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sábado, 17 de septiembre de 2011

BIANCOLINA

En uno de sus relatos, Alfonso Daudet narra de un cierto señor Seguín, muy desafortunado en sus simpatías por las. . . cabras.
Las pobrecillas terminaban todas por cansarse de él y huían a la montaña donde el lobo las devoraba.
Cansado por las desilusiones, el Sr. Seguín propuso comprar una pequeñita para aficionarla a su casa y educarla a su modo.
Escogió una cabrita blanca como la nieve.
¡Cómo era graciosa con aquellos ojos mansos, con aquellos movimientos rítmicos, con aquella barba aguda, y sobre todo, con aquellos largos pelos blancos que la cubrían a manera de magnífica pelliza!
Fue tratada como una princesa. Pero ¡ay! La cabrita, que al principio era dócil y cariñosa, muy pronto se aburrió.
Y un día, después de haber contemplado largamente la montaña, exclamó tristemente: "¡Qué bien se debe estar allá arriba! ¡Qué alegría poder contemplar desde allá la inmensidad del cielo azul! ¡Qué placer poder retozar al aire libre sin esta cuerda maldita que me aprisiona!"
El pobre hombre se desconcertó. ¿Qué podría hacer para que la cabrita se quedara?
Tocóle el corazón:
— ¿Por qué me quieres dejar, Biancolina? ¿Qué te falta aquí? ¿Acaso la yerba? ¿Acaso estás atada con una cuerda demasiado corta?
— Dime, ¿qué quieres?
Tengo todo, respondió la cabrita, excepto la libertad. Y ésta es la que quiero.
El Sr. Seguín tentó de infundirle miedo:
—¿No sabes que en la montaña hay lobos, y que los lobos comen a las cabras? ¿Cómo te podrás defender?
—Les daré de cornadas.
Y persistió en su idea.
El buen viejo comprendió que las palabras no producían efecto. Sin embargo, queriendo salvar al animalillo a toda costa, la encerró en el establo. Pero. . . olvidóse de cerrar la ventana.
Tan pronto como se alejó, Biancolina de un salto estuvo fuera, feliz de sentirse finalmente libre.
¡Qué hermosa era la montaña, enclavada en la inmensidad del cielo azul, alegrada por arroyuelos y cascadas, rodeada de bosques inmensos y prados floridos! ¿Cómo no recrearse allá, entre aquella encantadora poesía?
Y vedla allá, a Biancolina, que brinca feliz, por la espesura de la yerba; que retoza por los declives, después dando de saltos emprende una carrera loca; se aleja para gozar entre las malezas y los prados, en el fondo de un vallecito, de aquí, de allá, por todas partes.
Mientras tanto descendió la noche y Biancolina se quedó sola en la montaña, que en breve tiempo fue envuelta en la oscuridad.
Primero una voz, después un silbido con la corneta llamaron repetidas veces desde la casita del señor Seguín. Pero la cabrita no oyó, o mejor dicho, no quiso oir.
¡También la noche debía ser alegre en la montaña! Pero ved aquí aparecer de répente y entre un matorral un hocico, dos oréjas largas, dos ojos salteadores: el lobo en acecho.
Y Biancolina fue devorada.

La historia de la cabrita blanca es tambien la de muchas jóvenes.
¡Cuántas jovencitas hasta la adolescencia se han sentido contentas y felices de vivir en la familia, bajo la tutela y vigilancia de los padres!
En ella encontraron todo su encanto, todas las dulzuras. La obediencia no les causaba fatiga, antes bien les era agradable; porque entendían alegrar con ella a sus amados padres.
Pero después comenzaron a advertir que el mundo no estaba restringido a su casa; que muchas compañeras llevaban vida más libre. Quisieron ver, sentir, interrogar, leer.
Entre tanto, poco a poco la vida pareció hacerse insoportable. Se tomaron libertades antes nunca buscadas; ya no escucharon a sus padres, tampoco cuando les prohibieron frecuentar ciertas compañías y ciertos lugares; defraudaron su buena fe. Probaron la nueva vida y las nuevas alegrías.
Pero fue por poco tiempo, porque en breve se vieron cambiadas, víctimas del mundo traidor.
Jovencita, atención a no imitar nunca a la infeliz cabrita. Desecha la tentación, no cedas a sus vanos atractivos, a sus falsas alegrías, porque tarde o temprano podrías terminar en la boca del lobo.

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