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domingo, 26 de agosto de 2012

De los discípulos de San Vicente

Natural cosa es, y cada día la experimentamos, que el buen maestro saca buenos discípulos, por apegárseles a ellos comúnmente las costumbres y maneras del que les enseña. San Vicente, como era buen maestro en la escuela de Jesucristo (que es la Iglesia), tuvo muchos discípulos dignos de eterna memoria; pero entre ellos hubo algunos que en santidad y en prelaturas fueron más señalados, y de éstos quiero tratar en este capítulo; porque andando el tiempo, no se vaya también escureciendo su memoria. En el proceso de Nicolao papa V se dice que, entre otros, tuvo San Vicente cinco discípulos muy santos, de la Orden de Predicadores. 
El primero fue fray Jofre Blanes, catalán, el cual le siguió muchos años, y después, muerto él en Bretaña, predicó la palabra de Dios con grande ejemplo de santidad en Valencia, Aragón y Cataluña. Finalmente, estando en Barcelona, fué llamado por Nuestro Señor, y resplandeció con milagros. Sin esto, escribe el maestro Sorión, que como era el padre fray Jofre tan devoto de Nuestra Señora, ella se le aparecía muchas veces, lo cual es argumento de grande santidad. 
El segundo fue fray Juan de Gentilprado, valenciano. Este padre, siendo estudiante de teología en Tolosa, se fue en pos de San Vicente en hábitos de lego hasta Vannes, y después de muerto su maestro se vino a Cataluña y tomó el hábito de la Orden. Cuando estaba para morir fueron a visitarle algunos seglares, por la mucha devoción que le tenían; y para dejarlos consolados les hizo un notable sermón, y a lo mejor de él dió el alma en manos de su Criador, cuyo ministro y órgano hasta aquel punto había sido.
Otro valenciano, llamado fray Rafael Cardona, estudiante también de Tolosa, siendo mozo se juntó con San Vicente y le siguió mientras el Santo vivió. Después, quedándose por Francia, predicaba cada día como su maestro, y oía confesiones con gran bien de las almas. Y fue en extremo dichoso, porque por haber sido su vida inculpable, la muerte fué gloriosísima.
Fray Pedro Cerdán, natural de Cataluña, siendo hombre simple y no muy letrado, procuró de juntarse con San Vicente y seguirle muchos años. Muerto su maestro, comenzó a predicar con tanto fervor y tan profundamente que todos se maravillaban cómo había salido tan insigne doctor. Prosiguiendo su predicación, vino a morir gloriosísimamente en la villa de Graus, del condado de Ribagorza, donde hizo muchos milagros. Esto se halla en el sobredicho proceso. Mas deseando yo saber algunas particularidades tocantes al padre Cerdán, escribí a los jurados de aquella villa rogándoles que me diesen noticia de ellas. Y ellos me enviaron un auto de escribano, con las firmas y sellos del oficial del reverendísimo señor el obispo de Barbastro y del justicia de la villa, en el cual venía todo lo que se sigue. Pero advierta primero el lector que el padre fray Cerdán no murió de la enfermedad que le vino estando San Vicente en Graus, sino que convaleció y vivió algunos años después. Con este presupuesto, digo que San Vicente, antes de la postrera vez que fue a Francia, estuvo en Graus, y siendo avisado cuán sujeta estaba aquella villa a pestilencia, ordenó que los domingos, después de vísperas, se hiciese una devota procesión, en la mesma forma que ahora se hace y desde entonces acá siempre se ha hecho. Primero van los niños (que como inocentes es de creer que más a una serán oídos), y llevan un crucifijo que el mesmo Santo dejó allí para este efecto. Después van los varones legos con una cruz de la cual están colgadas unas disciplinas, y tras ellos los clérigos y, finalmente, las mujeres, las cuales traen una cruz con un lienzo en que está pintado el Santo, como autor de aquella buena costumbre.
En este tiempo adoleció un discípulo de San Vicente, llamado vulgarmente por los de la villa fray Cerdán, que su nombre de pila no le sabían ellos, hasta que yo le hallé en el proceso. Dejóle, pues, allí enfermo San Vicente y fuese a Francia. Si alguno se maravilla por qué San Vicente no curó milagrosamente a este su discípulo, como sanaba a otros enfermos, acuérdese que San Pablo no quiso tampoco sanar a su amado compañero San Timoteo, sino que le aconsejó bebiese un poco de vino para remedio de sus ordinarias enfermedades. Cuánto le duró la enfermedad al padre fray Pedro Cerdán, y si se fué tras el Santo otra vez, y otras cosas que pasaron hasta el día de su muerte, no se escriben en aquel auto; porque la antigüedad suele sepultar muchas cosas. Pero escríbese en él que cuando quiso Dios darle el premio que con la gracia del Espíritu Santo y con sus buenas obras había merecido, se le llevó de esta vida, estando él aposentado, que ahora se dice, de Francisco Tallada. En el mismo punto se tañeron por sí las campanas, y Dios movió los corazones de las gentes para que entendiesen por quién doblaban y fuesen a la casa donde el cuerpo santo estaba. Halláronle, pues, en su aposento ya difunto y que tenía juntas las manos y estaba sobre unos sarmientos (tal era su penitencia), y en torno de él muy grande luz, que así honra Dios a sus siervos. Sepultaron aquellas buenas gentes el cuerpo con gran devoción; y porque Nuestro Señor hacía por él algunos milagros, pusieron después el ataúd encima del altar mayor, y de allí (por guardarle más) le metieron en la sacristía, donde estuvo; encendiéndose allí candelas por devoción hasta el año pasado de 1574 por el mes de enero, que el oficial o provisor que está allí por el reverendísimo y muy ilustre señor don fray Felipe de Urrías, dominico, obispo de Barbastro, trasladó el santo cuerpo en un nuevo túmulo y sepulcro en la sacristía de la iglesia de Nuestra Señora de la Peña; donde es invocado por los enfermos y particularmente se muestra abogado contra las calenturas cuartanas a los que beben cierta agua que a él se ofrece. Era este padre del convento de Colibre, como dice el maestro Sorión, y como lo atestiguan Luis de Cardona, subdiácono del papa Nicolao V, cuando se hacía el proceso para canonizar a San Vicente, cada día resplandecía con nuevos milagros el santo fray Pedro Cerdán. 
El quinto discípulo de San Vicente fué un fray Blas, el cual, siendo noble y beneficiado en Alvernia, dejó todo lo que en el mundo poseía y se hizo religioso de la Orden de Santo Domingo, y no solamente dió grande ejemplo de santidad cuando vivía, pero después de muerto fué habido por santo en el convento Cistrense, donde está sepultado, por los muchos milagros que hizo; y actualmente los hacía cuando querían canonizar a su maestro.
Sin esto, se halla en otra parte del proceso que innúmerables hombres de mala y diabólica vida se convirtieron por medio de San Vicente y quisieron ser frailes de esta Orden, a los cuales el mismo Santo vistió del hábito, y después aprovecharon grandemente en la religión.
Otro discípulo hallo que tuvo San Vicente, llamado Pedro Queralt, el cual, después de la muerte del Santo, o poco antes de ella, tomó el hábito de la Orden en Predicadores de Lérida y fué reformador de algunos conventos de esta provincia. Tuvo el demonio particular enemistad con este padre, por ser él tan bueno y santo; pero todos los lazos que el enemigo le armaba, rompía Nuestra Señora, de la cual él fué devotísimo, como buen hijo de Santo Domingo. Entre los escritos y revelaciones del bienaventurado padre Fort, cartujo, hallamos que una vez derribó el demonio al maestro Queralt de la cabalgadura en que iba, y por poco le matara si Nuestra Señora, que iba con él y le guardaba, no le favoreciera de presto. También estando enfermo el mesmo maestro se puso el demonio a la cabecera de la cama en forma de otro doctor, y poco a poco le propuso tan recias dudas y argumentos contra el misterio de la santísima Trinidad, que él se halló muy atado y confuso. Mas volviendo los ojos a una imagen de Nuestra Señora, luego la Reina del cielo le consoló y echó de allí al enemigo, y a él le inspiró en su entendimiento la solución de los argumentos.
 Todas o las más revelaciones que el padre Fort tenía, por no ser engañado, las practicaba con este padre, como con hombre doctísimo y santísimo. Piensen esto bien los que se dan a la oración mental y en ella reciben algunos gustos espirituales. Tomen ejemplo de este padre cartujo y no se fíen de sí mesmos, sin descubrir sus secretos a personas doctas y católicas que les pueden desengañar. Lean el capítulo doceno y el treceno del tratadillo de la Vida espiritual que compuso San Vicente, y allí verán cuántas veces engaña el demonio a los soberbios con revelaciones, raptos, sentimientos y dulzuras, que pareciendo espirituales son de Satanás. Porque cierto estas cosas no son tan buenas que no pueda el demonio hallar manera para descargar en ellas su veneno sin que se sienta. El cuerpo del santo padre Queralt descansa en Predicadores de Lérida, sin que después de tantos años se haya corrompido, como dijimos del cuerpo de fray Tomás Carnicer. De los cuales el Tomás tué maestro de San Vicente, y el Pedro fué discípulo del mesmo Santo y vivió muchos años después. Porque en el Capítulo general que se celebró en Montpeller en el año de 1456, que fué el primero después de la canonización de San Vicente, se halló fray Pedro Queralt, como provincial de Aragón, y en el mesmo Capítulo fué hecho maestro en Teología. De manera que quien dice que este padre también fué maestro de San Vicente vive muy engañado.
Otros discípulos hubo del Santo que no fueron religiosos, como don Fernando Aragonés, obispo, y don Juan, obispo que era de Mallorca, cuando se tomaban las informaciones para canonizar a San Vicente; pero de ellos no tengo yo obligación de tratar.
Fray Justiniano Antist
VIDA DE SAN VICENTE FERRER

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