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lunes, 26 de noviembre de 2012

COMO EL FENIX

     El Fénix es un ave fabulosa que los antiguos creyeron única capaz de renacer de sus cenizas.
     Un antiguo poema titulado: "De ave phoenice", el pájaro fenicio, narra lo siguiente.
     En el Oriente hay una tierra encantadora, en eterna primavera. Allí no se conoce la enfermedad ni la vejez, la muerte ni la guerra, el hambre ni el dolor, el miedo ni la inclemencia del tiempo.
     Junto a la fuente, que se encuentra en medio del bosque, vive el Fénix, pájaro maravilloso de colores encantadores.
     Todas las mañanas, al despuntar el alba, el Fénix se sumerge doce veces en el agua, después vuela a la cumbre del árbol más alto y allí espera que lo acaricie el primer rayo del sol. Luego canta el sagrado himno de glorificación con modulaciones más suaves que las del ruiseñor. Al mismo tiempo sacude tres veces las alas como para saludar al astro rey de quien él es su ministro.
     Pasados mil años el Fénix deja su reino de felicidad y se transfiere a nuestro mundo, donde reina el dolor y la muerte, para renovarse en él.
     Vaga por la Fenicia hasta que encuentra un lugar árido y selvático. Aquí construye un nido con las yerbas más aromáticas que recoge de la selva. Después se acomoda en él, pues deberá ser su tumba, y exhala el último suspiro.
     Los rayos del sol queman aquel cuerpo exánime y lo reducen a polvo. Este da origen a una larva blanquecina y de ella sale el nuevo Fénix.
     El pajarillo implume, se nutre de rocío hasta que puede levantar el vuelo. Regresa a su patria, pero antes recoge el nido que contuvo sus despojos, lo lleva a Egipto y en el templo que los egipcios le han dedicado, en holocausto se lo ofrece al Sol.
     A su pasaje los egipcios en masa acuden para admirarlo y esculpirlo en mármol, porque es la única vez que a los mortales les es posible ver al Fénix original y maravilloso. Los demás pájaros en bandadas, jubilosos lo siguen hasta el alto empíreo, donde el Fénix se separa de ellos para volver a su paraíso.

     ¡Bienaventurado el Fénix, que ha tenido el don de renovarse por sí solo! Para él la muerte es alegría, porque es el comienzo de una nueva vida.
     Pero no es la felicidad del Fénix la que quiero describirte, sino su simbolismo: la inmortalidad y el voto de castidad. Sobre el primero no insisto porque tú sabes por la fe católica que:
     "Fuimos creados para conocer, amar, servir a Dios en esta vida y después verlo y gozar de El en la otra, o sea en el cielo". 
Y que:
     Al fin del mundo nuestro cuerpo --después de la humillación del sepulcro— por virtud de Dios, resucitará y se unirá de nuevo al alma para participar, en la vida eterna, del premio o del castigo que ésta haya merecido.
     Paso, pues, al segundo simbolismo: el voto de castidad. Dime ¿no has conocido a jovencitas que en lo mejor de su vida han renunciado al derecho de formarse un hogar, de gozar de sus riquezas y de su relativa libertad? Acércate a una de estas heroínas. Esté ella a la cabecera de un enfermo, rodeada de niños traviesos, o al frente de una máquina de escribir y pregúntale:
     — ¿Qué motivo hubo para que abrazaras libremente este género de vida que parece muerte?
     Tendrás distintas respuestas, pero todas sintetizan de una manera maravillosa la recta intención que esas afortunadas almas tienen de alcanzar este fin por el cual fuimos creados; y al mismo tiempo satisfacer la sed ardiente que las atormenta por la expansión del reino de Cristo Redentor.
     El claustro para la religiosa fiel es un paraíso terrenal, semejante a la región encantadora que da vida al Fénix. Pero con una gran diferencia: la morada del Fénix no conoce el dolor ni las penas.
     En cambio para la religiosa la vida de comunidad no está exenta de la cruz, ella lo sabe y no por esto se arredra ante la perspectiva de tener que ascender hasta el calvario. Su Redentor la invita con el ejemplo y ella generalmente, acepta sufrir con El.
     ¿De dónde saca fuerza para llegar a este heroísmo?
     De la Eucaristía y del Santo Evangelio.
     Por tanto la vida religiosa, que para los mundanos es una prisión insoportable, para la amante fiel de Cristo es un paraíso en la tierra, antecámara del cielo.
     Así se explican las ascensiones espirituales de una Santa Magdalena de Pazzis, de una Santa Teresa del Niño Jesús, de sor Elizabeth de la Trinidad y de tantas otras religiosas que han brillado en el firmamento de la Iglesia.
     Ellas como el Fénix, embriagadas por el sol del divino amor, entonan su melodioso canto de: "Gloria a Dios en los cielos y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad".
     Por eso ellas se inmolan continuamente hasta llegar a la inmolación suprema: la muerte, a la que no temen porque ella les abre las puertas de la eternidad en Dios, para unirse a la legión de vírgenes de las que habla san Juan Evangelista.
     Vi —dice el vidente de Patmos— al Cordero, que estaba sobre el monte Sión, y con gran multitud de personas que llevaban el nombre de su Padre escrito en sus frentes, y oí una voz, como ruido de grandes aguas, y la voz que oí era de citaristas que tocaban us cítaras y cantaban un cántico nuevo delante del trono; y nadie podía aprender el ntico sino esas personas, porque son vírgenes.  
Ellas siguen al Cordero adonde quiera que vaya.
     Mi joven amiga ¿serás contada entre este privilegiado séquito que seguirá al Cordero adonde quiera que vaya? Es un estado privilegiado al que Dios llama sólo a pocos, porque son pocos los que acuden con alegría para ofrendarse a Dios en aras de la abnegación y del sacrificio.
     Pero no temas si llegas a descubrir en ti esa especial vocación, es un honor el que te hace Cristo, el mejor esposo, al que vale la pena entregarse sin ninguna reserva. El premio será El mismo. ¿Podrás concebir un premio mejor?

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