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lunes, 5 de noviembre de 2012

El Amor de Dios

     Ama a tu Dios, hijo mío; ámalo según el mandamiento: con todo tu corazón, con todo tu espíritu, con todas tus fuerzas.
     Amalo como El quiere y debe ser amado, es decir, más que todo, más que a todos, más que a ti mismo.
     Entre Dios y los bienes de este mundo no hay comparación jamás; si titubeas, es que no amas a Dios por encima de todo.
     Entre Dios y una criatura —aunque sea la más bella, la más amable y la más querida— no hay comparación jamás; si titubeas, es que no amas a Dios más que a todos.
     Entre Dios y tu placer, no hay comparación alguna; si titubeas, es que no amas a Dios más que a ti mismo.
     Eleva hacía El con frecuencia tu pensamiento y tu corazón; de día y de noche, que tu alma esté delante de El como la urna de oro delante del Arca santa; un incienso eterno que se queme allí.
     Si amas verdaderamente a Dios, no pecarás, pues el amor que es más fuerte que la muerte, es también más fuerte que el pecado y te hará invencible.
     Si amas verdaderamente a Dios, sembrarás el bien a tu alrededor, pues un corazón 
lleno de Dios es indulgente con los hombres y no busca más que sacrificarse por su felicidad.
     Si amas verdaderamente a Dios, cuando tengas que soportar todas las pruebas, serás feliz tanto cuanto se pueda serlo sobre la tierra, pues el amor de Dios es al mismo tiempo la gran fuerza y el gran consuelo.
     Si amas verdaderamente a Dios, en fin, estás seguro de ir al cielo, porque, ¿a quién coronará el Señor si no a los que lo han amado?

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