la Orden: el descuido y abandono de las prácticas de piedad, del espíritu de pobreza, de la debida observancia regular, de la falta de mortificación, del uso inmoderado del tabaco, etc., etc. Sería injusto decir que estas miserias se daban en todos los miembros de la Orden, en esos tiempos, cuando Pío XII pronunció este discurso; pero, sería hipocresía negar que estos males se estaban ya entonces difundiendo alarmantemente entre muchos hijos de la Compañía. En la actualidad, las nuevas juventudes de la Compañía de Jesús, no sólo han perdido el espíritu, sino, con el pretexto del "aggiornamento", del "diálogo", del "cambio de las estructuras" y de todas las novedades, diabólicas novedades, que han inventado, para romper las santas tradiciones de su propio Instituto, han traicionado todo lo más santo y más noble de la Orden Ignaciana y han llegado a perder totalmente la fe, en muchos casos, como el de Enrique Maza, el de Pardinas, el de Guinea, el de Guzmán y de tantos otros, que no sólo han dejado de ser hijos de S. Ignacio, sino hijos verdaderos de la Iglesia, a pesar de que no estén "excomulgados".
La alusión que hace Su Santidad a la frase de Clemente XIII es sintomática: "Que los jesuítas sean lo que deben ser o que mejor no existan". Así es verdad: corruptio optimi pessima, la corrupción de lo mejor, es lo peor. Cuando los jesuítas pierden el espíritu, cuando rompiendo con sus Constituciones, con las cosas substanciales de su Instituto, se entregan a reformar la obra de su Fundador y a buscar, por nuevos caminos, la mayor gloria de Dios, en perfecta armonía con sus comodidades y placeres, cuando abandonan los mismos Ejercicios Espirituales o los reforman, según su propio juicio, no debemos extrañarnos de que de día en día aumenten las deserciones, se multipliquen los escándalos y los jesuítas fieles se vean marginados, despreciados, olvidados por esos falsos hijos de la Compañía, que no tienen sino un remedio: que sean expulsados de la Orden. Muy pronto se cumplirá el segundo centenario de la expulsión de los jesuítas de España y sus Colonias y de la supresión en toda la Iglesia de la Orden por el Papa Clemente XIV. ¿No serán semejantes estos adjuntos para una nueva supresión, para salvar la Iglesia, a las circunstancias que obligaron a Carlos III a expulsarlos de España y sus dominios y a Clemente XIV a suprimir la orden en todo el mundo?

TAMBIÉN PAULO VI HACE SERIAS ADVERTENCIAS A LOS JESUÍTAS
Al terminar los trabajos de la 31° Congregación General de la Compañía, el 16 de noviembre de 1966, Paulo VI recibió a los Padres congregados y concelebró la Misa, en la Capilla Sixtina, con el Prepósito General y cinco otros Padres, representantes todos de los diversos continentes. Después de la Misa el Papa habló, en latín, a los Padres de la Congregación. Nos vamos a permitir copiar ahora ese discurso, que es indudablemente una nueva y severa advertencia del Papa Montini, cuyo alcance -para decirlo con franqueza— me es difícil comprender; pero que, no obstante, es en sí una prueba inequívoca de la descomposición ideológica que se estaba desarrollando en la Compañía de San Ignacio. He aquí el discurso:
"Nos hemos querido concelebrar y participar con vosotros el Sacrificio eucarístico, antes de que emprendáis el camino de regreso, cada uno a su sitio, al terminar los trabajos de vuestra Congregación General, y que de Roma, centro de la unidad católica, vosotros os diseminéis sobre toda la haz de la tierra. Nos hubiéramos querido saludaros, a todos y cada uno, confortaros, animaros, bendeciros, a cada una de vuestras personas, a toda vuestra Compañía, a todas las múltiples obras que vosotros animáis y servís por la gloria de Dios en la Santa Iglesia; hubiéramos querido renovar en vuestros espíritus, en forma en cierto modo sensible y solemne, el sentido de mandato apostólico, que califica y fortifica vuestra misión, como si ella os hubiera sido conferida y renovada por vuestro bienaventurado Padre Ignacio, soldado fidelísimo de la Iglesia, o, mejor aún, como si Cristo mismo, de quien Nos, indigna aunque verdaderamente tenemos el lugar aquí en la tierra, aquí en la Santa Sede, os la confirmase, misteriosamente os acompañase y diese su grandeza a esa vuestra misión".
"Por eso hemos Nos escogido este lugar, sagrado y temible, por la belleza, por la fuerza, pero especialmente por la significación de sus imágenes, y lugar venerable entre todos por la voz de nuestra oración, muy humilde, pero pontifical, que se expresa aquí, condensando no solamente las alabanzas y los gemidos de nuestro espiritu, sino los clamorosos e inmensos gemidos y alabanzas de toda la Iglesia, desde los extremos de la tierra, y aún de la humanidad entera que tiene en nuestro ministerio un hombre que es su intérprete delante de Dios soberano, y le tramita el oráculo del Altísimo. Hemos escogido este lugar, en donde, como lo sabéis, el destino de la Iglesia se ha buscado y fijado, en ciertas horac históricas, domi nadas, sin embargo, como debemos creerlo, no por la voluntad de los hombres, sino por la asistencia oculta y amante del Espíritu Santo.
"Aquí, invocaremos hoy a ese mismo Espíritu para terminar esta ceremonia religiosa, en favor de la Santa Iglesia, representada y resumida de alguna manera en nuestro oficio apostólico y por voso tros, por vosotros, miembros, Superiores y responsables de vuestra y Nuestra Compañía de Jesús.
"Y esta común invocación al Espíritu Santo quiere, en cierto modo, sellar los importantes y temibles momentos, que habéis vivido, al someter todo vuestro cuerpo y su actividad a un severo examen, como para concluir, con ocasión del Concilio Vaticano II, recientemente celebrado, cuatro siglos de vuestra historia, y para inaugurar, en cierto modo, con una nueva conciencia y con nuevas resoluciones, un nuevo período de vuestra vida religiosa y militante.
"Esta reunión. Hermanos e Hijos muy queridos, tendrá de este modo un sentido histórico particular, en el que Nos a vosotros y vosotros a Nos, manifestamos la determinación de llevar adelante, en las circunstancias actuales, la recíproca definición de relación que existe, que debe existir, entre la Compañía de Jesús y la Santa Iglesia, la cual Nos, por mandato divino, tenemos el oficio pastoral de conducirla y la cualidad de representarla principalmente.
"¿Qué relación es ésta? A vosotros y a Nos toca responder a la pregunta, que se desdobla así:
"1) ¿Queréis, hijos de Ignacio, soldados de la Compañía de Jesús, ser todavía hoy, mañana, y siempre, lo que habéis sido, desde vuestra fundación hasta hoy día por la Santa Iglesia y por Nuestra Sede Apostólica? Esta pregunta que Nos os hacemos, no tendría razón de ser, si no hubiesen llegado a Nuestros oídos nuevas y rumores concernientes a vuestra Compañía -y, por lo demás, también de otras familias religiosas— sujeto sobre el cual no podemos Nos disimular nuestra admiración y, por algunos de ellos, nuestro dolor.
"¿Qué extrañas y siniestras sugestiones han podido hacer pensar a ciertos sectores de la nueva manera de opinar de vuestra vasta Compañía la pregunta de si la Compañía debe continuar existiendo tal como el santo, que la concibió y fundó, la dejó escrita en las reglas tan sabias y tan firmes; tal como una tradición secular, madurada por una cuidadosa experiencia, recomendada por las más autorizadas aprobaciones, modelada por la gloria de Dios, la defensa de la Iglesia, con admiración del mundo? ¿Es acaso posible que también se introduzca en el espíritu de algunos de vosotros el principio de la historicidad absoluta de todas las cosas humanas, engendradas por el tiempo y devoradas inexorablemente por el tiempo, como si no existiera en el catolicismo un carisma de verdad permanente y estabilidad invencible, de la cual la piedra de la Sede Apostólica es el símbolo y el fundamento? ¿Podrá parecer al ardor apostólico, del que está animada toda la Compañía, que para dar una mayor eficacia a vuestra actividad sea necesario renunciar a un gran número de hábitos espirituales, ascéticos, disciplinares, que no serían más una ayuda, sino un freno a una expresión más libre y más personal de vuestro celo? Parecería entonces que la austera y viril obediencia, que ha caracterizado siempre vuestra Compañía y que ha hecho, al mismo tiempo siempre su estructura, evangélica, ejemplar y formidable, debería ser aflojada, porque se opone a la personalidad y es un obstáculo a la agilidad de acción; se olvidaría lo que Cristo, la Iglesia y vuestra propia escuela espiritual han magníficamente enseñado sobre la práctica de esta virtud. Tendríase que llegar a estos extremos para llegar a creer que no es necesario imponer más a su alma "el ejercicio espiritual", es decir, la práctica asidua e intensa de la oración, la humilde y ardiente disciplina de la vida interior, del examen de conciencia, de la conversación íntima con Cristo, como si bastase la acción exterior para mantener el espíritu despejado, fuerte y libre, y para asegurar la misma unión con Dios; y como si esta riqueza de industrias espirituales conviniese tan sólo a los monjes y no fuese más bien necesaria, como armadura indispensable al soldado de Cristo. Pudieran todavía algunos hacerse la ilusión que, para esparcir el Evangelio de Cristo fuese necesario hacer suyas las costumbres del mundo, su mentalidad, su carácter profano; compartir los juicios naturalistas, que caracterizan al mundo moderno, olvidando aún más que si el heraldo de Cristo tiene el deber apostólico de acercarse a los hombres a los que pretende llevar el mensaje de Cristo, no puede pretender una asimilación que haria perder a la espada su filo y al apóstol su virtud original.
¡Nubes en el cielo, que las conclusiones de vuestra Congregación General han en gran parte disipado! Nos hemos sabido, con grande gozo, que vosotros mismos, firmes en la rectitud que siempre ha animado vuestras voluntades, después de un amplio y sincero examen de vuestra experiencia, os habéis decidido a permanecer fieles en la línea de vuestras Constituciones fundamentales, sin abandonar vuestra tradición, que ha estado siempre en vosotros actuante y viva; habéis dado a vuestras reglas las modificaciones accidentales, a las que "la renovación a la vida religiosa", propuesta por el Concilio, no tan sólo os autoriza, sino os invita. No habéis querido llevar ninguna modificación substancial a la ley santa, que os hizo religiosos y jesuítas, sino que, por el contrario, habéis querido poner un remedio a todo lo que en el tiempo pasado os había debilitado y un suplemento de fuerza, en vista de las pruebas que el porvenir os prepara; bien que, en medio de tantos resultados alcanzados en laboriosas discusiones, lo esencial ha sido asegurar no solamente al cuerpo, sino al espíritu de vuestra Compañía una conservación verdadera y un positivo progreso. Y en esta materia Nos os exhortamos calurosamente a conservar en el futuro la primacía de la oración en vuestra vida, sin apartaros de las sabias ordenanzas recibidas: de allí vendrá a vosotros la gracia divina, como una agua viva, que nos llega por los humildes canales de la oración, de la búsqueda interior, de vuestra unión con Dios, especialmente por el canal de la liturgia, en la que el religioso encontrará inspiración y energía para su propia santificación sobrenatural; donde el apóstol hallará el impulso, la dirección, la fuerza, la sabiduría, la perseverancia en la lucha contra el demonio y el mundo; de donde sacará el amor para amar a las almas, en vista a su salud eterna, para construir, al lado de otros obreros, con igual carga y responsabilidad, el edificio místico, la Iglesia. Regocijaos, pues, mis muy queridos Hijos. Este es el Camino, antiguo y nuevo de la economía cristiana; es el molde en el cual se forma el verdadero religioso, a la vez discípulo de Cristo, apóstol en su Iglesia, maestro de sus hermanos, sean fieles o extraños. Regocijaos. Que nuestra satisfacción, mejor, nuestra unión con vosotros os conforte y os siga.
"Por esto apoyamos vuestras deliberaciones particulares sobre la formación de vuestros escolares, sobre la obediencia al Magisterio y autoridad de la Iglesia; sobre los principios de la perfección religiosa; sobre las leyes que deben orientar vuestra acción apostólica y vuestra cooperación pastoral; sobre la interpretación exacta y la aplicación positiva de los decretos conciliares, etc., como otras tantas respuestas a nuestras demandas: sí, sí; los hijos de Ignacio, que se enorgullecen del nombre de jesuitas son hoy todavía fieles a sí mismos y a la Iglesia. Ellos están prestos y fuertes. Nuevas armas remplazan en sus manos aquéllas que están ya usadas y son menos eficaces; pero tienen, al mismo tiempo, el espíritu de obediencia, de abnegación y de conquista espiritual.
2) Y ahora vamos a tratar la segunda demanda, que quiere precisar la relación de vuestra Compañía con la Sede Apostólica. De vuestros mismos labios, en cierto modo. Nos recibimos esta segunda demanda: ¿Puede la Iglesia, puede el sucesor de Pedro considerar todavía a la Compañía como su milicia particular y más fiel? ¿Como familia religiosa, que ha hecho su fin específico no tanto de cultivar tal o cual virtud evangélica, cuanto defender y ayudar a la misma Santa Iglesia, a la misma Sede Apostólica? ¿Merece todavía la benevolencia, la protección, la confianza, que siempre se la ha tenido? ¿Puede la Iglesia, por boca del que os habla, estimar todavía necesario, estimarse ella honrada por el servicio militante de la Compañía? ¿Es ella aún hoy valiosa y apta a la obra inmensa del apostolado moderno, acrecentado en extensión y calidad?
"He aquí, hijos muy queridos, Nuestra respuesta es: iSÍ. Nos os conservamos toda Nuestra confianza! Y, por consiguiente. Nuestro mandato para la obra apostólica que os hemos confiado: Nuestro afecto, Nuestro reconocimiento, nuestra bendición.
"En esta ocasión solemne e histórica, vosotros Nos habéis confirmado vuestra identidad con la institución, que en los tiempos de la restauración del Concilio de Trento estuvo al servicio de la Santa Iglesia Católica; identidad que habéis reforzado con nuevas resoluciones. Por esto, es más fácil y más agradable para Nos el repetiros ahora las palabras y actitudes de nuestros predecesores, en las actuales circunstancias diferentes, pero orientada también a una restauración de la vida de la Iglesia, bajo las directivas del Concilio Ecuménico Vaticano II; y de poder aseguraros que, en tanto que vuestra Compañia se aplique a buscar su propia excelencia en la sana doctrina, se ofrecerá como un instrumento más eficaz a la defensa y difusión de la fe católica y de la Sede Apostólica, y unidos ciertamente con la Iglesia entera, la amarán grandemente.
"Si continuáis siendo lo que hasta ahora habéis sido, nuestra estima y nuestra confianza no podrán nunca faltaros. Y la tendréis también del Pueblo de Dios. ¿Cuál es el secreto principio, que dispone a una difusión tan grande, a tan extraordinaria prosperidad a vuestra Compañía sino vuestra particular formación espiritual y vuestra estructura canónica? Si esta formación y esta estructura permanecen las mismas o parecidas, producirán un florecimiento cada vez más nuevo de virtudes y de obras. ¿Puede ser vana la esperanza de veros crecer progresivamente y de que permanezcáis siempre eficaces en la evangelización y en la formación de la sociedad moderna? ¿No son vuestra mejor apología y lo que da mayor confianza en vuestro apostolado, vuestro ejemplo particular de vida evangélica y religiosa, vuestra historia, vuestra organización?
"¿No es en esta solicitud espiritual, moral, eclesial, en la que se funda nuestra confianza en vuestro trabajo, mejor dicho, en vuestra colaboración?
"Permitid que, al término de esta reunión, Nos os digamos que esperamos mucho de vosotros. La Iglesia necesita vuestra ayuda; Ella está gozosa; ella se enorgullece al recibir en vosotros a sus hijos leales y devotos. La Iglesia acepta la ofrenda de vuestro trabajo y de vuestra misma vida; Ella os llama; Ella os compromete, hoy más que nunca, a vosotros que sois los soldados de Cristo, para los difíciles y santos combates en favor de su nombre".
"¿No os dais acaso cuenta de lo mucho que la fe necesita hoy de vosotros, de vuestra defensa? ¿No veis cómo ella exige un adhesión abierta, enunciados preciosos, predicaciones asiduas, testimonios amantes y generosos? Nos tenemos confianza en vosotros, valerosos testigos de la única y verdadera fe.
"¿No pensáis que algunos felices acercamientos, algunas delicadas discusiones, algunas aperturas dictadas por la caridad, el ecumenismo de nuestro tiempo distinguen al servidor y al apóstol de la Santa Iglesia Católica? ¿Quiénes mejor que vosotros pueden consagrar sus estudios y trabajos, a fin de que los hermanos, todavía separados de nosotros, nos comprendan, nos escuchen y lleven con nosotros la gloria, la alegría, el servicio del misterio de la unidad en Cristo Jesús?
"Y para difundir los principios cristianos en el mundo moderno, descrito por la Constitución Pastoral "Gaudium et Spes", ¿no se encontrarán entre vosotros hábiles, prudentes y eminentes especialistas? ¿No será todavía un instrumento muy eficaz el culto propagado por vosotros al Sagrado Corazón, que contribuirá a esta renovación espiritual y moral del mundo actual, pedida por el Concilio Vaticano, y que os capacite para llenar copiosamente la misión que os ha sido confiada de luchar contra el ateísmo?
"¿No os consagraréis con nuevo ardor a la educación de la juventud, en las escuelas secundarias y en las universidades —así eclesiásticas como civiles— trabajo este que ha sido para vosotros un título de gloria y una fuente de numerosos méritos?
"No perdáis de vista que tantas almas de jóvenes, que os son confiadas, pueden llenar un día a la Iglesia y a la sociedad de preciosos servicios, si ellos reciben una buena formación. "¡Y las misiones! Las misiones, en las que tantos de vuestros hermanos trabajan admirablemente, gastando sus fuerzas y haciendo con su sacrificio que resplandezca como una luz de salud el nombre de Cristo, ¿no os han sido confiadas por esta Sede Apostólica, como en otro tiempo a Francisco Javier, con la seguridad de tener en vosotros los más seguros propagadores de la fe, los más audaces, los más llenos de esta caridad, que vuestra vida interior hace inagotable, reconfortante e inefable?
"¡Y el mundo! Este mundo, que tiene doble cara, que nos descubre el Evangelio, el mundo que junta en sí todas las oposiciones a la luz y a la gracia, y el mundo de la inmensa familia humana, por la cual el Padre envió a su Hijo y por la cual el Hijo se inmoló a sí mismo; este mundo de hoy día, tan poderoso y tan débil, tan hostil y tan abierto, este mundo ¿no sera para vosotros como para Nos una vocación que nos hace sentir nuestra debilidad, al mismo tiempo que nos exalta?
"Y ¿no es esta la hora, bajo la mirada de Cristo, en la que el mundo de que nosotros hablamos, que se agita, que nos empuja, por así decirlo, a decirle: ¡Venid! ¡Venid! ; vosotros formáis parte de los que tienen necesidad de Cristo. ¡Venid; esta es la hora!
"Sí, esta es la hora, mis queridos hijos. Id llenos de confianza y de ardor. Cristo os escoge, la Iglesia os envía, el Papa os bendice".

Así termina el dramático discurso de Paulo VI a los Padres de la 31° Congregación General, que, como el Pontífice lo advierte, significa el término de un pasado de cuatro siglos y el principio incierto de un nuevo camino, que, por más que el Papa Montini afirme lo contrario, no es ya la senda trazada por Ignacio de Loyola. La Compañía de Jesús del P. Arrupe, así cuente con todas las bendiciones, con toda la confianza, con todo el beneplácito de Paulo VI, es la negación manifiesta del espíritu ignaciano, de las Constituciones, de las Reglas, de la tradición y de las gloriosas costumbres de la en otros tiempos ínclita Compañía de Jesús; de la que ahora, tenemos que decir, con dolor profundo: ¡Ay, Jesús, qué Compañía!
El discurso de Juan B. Montini dio ocasión a diversos comentarios: unos, favorables; otros abiertamente desfavorables a los jesuítas. "L'Homme nouveau", en el número del 4 de diciembre de 1966, escribe: "Todo ha comenzado el 18 de noviembre. 'PARIS—PRESS' publica a seis columnas la noticia: 'EL PAPA RECUERDA A LOS JESUÍTAS SU PASADO Y AÑADE SU SEVERA ADVERTENCIA, TENIENDO EN CUENTA CIERTOS ELEMENTOS "AVANZADOS" DE LA COMPAÑÍA, QUE QUIEREN LIBRARSE DE SU VOTO ESPECIAL DE OBEDIENCIA AL SUMO PONTÍFICE".
Ciertos jesuitas quieren aún desmilitarizar su Orden, alegando que la Compañía es simplemente sinónimo de 'sociedad' y que Ignacio de Loyola no era un hombre de espada, sino por accidente. —Al dirigirse a la reunión de la Compañía, en presencia de su General, el P. Arrupe, el Papa, en la severa advertencia de ayer (Paulo VI habló de sugestiones siniestras), no hizo, al fin de cuentas, sino recordarles su doble vocación de innovación en la Iglesia, pero de alianza a su soberano. La lección parece poder simplificarse en estas palabras: "somos hombres situados en las fronteras, que miran a la vez al pasado y al futuro; y esto es, algunas veces peligroso".

Juzgando nosotros, a distancia, este discurso y comparándolo con el de Pío XII antes citado y comentado, creemos que, haciendo a un lado "las siniestras sugerencias", de que habla Paulo VI, el discurso de Pío XII es totalmente opuesto, en la forma y en el fondo, en la expresión y en la intención, al discurso triunfalista del Papa Montini. En realidad, la única advertencia que velada, aunque enérgicamente hizo, en esta ocasión, Paulo VI a los jesuitas, estaba dirigida a los "inconformes", a los arcaicos, a los ya marginados jesuitas, que justamente lastimados por el derrumbe interno de la benemérita Orden Ignaciana, a la que ellos, como yo, amamos como madre, han pretendido separarse de las nuevas corrientes y reformas demoledoras, que, invitados y alentados y autorizados por el Vaticano II, han hecho los jesuitas de la "nueva ola", capitaneados por su audaz General, el M.R.P. Pedro Arrupe, para seguir ellos, fieles a su Fundador, a las Constituciones, a las santas tradiciones recibidas, por el camino seguro, por el que tantos de los antiguos hijos de la Compañía alcanzaron la santidad y aún la gloria de los altares.
Paulo VI, el hombre minucioso, calculador y "experto en humanidad", como él mismo se calificó en su discurso de la ONU, dispuso el lugar y las ceremonias que habían de impresionar más hondamente a los venerables Padres congregados y disponerlos mejor a recibir, con docilidad ignaciana, sus consignas, cuya significación y alcance sólo podía conocer el P. Arrupe. El lugar: la Capilla Sixtina, lugar sagrado y temible, por la belleza, por la fuerza, pero especialmente por la significación de sus imágenes; lugar "venerable entre todos por la voz de SU oración, muy humilde, pero pontifical". "Hemos escogido este lugar, en donde, como lo sabéis, el destino de la Iglesia se ha buscado y fijado, en ciertas horas históricas".
El Pontífice da a esta reunión "un sentido histórico particular": era el compromiso solemne, que Juan B. Montini quería obtener del P. Arrupe, de todos los Provinciales, Asistentes, y electores de la Compañía de Jesús, es decir, de todos los jesuitas, que, por obediencia, tendrían que seguir las secretas consignas que dimanasen de Roma. Ahora me parece ver en esta reunión y en todas sus circunstancias una nueva explicación o confirmación del activismo, con que los jesuitas de la nueva ola y su Prepósito General han seguido y siguen la política de franca izquierda de Paulo VI. Sin esta explicación, yo no creo que pueda existir otra explicación del nuevo apostolado y la nueva pastoral de los nuevos jesuitas, como tampoco tendríamos satisfactoria interpretación del inmovilismo, de las secretas consignas, de la nueva teología, moral y derecho de la inmensa mayoría de nuestras jerarquías, en el mundo entero.
La pregunta de Paulo VI a sus dóciles hijos y colaboradores era incisiva: "¿Queréis, hijos de Ignacio, soldados de la Compañía de Jesús, ser todavía, y mañana, y siempre, lo que habéis sido, desde vuestra fundación, hasta el dia de hoy, para la Santa Iglesia y para Nuestra Sede Apostólica?" ¿Qué podían responder los jesuitas reunidos —quizás todos ya de la nueva ola— responder en su conciencia a tan terminante pregunta de Juan B. Montini, que se proclamaba una y otra vez el legítimo Papa, Vicario de Cristo en la tierra? Tal vez, al oir esa pregunta, en la mente, en el corazón de esos reformadores y reformados jesuítas, resonaría, como un eco lejano del triunfalismo ya pasado, aquel himno glorioso, con que los antiguos jesuitas cantaban las gestas de su Padre y Fundador: "Fundador sois, Ignacio, y General —de la Compañía real— que Jesús con su nombre distinguió..." "... La legión de Loyola... sin temor enarbola la Cruz por perdón.
Otra pregunta, la más importante, les hace Paulo VI a los jesuitas reunidos a su alrededor: "¿Qué extrañas y siniestras sugestiones han podido hacer pensar, a ciertos sectores de la nueva manera de opinar de vuestra Compañía, la pregunta de si la Compañía debe continuar existiendo tal como el santo, que la concibió y fundó, la dejó escrita en las reglas tan sabias y tan firmes; tal como una tradición secular, madurada por una cuidadosa experiencia, recomendada por las más autorizadas aprobaciones, modelada por la gloria de Dios, la defensa de la Iglesia, con admiración del mundo?" "¿Es acaso posible que también se introduzca en el espíritu de algunos de vosotros el principio de la historicidad absoluta de todas las cosas humanas, engendradas por el tiempo y devoradas inexorablemente por el tiempo, como si no existiera en el catolicismo un carisma de verdad permanente, de la cual la piedra de la Sede Apostólica es símbolo y fundamento?" El problema está planteado; la dialéctica es manifiesta. Es el Papa Montini, el Papa de los cambios continuos y profundos en la Iglesia, el que ahora pregunta admirado a los jesuitas, que ya habían hecho cambios también profundos en su Orden, si estaban dominados por el espíritu de la historicidad absoluta. ¿A quiénes iba dirigida esta pregunta, a quiénes esas advertencias tan graves? ¿Quiénes eran los jesuitas que abrigaban esas "extrañas y siniestras sugestiones? Si juzgamos por lo que hemos visto, por lo que después se ha seguido, tenemos que concluir con evidencia que esas palabras de Paulo VI estaban dirigidas, en su estilo dialéctico, a los buenos y santos jesuitas, que, al mirar el siniestro de su amada Compañía, la tragedia viviente de sus noviciados vacíos, de sus casas de formación diezmadas y decandentes, la deserción creciente de los sacerdotes que se aprovechan de las facilidades para la reducción al estado laical y al matrimonio, buscaban una separación colectiva de esa reformada Compañía, para vivir ellos, como habían vivido siempre en la observancia fiel de sus Constituciones y sus Reglas, el Instituto fundado por San Ignacio, sin reformas, sin experiencias, sin falsas pobrezas, que encubren dispendios no sólo innecesarios, sino contrarios totalmente a la esencia misma de la vida religiosa: los jesuitas de automóvil; los jesuitas de cabaret, los jesuitas de baile, los jesuitas de libertades, de minicomunidades, de guerrillas, de motines, de dirección activa de la subversión.
"Nubes en el cielo —añade Paulo VI— que las conclusiones de vuestra Congregación General han, en gran parte disipado!" ¡Nubes en el cielo, negras y amenazadoras, que entre continuos relámpagos y aterradores truenos, están ahora acompañando y agravando la tempestad tremenda, que pone en peligro la existencia misma de la Compañía de Jesús! Todas las siguientes recomendaciones del Pontífice han caído en el vacío; eran palabras para cubrir con lo viejo, con lo glorioso de la obra ignaciana, la Compañía arrupiana, que se comprometía nada menos que a festinar en el mundo la socialización, el comunismo, en la viviente interpretación de la POPULORUM PROGRESSIO.
Dos demandas hace Paulo VI a los jesuitas: la primera, la que ya comentamos se refiere a los problemas internos, que en la misma Compañía habían surgido, con los cambios espectaculares, que el "aggiornamento" y la reforma habían ya provocado y que a muchos de los fieles hijos de San Ignacio los habían inducido a pedir la división de la Orden, como ya dijimos, en dos distintos organismos: la Compañía de la observancia total a las Constituciones y las Reglas, a las tradiciones; y la nueva Compañía, la reformada, la que el P. Arrupe había fundado. La segunda demanda, que el Pontífice hace a los nuevos jesuitas es más directa: "¿Puede la Iglesia, puede el sucesor de Pedro considerar todavía a la Compañía como su milicia particular más fiel?" Es una demanda, que encierra un "mandato apostólico", cuya obediencia será recompensada por el afecto, por el reconocimiento, por la bendición del Papa Montini. Así como en los tiempos del Concilio de Trento fue la Compañía la que levantó la "contra-reforma"; así ahora después del Vaticano II, —el Concilio de la pastoral, del ecumenismo, del aggiornamento, del diálogo— ha de ser la Compañía la que desmonte esa contra-reforma, para establecer las directivas del pasado Concilio. Paulo VI pone su confianza en el trabajo, mejor dicho, en la colaboración de los reformados hijos de San Ignacio. "En esta ocasión, solemne e histórica, vosotros Nos habéis confirmado vuestra identidad con la institución, que en los tiempos de la restauración del Concilio de Trento estuvo al servico de la Santa Iglesia Católica".
Al hablar del papel importantísimo, que, según esos pactos secretos, la Compañía debe jugar "para difundir los principios cristianos en el mundo moderno, descritos por la Constitución Pastoral "Gaudium et Spes", Paulo VI hace esta distinción, que es conveniente tener en cuenta: "Este mundo, que tiene dos caras, que nos descubre el Evangelio: el mundo que junta en sí todas las oposiciones a la luz y a la gracia, y el mundo de la inmensa familia humana". Esta distinción es tan importante, como la que hemos de hacer al hablar de la Iglesia: la institución divina de Cristo, para aplicarnos los frutos salvíficos de su Redención; y la Iglesia, el pueblo de Dios, los miembros fieles de la Iglesia militante; y los posibles miembros de la deseada unión de todos los hombres bajo la única fe, el único bautismo, el único régimen de la úniga Iglesia de Cristo.
¡Sí; tiene razón el Papa Montini: esa reunión, ese discurso constituyen una ocasión solemne o, por lo menos histórica; es el pacto de total colaboración de los jesuítas de la nueva ola a los planes socio-políticos y socioeconómicos de las fuerzas de izquierda, que han sido el único programa pontifical de Paulo VI.

UN ARTICULO DEL PBRO. DR. ANTONIO BRAMBILA
Con el título sugestivo de "VERDADES Y DIRECTIVAS", publicado en la edición matutina de "EL SOL DE MÉXICO" del 18 de agosto de 1972, nuestro buen amigo, el Pbro. Dr. Antonio Bramila, publicó el siguiente artículo, que nos vamos a permitir comentar después ya que, -así me parece- tiene alguna vinculación con las ideas y comentarios, expuestos más arriba:
"El caso del teólogo suizo Hans Küng, al que hice referencia el pasado lunes es simplemente un caso concreto, dentro de una situación general de la Iglesia, después del Concilio Vaticano II. La situación se expresa bastante bien, creo yo, si decimos que uno de los efectos del Concilio fue el de que se haya sustituido hasta ahora el Magisterio con el Diálogo. Y lo malo que hay en ello es que no se dialoga bien sino entre iguales, y un maestro no será jamás igual a sus discípulos; pues si les es igual, si no sabe más que ellos ni tiene mayor autoridad que ellos, no es digno de ser su maestro. Esta substitución ha tenido lugar después del Concilio, pues a partir de él no ha habido ninguna condenación de errores. No son los maestros, sino los simples fieles los que denuncian las herejías, pero no pueden hacerlo con una autoridad de la cual carecen; y el malestar es evidente y profundo.
"Eso se debe, creo yo, a la naturaleza pastoral, meramente pastoral y no dogmática, del Vaticano II. Así lo quiso Juan XXIII, así fue. Los anteriores Concilios definieron verdades y condenaron errores. El Vaticano II no hizo nada de esto, sino que se limitó a "marcar directivas" pastorales en orden a la renovación de la Iglesia y de la Futura Unidad de los Cristianos. "Concilio de directivas", lo llamó el gran teólogo Kal Rahner en un precioso librito publicado a raíz del Concilio.
"Una verdad es una verdad. No cambia. Es lo que es, y cuando se cree en la autoridad de la Iglesia para definir verdades, cuando la Iglesia defina, cesan los pleitos y todos inclinamos la cabeza, poseedores en común de una seguridad superior a nuestras personales evidencias.
"Pero una directiva no es necesariamente una verdad absoluta. Marcar una directiva es marcar una dirección, es marcar una finalidad para que todos tendamos a ella por los mejores medios. Cuando me dan la directiva de que vaya a Nuevo Laredo no me dicen si lo hago a pie, en automóvil o a lomos de elefante. El Concilio nos dio la directiva del diálogo. Muy buena y santa cosa, pues mucho tiempo y energía se pierden en agitaciones y peleas, cuando hablando razonablemente se podrían arreglar las cosas mejor. Diálogo de superiores con subditos, diálogo de hermanos con hermanos, de católicos con no católicos, de cristianos con no cristianos, de teístas con ateos. Un mundo encantador en el cual dialogamos todos.
Pero una cosa no hizo el Concilio: proveernos con todo lo necesario para dialogar con fruto. La directiva la marcó, pero la elección de los medios y lugares, y de los criterios la dejó a la apreciación general. Y como cada cabeza es un mundo, resultó lo que tenía que resultar: la Torre de Babel en que estamos es lamentable, pero previsible.
"El Concilio nunca dijo, por ejemplo, que la herejía ya no exista; ni que la herejía sea tan buena y saludable como la ortodoxia; ni que la Iglesia debe dejar pasar las herejías entre sus hijos sin denunciarlas. Juan XXIII fue el que dijo, como quien da una directiva, que más esperaba él del diálogo fraterno, que de las condenaciones secas, y ESTO no fue una definición dogmática, sino una apreciación personal de un Papa santo y pastoral. No teníamos nada que decir, aunque desde entonces hubo muchos que tuvieron sus aprensiones.
"El Concilio dijo simplemente que la Unidad de los cristianos no se alcanzará nunca si nos pasamos el tiempo tirándonos pedradas, cosa clara y evidente. Nos estimuló al diálogo, y estamos dialogando. Pero esto era una directiva. Se nos marcó una finalidad, pero marcar una finalidad, es cosa distinta de conseguirla. Todos nos lanzamos con entusiasmo detrás de la finalidad, pero los medios los sacábamos de nuestra cabeza, y no hay derecho de endosar al Concilio muchos errores, que ha habido, tanto en la interpretación ideal de la directiva, cuanto en los medios usados para conseguir las finalidades. Y esto se da en todos los niveles, desde el Papa abajo.
"El Papa Paulo, por ejemplo, estimó —y esto no tiene valor dogmático— que convenía experimentar seriamente lo sugerido por el Papa Juan y se propuso no condenar ni herejías, ni herejes. Con la esperanza de que habría otros medios para llegar, con la ayuda del Espíritu Santo, a los fines deseados.
"El resultado ha sido la desorientación, la incertidumbre, el que las ovejas negras, como Hans Küng anden revueltas con las blancas, el que cualquier sacerdote semidestripado en los exámenes de Teología critique en un libro irreverente a una Iglesia, que nunca comprendió; que los católicos estén leyendo por sistema libros protestantes, en los cuales su fe sale tambaleándose.
"Ya no hay condenación de libros; el Santo Oficio cambió de nombre y casi de funciones. Antes era un perro que ladraba, y que de cuando en cuando mordía a los de casa, pero prestaba un servicio; ahora no lo presta y personajes como Hans Küng o Iván lllich deciden libremente si se presentan o no se presentan en Roma para dar cuenta de sus afirmaciones escandalosas. Y ha sido un revolverse de muchos contra la Igesia, un acusarla de todos los pecados del mundo, sin que haya manera de poner un poco de orden en todo esto. La Autoridad está en crisis, como lo está correspondientemente, la obediencia y la docilidad. Y el Papa puede quejarse un día, desde los balcones de su apartamento vaticano, de que la Iglesia parece estar metida en una empresa de "autodemolición".
"¿La razón? Que con la mejor de las intenciones del Concilio no quiso definir verdades ni condenar errores, sino simplemente marcar directivas, como lo dijo Rahner. Nadie puede acusar a nadie de no haber buscado, según sus medios y criterios, esas finalidades que el Concilio marcó. Pero todos podemos quejarnos, a la distancia que hemos recorrido, de una falta de coordinación en los esfuerzos, de una especie de anarquía en la elección de medios. Los fines son claros, los medios no lo son. El Concilio no quiso ser dogmático, sino práctico, pastoral; y hace ocho o diez años, cuando el Concilio estaba actuando, podíamos tener sobre esa idea original una apreciación optimista y eufórica. Ahora, a ocho años de distancia de la clausura del Concilio, cuando ya han hecho su camino los experimentos, hay ya algún motivo para preguntarse si el Concilio no hubiera sido mucho más práctico si hubiera consentido en ser más dogmático.
"La Unidad de los cristianos está tan lejos como siempre. Como que es un enorme milagro que solo Dios puede hacer. Pero mientras tanto los católicos, aunque ganamos ciertamente en el terreno de la participación de los fieles en la Liturgia —cosa que por sí sola merecía un Concilio- nos hemos debilitado casi en todo el resto; hemos perdido seguridad doctrinal, hemos perdido confianza en nuestros guías, y muchos de nosotros, con la idea subjetiva de renovar la Iglesia, no estamos haciendo sino intentos de demolerla.
"Yo pienso que no se puede seguir largo tiempo por este camino. Está bien hacer experimentos nuevos, pero con la mirada siempre fija en los resultados que se van produciendo. Y llega un momento en que un experimento determinado debe darse por hecho; y si los resultados son negativos, debe ser cambiado por otro. Una verdad dogmática es infaliblemente verdadera. Una directiva, aunque sea conciliar, no goza de ese carisma. ¿No será ya llegado el tiempo de "apreciar" los resultados? Porque si convenimos en que son malos y que se deben al modo como se marcaron las directivas, parece que debe haber algún cambio en lo que estamos haciendo. ¿O no? "

El P. Brambila es desconcertante, como ya lo indiqué en otra parte; lo mismo se inclina a la izquierda, que da un viraje, aunque sea a medias, hacia la derecha. Esta vez se me puso enfrente; y no voy a perder la ocasión, para sacar el jugo de su equilibrado artículo en EL SOL DE MÉXICO. A su juicio yo soy un "sacerdote semidestripado en los exámenes de Teología" que "critico en un libro irreverente a una Iglesia, que nunca comprendí". Es fácil atacar sin nombrar al atacado, y menos todavía sin aducir las pruebas del ataque. Se olvidó el sabio periodista de aquel famoso artículo, escrito por él con ocasión de mi libro "LA NUEVA IGLESIA MONTINIANA" y la "excomunión" de Su Eminencia Reverendísima Don Miguel Darío Miranda y Gómez, en el que me atacaba despiadadamente, a pesar de la amistad que me profesa; de donde ahora yo deduzco que "el libro irreverente" fue mi libro, y "el sacerdote semidestripado en los exámenes de Teología" soy yo. Me gustaría, sin embargo, que, hurgando en los archivos de la Compañía, nuestro preclaro teólogo demostrase mis "destripadas" en los exámenes de filosofía, teología o cualquier otra materia". Y, si no quiere molestarse yo sí puedo demostrarle con documentos, que, no por favor, sino por justicia, me dieron mis exhermanos y que atestiguan que mi ciencia teológica y filosófica y en Derecho Canónico no están tan destripadas, como él piensa. Pero vamos a su artículo:
1) Confiesa el Dr. Brambila que el caso de Hans Küng es tan sólo "un caso concreto, dentro de una situación general de la Iglesia, después del Concilio Vaticano II". La confesión de Antonio, aunque tardía, es sincera. En uno de los primeros libros, que yo publiqué en esta ya prolongadísima contienda: "EL ANTISEMITISMO Y EL CONCILIO ECUMÉNICO Y QUE ES EL PROGRESISMO", me permití atacar al teólogo suizo de la Universidad Tubigense Hans Küng, con gran escándalo de la Sagrada Mitra, protestas del canciller Luisito y alguna hablada del Dr. Brambila. Entonces escribí yo: "Si Küng se jacta de ser franco, no permitiré yo que me haga ventaja en su franqueza. Es necesario llamar al pan, pan, y al vino, vino. Es imperioso desenmascarar a la herejía, que hace alardes de razonamientos teológicos. Es vital para el futuro de la Iglesia el que sean descubiertos los lobos revestidos con pieles de oveja. Porque, para empezar con un alarde de franqueza, yo considero todo lo que Küng ha escrito no sólo como algo escandaloso, 'piis auribus ofensivo', sino en muchas proposiciones abiertamente herético, destructor y perverso. Con la doctrina del teólogo alemán todo el catolicismo se sacude, se desquebraja, se destruye. El 'Nihil obstat' y el 'Imprimatur', que anteceden y avalan los libros del teólogo del Rhin no cambian la doctrina intrínseca, que el autor enseña y que pretende sea aceptada por el Concilio".
Ahora, después de los incidentes que se han seguido, es muy fácil atacar a Küng, como lo hace Antonio Brambila; bueno hubiera sido que desde aquellos tiempos nuestro Doctor teológico hubiera salido a la palestra. Es como los que atacan con furia al obispo de Cuernavaca, después de haberse escandalizado por mi libro que abrió el fuego-"CUERNAVACA Y EL PROGRESISMO RELIGIOSO EN MÉXICO".
2) "... uno de los efectos del Concilio fue el de que se haya substituido hasta ahora el Magisterio con el Diálogo". ¡Frase preciosa, que aplaudo con toda mi alma! Esta es, en síntesis, la gran tragedia del Vaticano II: "haber querido substituir el Magisterio por el Diálogo". Nuestros venerables Padres Conciliares quisieron enmendarle la plana al mismo Cristo. El había dicho "Id y enseñad". "Predicad el Evangelio a toda criatura". Ellos dijeron: "Id y dialogad". Y, como advierte Antonio, se dialoga entre ¡guales; no entre maestros y discípulos. Esta fue una claudicación fundamental de los dirigentes del Concilio y, en especial, de Paulo VI y su ilustre antecesor Juan el Bueno. El Magisterio vivo, auténtico e infalible de la Iglesia quedó reducido a un amoroso diálogo entre ¡guales. Este era el paso necesario para instalar en la Iglesia la revolución proyectada, hábilmente preparada por varios siglos.
3) Otra frase de Brambila digna de encomio: "Eso se debe, creo yo, a la naturaleza pastoral, meramente pastoral, no dogmática, del Vaticano II". ¡Un Concilio Pastoral! ¡Vaya un absurdo! Tengo en mis manos un "DICCIONARIO DE LOS TEXTOS CONCILIARES" (Vaticano II), en dos tomos, lujosamente empastado. He buscado y rebuscado la significación, que el dicho Concilio dio a esta tan manoseada palabra PASTORAL; y no la encontré. He aquí una de las características de ese Concilio Pastoral, fuente inagotable de confusión: el no hacer un "status quaestionis", el no plantear bien los problemas novedosos que quería imponernos, el no decir lo que entendían por "pastoral", por "diálogo", por "aggiornamento", por "ecumenismo", por tantas otras cosas, que exigían una precisa, esencial definición de los términos, antes de poder aceptar, negar o distinguir con precisión el problema novedoso planteado por el Concilio. Además, la pastoral es algo contingente, movedizo, circunstancial. Una es la pastoral con los indios y otra la pastoral con los profesionistas o universitarios. La pastoral varía, según las circunstancias de tiempos, de lugares y de personas. El gran error estuvo en suprimir el dogma, el hacer dogma a la pastoral, el querer abrir las puertas con el diálogo pastoral a la herejía, que se infiltraba por todas partes.
La Unidad de la Iglesia, como dice Antonio, no se puede lograr con claudicaciones, con compromisos, con entreguismos, sino sólo se alcanzará por un grandísimo milagro de la Omnipotencia Divina. Nuestra actual pastoral y nuestro diálogo tan sólo han conseguido el que los "separados" se burlen de nosotros y nos echen en cara que, al fin, hemos acabado por reconocer que Lutero, Calvino y todos los herejes del pasado tenían razón y que nosotros vivíamos sumergidos en un fanatismo absurdo, en un quietismo paralizante; habíamos perdido el dinamismo de la vida.
4) El Vaticano II se limitó a darnos directivas... Pero una directiva no es necesariamente una verdad absoluta. El cambio fue certero: la inmobilidad de la verdad revelada quedó fluctuante, inestable, convertida en una mera directiva de diálogo, de ecumenismo, de aggiornamento. Se dialoga sobre frivolidades, no sobre las enseñanzas de Cristo, ni sobre temas de los que pende nuestra eterna salvación. ¿Cómo proveernos de los medios necesarios para dialogar con fruto? El diálogo en temas tan vitales necesariamente se convierte en la nueva Babel o en un mitin de "justicia social".
5) Juan y Pablo, como quienes dan una directiva, dijeron que más se podía conseguir con el diálogo fraterno que con condenaciones secas y que convenia experimentar seriamente esta sugerencia. Y nos lanzamos al experimento -como si la Iglesia necesitase experimentos -para cumplir su misión sobre la tierra; y los resultados han sido y son funestos: "es la desorientación, la incertidumbre, el que las ovejas negras como Hans Küng, o Iván lllich anden revueltas con las blancas y decidan libremente si se presentan o no se presentan en Roma para dar cuenta de sus afirmaciones escandalosas. Y ha sido un revolverse de muchos contra la Iglesia, un acusarla de todos los pecados del mundo". Asi es verdad: ¿No fue Paulo VI el que, al abrir la segunda sesión del borrascoso Concilio, pidió públicamente perdón en nombre de nuestra Iglesia a los "separados", como si nuestra Iglesia fuese la responsable de todos los cismas y de todas las herejías?
"El Concilio de directivas", como lo llamó el gran 'hereje' Rahner, en un nefasto libro, nos hizo perder la única dirección que nos dio Cristo, cuando nos dijo: "YO SOY EL CAMINO, LA VERDAD Y LA VIDA". La única directiva nos la dio Cristo cuando nos señaló su doctrina inmutable, infalible, divina y añadió: "EL QUE CREYERE SERA SALVO, EL QUE NO CREYERE SE CONDENARA".
6) No se necesitaban diez años para darnos cuenta de que habíamos perdido la ruta, de que la autodemolición de la Iglesia había empezado: los mariachis de la misa panamericana de Cuernavaca nos hicieron ver que el derrumbe monstruoso de la Catedral, las manos, la estrella de David y todo ese teatro de Méndez Arceo eran los preludios del Calvario del Cuerpo Místico de Cristo.
Yo, como Antonio Brambila pienso que "no se puede seguir largo tiempo por este camino". ¡La fe se está perdiendo! ¡La profanación sacrilega en nuestros templos, que para nosotros son la casa de Dios, es ya intolerable! La prédica socializante que quiere cambiar la Justicia del Reino de los Cielos por la así llamada "justicia social" lejos de traernos la prometida paz, la armonía de la fraternidad humana, ha acrecentado y multiplicado la barbarie espantosa de las guerras, de las guerrillas, de los secuestros, de las piraterías, de los odios entre todos. La división es la característica de esta época postconciliar: división entre los fieles, entre los obispos y cardenales, en las familias religiosas, en las comunidades sociales, en la misma intimidad de nuestros hogares cristianos.
¿Y quién es el responsable, Antonio Brambila, de esta autodemolición interna de la Iglesia, de esa destrucción de la vida religiosa, de esa inseguridad en las mismas verdades dogmáticas de nuestra religión sacrosanta, que, por desgracia, cunde con pavorosa rapidez? ¿El Concilio Vaticano II, el de las directivas, como dice su amigo Rahner (¡Qué amiguitos tienes, Antonio!)? ¿O fue Juan XXIII, que tuvo la inspiración del Concilio? ¿O es Paulo VI, que con la tenacidad que le caracteriza se empeñó en "experimentar seriamente" lo sugerido por Juan el Bueno? Yo le recuerdo a Ud., Sr. Doctor, que lo que es causa de la causa es causa de lo causado; y también le sugiero el que piense Ud. en que "los teólogos destripados", como Ud. me llama, pueden tener algún conocimiento teológico, que Ud. ignora.

OTRO ARTICULO DEL DR. ANTONIO BRAMBILA CON VIRAJE A LA IZQUIERDA
El lunes 11 de diciembre de este año del Señor de 1972, apareció en "EL SOL DE MÉXICO" un nuevo artículo del Dr Brambila, desconcertante como todos los suyos, en el que, dando un viraje hacia la izquierda, trata de defender un indefendible "MOTU PROPRIO" del Papa Montini, en el que graciosamente se permite "que los protestantes se acerquen, en determinadas condiciones, a recibir el Sacramento de la Sagrada Comunión". Remando esta vez hacia la izquierda, Antonio, pretende conservar su posición dialéctica de equilibrio y quedar, de esta manera en perfecta armonía con tirios y troyanos, aunque sea con sofismas y claudicaciones, en puntos fundamentales de nuestra fe católica.
El Derecho Canónico (canon 731), dice expresamente, en el párrafo 2: "Está prohibido administrar los Sacramentos de la Iglesia a los herejes o cismáticos, aunque estén de buena fe, en el error, y los pidan, a no ser que antes, abandonados sus errores, se hayan reconciliado con la Iglesia". El Derecho Canónico, claro está, no es un libro doctrinal, sino meramente disciplinar, pero hay que tener siempre en cuenta que la disciplina de la Iglesia no es arbitraria, que está ordenada a la preservación de la fe y buenas costumbres y que, por lo mismo, tiene siempre una base estable y doctrinal.
La Iglesia prohibe repetidamente mantener comunicación con los acatólicos en las cosas sagradas. Asi, por ejemplo, en el canon 1258, leemos: "no es lícito a los fieles asistir activamente, o tomar parte, de cualquier modo que sea, en las funciones religiosas de los acatólicos". En el canon 1325, párrafo 2: "Si alguien, después de haber recibido el bautismo, conservando el nombre de cristiano, niega pertinazmente alguna de las verdades, que han de ser creídas con fe divina y católica o la pone en duda, es hereje; si abandona por completo la fe cristiana, es apóstata; finalmente si rehusa someterse al Sumo Pontífice o se niega a comunicar con los miembros que le están sometidos, es cismático". Y en el párrafo tercero: "Sin licencia de la Santa Sede o, si el caso urge, del Ordinario local, se guardarán los católicos de tener disputas o conferencias, sobre todo públicas, con los acatólicos". Al hablar de los "Sacramentos" declara la Iglesia, en forma general, que no se les deben administrar, mientras permanezcan en su error.
Y las razones, para esta prohibición general y categórica, parecen ser las siguientes:
1a-La necesidad de evitar la profanación consiguiente al hecho de que se ofrezcan cosas tan santas a personas tan indignas "No deis, dice el mismo Jesucristo, las cosas santas a los perros; ni echéis las margaritas a los puercos". (Mt. VII, 6). La "buena fe" no cambia la objetividad de las cosas; la buena fe, aunque es requisito necesario, no justifica, ni hace al hereje o al apóstata, ni al cismático, subjetivamente miembros del Cuerpo Místico de Cristo, con todos los derechos que da a los fieles la filiación divina. Desde luego, como consta en el canon 87, "por el bautismo, el hombre se constituye persona en la Iglesia de Cristo, con todos los derechos y obligaciones de los cristianos, a no ser que, en lo tocante a los derechos, obste algún óbice, que impida el vínculo de la comunión eclesiástica o una censura infligida por la Iglesia".
La herejía, pues, es un óbice para participar de los derechos de la comunidad eclesial. Brambila, siguiendo a Paulo VI, supone, sin probarlo, que los que nacieron en una religión acatólica están exentos de toda responsabilidad del pecado de herejía; están en buena fe y, por lo tanto, están con la disposición necesaria para recibir la Sagrada Comunión. No opina así el P. Lobo: "El óbice a la participación de los Sacramentos existe en los herejes, apóstatas y cismáticos, mientras permanezcan en el error; tanto si están de buena, como de mala fe, se encuentran en la condición general de "separados de la Iglesia", y privados de sus bienes, ya que el legislador no hace ninguna distinción entre ambas situaciones, a pesar de conocer perfectamente la diferencia teológica que existe entre los que yerran material y formalmente. El medio, señalado por la Iglesia, para recuperar esos derechos o adquirirlos, si nunca los habían obtenido, no puede ser más sencillo, a la vez que más lógico: "abandonar los errores y reconciliarse con la Iglesia". El primero de estos requisitos no incluye necesariamente el segundo, pero éste supone a aquél.
¿Nunca se pueden dar condicionalmente la extremaución y la absolución a los cismáticos, herejes y apóstatas, sin la previa retractación, cuando están en peligro de muerte y se hallan privados de los sentidos exteriores? Apoyándose en el texto canónico y en las repetidas declaraciones del Santo Oficio, opina el P. Alonso Lobo en la siguiente forma:
1o Tratándose de apóstatas, herejes o cismáticos, que no se hallen gravemente enfermos, es necesario que se reconcilien previamente de manera expresa con la Iglesia, antes de administrarles los Sacramentos. Es necesario, añado para mayor claridad, que hagan un acto explícito de fe de todos los dogmas de nuestra fe católica. Uno solo que nieguen, impediría la lícita administración de los Sacramentos.
2o Cuando están en peligro de muerte por enfermedad y conservan el uso de la razón siguen obligados a rechazar externamente sus errores y reconciliarse con la Iglesia; pero bastará que lo hagan de la manera mejor que puedan, incluso implícitamente.
3o Si llegaron a perder el uso de los sentidos podría administrárseles condicionalmente la absolución y extremaunción, cuando, por conjeturas se deduce que semejantes moribundos estarían dispuestos a abandonar sus errores. Sin embargo, cuantas veces la presunción esté en contra de ellos, debido a que permanecieron obstinadamente impenitentes hasta el último momento, hay que negarles los Sacramentos.
En los dos primeros casos, puesto que hay retractación externa, la colación del Sacramento se hace en forma absoluta; en el tercero sólo es lícita en forma condicional.
Pero Bramila no ha dicho la última palabra, que contradice esa doctrina cierta, que en las aulas más prestigiadas de la teología católica se había siempre enseñado. El, que cree poseer la teología, porque, en realidad la posee, aunque con sus lagunas y sus crasos errores, va a contestar a los que creemos poseer y no poseemos, esa ciencia extra-humana del Doctor Don Antonio, que, cuando se enoja, tira de la solapa y dice groserías a los pobres mortales que no alcanzaron su ciencia. ¿Qué dice el Doctor michoacano? "Pero hay gentes que no saben distinguir, por falta de formación teológica adecuada, entre lo que se puede y lo que no se puede sin lastimar la fe católica". Si hubo mala formación, Don Antonio, écheles la culpa a los jesuítas, que fueron también sus maestros; écheles la culpa a tantos autores de los de mayor renombre en la ciencia teológica y la ciencia jurídica de la Iglesia, y, finalmente, échese también a Ud. mismo la culpa, porque nada ciega tanto a los hombres como la presunción y la soberbia. Padre Brambila, no es Ud. el único que sabe teología; ni es su chestertoniana teología la verdadera teología de la Iglesia de Dios. Aquí no se trata de opiniones personales; aquí se trata de cosas fundamentales en la verdad teológica. Creemos en el Papa, mientras el Papa no contradice las enseñanzas inmutables del "Depositum Fidei" y la doctrina definida en los Concilios como dogmas de fe o por los Sumos Pontífices, en perfecta armonía con la Sagrada Escritura y la Tradición. No podemos admitir una teología para Pío IX, Pío X, Benedicto XV, Pío XII, y otra teología para los dos últimos Papas y su Concilio Pastoral. Yo estoy seguro que ud. mismo diría lo mismo, si estubiésemos todavía en los tiempos de Pío XII o en la de los tiempos más remotos de los apóstoles; pero las conveniencias y las prebendas hacen pensar a muchos hombres de distinto modo al que les dicta la conciencia. Su catolicismo, Don Antonio, no es un verdadero catolicismo, porque se aparta, en puntos fundamentales, como es el que trata Ud. en su artículo, de lo que siempre y en todas partes enseñó la Iglesia y lo que el Concilio de Trento definió y lo que el mismo Apóstol San Pablo nos enseñó, al hablarnos de los misterios eucarísticos y las disposiciones necesarias para recibir menos indignamente el Cuerpo y la Sangre de Cristo. "QUI ENIM MANDUCAT Y BIBIT INDIGNE IUDICIUM SIBI MANDUCAT ET BIBIT".
Don Antonio nos dice otra barbaridad: "Los modernos protestantes están en posturas teológicas de herejía, ciertamente, pero no tienen la mentalidad del hereje". Yo entiendo por tener la mentalidad del hereje el negar un solo dogma de nuestra fe católica mucho más si se niegan varios; y, por lo tanto, la mentalidad y la postura de los "separados" es la de herejes, con culpa o sin culpa De internis non iudicat Ecclesia. Eso de que los hijos de católicos salgan mecánicamente católicos, es no una barbaridad, sino una herejía. ¿Pues qué no sabe Ud., señor de EL SOL DE MÉXICO, que en el bautismo, juntamente con la gracia santificante, la nueva naturaleza, recibimos también esas virtudes infusas por las cuales obramos las obras conducentes a nuestra salvación, de las que la primera es la virtud teologal de la fe? Los hijos de los católicos nacen católicos no automáticamente, sino porque, por un designio inescrutable de la Providencia, en el que está involucrado el misterio de la predestinación, al nacer en el seno de una familia católica, tuvieron la gracia bautismal, que los "separados" pueden no tener y, si la tienen, pueden perder, por culpa o sin culpa; para el caso es lo mismo. No tienen la fe católica y, a pesar de sus falsas súplicas para ser recibidos al banquete divino, no tienen las disposiciones que ellos mismos saben son necesarias para recibir a Cristo en la Divina Eucaristía. Si fuera sincero su deseo, ¿por qué no se convierten? ¿porqué no aceptan humildes las enseñanzas infalibles de la Iglesia?
"Semen est verbum Dei", la semilla es la palabra de Dios; pero no toda cae en tierra fértil; parte cae en el camino y es pisoteada por los transeúntes; parte cae entre las espinas, que ahogan su crecimiento y parte, entre las peñas, y luego se seca porque no tiene humor.
Espero, Don Antonio, que no vuelva Ud. a declararme "automáticamente excomulgado", para complacer a Su Eminencia y salvar así su ciencia teológica.
Ahora, voy a hacerle una pregunta: ¿Caería en el Cisma el que no aceptase las enseñanzas de un antipapa, o de un papa que ha caído en la herejía?

BRAMBILA NO ES VERDADERO CATÓLICO, SINO VERDADERO "PAPOLATRA"
En un segundo artículo, que apareció en "EL SOL DE MÉXICO", el viernes 15 de diciembre de 1972, Antonio Brambila nos endilga un segundo artículo, en el que, como siempre, haciendo alarde de su chestertoniana teología, insiste en defender la concesión dada por Paulo VI a los protestantes, para que, sin retractación alguna, sin reconciliación alguna con la Iglesia, puedan acercarse "en especiales circunstancias" a recibir como los simples fieles la Sagrada Comunión. La condición de los protestantes, en este punto, es ahora mejor que la de los simples católicos: los "separados" no tienen necesidad de confesarse, como los católicos, cuando hay conciencia de pecado mortal, antes de comulgar. Nada de esto menciona el famoso "Motu Proprio".
Pero, en cambio, Antonio, el gran teólogo de "EL SOL DE MEXIO" (el periódico que eliminó de sus columnas los magníficos artículos del Lic. Rene Capistrán Garza, por ortodoxo, y admitió a Antonio, por heterodoxo) nos hace una distinción equívoca, sofística, indigna de su claro talento y de superabundante ciencia teológica. No es lo mismo fe teologal que creencia religiosa. ¡Cómo va a ser lo mismo, Dr. Brambila! Tiene creencias religiosas el budista, el idólatra y hasta, aunque parezca paradógico, el mismo ateo. ¿Cómo les vamos a negar este privilegio a los herejes, cismáticos o apóstatas? No podemos, sin embargo, decir que ni los budistas, ni los idólatras, ni los "separados" (al menos, no podemos decirlo de éstos últimos con certeza) tienen el don precioso y sobrenatural de la fe, que Ud. y yo, por la misericordia del Señor, recibimos en el santo bautismo; esa fe de la que Ud. se cree no tan sólo poseedor, sino administrador, y que Ud., con mucha caridad, piensa que yo he perdido.
Sí, Dr. Brambila, usted que me niega a mí el don precioso de la fe, puede ser que tenga menos fe, que la que yo tengo. La mía no está hipotecada, ni tiene precio. Espero confesar la misma fe, que profesaron mis mayores, sin dejarme arrastrar ni por el servilismo, ni por esas corrientes del protestantismo liberal, que, con el título de "progreso científico" están protestantizando y judaizando la fe de muchos.
Estamos hablando de la fe objetiva, no del acto de fe del verdadero creyente. La fe objetiva es el "DEPOSITUM FIDEI", es la Verdad Revelada. Para ser católicos (los únicos verdaderos cristianos que yo conozco) se necesita admitir, como verdades reveladas por Dios y precisamente porque Dios las ha revelado, todas y cada una de las verdades que Dios nos ha revelado y que el Magisterio vivo, auténtico e infalible de la Iglesia, nos ha enseñado. Basta la negación de una sola verdad revelada, definida por el Magisterio infalible, para que perdamos el don sobrenatural de la fe, la virtud teologal infusa, que en el santo bautismo recibimos. Con culpa personal o sin culpa personal —esto ya es otra cosa, que ni Ud. ni yo podremos nunca definir—, lo cierto es que los "separados" no gozan de la gracia sobrenatural de la fe, a menos que, justificados en un verdadero bautismo, no hayan luego, al llegar al uso de razón, al darse cuenta de sus creencias religiosas, negado con obstinación cualquier verdad definida por el Magisterio de la Iglesia.
"La fe creencia, dice nuestro Doctor, está sólo en el entendimiento; la fe virtud se produce y reside en la voluntad libre". Pregunto, Antonio: ¿puede haber un acto de fe, sin el objeto de esa fe? ¿puedo yo creer sin saber, al menos de un modo implícito, lo que objetivamente creo? El católico bautizado, en virtud de la fe infusa, aunque sea un ignorante, con tal de que conozca y acepte las verdades esenciales para la salvación, tiene en sus creencias, implícitamente todas sus creencias católicas; mientras que el "separado", aunque subjetivamente piense tener fe, no la tiene, al excluir él conscientemente una de las verdades reveladas y definidas como tal por el Magisterio. Podrá estar de buena fe (aquí la palabra tiene otro sentido), es decir no pensará estar engañado; pero el hecho de que él no piense que lo esté no hace que no lo esté. Es como el ciego que no ve, porque no tiene ojos para ver.
Nos habla Brambila de la "fe de los demonios"; en lo que dice otra barbaridad. Según nos dice San Pablo, en el cielo no tendremos ya fe, ni esperanza, porque veremos a Dios y poseeremos a Dios; en el cielo sólo queda la caridad. Así los demonios no creen, porque eternamente tendrán delante el rostro airado de un Dios ofendido, porque tendrán delante los terribles suplicios del infierno. El que ve, ya no cree, y el que no cree no puede tener fe.
Muy informados están los "separados", sobre todo ahora con el "diálogo" de la verdad de la fe católica; si, con buena fe, pidiesen la Eucaristía, lo lógico sería la retractación de sus errores y la reconciliación con la verdadera y única Iglesia de Jesucristo.

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