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viernes, 5 de agosto de 2011

Otros encargos principales que los padres de familia han de hacer frecuentemente a todos los de su casa.

Ya tratamos de las particulares devociones, que será bien las tengan todos los buenos cristianos; y de casi todas ellas haremos una breve memoria, para que los diligentes padres de familia las persuadan y exhorten a todos los de su casa.
Para recomendar la devoción afectuosa a la santísima Trinidad, díganles lo que escribe nuestro seráfico doctor san Buenaventura, que sera libre de muerte repentina desgraciada el que invocare con devoción a la santísima Trinidad, diciendo el Gloria Patri, el Filio, el Spiritu Sancto; ó aquellas devotas palabras Sanctus Deus, Sanctus fortis. Sanctus ¡mmortalis, miserere nobis; porque con este devotísimo verso se libró una ciudad de unos formidables terremotos en tiempo del emperador Constantino, como lo escribe san Juan Damasceno en su precioso libro de la fe católica.
Para confirmar la devoción a la santísima cruz escribe el docto y piadoso Belvacense, que hasta en los brutos tiene, maravillosos efectos, para lo cual refiere, que estando agitado de los demonios un jumentillo, dispuso Dios nuestro Señor para la confusión y conversión de muchos bárbaros gentiles que se hallaban presentes, que con la señal de la cruz quedase libre el pobre animalejo, con asombro de los incrédulos, que estaban mirando el suceso; y se redujeron a la fe católica viendo este grande prodigio.
El insigne: padre Señeri en su libro intitulado el cura instruido, refiere, que en una grande tempestad de fieros truenos y relámpagos, un católico se santiguaba muchas veces, y un hereje maldito le dijo riéndose: ¿si espantaba las moscas con aquellas cruces? Y al instante le cayó un rayo, y le redujo a cenizas, en castigo de su blasfemia, y el católico quedó libre a su lado.
El grande Ruperto previene, que la señal de la cruz se forme bien, perfectamente, y con mucha devoción; porque el demonio se rio de quien se santigua sin formar enteramente la santa cruz, y no hace sino un garabato, como nos reimos de un hombre que para pelear no sabe tomar la espada.
Al símbolo de los apóstoles, que es la santísima oración del Credo (en el cual se contienen los principales artículos y misterios de nuestra santa fe católica), debemos tener muchísima devoción, y decirle atentos algunas veces; porque así se vencen las molestas tentaciones contra la fe. En los divinos libros de la Mistica Ciudad de Dios se escribe, que los primitivos fieles diciendo el Credo, y con las copias manuscritas que de él tenían, hacían muchos milagros; y un judío temerario que le quiso quitar a un católico la copia que tenia del Credo, se cayó en la misma acción repentinamente muerto. Verdaderamente tenemos tibia la fe católica en estos lamentables tiempos.
De la salutación angélica con que el arcángel san Gabriel saludó a la Reina de los ángeles María santísima, dice la gloriosa santa Matilde, que deseando saber la oración mas agradable a nuestra soberana Reina, se la apareció la piadosísima Señora, y la dijo, que ninguna persona ha llegado jamas a saludarla con salutación mas alta que el Ave, Maria, etc., porque con ella la hacen memoria de la obra mas inefable de cuantas el Omnipotente hizo, encarnándose el divino Verbo en sus virginales entrañas.
En la maravillosa vida de santa Gertrudis también se refiere, que estando muy enferma, y no teniendo fuerza para largas oraciones, repetía frecuentemente aquellas angélicas palabras: Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor es contigo. Y un día se la apareció la soberana Madre vestida de un manto preciosísimo, bordado de flores de oro, y la dijo a la santa, que aquellas preciosas flores eran las salutaciones angélicas que en aquellos días le había rezado.
El dulcísimo san Bernardo dice a sus monjes, que, tengan una sagrada imagen de la Virgen santísima, y se aficionen a saludar frecuentemente a la misma soberana Virgen, representada en su imagen, con la salutación angélica del Ave, Maria; porque es imponderable el gusto que la santísima Reina tiene con esta salutación, y muchos los celestiales favores que por ella concede a las criaturas: Toties beatissima Domina oscularis, quoties per Ave, María salutaris: ergo fratres, etc.
El santísimo rosario de la Virgen Madre, que se compone de salutaciones angélicas, es muy del agrado de la divina Señora; pero conviene tenga limpio el corazón de feas culpas el que le reza. Así lo dijo la misma soberana Reina a un devoto suyo, que todos los dias le rezaba el santo rosario, pero vivía torpemente. Apareciósele la piadosa Madre, y le ofreció para que comiese unos manjares preciosísimos, pero en unos platos sucios y aquerosos. Repugnó comerlos, y la divina Reina le desengañó diciendo, que sus Ave, Maria le eran muy preciosas; pero que sé las ofrecía con el corazón lleno de suciedad abominable de feas culpas, Enmendó su mala vida el dichoso devoto de la Virgen santísima, y aseguróla salvación eterna de su alma.
Ilustrada del cielo santa Brígida en sus divinas revelaciones, dice, cómo han de ser los verdaderos devotos de la Virgen santísima; de los cuales hace cuatro clases muy distintas, y en la cuarta pone aquellos hombres temerarios que quieren vivir mal toda su vida, y salvarse con el amparo de la piadosísima Virgen María: estos, dice la misma Señora, son como el vaso que por defuera está plateado, y dentro está lleno de estiércol tan podrido y hediondo, que no se puede tolerar su mal olor.
El seráfico doctor san Buenaventura dice, que lo mismo es ser uno verdadero devoto de María santísima, que estar escrito en el libro de la vida y salvación eterna: Qui acquirit gratiam Mariae, adnotabitur in libro vitae. Esto es de grandisimo consuelo para los mortales; mas no conviene que en lugar de piadosa esperanza, se pasen a temeraria presunción de pensar se salvarán con la devoción de la Virgen, viviendo siempre como gentiles y bárbaros.
El poder de la soberana Reina del cielo para favorecer y salvar a sus devotos, es tan grande, que san Anselmo llegó a decir, que puede tanto con sus ruegos y oraciones la Virgen santísima, como el mismo Dios con su omnipotencia: Adeo potens est Dei para per impetrationem, sicut ipsemet Deus per omnipotentiam (Apud Veg., in Theol. Mor. n. 1732). Estas y otras semejantes autoridades de los santos padres se han de entender de tal manera, que nos hagan devotos de la Virgen nuestra Señora, mas no relajados y viciosos.
Muchos graves autores refieren aquel suceso maravilloso del monje cisterciense, que no sabia oración alguna, ni la podía tomar de memoria. Aprendió solo las primeras palabras del Ave, Maria, que dicen: Dios te salve, María, llena eres de gracia; y estas las decía muchas veces con humilde ternura y verdadera devoción. Murió el felicísimo monje, y en su sepultura, sobre su venerable cuerpo, nació un árbol milagroso, lleno de rosas, en cuyas hojas estaban escritas con letras de oro las palabras que decia el santo religioso: Dios te salve, María, llena eres de gracia. Esta clase de devotos de puro y limpio corazón estima la soberana Reina de los ángeles.
La oración de la Salve Regina es también muy del agrado de la Virgen santísima, y la enseñaron los ángeles a los hombres, como se escribe en las crónicas cistercienses. Hizo coro con los ángeles el dulcísimo san Bernardo, para cantar con ellos la Salve, y alcanzó del sumo pontífice Eugenio III, que habia sido discípulo suyo, la mandase cantar solemnemente en todas las iglesias de la cristiandad.
La santa costumbre de cantarse la Salve todos los sábados en las iglesias tuvo principio en Roncesvalles, donde a los ángeles se oían cantar la Salve todos los sábados, junto a una fuente, que hasta hoy se llama por esto la fuente de los ángeles (Nav. in Man. 19).
En una parroquia de Toledo, que se intitula de san Luis, se oyó también cantar a los ángeles la Salve un sábado por la tarde en el año de 1490, siendo reyes de España Don Fernando el Católico, y Doña Isabel; y este milagro fué público y notorio en toda la ciudad, y fueron muchos los que llegaron a oir desde la puerta de dicha iglesia aquella música de los cielos (P. Vill. Fruct. Sanct. disc. 48).
En la ciudad de Marsella, cantando la Salve después de Completas la comunidad de nuestro glorioso padre santo Domingo, se apareció la Virgen santísima en medio del coro, y conforme iban cantando los religiosos, cumplía la piadosa Madre sus peticiones de tal manera, que cuando dijeron: Vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos, la Reina soberana los miró a todos benignisimamente; y cuando cantaron: Muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre, la celestial Emperatriz les mostró a su dulcisimo Hijo, y dándoles su bendición desapareció, dejándolos admirados y llenos de espiritual consuelo (Hist. Praed., part. I, c. 7).
En la divina historia de la Mística Ciudad de Dios se queja compasiva la soberana Reina del insipiente y torpe descuido que tienen los hombres en llamarla para su remedio; y dice la misma Virgen santísima, que son innumerables los pecadores que ha librado del dragón infernal, por haber tenido devoción de invocarla, aunque sea solo con rezarla una Ave, María. Tanta es la caridad y amor de la piadosísima Madre de la gracia para con los pecadores.
Estas cosas y otras semejantes han de referir muchas veces los diligentes padres de familia a todos los de su casa, para que cobren amor, y se hagan devotos de la Virgen santísima; porque los que la estimaren de corazón, no pecarán; y los que supieren venerarla dignamente, conseguirán la vida eterna, como se dice en los Proverbios de Salomón. Los verdaderos devotos de esta soberana Señora son temerosos de Dios, humildes de corazón, y amadores de la virtud y honestidad.
En la veneración de las santas imágenes adviértase mucho, que veneramos en ella al santo o santa que nos representan, como nos lo enseña el sagrado concilio Tridentino; y esto han de explicar también los padres de familia a todos los de su casa. Y enséñenles asimismo el mucho respeto y reverencia que se debe a todas las cosas sagradas y dedicadas al culto divino, y que sirven al santo sacrificio de la misa; como se lo manifestó la gran Reina del cielo a nuestra venerable madre María de Jesús de Agreda [Mist. Civ., II part., n. 445).
Celen mucho los cristianos padres de familia, que los de su casa no hablen palabras ociosas en los sagrados templos del Señor, diciéndoles, que se padecen grandes penas en el purgatorio por las palabrillas sin necesidad, que se dicen en las iglesias, aunque las palabras por si mismas no sean malas; de lo cual escribí; un ejemplo terrible el docto Cesáreo.
Sobre todas las cosas se han de fundar bien lodos los de la familia en el santo temor de Dios; porque este es el único principio de la verdadera sabiduría, que aborrece la arrogancia y la soberbia, y excluye los feos vicios y caminos de la perdición eterna, como nos lo enseña la divina Escritura (Prov., VIII, 13).
No niega el altísimo Dios su divina gracia al que hace lo que puede para su santo servicio; porque Dios nuestro Señor a todos los hombres quiere salvar, cuanto es de su parte, como nos lo asegura el apóstol san Pablo: Deus vult omnes homines salvos fieri (I Tim., II, 11).
Dios no deja sino a quien primero le deja, como expresamente lo dice el sagrado concilio Tridentino; por lo cual está sin excusa el ingrato pecador en la perdición de su alma. No le manda el Señor cosas imposibles; antes bien para lo que le manda, le asiste y le ayuda con los auxilios de su divina gracia.
El Señor es fidelísimo con sus criaturas, y no permite sean tentadas sobre sus fuerzas, ni de tal manera, que no puedan resistir a las tentaciones por gravísimas que sean, asistidas de su gracia. Así lo escribe el apóstol san Pablo: Fidelis Deus est, qui non patietur vos tentari supra id quod potestis, sed faciet etiam cum tentatione proventum ut positis sustinere. Con esta católica doctrina se cierran todos los caminos para las excusas frivolas de los impíos pecadores que alegan excusaciones en sus pecados, como dice David.
Lo que importa es, que todos tiemblen y teman la caída de sus almas; y aunque les parezca que están con mucha seguridad, no se fien de sí mismos, ni confíe en sus propias fuerzas la perseverancia, que es don especial de Dios. Por esto dice el apóstol san Pablo, que el que piensa estar seguro, vea no caiga (I Cor., X, 12).
El que desprecia lo poco, regularmente viene a faltar en lo mucho, como dice el Espíritu Santo: Qui spernit módica, paulatim decidet. Este es un principal remedio para evitar los pecados graves, conla asistencia del Señor; porque está escrito, que quien ama el peligro, perece en él; y quien desprecia los pecados leves (que son caminos y disposición para los graves), de poco en poco se llegará a la caída precipitada de su perdición eterna.
Los cuidadosos padres de familia han de hablar muchas veces a todos los de su casa de estos asuntos principales, que son la fealdad, gravedad y desventura del que peca mortalmente; y de la estimación de la gracia, la cual es aquella preciosa margarita, por quien el discreto mercader despreció cuanto tenia para comprarla, como se dice en el santo evangelio (Matth., XIII, 45). Todo se debe despreciar, la honra, vida y hacienda, por no ofender a Dios, ni perder su divina gracia; antes bien cuidemos de aumentarla con frecuentes obras de virtud y perfección cristiana.
En la divina historia de la Mística Ciudad de Dios se hallan severamente reprendidos aquellos hombres insipientes y bárbaros, que suelen decir, importa poco tener mas o menos grados de gloria en el cielo. Esta grande estulticia pone a los hombres ignorantes en peligro de perderlo todo, y son dichos inconsiderados de gente necia. Si los padres de familia oyeren a alguno de su casa semejante desatino, procuren reprenderle con aspereza, diciendo a todos, que un grado mas de gloria vale mas que todas las riquezas del mundo.
En el servicio de Dios nuestro Señor conviene hacer el ánimo a mucho, para que las obras queden en lo justo; porque regularmente se extienden siempre mas los deseos que las ejecuciones; y quien se quiere contentar con poco, viene a no hacer nada, y a perderlo todo, y de esto lleva mucho peligro. Cada uno debe tener cuidado de no recibir la gracia del Señor en vano, como dice el apóstol, sino trabajar fielmente con ella, desengañándose, que la gloria que le corresponderá en el cielo por una buena obra que aumente en este mundo, hecha por el amor de Dios, le dará mayor claridad que la de muchos soles, como también se dice en la divina historia citada.
La tierra se llena de maldades, porque no tienen consideración los hombres, dice llorando un profeta del Señor: Desasolatione desolata est omnis terra: quia nulus est qui recogitet corde (Jerem., XII, 11). Y si la perdición lamentable del mundo consiste en la falta de consideración, sigúese por el contrario, que si las criaturas insipientes considerasen lo que hacen, no pecarían.
El Espíritu Santo dice, que te acuerdes de tus novísimos en todas tus obras, y nunca pecarás: In omnibus operibus tuis memorare novissima tua, el in aeternum non peccabis (Eccl., VII, 40). Los novísimos son: la muerte, el juicio, el infierno y la gloria ; y en todas tus operaciones te acuerdes de que has de morir, y has de ser juzgado; y que si obras mal, tendrás un infierno para siempre; y si obras bien, tendrás una gloria eterna para mientras Dios sea Dios: considerando esto, nunca pecarás.
Verdad es, que si la consideración no es de propósito, sino solo transeúnte, hace poco o ningún efecto; por lo cual dice, que los que miraban de paso a Cristo Señor nuestro en el Calvario, blasfemaban: Praetereuntes blasphemabant. Y esto lo advierten dos sagrados evangelistas, que son san Mateo y san Marcos; para que entiendan los hombres inconsiderados, que si de propósito y despacio no piensan y consideran lo que les conviene para el bien espiritual de sus almas, sacarán poco o ningún provecho.
El santo rey David consideró tan profundamente las eternas penas del infierno, que por electo de su fervorosa consideración sacó, no solo la mutacion espiritual de su vida, si no también el perfeccionar todas sus obras, y quitar hasta las leves imperfecciones de su espiritu: Dixi: nunc coepi, haec mutatio dexterae excelsi; et scopebam spiritum meum. (Psalm. LXXVI, 11 et seq.)
Semejantes soberanos efectos sacó también san Pedro Damiano de la consideración de las penas del infierno, como lo explica en uno de sus sermones, donde dice, que tiembla de pensar en las penas eternas del abismo; y le hace estremecer los huesos la consideración de la babilonia del infierno, porque alli hay un fuego espantoso, que siempre arde, y nunca se apaga; y un frío tan penetrante y horrendo, que no se puede comparar con el mas intenso de esta vida mortal; a que se llegan las visiones formidables de los demonios, maldiciones y blasfemias sin cesar de todos los infelices condenados contra Dios y contra sus santos.
Aun de las penas del purgatorio, dice san Anselmo, son tan horribles que la menor de ellas excede sin comparación a cuantas penas, mortificaciones y tormentos se pueden padecer o imaginar en esta vida mortal: Mínimum de poenis purgatorii máximum est, quam quod excogitari potest in hac vita mortali.
En consideración digna de estas verdades constantes, exhortarán los padres de familia: a todos los de su casa para que miren por sus almas, y busquen las oraciones de los justos en su favor; porque según escribe el apóstol Santiago, valen mucho las continuas oraciones de los justos: Multum enim valet deprecatio justi assidua.
Mas díganles también, que no se fien tanto de las oraciones ajenas, que imaginen salvarse por ellas solas, sin obrar bien por su parte; no sean como el infeliz Saul prevaricado, que quería que Samuel hiciese penitencia por sus pecados, y decia como hombre temerario: Nunc porta, quaeso, peccatum meum; siendo cierto de fe católica, que cada uno se ha de salvar ó condenar por sus propias obras.
Esta discretísima razón la dio el santo fray Gil, discípulo de nuestro santo padre san Francisco, a cierta persona grave que le pedia le encomendase a Dios; y el siervo del Señor le respondió, que así lo haria; pero que él también se ayudase con sus buenas obras, y se guardase de ofender a su Dios y Señor.
El apóstol de Valencia san Vicente Ferrer dice en uno de sus apostólicos sermones, que aunque se junten todas las oraciones de los ángeles y santos, si el hombre no se aparta de sus pecados, no le librarán de la condenación eterna; bien que le alcanzarán auxilios de Dios para que se aparte de su mala vida: Etsi omnes angeli et sancti orarent pro uno peccatore impoenitente, nihil obtinerent a Christo Domino.
El hombre justo siempre anda temeroso para no pecar, dice Salomón, porque, no sabe lo que le puede suceder; si Dios le castigará con una muerte repentina por primer pecado, como ha sucedido a otros, de que están llenas las eclesiásticas historias; y lo que sabemos de la fe católica es. que los juicios de Dios son incomprensibles, son verdaderos y justificados en sí mismos, como dice el real profeta.
Enseñen los padres de familia a todos los de su casa, que procuren llevar alguna santa consideración en sus mismas obras, porque esto será tener verdadera oración mental, y le librará de muchos vicios y pecados, como lo enseña el seráfico doctor san Buenaventura, el cual dice, que si la criatura se ejercita en consideraciones santas en sus mismas obras, alcanzará muchas virtudes, y se defenderá de las tentaciones importunas del demonio, para no ofender a su Dios y Señor.
En todos los aposentos donde duerman, procuren tener agua bendita; porque, según dice san Vicente Ferrer, hace huir a los demonios. Véase lo que dejamos dicho con santa Teresa de Jesús en el libro tercero. Y cuando entran en las iglesias procuren echar agua bendita sobre las sepulturas de sus difuntos para refrigerio de sus almas, que este es uno de sus admirables efectos, como lo refiere el docto padre Mendo en la explicación de la bula.
Para descontar las penas merecidas por nuestros pecados pasados, importa mucho aplicarnos a ganar indulgencias, con las cuales, en virtud de la preciosa sangre y merecimientos infinitos de nuestro Señor Jesucristo, y del tesoro de la Iglesia católica, satisfacemos a Dios nuestro Señor, y disminuimos las penas del purgatorio, como está declarado por el concilio Tridentino. También podemos aplicar las indulgencias por las benditas ánimas del purgatorio, si están concedidas por el sumo pontífice con esa circunstancia de poderlas aplicar por los difuntos.
En el santo ejercicio del Via Crucis hay un tesoro grandísimo de indulgencias para los vivos y difuntos; porque según los novísimos decretos apostólicos del santo pontífice Inocencio XI, y de Inocencio XII, concedidos a los tres órdenes de nuestro padre san francisco, ganamos las mismas indulgencias visitando el Via Crucis en cualquiera parte del mundo, que si visitásemos personalmente aquellas mismas estaciones en la ciudad santa deJerusalen, y el monte Calvario.
Para ganar estas y otras muchas indulgencias, procuren los virtuosos padres de familia inducir a todos los de su casa que tomen hábito de la Tercera Orden de nuestro santo patriarca, donde sin mas obligación que tienen por la ley de Dios y de su santa Iglesia, entran a gozar un tesoro inestimable; como lo tenemos explicado en nuestro libro de la Tercera Orden santa.
La reina de los ángeles María santísima enseñó con su celestial ejemplo a todos los fieles el ejercicio santo de visitar el Via Crucis; como se refiere en los divinos libros de la Mística Ciudad de Dios (3 part. n. 367, 481 y 710).

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