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viernes, 19 de octubre de 2012

LA PASIONARIA VIVIENTE

Narra una piadosa leyenda que una joven quinceañera, contemplando un día la hermosura y el encanto de algunas flores, tuvo el deseo de ser también ella una encantadora flor.
Habiéndoselo pedido muchas veces a su Angel custodio, éste le contestó:
—Llevaré tu petición al Eterno; pero dime: ¿en qué flor quieres convertirte; ¿Quieres ser un tulipán?
No, contestó la jovencita — los tulipanes no tienen perfume.
—¿En un lirio?
— Se yergue demasiado sobre las demás flores
—¿En una rosa?
— No, porque tiene punzantes espinas.
— ¿En una espléndida camelia?
— No, no—
suplicó la jovencita. ¿Puedo escoger? Deseo convertirme en una pasionaria.
¡Oh! exclamó el Angel maravillado. ¿Por qué das la preferencia a esta insignificante flor?
— Por su simbolismo. En mi flor representaré todas las fases angustiosas de aquel divino drama que se verificó del Getsemaní al Calvario, entre sufrimientos e ignominias, entre los escarnios más inexplicables. Con las cinco anteras recordaré las cinco llagas del Salvador. Con los tres estigmas, los tres clavos que lo crucificaron. Con el pezón que sostiene el pistilo, la columna en que fue flagelado. Con los filamentos que sobresalen del cáliz, su corona de espinas. Seré así agradable para quien se deleita en la paz de la vida contemplativa, elevándose a las más altas ciñas del amor divino, como para quien gime y combate en las duras luchas de todos los días. En mi gentil corola el dolor y el amor se unirán, se compenetrarán, se armonizarán como se han compenetrado y armonizado en el corazón del hombre.
El Angel llevó la petición de la jovencita al trono de Dios y volvió con la respuesta:
— Dios satisfacerá tu deseo, niña.
Y continuó:
"Es de alabarse, porque tú no te contentas con admirar las flores como hermosas y espléndidas obras de Dios, ni de recrearte en su presencia, o de aspirar su perfume, sino que haces que en su delicada figura, hablen a tu corazón".
"El permitirá que te conviertas en una 'pasionaria viviente'. Cumplirás así la misión que has escogido como es posible, no a una simple flor, sino a un alma generosa que arde en el amor de Dios y del prójimo".
 
No entiendo hablar del problema del dolor, la gran tortura de tantas almas juveniles. Tú además sabes que la cruz no es un castigo, ni una infelicidad sino un don de Dios, la sombra de su mano paterna tendida para acariciarnos.
Quiero en cambio hablar de una noble misión reservada a almas privilegiadas, llamadas a participar más directamente en la obra redentora del Crucificado: las almas reparadoras.
Existen tantas de estas almas elegidas, representadas por la "pasionaria viviente" de la leyenda. Almas de niñas y de jovencitas, de simples religiosas, de niños y de grandes hombres.
He aquí algunos, entresacados de muchísimos que hay:
Liduina significa sufrimiento y esta Santa de Holanda pasó toda su vida sufriendo por Jesús. Cuando era una adolescente de 15 años, se entregó completamente a Dios. Como era muy bonita temía que muchos jóvenes quisieran casarse con ella. Así, Liduina pidió a Jesús que le quitara su belleza y El escuchó su oración.
Un día fue a patinar con sus amigas y tropezó con una de ellas accidentalmente. Liduina cayó de bruces en el hielo y ese fue el principio de su vida de sufrimiento. El dolor que tenía en un costado la molestaba tanto que no podía mantenerse en pie, ni sentarse, ni acostarse. Pedía que la movieran de una cama a otra; Dero el dolor sólo empeoraba más. Llorando, Liduina finalmente se arrojó sobre las rodillas de su padre diciendo que no podía ya soportar el dolor. Como si esto no bastara, le sobrevinieron llagas en la cara y en el cuerpo, ceguera en un ojo, y finalmente ya no pudo moverse de la cama.
Durante 38 años sufrió Liduina. Al principio se sintió muy desdichada; pero cuando un sacerdote le dijo que pensara en lo que Jesús había sufrido, Liduina se armó de valor. Dios la confortaba tanto y llegó a ser tan valiente que añadió más penitencia ella misma. Liduina era buena con todos los que iban a su pobre cuartito. Llegó a convertirse en un pequeño cielo de felicidad. Sabía ganarse gente de mal corazón y evitar pleitos entre las familias.
El amor especial de Liduina era Jesús en la Sagrada Eucaristía. Durante muchos años pareció vivir sólo de la Santa Comunión.
Santa Teresita del Niño Jesús ya extenuada por la enfermedad buscaba nuevos sufrimientos en beneficio de las almas.
He aquí un hecho entre tantos:
La enfermera le había aconsejado que diera cada día un paseíto de quince minutos en el jardín; este consejo fue para la Santa como un mandato.
Una vez que caminaba con mucha fatiga, una hermana le dijo: Le sería mejor reposar, porque el paseo no puede serle provechoso.
Es verdad
contestó, pero ¿sabe quién me da la fuerza?... Pues bien camino por un misionero. Pienso que allá, muy lejos uno de ellos está acaso extenuado en sus viajes apostólicos, y yo ofrezco mis fatigas al buen Dios para disminuir las suyas.
"No existe aquí abajo fecundidad sin dolor", afirma Guéranger. "Y, comentando la Historia de un Alma, si hoy la pequeña Santa obra en los corazones transformaciones verdaderamente maravillosas; si el bien que hace sobre la tierra es inmenso, se puede creer con toda verdad que ella lo haya comprado al precio mismo con el cual Jesús ha redimido nuestras almas: con el dolor y la cruz".
El ideal supremo de Sor Elizabeth de la Trinidad fue conformarse a Cristo crucificado por amor, volverse semejante a El, y ser una perpetua alabanza de gloria a la Santísima Trinidad.
Dios premió el deseo de esta alma privilegiada participándole los dolores físicos, morales y espirituales del Redentor.
Destrozada por el dolor, aplicando ahí la palabra de San Pablo, la joven carmelita escribió: "Me he conformado a la muerte de El". He aquí el pensamiento que no me abandona nunca, que me da fuerza en el dolor...
"¡Qué acción demoledora siento en todo mi ser! Es el camino del Calvario que se ha abierto para mí y estoy tan contenta de caminar como una esposa al lado del Divino Crucificado".
A su mamá temerosa de perderla, recuerda el valor del sufrimiento Redentor:
"Es el Señor que se complace en inmolar su pequeña víctima pero esta Misa que El celebra conmigo, en la que el sacerdote es el amor, puede durar mucho todavía. Y sin embargo la pequeña víctima no encuentra que sea largo el tiempo, en la mano de Aquel que la sacrifica, y puedo asegurarte, que, si pasa por el sendero del dolor camina mucho más a menudo en la amplia vía de la alegría, de la verdad, de Aquel que nada puede robarle".
"Mi felicidad no fue nunca tan grande, como después de que Dios se dignó asociarme a los dolores del Divino Maestro".
Otra vez escribe:
¡El dolor es un don tan grande, tan divino! Me parece que si los bienaventurados en el cielo pudiesen envidiar cualquier cosa, envidiarían este tesoro".
Y sus sufrimientos ya tan agudos se volvieron en sus últimos ocho meses, un verdadero martirio. Pero la heroica religiosa se sumergía con avidez en el dolor. A las cartas y tarjetas de aquel tiempo ponía la frase: "Del palacio del dolor y de la beatitud".
Y declaraba: "Experimento gusto, alegría inefable: la alegría del sufrimiento. Sueño en ser transformada, antes de morir, en Jesucristo Crucificado".
Su último canto es un himno al dolor que brota de un alma crucificada.
Jovencita: ¿Te agrada el ideal de estas almas reparadoras, verdaderas pasionarias vivientes?
Es verdad: Ordinariamente no nos toca a nosotros escoger el oficio de reparadoras, pues correríamos el riesgo de no recibir las gracias especiales, concedidas a las almas que Dios mismo escoge para esta misión. Es sin embargo siempre posible a todos valorizar los propios sufrimientos, aceptándolos como un don del Padre Celestial.
Hay diversos grados de esta valorización.
El primero es la simple aceptación del dolor, propio de las personas que, aunque gimiendo bajo el peso de la Cruz, lo soportan con paciencia y sin lamentarse.
Más perfecto es cuando, aunque no yendo al encuentro de la cruz, se acepta y se lleva de buena gana, con esperanza del premio eterno.
¡Siempre es posible ascender!
Las personas que desean dar gloria al Altísimo y conformarse más perfectamente con Jesús, van al encuentro de las cruces, las desean, las abrazan con ardor, y las ofrecen a Dios por los pecadores, o por cualquier intención particular.
Son éstas las que, atraídas por la cruz, llegan hasta el punto de ofrecerse como víctimas del dolor para cooperar más intensamente en la obra redentora de Cristo. ¿A qué categoría perteneces tú?
Elegir, no te toca exclusivamente a ti, porque Dios ya tiene sus designios sobre cada alma.
Pero es siempre verdad que el Padre Celestial no se deja ganar en generosidad cuando alguien se esfuerza sinceramente por perfeccionarse en el sufrimiento. Por esto El no permite nunca que las almas deseosas de El, caminen rastreramente en la mediocridad, sino que les da alas para volar como intrépidas águilas a las cimas más sublimes del amor.

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