Vistas de página en total

sábado, 3 de noviembre de 2012

Teología del apostolado, según San Vicente (II)

II. El estudio: "Claridad de ciencia"

 1. Necesidad y utilidad del estudio para el predicador. Defectos

     El estudio del predicador ha de ser eminentemente teológico. Debe ordenarse, como a su propio fin, al conocimiento de Dios Ser sacerdote o ministro de la palabra divina es una cosa buena, si se poseen estas tres cualidades: ciencia, santidad y buena fama. Pero la carencia de estas dotes es fatal. La carencia de ciencia, la ignorancia, en el sacerdote es de harta responsabilidad. Más le valiera no tener manos ni pies, antes que ser ministro del Señor sin la ciencia debida. En la época de nuestro Santo hay muchos defectos en este sentido.
     Muchos no entienden materialmente lo que leen, ni siquiera saben lo que significan los sacramentos, ni saben cuál es la forma de los mismos. Cualquier persona se cree capaz de ser sacerdote. Y así ocurre que cuando debieran estudiar, se dan al juego y a la caza, se hacen traficantes. Con esta ignorancia se precipitarán en el infierno (Sermo in festo Marci).
     Los grandes santos se reputaban indignos de ser sacerdotes, mientras que hoy —dice— se ordenan jóvenes que no tienen edad ni ciencia, ni virtudes, ni conciencia, ni devoción; son, por el contrario, livianos, lujuriosos... (Sermo in festo sancti Augustini).
     El estudio es, pues, necesario para el ministro de Dios, para el predicador.

2. Qué cosas han de estudiarse

     ¿Qué materias serán más útiles para la formación del predicador? Debe estudiarlo todo, pues todo le llevará al conocimiento de Dios. Aunque a Dios se le conoce en la Biblia mejor que en ninguna otra parte, pues la Biblia es la manifestación de su vida íntima hecha por Él mismo, sin embargo, todas las cosas, todas las ciencias nos orientarán hacia Él porque todas son obras de sus manos, porque en todo ha dejado impresa la huella divina. Las plantas, los animales, los minerales, los astros, con sus propiedades, nos reflejarán los atributos divinos.
     Esta mentalidad agustiniana, tan asimilada por el mundo medieval, incluso por Santo Tomás, tiene un matiz poético, de la poesía de los santos. San Agustín abogaba por los tratados y diccionarios sobre cada uno de los elementos y reinos de la naturaleza, pues las propiedades que oculta cada uno de ellos conducen a la inteligencia integral de la Biblia, en la que Dios se nos manifiesta utilizando con frecuencia estas propiedades.
     San Vicente empleará muchas analogías y alegorías naturales para explicar el mundo sobrenatural. El principio hermenéutico general lo sintetiza con precisión comentando la frase evangélica Vos estis sal terrae (
Mt. V, 13). "Para declarar de algún modo esta expresión, y como introducción a la materia que vamos a exponer, hay que tener en cuenta que todas las creaturas corporales y visibles de este mundo tienen un oficio principal, que es representar y figurar las cosas espirituales e invisibles. Y esta es una de las principales razones por las que Dios creó el mundo: porque mientras permanecemos aquí en este mundo y somos mortales, no podemos ver las cosas espirituales sino por figuras, representaciones y semejanzas, El defecto está en la parte material del hombre, que impide ver las cosas espirituales. Lo mismo que ocurre si se pone ante los ojos un cristal verde o rojo: todo aparece del color del cristal con que se mira; el defecto no está en los ojos, sino en el cristal, que no deja pasar la imagen sin bañarla en su propio color. Así nos pasa con lo espiritual: los ojos del alma tienen el cristal del cuerpo, y por eso no pueden ver sino las cosas corporales; mas cuando se desligue de los cristales, esto es, de la carne, verá de repente las cosas espirituales: los ángeles, las almas, etc. Ahí tenéis dónde está el fallo para no ver en esta vida las cosas espirituales. Esta doctrina es común en filosofía y en teología. Pues dice el Filósofo: "Es imposible que entendamos si no es a través de los fantasmas, de las semejanzas" (III De anima, lect. 12). Y Dionisio: "Es imposible que la luz divina nos ilumine si no es velada por las figuras sensibles" (De caelestis hierarchia, c. 1). Sabiendo Dios que no podemos ver las cosas espirituales en este mundo, creó el universo, en el que toda creatura, por pequeña que sea, representa y figura las cosas espirituales... El buen pintor pinta imágenes no para que se adore la pintura, sino para representar a Cristo, a la Virgen y a otros santos. Y Dios, pintor excelentísimo, pinta este mundo como un lienzo lleno de figuras que le representan" (Sermo in festo sancti Patris Dominici, p. 370, n. 2).     San Vicente muestra su ingenio y viva imaginación, siguiendo este principio, por ejemplo, al tratar de la fe, la que compara a una caña. Porque así como en la caña los cañutos están vacíos y separados unos de otros por los nudos, así también los artículos de la fe deben distinguirse unos de otros y estar vacíos de argumentos racionales. Otras veces se sirve de sus conocimientos gramaticales para indicar, v. gr., los grados de la castidad, según las formas del pronombre relativo (Cf. Sermo in festo Sancti Thomae Apostoli, III, p. 48, n. 15).
     El predicador debe estudiar todas las cosas, pero con un criterio divino, ordenándolas todas al conocimiento de Dios, a la inteligencia integral de la Biblia, sirviéndose de ellas como de medios, de figuras, de representaciones, de siervas ("Por tanto, podemos servirnos ahora de la esclava, de la gramática").

 3. Cómo se debe estudiar 

     De este estudio, que es conocimiento de Dios, ha de hacer el predicador una contemplación, una oración, lo mismo que de su oración ha de hacer el mejor estudio. Por esta conjugación íntima de las dos funciones hallará más claridad en el estudio y más fervor en la oración. Transcribiremos una página bellísima del Tratado, asimilada y hecha alma de la vida de estudio de nuestro Santo predicador:
     Nadie, por buen y agudo juicio que tenga, ha de menospreciar lo que le puede mover a devoción; antes bien, lo que lee y estudia debe enderezar y reducir a Cristo, hablando con Él y pidiéndole la verdadera inteligencia y sentido de ello. Muchas veces, cuando está estudiando, debe apartar los ojos del libro por algún espacio, y, cerrados, esconderse en las preciosas llagas de Cristo nuestro bien, y después volverlos otra vez al libro.
     Y cuando de estudiar se levantare, puesto de rodillas delante de nuestro Señor, haga alguna breve y muy fervorosa oración.
     Y lo propio cuando entrare en la celda o en la iglesia, anduviere por el claustro o capítulo. Esto hará, según el ímpetu del Espíritu le moviere y la devoción le incitare. Y algunas veces haga aquesto teniendo oración de propósito, entera o breve, con algún suspiro o gemido salido del corazón. Pidiendo el auxilio y favor divino, presentando al Altísimo sus santos propósitos y buenos deseos, tomando por medianeros a los santos.

     Aqueste modo de oración algunas veces se hace sin rezar salmos, y sin oración vocal, sino solamente mental, aunque al principio de ella se haya tomado ocasión de un verso de un salmo o de un paso de la Escritura sagrada, o de algún santo particular o de cualquier otra consideración inspirada de Dios interiormente. Empero, pasado aquel fervor de espíritu, el cual ordinariamente dura poco, puedes volver a hacer memoria de todo lo que antes estudiabas. Y entonces te será dado claro entendimiento y más perfecta inteligencia de todo ello.
     Así que, después de un rato de oración, volverás al estudio otra vez, y asi andarás de lo uno a lo otro trocando y variando.
     Porque con semejantes retruecos hallarás en la oración mayor devoción, y con más facilidad y claridad entenderás lo que estudiares.
     Este fervor de devoción que viene después de un rato de estudio, aunque acuda en cualquier hora indiferentemente, según la voluntad de Aquel que con grande suavidad dispone todas las cosas, con todo eso, lo más ordinario acostumbra acudir ese fervor más encendido después de maitines. Y así, créeme, toma mi consejo, a prima noche vela poco, para que puedas ocuparte todo después de maitines en estudio y oración y contemplación" (Tratado de la vida espiritual, c. 10).
     Este es el método que debe practicar el varón espiritual en su estudio. Normas vivas, dictadas después de la mejor experiencia. Estudio y oración: vida contemplativa. De este modo podia muy bien afirmar nuestro Santo que mientras estudiaba hacía vida contemplativa, y cuando predicaba hacía vida activa (Cf. Sermo 2 in festo Assumptionis beatae Mariae Virginis, III, p. 401, n. 19).

 4. Ciencia adquirida y ciencia infusa

     Toda la ciencia procede de Dios, es un reflejo de su sabiduría infinita. Y a Dios tiene que ir a parar, si ha de ser perfecta. Esta luz intelectual ordinaria, según la Providencia general natural, la concede Dios a todos los hombres, dándoles no sólo la facultad de entender, sino moviéndoles también a ello. Pero muchos no refieren este conocimiento a Él, no lo ordenan a su propio fin. Por eso es defectuoso. La ciencia adquirida es, pues, la que se logra con el esfuerzo racional, presupuesta la moción ordinaria general de Dios (Cf. Sermo in festo Coronae Domini, III, p. 273, n. 6).
     Pero hay otra ciencia superior, no hallada por humano entendimiento, toda espiritual, toda divina, toda sobrenatural: es la que concede el Señor como premio a la santidad de vida.
     "La ciencia natural —dice el Santo— que se adquiere por el estudio, en parte es sensual, por lo que respecta a su principio; y, en parte, es intelectual, esto es, por su fin. Dijo Aristóteles que nada pasa al entendimiento sin estar antes en el sentido.
     "Pero la ciencia infusa, o conocimiento sobrenatural, es totalmente intelectual, porque no pasa por las puertas de los sentidos; procede de fuente divina y penetra en el entendimiento, empujada por Dios" (Sermo in festo sancti Ambrosii, III, p. 221, n. 5).
     Con esta ciencia infusa se alcanza mucho más de lo que lograron saber Aristóteles, Tolomeo y los grandes filósofos. Es un rayo de luz divina que brota de la caridad integral. "Porque poseyó la caridad integral, San Benito fué famoso en santidad y ciencia; ciencia no adquirida, sino infusa... Mientras oraba una noche a la puerta de su celda, Dios le mostró el mundo entero, con todas las creaturas. Pregunta Santo Tomás si vió entonces la esencia divina, y responde que no; pero vió todas las creaturas, no sólo en general, sino cada una en particular. Desde aquel momento supo más filosofía que Aristóteles y Tolomeo o cualquier otro filósofo" (Sermo in festo sancti Benedicti, III, p. 212-213, n. 17. Cf. Sanctus Thomas, Quaestiones quodlibetales, quodl. 1, q. 1, a, 1).
    
Santo Tomás tuvo también esta ciencia infusa, a través de la cual sabía mucho más que lo que había aprendido con sus esfuerzos naturales. "No atribuyó la sabiduría que tenía a su propio ingenio, sino al Espíritu Santo. Él mismo dijo en secreto a su compañero, y el papa lo aduce en su canonización, que su ciencia aumentó mucho más por infusión divina que por las fuerzas propias de su inteligencia" (Sermo 1 in festo santi Thomae Aquinatis, III, p. 191, n. 11). Siempre recurrió a la oración, para que Dios le infundiera su luz. De este modo escribió doctrinas maravillosas, que merecieron la aprobación del mismo Cristo. "Cuando quería disputar, escribir o dictar, recurría a la oración. Cuando se le presentaban dudas, se le aparecían visiblemente los ángeles o los apóstoles San Pedro y San Pablo, y las disipaban. Estos fueron sus maestros. Cuando escribía sobre los accidentes del Sacramento del altar —materia muy sutil, sobre un misterio en el que permanecen los accidentes sin el sujeto natural— se arrodilló cabe el altar y oró. Entonces le habló el Crucifijo: "Tomás, has escrito muy bien sobre Mí" (Ibid., p. 194-195, n. 10)
     El predicador, pues, debe estudiarlo todo, porque todo le llevará a Dios. Es una exigencia de su condición de guía de almas, de su carácter sacerdotal, de su vida mixta.
     Pero debe estudiar con la mirada siempre fija en Dios, armonizando el estudio con la piedad y pidiendo al Altísimo un rayo de su luz divina, por la que alcanzará los secretos de la ciencia, profundizando más que los mejores filósofos. Entonces su vida de estudio será una contemplación continuada, por la que recibirá la corona de oro prometida a los doctores que brillan por la ciencia y por la virtud.
     "Porque yo —dice el Santo— distingo cuatro coronas: de plomo, de hierro, de plata y de oro. La de plomo está integrada por los escritos de los poetas, porque son negros como el plomo. De ordinario conviene dejar esta corona de plomo, aunque podéis serviros de ella en alguna ocasión, como lo hizo San Pablo. La corona de hierro la constituye la filosofía, porque así como el hierro es fuerte, así la filosofía presenta fuertes razones y argumentos. Por consiguiente, aunque podamos utilizarla en algún paso como auxiliar de la teología, no vale para probar la fe, ya que en ese caso nos llevaría al error y a la condenación. Dice San Pablo: «Mirad que nadie os engañe con filosofías falaces y vanas» (Col. II, 8). La corona de plata es la retórica, asi como la plata tiene buen sonido, del mismo modo la retorica hace la palabra grata al oído. Y la corona de oro es la teología, esto es, la Biblia y los escritos de los doctores aprobados por la Iglesia" (Sermo in festo sancti Joannis Evangelistae, III, p. 69, n. 13).
Este es el estudio integral del predicador. Estudio ordenado a la contemplación de Dios, por el que merecerá la corona de oro.

No hay comentarios: