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miércoles, 21 de septiembre de 2011

MARTIRIO DE LOS SANTOS LUCIANO Y MARCIANO, BAJO DECIO

Las actas de los santos Luciano y Marciano constan de dos partes claramente distintas. En la primera se relata, con fin de pía edificación, su conversión al cristianismo tras un señalado fracaso en su profesión de la magia; en la segunda se transcribe su interrogatorio ante el tribunal del procónsul Sabino y se relata su martirio.

Martirio de los santos Luciano y Marciano

I. Quiero contaros, hermanos, el martirio de Luciano y Marciano, con el fin de que, oyéndolo, os edifiquéis, listos, víctimas del error de la gentilidad, de tal modo se habían entregado a los demonios, que apenas había alma que no condujeran por persuasión a su sacrilega secta. Y, en efecto, con sus artes mágicas y sus maleficios las manchaban a todas con adulterio. Ellos eran los causantes primeros de este trastorno y mina de las almas por medio de sus mágicos hechizos, de suerte que cuantos buscaban la realización de sus deseos o dañar a determinadas personas, acudían a ellos. Pero Dios, que da su gracia a los ingratos, y a los que no le conocen se digna llevarlos a su conocimiento, los convirtió de la manera que sigue.

MÁRTIRES DEL SIGLO III

II. Había una sierva de Dios, casta y fiel, despreciadora de todo casamiento y guardadora de su virginidad. Hermosa de cuerpo y más hermosa todavía de alma, no tenía otro amor sino a Dios, y, sin que nadie se lo inculcara, rogábale constantemente que Él mismo se dignara guardarla. Luciano y Marciano pusieron sobre ella sus ojos codiciosos, y no teniendo medio de lograr la satisfacción de su impúdico deseo, juzgaron que no podrían vencerla sino apelando a sus artes demónicas y a sus maleficios. Asi, pues, habiendo echado mano a todas sus artes y no logrando cosa alguna, estaban furiosos por no vencer en nada a la virgen cistiana. Ella, fiel en el servicio de Dios, se pasaba las noches en vigilias y oración. Ellos, formando no sabemos qué fantasmas, no daban punto de reposo a sus dioses para que les respondieran. Por fin, los demonios les respondieron:
—Cuantas almas, de entre las que no conocen a Dios que está en los cielos, habéis querido trastornar invocándonos a nosotros, nos ha sido cosa facilísima concedéroslo. Mas ahora que hemos tenido que entablar combate con esta alma castísima, mucho hemos trabajado, pero nada hemos logrado contra ella. Y es que ésta guarda pura su virginidad a Jesucristo, Señor suyo y Dios de todos, que por la salvación de todos fué crucificado. Él es quien la guarda a ella y nos atormenta a nosotros. De ahí que nada podamos hacer contra ella, ni vencerla en nada.
Como esto sucedía públicamente, heridos de estupor y de temor, cayeron los magos sobre su rostro como muertos. Poco después, vueltos en sí y por medio de otros conjuros mágicos, apartaron de sí a los demonios. Luego, comenzaron a discurrir entre sí:
—Puesto que este Jesucristo crucificado, que sobre todos domina, vence a los demonios y a todas nuestras artes mágicas y hechizos, a Él debemos consiguientemente convertirnos y a Él temer y honrar, pues mucho más es lo que Él nos puede dar que no esos a quienes inútilmente hemos dado culto.

III. Mas donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia, y así, llevando inmediatamente sus libros de magia al medio de la pública plaza, les pegaron fuego. Estaban todos estupefactos ante semejante espectáculo; mas ellos decían a las muchedumbres:
—Dios ha abierto nuestra inteligencia, para conducirnos, de las tinieblas en que hasta ahora habíamos vivido envueltos, a la luz de la verdadera salvación. Las artes, en cambio, que antes practicamos, son vanas y necias y pura invención de los demonios. Ahora nosotros hemos conocido al Dios verdadero, y hemos puesto en Él nuestra confianza.
Y diciendo y haciendo, se dirigieron a la Iglesia y allí confesaron todo lo que habían hecho. Abrazada la fe cristiana y bautizados luego, inundados de luz, abandonaron todas las cosas y se dirigieron a lugares ocultos. Allí, macerándose en todo tiempo y castigando su cuerpo, confesaban al Señor todo lo que habían hecho.
Y de tal modo se afligían con ayunos, que cada tres días sólo tomaban pan y agua.

IV. Después de esto se fueron a predicar la palabra de Dios con toda libertad, y reprendían a todos los gentiles su perseverancia en los vanos errores. La muchedumbre, al oírlos, se maravillaba y decía:
—He aquí cómo los que antes nos enseñaban y con sus artes mágicas satisfacían a nuestros deseos, ahora predican a aquel Crucificado a quien antes combatían.
Pero ellos les decían:
—Creednos, hermanos, que si no nos hubiéramos dado cuenta de que esto es mejor, jamás nos hubiéramos convertido a Él. Por lo tanto, convertios también vosotros, para que os salvéis.
Mas ellos, llenos de furor, los prendieron y condujeron a la presencia del procónsul Sabino. Es de saber que por aquel tiempo se perseguía a los cristianos por edicto del emperador Decio. Llevados ante el procónsul, gritaba la turba:
—Éstos combaten ahora lo que antes predicaban y predican lo que combatían.

V. El procónsul Sabino dijo a Luciano:
—¿Cómo te llamas?
Respondió él:
—Luciano.
Procónsul.—¿De qué condición eres?
Luciano.—En tiempo fui perseguidor de la ley sagrada; mas ahora, aunque indigno, soy predicador de ella.
Procónsul.—¿Qué oficio desempeñas para ser predicador?
Luciano.—Toda alma tiene facultad para sacar a su hermano del error, con el fin de adquirirse para sí gracia y librarle a él de los lazos diabólicos.

VI. El procónsul Sabino dijo a Marciano:
—¿Cómo te llamas?
Respondió él:
Marciano.
Procónsul.—¿De qué condición eres?
Marciano.—Libre y adorador de los misterios de Dios.
Procónsul.—¿Quién os persuadió a abandonar a los venerandos y verdaderos dioses, de quienes muchos beneficios habíais obtenido y por quienes gozabais de tanto favor con el pueblo, y pasaros a un hombre muerto y crucificado, que no pudo salvarse a sí mismo?
Marciano.—Gracia es de Aquel que se la concedió también a Pablo, varón santo, quien habiendo sido perseguidor de la Iglesia, luego, por su gracia, se hizo predicador de Jesucristo.
Procónsul.—Mirad por vosotros y volveos a lo pasado, a fin de que tengáis propicios a los dioses venerandos y a nuestros invictísimos príncipes, y logréis así salvar la vida.
Luciano.—Estás hablando como hablaría cualquier necio. Por nuestra parte, jamás daremos bastantes gracias a Dios, que se dignó sacarnos de las tinieblas y sombra de muerte y traernos a esta gloria.
Procónsul.—¿Cómo os defiende, cuando ahora os ha entregado en mis manos? ¿Por qué no os asiste para que no vengáis a parar a la muerte? Además, sé que cuando conservabais vuestra recta razón, prestasteis a muchos grandes beneficios.
San Marciano dijo:
—Gloria es de los cristianos perder esta que tú tienes por vida, para alcanzar, por su perseverancia hasta el fin, la verdadera y eterna vida. Y deseamos que Dios le conceda gracia semejante y te abra la inteligencia para que le conozcas en su ser, en su grandeza y en los beneficios que concede a quienes creen en Él.
Procónsul.—Bien se ven los beneficios que os hace, cuando ahora, como ya os dije, os ha entregado en mis manos.
San Luciano respondió:
-También nosotros te hemos dicho que es gloria de los cristianos y promesa del Señor que quien fielmente luchare con el diablo, despreciare las amenazas del mundo y lo presente, caduco que es, alcance la vida eterna que está por venir.
El procónsul Sabino replicó:
—Todo eso que decís son cuentos de viejas. Hacedme caso y sacrificad a los dioses, cumpliendo los edictos imperiales, no sea que, si me irritáis demasiado, os someta a nuevos y exquisitos tormentos.
San Marciano respondió:
—Estamos dispuestos a soportar todos los tormentos que quisieres antes que negar al Dios vivo y verdadero y ser arrojados a las tinieblas exteriores y al fuego inextinguible, que preparó Dios para el diablo y sus ministros.

VII. Entonces el procónsul Sabino, viendo su constancia, pronunció contra ellos esta sentencia:
—Porque Luciano y Marciano, transgresores de nuestras divinas leyes, se pasaron a la vanísima ley de los cristianos, y exhortados y apercibidos por nosotros a sacrificar y salvarse, cumpliendo las órdenes de nuestros invictísimos príncipes, rechazaron con desprecio nuestras intimaciones, mando que sean entrega os a las llamas.
Conducidos que fueron al lugar del suplicio, como a una voz, dando gracias a Dios, dijeron:
—A ti, Señor Jesús, te damos no bastantes alabanzas porque a nosotros, miserables e indignos, después de sacarnos del error de la gentilidad, te has dignado traernos a esta suma y venerable pasión por tu nombre y hacernos partícipes de la gloria de todos tus santos. A ti la alabanza, a ti la gloria. A ti, también, encomendamos nuestra alma y nuestro espíritu.
Y terminada su oración, prendieron inmediatamente los verdugos fuego a la hoguera. Y así, los venerables mártires, terminando su combate, merecieron participar de la pasión del Señor.

VIII. Padecieron los beatísimos mártires Luciano y Marciano siete días antes de las calendas de noviembre (25 de octubre), bajo el emperador Decio y el procónsul Sabino, reinando nuestro Señor Jesucristo, a quien es honor y gloria, virtud y poder, por los siglos de los siglos. Amén.

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