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sábado, 10 de noviembre de 2012

La santidad: "Santidad de vida" de San Vicente Ferrer (III)

1. Santidad y vida espiritual

     La santidad consiste en despojar el corazón de todo lo humano y terreno para elevarlo a lo celestial; es decir, consiste en la vida del espíritu, vida en la que toda la actividad está regulada por el espíritu, el cual domina la carne y se adhiere a Dios para hacerse un mismo espíritu con Él.
     "En dos cosas consiste la santidad, a saber: en que la creatura vacie su corazón de todo lo terreno y mundano y lo eleve a lo celestial" (Sermo 2 in festo sanctorum Apostolorum Philippi et Iacob, III, pág. 255, n. 11). "¿Qué es la vida espiritual? El hombre por su alma es espiritual; por el cuerpo es material. Porque el hombre está compuesto de dos sustancias. Por lo mismo tiene en sí una contradicción, porque los elementos que lo componen son contrarios. La carne arrastra hacia la tierra, y el espíritu hacia lo celestial. Los ángeles, que son sustancias espirituales, no conocen esta pugna. Dice San Pablo: «La carne lucha contra el espíritu...» (Gal. V, 17). El espíritu debe vencer y dominar la carne, que es la esclava (Rom. VIII, 12). De este modo, dominada la carne por el espíritu, nos unimos a Dios y nos hacemos un mismo espíritu con Él" (Sermo 2 festo sancti Iacobi Apostoli, III, pág. 348, n. 4).
     Estas dos funciones de conversión y aversión deben efectuarse por la pobreza voluntaria, en su sentido más amplio, por la pobreza de espíritu y por el silencio, pues por ellas se llega a la pureza de corazón. Los tres primeros capítulos del Tratado son fecundos en consejos prácticos para la ascesis depuradora que deja al espíritu en condiciones para efectuar la unión con Dios, que se realizará en la contemplación: inflamada el alma en deseos del bien celestial, brotará de ella la caridad perfecta, la cual será norma de todo su ser y obrar.
     "De este modo, adentrándose en sí mismo el varón espiritual, se ensanchará la pupila de la contemplación. Y por una gradación misteriosa se elevará hasta la contemplación angélica y divina. En esta contemplación se abrasa el corazón en deseos de los bienes del cielo y mira todo lo terreno como de lejos, como nada. Entonces comenzará a bullir en el alma la caridad, fuego ardiente que consume la carroña de los vicios, que llena tan por entero el corazón, que no deja lugar a la vanidad. Y en adelante todos sus pensamientos, sus palabras, sus obras, procederán del dictamen de la caridad" (Tratado de la vida espiritual, c. 3).

 2. La gracia y las virtudes

     La vida espiritual, consistente en la unión con Dios, es la vida de la gracia, que nos hace hijos verdaderos de Dios y herederos de su gloria. Para explicar esta filiación sobrenatural, compárala San Vicente con la filiación humana. Así como el feto humano no puede llamarse hijo de sus padres hasta la infusión del alma racional, del mismo modo en la vida sobrenatural no somos hijos de Dios hasta que se nos infunde la gracia, por la que somos dioses, no por naturaleza, sino por participación.
     "Entre todos los santos que existieron desde el principio del mundo y existirán hasta el final, los apóstoles se llaman hijos de Dios de modo excelente. Aunque todos los santos y personas devotas pueden llamarse hijos de Dios, sin embargo, los apóstoles merecen este apelativo con más propiedad. La razón es porque la filiación divina es causada por la gracia y la presencia del Espíritu Santo. De otro modo, por grande que sea el hombre, prelado, maestro o graduado, si no tiene vida espiritual no es hijo de Dios, sino enemigo. De la misma manera que el feto no tiene razón de filiación humana hasta que se le infunde el alma racional, que completa la vida humana y da el ser sustancial. Está claro, pues, que la filiación humana proviene del alma racional, y cuando el alma se separa del cuerpo por la muerte, aquel cuerpo ya no se llama propiamente hijo o hija vuestro. Así también, aunque el hombre fué engendrado por Dios en el bautismo y confirmado, y aunque sea gran señor, si no tiene vida espiritual y no habita en él el Espíritu Santo por la gracia, no puede llamarse hijo de Dios. Mas cuando, después del bautismo y la confirmación, el hombre vive la vida espiritual, preocupándose más del alma que del cuerpo, y tiene dolor de sus pecados pretéritos y precaución para los futuros, es hijo de Dios" (Sermo in festo sanctorum Apostolorum Philippi et Iacobi, III, p. 244, n. 2-3).
     La vida de la gracia es buena, pero no es la mejor que puede darse. La vida de la gloria, a la que está ordenada la gracia, es mejor, porque no puede perderse por el pecado. No quiere esto decir que la gracia se pierde por culpa de Dios, sino por negligencia del hombre. La gracia primera no puede merecerse; pero una vez que Dios la concede libérrimamente, con ella puede el hombre merecer nuevas gracias sobrenaturales; es más, si la aprovecha debidamente, irá en aumento hasta el infinito.
     "La vida del hombre tiene tres partes escalonadas: la primera es buena; la segunda es mejor, y la tercera es la óptima. La primera es la vida natural que, a pesar de ser temporal, es buena. La segunda es la vida de la gracia, que es mejor, por ser espiritual. La tercera es la vida de la gloria, que es la óptima, por ser celestial... La primera parte de la vida humana se llama vida natural, y perdura mientras el alma está sustancialmente unida al cuerpo; es buena, porque es efecto y creatura de Dios: "Toda creatura de Dios es buena, y nada hay reprobable" (I Tim. IV, 4). La segunda, la vida de la gracia, es mejor, y consiste en la unión del alma con Dios por la gracia. Mientras la gracia de Dios vive en el alma ilumina el entendimiento para creer, inflama la voluntad para amar sinceramente, gobierna todos los miembros del cuerpo para obrar con utilidad. De esta vida dice David en el salmo: "Porque tu misericordia es mejor que la vida, te alabarán mis labios" (Ps. LXII). "Mis labios te alabarán (empieza aquí la construcción) porque tu misericordia es mejor. A la gracia preveniente o justificante se la llama misericordia en este texto. La razón es porque no se da según los méritos de la creatura, sino por la sola misericordia de Dios. Las otras gracias subsiguientes o cooperantes se adquieren por los méritos propios; pero no la gracia preveniente... La tercera vida, que es la óptima, es la de la gloria.. Porque la primera, la vida de la naturaleza, se pierde por la muerte. La vida de la gracia puede perderse por el pecado mortal. Pero la vida de la gloria es inamisible, pues en cuanto el alma penetra en la gloria queda confirmada en gracia y es impecable. Luego es la óptima" (Sermo 2 in festo Assumptionis beatae Mariae Virginis, III, p. 395, n. 2-3).
     ¿Por qué puede perderse la vida de la gracia? "La gracia en esta vida puede considerarse de dos maneras: en primer lugar, por parte del hombre, y entonces es variable, mudable, puede perderse. Porque la humana condición es tan variable en su libertad como la veleta en el campanario. La gracia, pues, puede perderse por las malas inclinaciones de la carne, por las ocasiones del mundo y por las tentaciones del diablo... Por tanto, el hombre debe vivir siempre con temor, porque aun siendo santo y bueno, puede tornarse malo...
     En segundo lugar, podemos hablar de la vida de la gracia refiriéndonos a las disposiciones de Dios sobre la misma. Estas disposiciones son inmutables, pues lo que Dios ordena, dispone y predestina, se realiza infaliblemente"
(Sermo in festo sancti Ambrosii, III, p. 220, n. 1-2).
     La gracia crece y se desarrolla en los justos, de modo que merecen en las obras más ordinarias de la vida, "La vida de los buenos siempre crece y aumenta... porque las personas justas están en gracia de Dios, y cuanto obran y deliberan —los pensamientos de su corazón, las palabras de su boca, las obras del cuerpo, es más, las obras naturales— todo es meritorio. De los pensamientos y otras obras internas no hay que dudar que sean meritorias si se hacen en gracia. La dificultad está en las obras naturales, como el comer y dormir: comen y duermen para mejor servir a Dios; ríen para poder llorar. Todo es meritorio, todo hace elevarse hacia Dios. La persona que está en gracia siempre asciende: es mejor hoy que ayer, y mañana mejor que hoy" (Sermo 1 in festo sancti Iacobi Apostoli, III, p. 343, n.1)
     La gracia, en una palabra, nos diviniza, y de ella brotan las virtudes sobrenaturales, como consecuencia necesaria de su ser divino participado en nosotros. Las virtudes teologales son las potencias correlativas a ese ser sobrenatural, y elevarán nuestras potencias y dirigirán las demás virtudes: la fe en el entendimiento y la caridad en la voluntad.
     "Encuentro la misma diferencia entre el justo y el pecador, que entre estar cerca y lejos de Dios. El justo, bueno y temeroso de Dios, está tan cerca de Él que nada creado está tan cerca: ni la túnica, ni la camisa, ni la piel; más cerca está Dios. En el entendimiento, pues así como el aire del mediodía está muy cerca de la luz, porque está todo iluminado por el sol, del mismo modo Dios está cerca del entendimiento del justo iluminándolo: está todo lleno de divinidad y no deja en él tinieblas de error ni oscuridad de falsas opiniones... Está cerca de la voluntad por amor de caridad, pues así como se ve fuego alrededor del hierro candente, del mismo modo la voluntad del justo está inflamada de divinidad para amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo" (Sermo in festo sancti Matthaei Apostoli, III, p. 444, n. 2).
     La caridad es una virtud excelentísima, la cual debe ordenar todas las demás virtudes al propio fin de la caridad; es la que une, la que informa cuanto el hombre hace por Dios; es la unidad del corazón con Dios, procedente de un amor ardentísimo (Sermo in festo sanctae Margaritae, virginis et martyris, III, p. 329, n. 6).
     La caridad integral consiste en el amor de Dios sobre todas las cosas, y en el amor del prójimo por Dios (Sermo in festo sancti Benedicti, III, p. 212, n. 17) y tiene doce grados respecto de Dios, comenzando por el amor más imperfecto hasta el heroísmo, el martirio, que es el mayor grado y signo de caridad (Sermo in festo sancti Thomae Apostoli, III, p. 42, n. 3). Y tiene también seis grados que se refieren al amor del prójimo, culminando en el desprecio de la propia vida por amor al prójimo (Ibid. p. 43, n. 3).
     Esta caridad integral es la base para el predicador, es lo que tiene que poseer para comunicarlo a los demás (Cf. Tratado de la vida espiritual, pról.). Con ella podrá predicar con seguridad, sin peligro de vanagloria, porque la soberbia no tiene entrada en el corazón ocupado totalmente por la caridad (Cf. Ibid. c. 3).

 3. Jesucristo

     En la economía providencial en que nos movemos ha querido el Señor que todos los bienes nos vengan por Jesucristo, Hombre-Dios, quien, por la redención, adquirió sobre nosotros derecho de conquista. De tal modo que el Padre sólo reconoce por hijos y beneficiarios de sus dones a quienes están unidos al Unigénito como sarmientos a la vid. Sin Él, nada podemos hacer.
     Este principio de vida sobrenatural está justipreciado en todo su alcance por nuestro Santo Taumaturgo.
     Cristo es el principio fontal de toda santidad y perfección; la perfección de la vida sobrenatural se mide por la mayor proximidad a este divino principio: Cristo.
     "Todo cristiano cree que Cristo es el principio fontal de toda santidad y perfección; por lo cual, en tanto los santos fueron más santos, más dignos y más excelentes, en cuanto estuvieron más próximos a Cristo, porque estaban más cerca del principio fontal de toda santidad" (Sermo in festo sancti Bartholomaei, III, p. 404, n. 2). "Es doctrina clara en teología que Cristo es la fuente de todas las gracias espirituales. Por tanto, los santos que estuvieron más cerca de Cristo fueron los más espirituales, porque quien más se acerca a la fuente espiritual, que es Cristo, es más espiritual... La Virgen María fué la más espiritual de todos, pues fué la más allegada a Cristo... Y después de la Virgen, los más grandes, más espirituales y más llenos del Espíritu Santo fueron los santos apóstoles" (Sermo 1 in festo sanctorum Apostolorum Philippi et Iacobi, III, p. 245, n. 4-5).
     Ahora bien: si la perfección de la vida espiritual consiste en la unión con Cristo, todo el problema espiritual se reducirá a ver los medios de unirnos a Cristo y cómo conservar esta unión. En el desarrollo de esta cuestión brota la doctrina vicentina sobre la vida de perfección del predicador. De aquí saldrán las distintas fases de la sabiduría teológica, en armónica síntesis doctrinal.

4. Unión con Cristo y medios para conservarla

   Tres cosas se requieren para obtener y conservar la amistad y unión con Jesucristo y llegar a la perfección de la vida sobrenatural: oración, obediencia y penitencia (Sermo in festo sancti Bartholomaei Apostoli, III, p. 404, n. 4).
     a) Oración.—"Pues contemplando y hablando se engendra el amor entre dos personas. Estas cosas se encuentran en la oración espiritual y devota, en la que se contempla a Jesús de la cabeza a los pies:
     Primeramente, su cabeza coronada de espinas; los vituperios y blasfemias que escucharon sus oídos, etc. De esta manera entra el amor divino en el corazón, contemplando maltrecha la hermosura de nuestro amor..."
(Ibid. p. 405, n. 5).
     Es la primera fase de la oración: contemplar a Cristo paciente, inmolado por la salvación del género humano. De aquí nacerá un amor perfectísimo, una contrición perfecta de nuestros pecados y un deseo de poseer y de gozar eternamente del sumo bien. En un arrebato paulino San Vicente dicta el modo de esta oración en una página eterna del Tratado, fundamentando en ella la vida espiritual, después de la renuncia a sí mismo y a las cosas del mundo: "Es conveniente que, desconfiando totalmente de ti mismo, de tus buenas obras y de toda tu vida, te vuelvas por entero y te abandones en los brazos de nuestro Señor Jesucristo, pobre, vilísimo, vituperado, menospreciado y muerto por ti; de suerte que llegues a estar muerto a las pasiones humanas y solamente Jesucristo crucificado viva en tu corazón y en tu alma. Y así, transformado y transfigurado totalmente en Él, lo sientas cordialmente dentro de ti, y en adelante no veas ni oigas ni ames más que a Jesucristo pendiente de la cruz por ti, a ejemplo de la Virgen María. De este modo estarás muerto al mundo y vivirás en la fe, y en esta fe vivirá tu alma" (Tratado de la vida espiritual, c. 18).
     Segundo: Cristo ofendido por nosotros. Dialogando con Cristo, y diciendo: Señor, perdóname; tengo tal defecto o pecado; ayúdame. De esta manera nace el amor (Sermo in festo sancti Bartholomaei). En este segundo momento se siente la necesidad de la compunción, de la contrición perfecta, del dolor por haber ofendido a quien tanto hizo por nosotros. De aquí nacerá el amor a la penitencia, el horror al pecado, el temor de volver a caer en él y apartarse de Dios... (Tratado de la vida espiritual).
     Tercero: Cristo glorioso. "Contemplando cómo Cristo está sentado a la mesa de la eternidad, el devoto descansa en Él, viendo su descanso"
(Sermo in festo sancti Bartholomaei) y esperando el día de la renovación interior y del resurgimiento de los verdaderos varones apostólicos que no piensan sino en Dios y no viven sino para extender su reinado en las almas.
     "Ten presente día y noche la vida de los pobres, sencillos, mansos, humildes y desechados, unidos por una caridad ardentísima. En nada piensan, de nada hablan, nada gustan, si no es Jesucristo, y éste crucificado; que viven indiferentes al mundo y olvidados de sí mismos, que contemplan la gloria eterna de Dios y de los bienaventurados en el cielo, por la cual suspiran intimamente y por cuyo amor viven siempre esperando la muerte, repitiendo con el apóstol: «Deseo morir y estar con Cristo» (Phil. I, 3). Que viven contemplando los inmensos tesoros de las riquezas celestiales, invadidos y sumergidos en la abundancia deliciosa y meliflua de las suavidades, dulzuras y alegrías eternas" (Tratado de la vida espiritual).
     Cristo, principio fontal de toda santidad y perfección, debe morar en el corazón del predicador por esta contemplación paciente y gloriosa, por la contemplación del Dios humanado, que le llevará y adentrará en el misterio de la divinidad (Cf. S. Thomas, 2-2, q. 82, a. 3 et ad 2).
     La oración debe ser mental y vocal, porque así lo exige el compuesto humano, carne y espíritu. Es mejor la oración mental que la vocal, pues el espíritu es más noble que la carne; pero no debe ser preterida la oración vocal (Sermo in festo sanctae Agnetis, III, p. 127, n. 2-3).
     b) Obediencia. —La obediencia a los mandatos del Señor es condición esencial para conservar su amistad, para conservar la unión de que nos acaba de hablar San Vicente. Jesucristo decía que sus amigos guardarían sus preceptos. ¿Cuáles son los mandatos de Cristo a sus apóstoles, a sus discípulos? Nuestro autor sintetiza el código de perfección evangélica para el predicador en una frase: La predicación del Evangelio a todas las
creaturas. El sacerdote, el religioso, el predicador, por razón de su estado, es un apóstol, un ministro de Cristo, y tiene por misión conducir a los demás a la vida verdadera. ¿Cómo cumplirá el mandato de Cristo?
     De esta predicación y sus cualidades nos ocuparemos en el apartado siguiente. Es el tercer elemento de la sabiduría teológica que, por extensión, se convertirá en apostólica.
     c) Penitencia.— Será una consecuencia necesaria para el predicador en funciones, en su labor de evangelización universal. De esta penitencia apostólica brotarán las dos formas perfectas de sabiduría angélica y heroica.


     Tenemos ya reducida a sus líneas fundamentales la "santidad de vida", forma de la sabiduría teológica, la cual, conjugada con el estudio, con la "claridad de ciencia", ha preparado al teólogo para lanzarse a comunicar su saber por todo el mundo. Los ejemplos aducidos por nuestro autor recaen preferentemente sobre los apóstoles, quienes no tuvieron ciencia adquirida por el estudio, pero tuvieron ciencia infusa, que suplía con creces la que los demás deben adquirir por sus propias fuerzas; ciencia infusa paralela a la santidad en los apóstoles, y en todos aquellos que, siguiendo su ejemplo, se esfuerzan por conseguir un conocimiento perfecto de Dios por todos los medios a su alcance, cuyo esfuerzo premiará Dios, Padre de las luces, con la ciencia infusa, cuando le plazca a su providente disposición.
Veamos ahora la contemplación desbordándose en acción, llenando los cánones de la caridad integral.

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