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lunes, 27 de agosto de 2012

EL TRAVIESO DE LOS MARES

Entre las muchísimas naves que cruzan el océano hay una italiana, de modestas proporciones, pero que por la rapidez de sus movimientos se llama "El Travieso de los mares". "El Más" es su verdadero nombre.
Este pequeño barco tiene una historia breve, pero gloriosa.
Agil, velocísimo, "El Más" se presenta como una de las mejores armas ofensivas, aun contra los más grandes navios de guerra. Resulta un dificilísimo blanco, puesto que tiene como ventaja la pequeñez, la velocidad y la tremenda y eficaz arma del torpedo.
En cuanto ve al enemigo, se precipita como una flecha, sobre las aguas, casi lo atrapa, descarga su torpedo y apenas tiene tiempo de girar en redondo y se aleja.
"El Más", por ser lo que es, además de la buena maquinaria, exige un experto piloto que conozca bien la brújula, sea buen observador del cielo y del mar para esquivar los peligros. Sin piloto sería juguete de las olas y presa segura del enemigo.

Querida jovencita, ¿quieres en el mar de la vida asemejarte a este pequeño barco?
Quieres surcar los mares, franca y expeditamente? ¿Quieres vencer al enemigo, y las dificultades; evitar los choques, las desorientaciones; no naufragar?
Confía el timón de tu alma a un experto piloto. Lo has comprendido: el piloto es el "director espiritual".
Ciertas almas son guiadas por el Espíritu Santo mismo. Son rarezas que hay que admirar. Pero ordinariamente, el timón de nuestras naves está confiado al sacerdote.
¿Podrá ser cualquier sacerdote?
San Francisco de Sales dice: "Escoged vuestro director espiritual entre mil y también entre diez mil".
Este consejo, útil para todas las personas, lo es especialmente para ti, que atraviesas el período más difícil de la vida. En la juventud se tiene particular necesidad de ser preservados del mal y enderazados hacia el bien.
Busca, pues, un director prudente y docto que te aconseje sabiamente; enérgico y caritativo que te sostenga en los momentos difíciles y te consuele en las penas.
Haz tu elección después de mucha reflexión y de muchísima oración. Confíate a él con sencillez y docilidad.
Sé franca en abrirle tu alma con todos sus defectos y todas sus cualidades, las inclinaciones, las tentaciones, no excluidas las imprudencias. Y después sigue fielmente sus sugerencias.
Pedir consejo y no seguirlo significa ser contradictoria contigo misma, substraerte a los designios que Dios tiene sobre ti y despreciar su divina providencia la cual, si hace crecer para los pajarillos del campo la simiente necesaria para su alimento, tanto más cuidado tendrá en poner en los labios de los directores espirituales las palabras de vida aptas para perfeccionar a las almas. Después sé agradecida para con tu director.
Con respecto a él debes considerarte como el enfermo hacia el médico. El enfermo aprecia el sacrificio del médico y con su conveniente honorario demuestra su gratitud por las medicinas y consejos recibidos.
Así tú, cada vez que en el Sagrado tribunal recibas los consejos del médico del alma, cumple con el deber que tienes de rezar por él. Y para que no se te olvide y no se te haga
difícil, te sugiero la siguiente oración del P. Didon:
"Oh Dios que habéis querido dar un sostén a mi debilidad, un consolador a mis penas, un amigo entre los peligros que me circundan, en el sacerdote a quien he confiado lo que tengo de más querido en el mundo, como es la salud de mi alma, permitid que implore sobre él la abundancia de vuestras gracias".
"Iluminadlo en el camino que él me debe trazar, haced que no se equivoque sobre el verdadero estado de mi conciencia, porque yo deseo que él la conozca como Vos la conocéis. Dadle la sabiduría, la prudencia, el fervor que son necesarios; haced sobre todo que yo le obedezca siempre como a vuestro representante, y después de haber sido su consolación en la tierra sea su corona en el cielo. Así sea .

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