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miércoles, 2 de enero de 2013

"ME LLAMAN, DEBO IR"

     ¿Nunca ha oído hablar de Justino de Bretennieres?
     Es un misionero martirizado en Corea.
     De su infancia se narra este hecho:
     En una encantadora mañana de primavera, Justino, niño de seis años, jugaba en el jardín con su hermanito Crispín, de cuatro años.
     Probaban gran placer en excavar la tierra con un bastón y de tanto en tanto prorrumpían en risas y gritos argentinos, que hacían que la niñera se emocionara fuertemente.
     De repente Justino interrumpió con serenidad:
     — ¡Atención, Crispín!
   E, inclinándose sobre el agujero que había hecho, jaló al hermanito para que también él viese.
     —¿Ves?
     —    No, no veo nada.
     —    Acércate más y observa bien. . . allá, al fondo.
     Pero yo no veo nada, dijo el pequeño.
     —¿No ves nada? Y sin embargo, yo veo una gran multitud de chinos. ¡Oh, cuántos!
     Y casi exaltándose:
     — ¡Vamos. Crispín! !Ayúdame! Escarbemos más profundamente y llegaremos hasta ellos.
     Pero el hermanito no quiso ayudarle porque no veía nada.
    Justino, como empujado por una fuerza sobrehumana se puso con ardor a ensanchar y ahondar el hoyo, mientras explicaba al hermano quienes son los chinos, su manera de vestirse...
     Cuando el agujero le pareció suficientemente grande, se inclinó sobre él y, después de un instante de silencio, exclamó: 'Ahora los escucho".
     Crispín, asombrado, y sin saber si creer o no, llamó a la mamá, la cual, a su vez, no vio ni oyó nada.
     Justino les dijo: "No podéis verlos ni oírlos, porque no os hablan a vosotros, sino a mí. Allá están, mamá, al otro lado, lejos, lejos y me llaman. Debo ir a salvarlos' .
     Aquella madre cristiana comprendió que Dios destinaba al niño para una gran misión y lo internó en un instituto religioso para que llegara a ser misionero.


     También tú, jovencita, tal vez hayas tenido momentos de gran atractivo tocante a tu vocación, y sueñas con poderla realizar.
     Es el eco longincuo de la voz de Dios. Escúchala. Pero no precipites las cosas. Imita a la madre de Justino: prepárate para tu futura misión.
     Te diré cómo:
     ¿Deseas unirte a la falange de almas escogidas que se inmolan a Dios en el claustro? Prepárate a la renuncia, al sacrificio, a la humillación, a la muerte de ti misma. Sólo así podrás disponerte para escalar el monte de la perfección de la que se hace profesión en la vida religiosa.
     ¿Te atrae el ideal de la virginidad en el mundo? Prepárate para la maternidad espiritual.
     ¿Piensas y esperas la felicidad de un futuro hogar? Aprende la "ciencia domésitca' que hará de ti la señora y reina da la casa.
  La maternidad es una misión altísima, que requiere una preparación adecuada no sólo en el campo espiritual, sino también en el sector doméstico.
     ¡Cuántas cosas se requieren en la familia! Pequeñas, si quieres, pero casi continuas, indispensables. Desde la limpieza de la casa hasta la preparación de una bebida para la llegada imprevista de una visita. Desde el lavado de la loza hasta el esmaltado de un mueble. Desde la hechura de una prenda sencilla hasta la elegante confección de un vestido de fiesta. Desde el pronto socorro prestado en caso de emergencia hasta el recibimiento cortes de las amistades o de extraños.
     Este complejo de actividad requiere una larga preparación. Se trata de prácticas menúdas que no se aprenden en los libros como tampoco en la escuela. Es necesaria la observación de las buenas vecinas y la asistencia de una madre buena y prudente.
     Es verdad que no se pretenden cursos de arte domestica o de puericultura, pero sí es indispensable un conjunto de nociones precisas sobre cosas útiles y necesarias.
     Y hay cosas aún más serias.
     La madre debe poseer el instinto de lo bello: debe saber dirigir, aconsejar, hacer siempre más simpática y atractiva la propia casa.
     A ella le corresponde insinuarse en el corazón del esposo y de los hijos para forzarlos dulcemente a preferir el propio nido a las diversiones externas.
     Además, pueden surgir dificultades o necesidades particulares.
     ¿Sobreviene un desconcierto en la vida familiar? La madre debe saber tomar a su cargo valerosamente la tarea de hacer bella y atrayente la casa, aun con poco, para ocultar el malestar.
     ¿Surgen dificultades particulares?
     Debe saber imponerse aquellas economías que pueden escapar al ojo del hombre.
    ¿Es necesario sacrificarse por el esposo, por los hijos, por la casa?
     Debe saber hacerlo sin que nadie note el peso de sus renuncias.
     Es verdaderamente lamentable, que tantas jóvenes aficionadas a la pintura, a la música, excelentes bordadoras, expertas empleadas, lleguen al matrimonio y a la maternidad, incapaces de preparar la más elemental receta de cocina, de cortar un trajecito al niño o arreglar un pequeño asunto familiar.
 

 

     Pero —dirás— si al matrimonio se debe hacer preceder una larga preparación en la familia, se hace imposible el estudio regular, el empleo o la profesión.
     El estudio es una necesidad del espíritu humano, una necesidad de la vida. El oficio y la profesión son a veces indispensables, por consiguiente no se pueden siempre descuidar. Pero ellos deben contribuir o por lo menos no impedir la preparación a la vida. 
     Circunstancias o necesidades particulares podrán llevarte lejos de la casa paterna y en ambientes diversos. Si es por razones de estudio podrás aprender en ellos la teoría para unirla a su tiempo con la práctica. La escuela y la casa se completan recíprocamente.
     Si condiciones especiales te llevan al ejercicio de un oficio o de una profesión, escoge, en cuanto dependa de ti lo que mejor te sirva para prepararte a la vida y, sobre todo, lo que no te presente ocasión de mal.
     Aconséjate con tus padres y con el confesor, para que tu inexperiencia no te lleve a errores irreparables.
     Sólo así podrás mirar con ojo seguro y sereno a la grande dignidad y a las graves responsabilidades que te esperan.

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