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jueves, 10 de enero de 2013

EL ANTICONCEPCIONISMO (2)

Inmoralidad del anticoncepcionismo.

     No siempre es fácil, en especial para inteligencias no habituadas a razonar, persuadirse acerca de la inmoralidad de algunos actos. Afortunadamente, el cristiano no depende sólo de la razón para proveerse de un exacto y completo código moral. La Sagrada Escritura y la doctrina de la Iglesia de Cristo son asimismo fuentes auténticas de ideales morales. Al médico o enfermera no les será difícil convencerse de la inmoralidad de la anticoncepción, pero deberían corroborar después sus conclusiones racionales con el estudio de la doctrina de la Revelación.
     Mediante las ciencias psicológicas y sociológicas, y al través de la experiencia personal, han llegado a hacerse cargo de que el hombre es por naturaleza un ser, a la vez individual y social. Por ello, es rigurosamente lógico que ciertas facultades y tendencias naturales del hombre tengan por fin la conservación y el desarrollo del individuo, mientras que otras son de un carácter primariamente social.
     La mayor parte de los órganos del hombre, tales como el corazón y los pulmones, existen, sin duda, por un fin puramente individual, a saber, la conservación del hombre mismo. Otros órganos existen primariamente por un fin social; así, los que integran la facultad de hablar le han sido otorgados para poder comunicar sus pensamientos a sus semejantes.
     Ya el estudiante de primer curso de Biología debería ser capaz de comprender que las facultades reproductoras del hombre y de la mujer tienen un fin primariamente social, a saber, la propagación y conservación de la humanidad. El Creador ha conformado de tal manera la naturaleza del hombre y de la mujer, que el uno es complemento para el otro. Las valiosas dotes físicas y psíquicas de cada uno de los sexos tienen un verdadero sentido sólo cuando se las mira en relación con las del otro sexo. Por estas razones, ambos sexos, según el plan divino, experimentan una atracción mutua, y el uso de sus facultades generadoras asegura la propagación de la especie.
     Hay que tener en cuenta que las facultades reproductoras existen ante todo por una finalidad social, trascendiendo la esfera de lo individual, es decir, por la conservación de la especie. El espíritu de nuestro tiempo se dirige por entero a invertir los fines del matrimonio. En vez del matrimonio establecido por el Creador para la conservación de la especie, el espíritu moderno sostiene que su fin primariamente es individual. Su finalidad es proporcionar al hombre y a la mujer una fuente de varios placeres, y, según este espíritu, los hijos deben desearse sólo cuando su presencia promueve la felicidad de los esposos. Tales personas parecen creer que Dios nos ha colocado en esta vida simplemente para divertirnos, y que ha adaptado nuestra naturaleza, de tal manera, que nos haga más fácil la consecución de este objetivo.
     El médico y enfermera cristianos deben hacerse a la idea de que en el matrimonio los esposos deben representa papeles de importancia vital en el plan divino. Deben comprender que el fin primario de la vida no es la felicidad sensual, y que es un honor grande para los esposos asociarse con Dios para la producción de un ser humano.
   Una sucinta consideración sobre la facultad del lenguaje esclarecerá un segundo punto muy útil para la comprensión cabal de lo expuesto.
     La facultad del lenguaje le ha sido dada al hombre por el Creador para que pueda manifestar sus pensamientos a los demás. Cuando el hombre usa de este don del lenguaje según ese fin, entonces se conforma con la naturaleza. Lo usa de la manera y según el plan concebido por Dios al concedérselo.
     Por el contrario, cuando el hombre dice deliberadamente una mentira, abusa de la facultad del lenguaje. En vez de usarlo para manifestar sus verdaderos pensamientos, invierte su finalidad y hace uso de él para manifestar precisamente lo opuesto a aquello que piensa. En una palabra, usa del lenguaje no de una manera natural, sino antinatural. Así, pues, la mentira es un abuso de la facultad de hablar, una deliberada perversión de esta gran dádiva. Por esto consideramos la mentira como inmoral, contraria a la naturaleza del hombre y opuesta a la voluntad manifiesta del Creador.
     Las reflexiones hechas acerca del abuso de la facultad del lenguaje deben ayudarnos a aclarar la inmoralidad de la anticoncepción. Pues así como el Creador ha dotado al hombre de la facultad del lenguaje, así también el mismo Creador le ha otorgado el poder de reproducirse. Y así como la razón de la facultad del lenguaje es manifiesta, del mismo modo lo es la finalidad por la cual le ha otorgado los órganos de la reproducción. Y así como el don del lenguaje le ha sido dado al hombre con la finalidad social de comunicar sus pensamientos a los demás, así también el poder de reproducirse le ha sido concedido para el fin social de la propagación de la raza humana. En una palabra, el uso del lenguaje es inmoral cuando se opone al fin para el cual tal propiedad ha sido concedida a la naturaleza. Igualmente, todo uso de las facultades generadoras es inmoral cuando es de tal naturaleza que dificulta el verdadero fin para el cual Dios ha creado tales facultades.
     En un acto anticonceptivo, el hombre, por decirlo así, se enfrenta con Dios y le dice: «Quizá Tú has formado nuestra naturaleza de manera que el uso de las facultades generativas en este momento debiera producir un nuevo ser humano; pero nosotros decimos que «no será asi». Nosotros tomamos las medidas necesarias para que el ejercicio de esa facultad no produzca ahora el efecto que Tú, mediante las leyes que has dado a la naturaleza, hubieras producido.»
     El Creador ha vinculado un placer particular al uso de las facultades de la reproducción, para con ello inducir a los esposos al ejercicio del acto matrimonial. Con este aliciente, natural a dicho acto, ha pretendido asegurar la conservación de la especie. Lo que importa tener muy en cuenta es que este placer está subordinado al fin primario de las facultades generativas. La razón básica de la presencia del placer en el acto matrimonial es de un carácter social, a saber, la persistencia de un incentivo que induzca a los esposos al acto que propagará la especie.
     Una analogía nos servirá para aclarar este último punto. El hambre y la sed son estimulos naturales, que inclinan al hombre a tomar con cierta regularidad la comida y bebida suficientes para conservar la salud. El hambre y la sed son tendencias naturales que tienen un objetivo puramente individual: la conservación de la salud del hombre. El placer natural que acompaña a la comida y bebida debe estar siempre subordinado al fin que es la razón de esa tendencia. De aquí es que, si la inclinación a comer y beber es considerada fin en sí misma, hasta el punto de que la finalidad, por la que existe esa inclinación, no se consigue ya, hay una perversión del orden natural que es a la vez moralmente errónea y ruinosa para el organismo físico.
     Resumiendo: podemos comer y beber y complacernos en estos actos siempre que no se coma ni se beba hasta causar detrimento a la salud, ya que su conservación es el motivo fundamental del estímulo a comer y beber.
     De igual manera, los esposos pueden complacerse en el acto matrimonial, pero no pueden considerar ese placer como un fin último; es decir, no pueden buscar ese placer de tal manera que se atente contra la finalidad misma por la cual existe: la propagación de la especie.
     En la anticoncepción se invierte el orden natural y se obra contrariamente a la voluntad del Creador. El placer ya no es un medio para conseguir un fin más alto, según lo dispuesto por Dios, sino que se convierte él mismo en fin último. Es desatendida su finalidad social, que el hombre transforma en individual. Busca el placer, no sólo como un fin de sí mismo, sino que, además, toma actualmente las medidas necesarias con toda deliberación para frustrar aquello que constituye el verdadero motivo de la existencia del placer, o sea la propagación de la especie.


Pildoras anticonceptivas.

     En el año 1952, una nueva forma de inmoralidad llamó la atención en los Estados Unidos. El doctor Benjamín Sieve, de la ciudad de Boston, inventó unas pildoras que, según se dice, impiden la concepción, haciendo al hombre y a la mujer temporalmente estériles. En la actualidad, es imposible valorar los efectos físicos de dicha pildora, compuesta de hesperidin fosforilizado.
     Según referencias de la Academia de Ciencias de Nueva York acerca del «nuevo control químico de la natalidad" (preceptin gel), se precisa que dicha sustancia produce sus efectos en un 98,2 por 100, haciendo estéril a la mujer durante un mes, aproximadamente.
   No se debe pensar que este nuevo medio de impedir la concepción es menos inmoral porque, de suyo, no va en contra del acto conyugal en sí mismo. Su inmoralidad consiste en impedir que el acto conyugal pueda alcanzar su efecto natural, que es la concepción de un nuevo ser; no importa el modo de tomar dichas pildoras.
     Como escribe el Padre Francisco Connell: "Todo medio positivo empleado con el fin de hacer a una persona estéril para frustrar el efecto primario del acto conyugal, está "prohibido por la ley de Dios.» Y esto es cierto, ya se trate de una operación o medicina esterilizante, usadas antes del coito, o de medios que tienden a hacer desaparecer el semen de su lugar natural después del acto conyugal; no importa tampoco si sus efectos son la esterilidad temporal o permanente» (Am. Ecc. Rev., jan. 1952, p. 64). Y también "es una frustración completa del plan de Dios en la concepción de un nuevo ser... El acto del coito entre el marido y su mujer es la ocasión de la que se vale Dios para cooperar con sus criaturas en la labor sublime de la creación de un nuevo ser destinado a la felicidad inmortal. De ahi que destruir el plan de Dios en una materia tan importante, sea mortalmente pecaminoso, aunque tenga lugar una sola vez".
     Y no se altera la malicia del acto simplemente porque la esterilidad producida es temporal. Como el Santo Padre afirmó en su alocución del 29 de octubre de 1951 dirigida a la Unión Católica Italiana de Mujeres, la Iglesia ha condenado ya la esterilización directa del hombre o de la mujer, sea ésta temporal o permanente:
     «La Santa Sede vió ya la necesidad de hablar claramente sobre esta materia cuando, hace diez años, la esterilización comenzó a ser practicada en grande escala. Entonces, Nos declaramos públicamente que la esterilización directa, temporal o permanente, era ilícita, trátese del hombre o de la mujer. Así lo prescribe la ley natural, que, como vosotros bien sabéis, no puede ser dispensada por la Iglesia.» (Decreto del Santo Oficio, fe., 22, 1940) «Debe ponerse un empeño sumo para hacer frenle a estas tendencias antinaturales y rehusar toda cooperación a las mismas.»
     La doctrina expuesta debiera dejar bien sentado que todo acto anticonceptivo es un abuso gravísimo de un gran don. Es el uso antinatural de una facultad que Dios ha otorgado al hombre para un un fin bien determinado. Es una perversión de esta gran facultad social, en el sentido de que el placer individual se erige en fin último y exclusivo. Pero aún hay algo peor, y es que el placer se consigue de una manera que malogra el verdadero fin que Dios se propuso al crear el placer y las facultades generativas de las cuales se origina. Ninguna perversión de una facultad dada por Dios es más claramente opuesta a la voluntad del Creador del hombre.
     El médico y enfermera católicos no necesitan apelar a la razón para conocer la inmoralidad del anticoncepcionismo. La revelación y la doctrina de la Iglesia son para ellos dos fuentes infalibles de verdad moral.
     En el Antiguo Testamento puede leerse el terrible castigo impuesto por Dios a Onán a causa de su pecado. La Sagrada Escritura, refiriendo este abuso del acto sexual, dice: «Él derramó su semen en el campo, y... por eso el Señor le mató, porque había hecho una cosa abominable» (Gen., XXXVIII).     En el Nuevo Testamento, San Pablo condena severamente a aquellos que son reos del uso antinatural de las facultades generativas. Asi, en el primer capítulo de su Epístola a los Romanos, nos dice que aquellos que «han deshonrado» sus cuerpos, han trastrocado el uso natural de las facultades que Dios les había concedido por el uso que es contrario a la naturaleza.
    La enseñanza tradicional de la Iglesia de Cristo ha sido igualmente enfática en todos los tiempos. Pío XI, en su Encíclica sobre el matrimonio cristiano, afirma: «Cualquier uso del matrimonio, llevado a cabo de tal manera que el acto quede deliberadamente frustrado en su virtud de engendrar la vida, es una ofensa contra la ley de Dios y de la naturaleza, y los que lo cometen se mancillan con el delito de pecado grave.» Esta grave ofensa moral es por extremo degradante para ambos esposos. Quedan privados de su verdadera dignidad y rebajados a ser instrumentos de una mera satisfacción sensual. Las personas que son puras y sinceras sienten una repugnancia natural hacia esa acción. La degradación es experimentada especialmente por la mujer de pensamientos nobles y de altos ideales morales; su más profundo sentido moral se rebela contra el papel que está llamada a representar en el abuso del matrimonio.
     Es una verdad indiscutible que la práctica anticoncepcionista, entre otras cosas, ha arruinado innumerables sistemas nerviosos y producido la esterilidad. Las peores consecuencias le caen en suerte a la mujer. Un ilustre ginecólogo ha dicho sabiamente: «Las mujeres sufren menos enfermedades a causa de los hijos que dan a luz, que de los que han sido suprimidos.» Las lamentables condiciones físicas creadas por la práctica anticoncepcionista, son bien conocidas por los experimentados en este campo de acción de la Medicina. Tales hechos no deberían sorprender a nadie. La naturaleza es una madre inexorable, y aquellos que vician sus leyes sufren de ordinario las consecuencias de la transgresión en esta misma vida.
     Sin embargo, el autor de estas páginas prefiere omitir de intento toda mención detallada de los innumerables males físicos que acompañan al uso de anticonceptivos. La insistencia sobre los males físicos podría contribuir a la formación de ideas falsas tocante a este punto. La anticoncepción es gravemente inmoral, por las razones que hemos expuesto, y continuaría siéndolo aun cuando su práctica no supusiera el daño físico más insignificante. Insistir en demasía sobre los males físicos que acarrea su uso, podría inducir a pensar que, si la práctica anticoncepcionista pudiera efectuarse sin perjuicio físico alguno, cabria mudanza en el carácter inmoral de la anticoncepción. Nada más lejos de la verdad. La habilidad para practicar la anticoncepción sin perjuicio físico, no tiene más influjo sobre su carácter inmoral que el que tendría sobre la inmoralidad de la mentira nuestra habilidad para poderla decir sin contraer, por ejemplo, un mal de garganta.


Tests de esterilidad.

   Puesto que la inmoralidad de la anticoncepción fundamentalmente consiste en el abuso de las facultades generativas, es conveniente, llegados a este punto, considerar la moralidad de diversos tests de esterilidad, algunos de los cuales quebrantan este mismo principio moral.
       Recientes investigaciones médicas han revelado que un 10% de los matrimonios es incapaz de tener hijos. En sí mismo, este hecho es más bien sorprendente. Pero, cuando recordamos que la infecundidad en el matrimonio se atribuye de ordinario a una deficiencia por parte de la mujer, es aún más revelador saber que más de una tercera parte de los matrimonios estériles lo es a causa del marido (Jour. oí Am. Med. Assoc., jan, 14, 1956, pp. 91-104).
     La esterilidad en la mujer presenta un problema científico que pone a prueba la ciencia y pericia del especialista. En la vagina puede ser debida a hiperacidez de las secreciones, infecciones de hongos y vaginitis; en el útero, a endocervicitis, tapón de mucus reforzado, lnfantilismo, mala posición, atrepsia o tumores; en las trompas de Falopio, a oclusiones, torsiones, estrecheces y tumores. Así, pues, ningún problema especial representa el estudio de la esterilidad en la mujer.
     En el hombre, la esterilidad encierra problemas a la vez científicos y morales. Además de los factores psíquicos, en la esterilidad masculina pueden influir las siguientes causas físicas: deficiencias testiculares en su estructura, colocación y función; irregularidades anatómicas del pene; disfunciones endocrinas; secuelas de males o contagios sociales; paperas bilaterales, tuberculosis; enfermedades venéreas, estados tóxicos crónicos, debilidad general, demencia y lesiones de los órganos de la generación.
     Las causas citadas de la esterilidad en el hombre afectan a la formación, cantidad y calidad del semen. Las investigaciones sobre tal esterilidad comprenden actualmente la génesis, morfología, fisiología y química del espermatozoide. Es harto evidente que el primer requisito para poder efectuar tales estudios del semen, es el semen del marido. Y aquí radica todo el problema moral.


Bástenos una breve reseña acerca de la moralidad de los métodos que se ponen en práctica en las investigaciones de la esterilidad por parte del hombre:
     a) La masturbación es el medio común empleado para obtener muestras de semen. Este acto es intrínsecamente malo; nunca se puede recurrir a él como a medio para la obtención de muestras de semen.


     b) Todas las formas de onanismo, sea instrumental (condón) o no instrumental (por retracción), son inmorales, y nunca pueden ser utilizadas como métodos para la obtención del semen.

     c) Es probablemente licito extraer algo de semen de la vagina o del canal cervical, pasadas de una a tres horas desde la cópula normal y natural. 

    d) La obtención del semen de los testículos o del epidídimo mediante aspiración, o de las vesículas por masaje rectal, es probablemente licita.

     e) Un autor ha afirmado que el uso del condón perforado para obtener la muestra de semen, parece moralmente lícito, siempre que se permita la salida de suficiente semen para que pueda efectuarse la fecundación (J. J. Clifford, S. J., «Sterility tests an their morality", American Ecclesiastical Review, pp. 358-367, nov. 1942). Otros objetan que tal método implica la intención directa de depositar parte del semen en un lugar no destinado por la naturaleza (F. J. Connell, C. Ss. R., «Te Catholic Doctor», American Eccles. Review, p. 446, dec. 1944).
     Hagamos un comentario sobre esta materia. Personalmente, creo que esta acción es objetivamente inmoral; en primer lugar, por la razón indicada por el Padre Connell, es decir, porque existe la intención directa de depositar y de retener el semen en un lugar no natural; segundo, hay una intención directa de restringir la cantidad de semen que ha de pasar a la vagina, sabiendo que esta restricción cierta o probablemente ha de frustrar el acto en la consecución del fin natural: la procreación. (Por razones que expondremos, es prácticamente cierto que el acto ha de ser incapaz de la procreación si el volumen de semen depositado no llega a dos centímetros cúbicos y medio. Si el volumen permitido es de dos centímetros cúbicos y medio más o menos, es al menos probable que se frustre la capacidad de efectuar la concepción.)
     Como queda dicho arriba, existe diferencia de opinión acerca de la moralidad del uso del condón perforado. Por consiguiente, no hay duda que el doctor puede seguir la opinión favorable a la libertad. Sin embargo, no se olvide que, aun aquellos moralistas que lo permiten, requieren que sea depositado en la vagina el semen suficiente para que se produzca la concepción. Estoy seguro que estos autores nunca darían el visto bueno a la extensión de una praxis médica que se realiza escudándose en su autoridad. Así, por ejemplo, algunos doctores se limitan a hacer un agujero menudo en el condón, al paso que otros se contentan con unas cuantas picaduras con la punta de un alfiler. Cuando se les hace observar a estos doctores que de esta manera solamente penetran en la vagina unas pocas gotas de semen, responden que «basta un solo espermatozoide para fertilizar el óvulo, y, por otra parte, los moralistas citados dicen que la acción es lícita si se deposita en la vagina el semen suficiente para producir la concepción».
     A esto habría que responder que nos enfrentamos con el caso de un poder fisiológico que requiere, para su funcionamiento natural, un cierto volumen de semen, y al menos un mínimo de esperma para alcanzar su fin. Evidentemente, hay algunas diferencias menores entre los expertos acerca del mínimo requerido. Sustancialmente, sin embargo, están de acuerdo, y las conclusiones del doctor Edmund Farris, del Wistar Institute of Anatomy and Biology, de la Universidad de Pennsylvania, servirán para aclarar este punto. Según él,
las condiciones mínimas requeridas para la concepción parecen ser: un volumen de dos y medio centímetros cúbicos, una velocidad del espermatozoide de un vigésimo de milímetro en 0,7 a 1,2 segundos, 80 % de células ovales, 38 % de células móviles y 80 millones de espermatozoides activos en la eyaculación total.
     No queremos entrar en detalles sobre los hechos fisiológicos relativos a la esterilidad. Para lo que pretendemos aquí bastará establecer los puntos siguientes: El promedio del semen emitido en una eyaculación es de cuatro centímetros cúbicos; una variante de uno a ocho centímetros cúbicos se encuentra por lo común en el trabajo de investigación; sobre ocho o nueve centímetros es muy raro; si inferior a dos centímetros cúbicos y medio, casi siempre se tiene la esterilidad. El número de los espermatozoides activos en una eyaculación pueden alcanzar la cifra de 576 millones; cuando dicha cifra no llega a los 80 millones, existe casi siempre la infecundidad. Muchos hechos fisiológicos y químicos suponen la necesidad de un determinado volumen de semen y de un cierto número de esperma activo para que pueda verificarse la concepción; así, por ejemplo, la acidez de la vagina destruye rápidamente muchos millones de espermatozoides activos.
     Si podemos usar una analogía para esclarecer este punto, podemos decir que cuando fuerzas militares atacan un campo enemigo fuertemente atrincherado, miles de soldados tienen que sacrificar sus vidas a fin de que los que siguen puedan enfrentarse con las dificultades y hacerse dueños de la situación.
     Todo aquel que afirme que unas pocas gotas de semen son suficientes para que se efectúe la concepción, necesita repasar un poco la Fisiología y la Moral. Esta afirmación es verdadera ciertamente en teoría, pero fantásticamente falsa en la realidad. El hecho es que, según los mejores conocimientos científicos, esta facultad fisiológica queda impedida artificialmente en la consecución de su fin natural, la procreación, siempre que el volumen de semen depositado en la vagina no equivale a los dos centímetros cúbicos y medio. Puede emplearse el lenguaje más eufemistico que se quiera para describir el procedimiento; pero, cuando e1 medio artificial ha de impedir de hecho la consecución de su fin natural por parte de la facultad generativa, nos enfrentamos con un acto autenticamente inmoral.
     Simpatizamos con las buenas intenciones de los médicos cuando pretenden superar la esterilidad en el matrimonio, pero de ninguna manera podemos aprobar el recurso a medios inmorales. Los médicos que han hecho uso de la técnica descrita, afirmarán quizá que, obrando en conformidad con lo expuesto, se hace inútil el test de esterilidad; seria imposible toda estimación sobre el volumen de semen o el número total de esperma activo. Parece, sin embargo, que una muestra relativamente pequeña de semen sería suficiente para suministrar información sobre la cantidad de esperma activo en un determinado volumen, el porcentaje de esperma activo sobre el inactivo, la morfología del esperma, el grado de movilidad del esperma, el porcentaje del esperma activo dentro de las veinticuatro horas. Todos estos puntos son interesantes en el estudio del problema de la infecundidad. Completando todo lo referente al problema, diremos que muchos doctores no dan mucho valor a la técnica descrita, independientemente de cómo sea usado el condón; muchos creen que la misma materia del condón es en algún grado espermaticida. Además, si la esterilidad del matrimonio tiene su origen en el marido, la mayor parte de los médicos reconocerán que, de ordinario, poco o nada puede hacer la Medicina para resolver la situación.


     f) Parece moralmente lícito introducir una copa vaginal después de la cópula matrimonial para recobrar el semen que no se ha introducido naturalmente en el canal cervical, es decir, el exceso de semen que quedaría simplemente inutilizado dentro de la vagina.

   g) Parece moralmente lícito usar un condón perforado para corregir hipospadias, que son a veces la causa de la esterilidad.

     h) Un último método para investigación del semen es presentado por el doctor Joseph B. Doyle, director de la clínica de esterilidad en el Hospital de Santa Isabel, en Boston. Una exposición de este método puede verse en un articulo titulado «The Cervical Spoon: an Aid to Spermigration and Semen Sampling», en el Bulletin of the New England Medical Center, X, 1948, pp. 225-231.
     El doctor Doyle usa una cucharilla cóncava y transparente, que introduce en la vagina antes de la cópula, de tal manera, que la cucharilla quede directamente debajo del canal cervical. La finalidad de este procedimiento es preservar el semen del ácido de la vagina y predisponer las mejores condiciones posibles para que pueda penetrar a través de la boca cervical el mayor número posible de espermatozoides. Este procedimiento se lleva a cabo en el día en que, según nuestras más exactas experiencias científicas, se daría como más probable la ovulación. Las relaciones matrimoniales tienen lugar en casa, habiendo el marido introducido previamente la cucharilla según las instrucciones del doctor. Una hora aproximadamente después de la cópula se retira la cucharilla. La mayor parte del semen que no ha entrado en el canal cervical ha sido recogido por la cucharilla y protegido contra los ácidos de la vagina. Se coloca en un frasco y se lleva al médico para su examen. Por último, si todavía existe un sensible número de espermatozoides activos, se les repone en la vagina.
     Este método de ayudar a la naturaleza a efectuar la concepción, asegurando el material para el análisis del semen, es a la vez práctico y moral. Nótese bien que la cucharilla no debe retirarse demasiado pronto. Si se deja en su lugar al menos una media hora, y mejor una hora después de la cópula, el procedimiento es moralmente lícito. 


     i) Siendo la masturbación la técnica comúnmente seguida para obtener muestras de semen, ha dado origen a nuevos problemas morales, que afectan a aquellos que se ocupan de los tests de esterilidad. Así, por ejemplo, ¿puede un médico examinar una muestra de semen sin preguntar antes su procedencia y modo como ha sido obtenido? fin el Australasian Catholic Record, abril 1951, monseñor Madden contesta afirmativamente, con tal que la acción del médico «no sea considerada como equivalente a una aprobación de lo que haya podido ser pecaminoso en la obtención de dicho semen». Asimismo, el Padre Donovan da una respuesta afirmativa tratándose de un técnico de laboratorio que es llamado para confeccionar tales tests de semen; y añade que, aun cuando el técnico sepa que la muestra de semen ha sido obtenida inmoralmente, su acción no es más que una cooperación material, licita, por tanto, existiendo una razón suficientemente grave. (Téngase esto en cuenta para el capítulo sobre Asistencia a operaciones inmorales.) El Padre Donovan supone evidentemente la misma salvedad de monseñor Madden ya citada.

Problemas de cooperación.

     La inmoralidad de la anticoncepción presenta a la enfermera numerosas y graves dificultades morales. Surgen principalmente a causa de las peticiones que se le hacen en orden a la ayuda, que de uno o de otro modo tienen que prestar en la propagación del anticoncepcionismo.
     Un estudio completo de los principios que regulan la «asistencia a operaciones inmorales», ha de ser de gran utilidad para la enfermera en la solución de los problemas morales creados por tales demandas.

     Las siguientes conclusiones éticas serán de un valor práctico: no debe proporcionarse instrucción alguna sobre métodos anticonceptivos, de cualquier género que sean, a persona alguna, no importa a qué religión pertenezca; toda la humanidad está obligada a cumplir la ley natural y la ley divina; la instrucción sobre el uso de anticonceptivos es por lo mismo, una iniciación sobre el modo de cometer un acto inmoral: tal instrucción sería una cooperación formal al pecado ajeno.
     Ninguna razón, por especiosa que sea, puede justificar la participación formal en el acto pecaminoso de otras personas.
     No os licito informar ni incitar a otra persona, cualquiera que sea su religión, tocante al uso de anticonceptivos. Tales informes constituirían evidentemente una intención deliberada de persuadir a otro al pecado. Esa persuasión es una cooperación formal al pecado del prójimo, lo cual nunca puede ser justificado.
     No es licito vender o distribuir libros, folletos o literatura de cualquier género, que enseñen o fomenten la anticoncepción. Esa propaganda constituye una cooperación formal, y por ese concepto es siempre pecado grave.
     Médicos y enfermeras se enfrentan con un problema moral peculiar, cuando son requeridos para administrar una ducha espermaticida. En tales casos se han de observar como norma segura los siguientes principios:
     1) Es gravemente pecaminoso usar la ducha con el fin de matar o frustrar el semen, ya que en este caso se impide el fin de la naturaleza. (No consideramos aquí el caso del estupro: normas concretas para este caso tipico se indicarán en el capítulo sobre el Aborto directo.)
    2) Si el fin de la ducha es la limpieza, la salud u otra causa razonable, ninguna objeción se puede admitir en contra de su uso, si han transcurrido ya tres o cuatro horas después de efectuada la cópula, pues durante este tiempo la operación de la naturaleza habrá conseguido normalmente sus efectos.
     3) En casos graves y extraordinarios, cuando lo requiere la salud, el uso de la ducha puede ser tolerado transcurrida una hora después del acto matrimonial.


     Los médicos y enfermeras no pueden cooperar al establecimiento de una clínica montada con el fin exclusivo de informar o instruir acerca de los medios anticonceptivos. Ni siquiera pueden aceptar un puesto en una clínica de este género. Esto constituiría una cooperación formal al trabajo pecaminoso que se ejecutará en la clínica, sería gravemente ilícito y, por tanto, nunca podría ser justificado.
    Cuando se piden a un médico o enfermera informes o instrucciones acerca de la anticoncepción, la petición debe ser desoída. Quizá se juzgue prudente que el que pregunta está en disposición de recibir algunas instrucciones morales; se ofrece entonces una oportunidad magnífica para hacer ver la verdadera naturaleza y fines del matrimonio. Si las circunstancias indicasen claramente la necesidad de la limitación de los hijos, deberán aconsejar al paciente que consulte este asunto con su director espiritual, el cual puede sugerirle la continencia periódica. Si esa persona rehusare consultar con un sacerdote, la enfermera debe alentarla a solucionar el problema acudiendo a un médico católico.
     Médicos y enfermeras pueden colocarse en hospitales o clínicas maternidad corrientes, aun cuando allí se dé por otros doctores o enfermeras instrucción sobre anticoncepcionismo.
     El personal empleado en esas instituciones debe tener en cuenta dos cosas: primera, no deben ser ellos quienes den tales informes o instrucciones; segunda, debe evitarse el peligro de escándalo.
    Las medidas necesarias que se verán obligados a tomar para evitar el escándalo, vendrán determinadas por la circunstancias de cada caso en particular.
     Los médicos y enfermeras católicos pueden figurar en el comité del hospital, si puede hacerse sin escándalo, aun cuando tales comisiones favorezcan por mayoría de votos la facultad de dar informes e instrucciones sobre la anticoncepción. Es de esperar que la oposición activa a la anticoncepción por parte de estos médicos y enfermeras católicos, limite y hasta suprima esos programas inmorales.
     Las enfermeras católicas y los estudiantes de Medicina pueden asistir a las clases y conferencias en que se expongan los métodos anticonceptivos, siempre que haya una razón suficiente para ello. Esta asistencia no resulta de ordinario escandalosa. Deben, sin embargo, poseer un conocimiento exacto de la inmoralidad de la anticoncepción y una clara comprensión de la respuesta que ha de darse a tan sutiles y especiosos argumentos. Asistir a estas clases o conferencias sin los conocimiento indicados, equivaldría a exponerse a una ocasión de pecado.
     El doctor y enfermera católicos no deben olvidar nunca que se han hecho cargo de obligaciones morales muy peculiares. Por otra parte, ellos han sido bendecidos con el don de la fe y militan en la sociedad ce la Iglesia de Cristo. En materias morales, la Iglesia, su madre, dotada de infalibilidad, está siempre a su lado para aconsejarles y enseñarles.
     Ellos se ven obligados a vivir y a trabajar dentro de un mundo que no es o puede no ser cristiano. Los ideales del movimiento anticoncepcionista son, ante todo, materialista y paganos, y su atención se concentra solamente sobre los aspectos materiales y físicos de la vida.
     El católico posee una perspectiva más profunda y cabal de la vida. La primacía de lo espiritual sobre lo material es algo básico en su escala de valores. La bondad o malicia intrínseca de un acto es de vital importancia para él. Y sabe que, cuando un acto es inmoral por su misma naturaleza, la anticoncepción, por ejemplo, no hay razón alguna que pueda legitimar su ejecución. Comprende, por demás, que es una necedad suma cometer un mal moral para procurar simplemente un bien físico y temporal.
     Hay pocas actividades en las que médicos y enfermeras puedan hacer mayor bien espiritual que cuando se trata de combatir el mal moderno del anticoncepcionismo. Prestando una verdadera atención a que cada niño dado a luz pueda ser un futuro ciudadano del cielo, y manteniendo una inquebrantable fe en la Providencia de Dios, serán capaces de hacer un bien incalculable. Es de esperar que no dejarán de aprovecharse de esta oportunidad tan propicia.
Charles J. McFadden (Agustino)
ETICA Y MEDICINA 

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