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lunes, 31 de octubre de 2011

EL FACTOR MORAL DE LAS ENFERMEDADES V. LOS SANTOS MEDICOS

V. - LOS SANTOS MEDICOS
La asistencia divina en las enfermedades, que va de la simple gracia, tan frecuente, al milagro más esplendoroso, es una de las nociones más familiares del Catolicismo, y se manifiesta como consecuencia de la oración dirigida directamente ya Dios, ya a los santos más distintos; pero circunstancias diversas causaron una verdadera especialización en las intervenciones médicas de los santos.
Estas especializaciones tienen su origen a veces en un mito particularmente resonante: así San Claudio, invocado por los niños, en memoria de los niños ahogados que resucitó. Otras veces es por las enfermedades que han padecido los santos: asi San Roque que fue atacado de peste, fue siempre invocado en todas las epidemias de esta clase; sus estatuas lo muestran casi siempre enseñando un bubón de su muslo. Un episodio de su martirio atribuye también a los santos una facultad terapéutica: Santa Apolonia, virgen de Alejandría, a quien se arrancaron los dientes, es invocada en muchos lugares para el dolor de muelas y se convirtió en la patrona de los odontólogos; su estatua existe en una capilla del hospital de San Juan de Brujas, adornada, como por ex votos, por coronas de dientes y trozos de cera (Huysman, La cathédrale). Santa Agata a la que se arrancaron los senos, llegó a ser la protectora de las mujeres que amamantan. San Ligero, a quien Ebroin, Maestro de palacio, hizo arrancar los ojos, alivia las enfermedades de la vista. El nombre del Santo sirve hasta para designar el mal: la gota es el mal de San Mauro; la lepra el mal de San Guido; el resfrío el mal de San Aventino; el flujo de sangre el mal de San Fiacre, etc.
Ocurre también que la piedad popular, poco documentada en hagiografía, asocia, como lo indica el doctor Guiart, por una especie de analogía fonética el nombre de un santo con la enfermedad, y le atribuye el patronato; por eso San Clodio sana los forúnculos, San Eutropio a los estropeados y los hidrópicos, San Quintín los accesos de tos, San Renato las enfermedades de los ríñones, etc. (naturalmente, de acuerdo con los nombres franceses de los santos y de las enfermedades que se le someten en patrocinio).
Esto no importa mucho: lo esencial es el homenaje rendido a Dios en sus Santos, y esto sería concebir a Dios en un aspecto antropomorfo, en lugar de considerarlo regulando su bondad sobre la documentación histórica de los fieles. Sin duda alguna, la Iglesia se esfuerza en destruir las costumbres supersticiosas que se encuentran a cada paso; mas del mismo modo que ha santificado lugares de culto paganos por su consagración al Espíritu de la Verdad, así también es indulgente para con muchas devociones y con muchas prácticas cuya apariencia es a menudo demasiado material, pero que son para muchos motivo y ayuda de espiritualidad.
Todo acto carece de valor desde el punto de vista religioso, con excepción del espíritu con que se realiza: un pensamiento intelectualmente muy elevado de algún Doctor de la Ley, no es a veces más que un desconocimiento de Cristo y una blasfemia, mientras que la prodigalidad de un perfume, que indigna a los discípulos, se encuentra en la verdad moral.
Y la mujer humilde que toca furtivamente la franja del manto de Cristo y que por Él es curada, ha justificado a todas las almas fervientes que, no sabiendo cómo expresar a Dios toda la fe, la confianza, el fervor que desborda de su corazón, se humillan en una acción mínima y vulgar, hasta ridicula, como las cita el abate Thiers en su Traité des superstitions: su fe está por sobre el "qué dirán" de los hombres. ¿No es por lo tanto digna de Dios?
Muchos artículos y obras médicas no han visto más que la apariencia pintoresca o curiosa o irrazonable de las prácticas populares médico-religiosas; el médico católico debe comprenderlas mejor: antes de sonreír, hay que ver hasta el fondo. Y si Dios, que conoce el fondo de las almas, contesta con un milagro, ¿quién puede sonreír?
Guiados por este pensamiento, espiguemos algunos nombres más de nuestros Santos médicos. Santa Bárbara ha sido invocada por todas clases de enfermedades, especialmente por la lepra, la peste y las enfermedades eruptivas; echa a los demonios y figura en los exorcismos. En la Bukovina, protege a las mujeres encintas; en Alsacia y en el Norte de Francia, a los niños. Cura los ojos enfermos en Siria, Bohemia y Alsacia; en Bourges, la Archicofradía que le ha sido consagrada, registra gracias de esa naturaleza. Finalmente se le atribuyen curaciones de litiasis urinaria, como la de que se confiesa beneficiado Dati, obispo de Leoni en Calabria, en marzo de 1494.
San Blas protege a los niños e interviene en varias enfermedades, especialmente las de la garganta; es así que Santa Juana de Chantal fue curada instantáneamente de una angina que la llevaba a la muerte, tocando a una reliquia de San Blas traída por San Francisco de Sales.
Santa Clara, Santa Lucía, Santa Odila, comparten con San Ligero, la devoción de los ciegos.
San Edmo y Santa Margarita protegen a las mujeres embarazadas; San Hipólito (descuartizado), los enfermos de reumatismo; San Framboin cura las hemicráneas, los dolores de cabeza, los chanclos, las úlceras y las fiebres; San Huberto, las mordeduras; San Marcolino, las escrófulas; San Eno, las sorderas; San Bartolomé, las convulsiones; San Fermín, los espasmos; San Benedicto, las erisipelas y la piedra; San Lupo, los dolores de las entrañas. San Prisco, obispo de Clermont compensa las lagunas de la medicina, porque, se dice, "es un excelente médico de las enfermedades incurables y desconocidas del hombre".
Los trastornos mentales son sometidos especialmente a tres santos, cuyo culto ha sido estudiado en forma cuidadosa por el doctor H. Meige. Son: Santa Dinfna, patrona de los "insensatos", cuyo santuario fue la base de la colonia familiar de alienados de Gheel en Bélgica; San Desiderio, en el Alto Rin, que en un tiempo reunía una colonia parecida: "Los sacerdotes de la aldea, nos dice el doctor Meige, en su mayoría filántropos y eruditos, se esforzaban en hacer practicar a los enfermos un tratamiento moral perfectamente lógico... Se acedía a los enfermos habitaciones especiales en la iglesia con las casas de la población. Se empleaban la distracción, el paseo, el trabajo manual, las grandes reuniones en las casas de invierno. La aldea era así una gran casa de salud. Era tambien una gran familia, cuyo jefe era el párroco, sacerdote y médico a la vez"; San Minuto, obispo de Quimper, cuyo santuario se halla en el departamento de Allier y que es célebre por la curación de numerosos locos, entre ellos un gentilhombre encerrado durante diecisiete años en las Petites-Maisons de París. Su tumba, sarcófago de piedra, presenta un agujero, le debredinoire de Saint Menoux (el desenloquecedor de San Minuto), donde los locos debían colocar la cabeza y recitar una oración. Lo mismo acontecía en San Dizier. San Gilberto gozaba de fama en las enfermedades nerviosas, y nuestro colega San Fulberto, obispo de Chartres, compuso un himno en su honor.
Recientemente, el doctor Cavaillon recordó brillantemente en la Academia de Medicina el culto de Santa Regina, que fue invocada especialmente por los sifilíticos, compartiendo esta particularidad —como lo indica el doctor Jeanselme en su Histoire de la Syphilis— con el bienaventurado Job, San Fiacre, San Roque y también San Dionisio y San Damián. "Los libros de la época —dice el doctor Cavaillon— hormiguean de poderosas certificaciones de curaciones o, más simplemente, relatan a menudo milagros individuales. Estos son comprobados ante notario y las actas de Alise, que en el siglo XVII conservaba aún Mathieu, notario real de Flavigny, nada tienen que envidiar a los servicios de la Oficina de Comprobaciones de Lourdes".
No podemos extendernos sobre esta cuestión de los Santos médicos, la que, estudiada en un espíritu de piedad y a la vez de seria crítica histórica y médica, aportaría seguramente datos interesantes, tanto desde el punto de vista religioso como científico. Entretanto, no podemos olvidar la cita del culto de los catorce Santos Auxiliadores, que son Blas, Jorge, Acacia, Erasmo, Vito o Guido, Margarita, Cristóbal, Pantaleón, Ciríaco, Gilberto, Eustaquio, Dionisio, Catalina y Bárbara; todos fueron martirizados con excepción de San Gilberto, que fue Abad.
En ciertas regiones de Alemania y sobre todo de Italia, existe la costumbre de invocarlos en las calamidades y enfermedades, desde el siglo XIV. Misales de los siglos XV y XVI contienen una misa especial en su honor. En 1899, León XIII autorizó una misa de tal clase para una iglesia de Venecia. Desde 1890 la S. Congregación de Ritos autorizó la celebración de una fiesta de los catorce Santos Auxiliadores, el cuarto domingo después de Pascua.
Advirtamos que durante esta rápida reseña, realmente superficial, cabe atribuir a los cuidados médicos el máximo de eficacia. El médico no es el único que se inclina sobre el lecho de un enfermo: la Iglesia nos enseña que vivimos en comunión con los que ya están en la gloria de Cristo. Vivos, han realizado en su existencia un reflejo de la de su modelo divino; actualmente tienen el galardón de poder inclinarse sobre los sufrimientos humanos, como Él lo hiciera un tiempo.
Dr. Henri Bon
MEDICINA CATOLICA

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