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jueves, 28 de febrero de 2013

Mari Carmen.

     Este capítulo es una hermosa página de la vida real, en múltiples casos repetida, en la que únicamente se han modificado los detalles necesarios para mantener en el anónimo a los protagonistas.
     Hace ya algunos años, con motivo de una visita a cierta población, se me presentó por primera vez Mari Carmen a consultarme su vocación.
     Tenía algo más de veinte años, pertenecía a una familia de clase media que se debatía entre estrecheces económicas, y estaba colocada en una oficina, donde ganaba un sueldo nada despreciable.
     He aquí cómo me planteó el problema: «Padre: hace mucho tiempo que viene preocupándome el porvenir, y creo que, dado los años que tengo, ha llegado el momento de decidir mi vida. ¿Por dónde quiere Dios que yo vaya?
     No me parece que me llama por el camino del matrimonio, hacia el cual no siento atractivo alguno. A veces me inclino a creer que Dios me quiere religiosa. El convento me encanta.
     Las monjitas, tan abnegadas, siempre sacrificándose por los demás, me entusiasman; pero, sobre todo, me obsesiona la idea de una reja, y detrás de ella, una virgen de Cristo arrodillada en constante oración y penitencia para expiar los pecados de los demás.
     Porque mi tragedia es horrible. Papá no practica la religión, y hasta alardea de anticlerical; mamá, contagiada por él, acaso a fuerza de condescendencia, se ha acostumbrado a una vida de tibieza nada propia de una persona cristiana. No se la ve rezar, deja la misa con facilidad, y este año..., ¡qué pena me da decirlo!, no ha cumplido con Pascua.
     Mi hermana pequeña aún conserva la influencia del colegio y frecuenta algo los sacramentos; pero la siguiente a mí ya ha perdido esta influencia, y se limita a cumplir, oyendo apresuradamente los domingos una misa de última hora, a la que, con frecuencia, llega tarde y, hasta más de un día, ha dejado tranquilamente para irse de excursión.
     Cuando me permito recordarles sus deberes religiosos, mamá me dice que no sabe a quién he salido tan ñoña, mi hermana mediana se ríe de mí, llamándome monjina, y papá se enfada.
     Este es el que más me preocupa. Es el más extraviado. Porque mamá, fuera de su tibieza, que seguramente cambiaría si papá cambiase, es muy buena. Pero papá.. , y ¡le quiero tanto! También él me quiere. Me dicen que soy su ojo derecho, y, sin embargo, no consigo nada...
     ¿Se condenará papá? Esta duda me hurga constantemente. Tengo que convertirlo; pero ¿cómo?
     Acaso yéndome monja, a fuerza de oraciones y penitencias, conseguiría su salvación.
     Pero esto es imposible. Jamás me dará permiso para meterme en un convento. Sólo pretenderlo lo consideraría como un insulto.
     Además, en casa hace falta mi sueldo. Mientras mi hermana pequeña no se coloque no puedo pensar en nada.
     ¿Qué hago? ¿Qué me aconseja usted?»

     Nuestra conversación fué larga, y en vista de sus declaraciones me pareció manifestarse clara la voluntad de Dios en aquel caso.
     —De momento, no se inquiete usted por su porvenir. Ahora su puesto está en el hogar paterno, junto a los suyos, para quienes tiene que hacer el oficio de ángel. No lo dude; su padre se convertirá: Dios no deja de escuchar jamás las súplicas y sacrificios de una hija por su padre.
     Trazamos el plan de campaña y la despedí.
     Algún tiempo después recibí carta suya:
     «Todo continúa lo mismo... Sigo sus consejos al pie de la letra. Rezo mucho y procuro ser ejemplar, siempre la primera en el sacrificio... El ya se ha dado cuenta de esto. Un día sorprendí una conversación con mi madre en la que lo reconocía... A pesar de esto, no se observa ventaja alguna. Unicamente mi hermana pequeña, que he conseguido ganarme completamente, es más piadosa, y sin decirle yo nada ha comenzado a inquietarse con el mismo problema mío...»
     Meses más tarde, otra carta llena de alegría.
     «Papá ha ido a misa. El día de mi santo me dijo que me iba a hacer un regalo. «Acompáñame a misa el domingo —le dije—, es el mejor regalo que puedes hacerme.» Se puso muy serio y me dijo que me dejara de idioteces Pero al domingo siguiente me acompañó a misa. No puede figurarse lo satisfecha que estoy. Todos me lo notaron. El también...»
     A los pocos días otra carta triste y desilusionada. La hazaña no se había vuelto a repetir.
     Después de esto pasaron dos o tres años sin que la situación mejorase. Mari Carmen no cejaba; pero ¡le era tan difícil mantener la esperanza!
     «No consigo nada —me escribía—, y hay momentos en que me siento desfallecer... ¿Me lo concederá el Señor?
     He leído la vida de..., y me ha hecho mucho bien. Yo también quisiera ofrecerme a Dios como víctima expiatoria por la conversión de mi papá. ¿Me autoriza usted?»
     Le contesté prohibiéndole constituirse en víctima. Tal oblación es algo heroico que no está al alcance de todas las almas. «Limítese —le decía— a ofrecer a Dios por su padre cuantos sacrificios, mortificaciones y sufrimientos le imponga la vida y algunas otras que estén al alcance de sus fuerzas.»
     Pero ella quería más, y, en su afán de inmolación, aparecía tan heroica, que hube de ceder.
     «He ofrecido a Dios mi vida por mi padre. ¡Qué ilusión me hace pensar que, sacrificando la vida terrena de él recibida, puedo yo darle la vida celestial!...»
     No obstante este ofrecimiento heroico, la situación no cambió, y una carta rebosante de pena me comunicaba que su madre había comulgado por Pascua, mas no su padre.
     Volví a visitar aquella población, y Mari Carmen se apresuró a verme. Estaba contenta del prestigio de que gozaba en su casa. Se contaba con ella para todo; cuanto decía, se hacía; excepto en el terreno religioso, donde, sin embargo, se observaban ciertos avances. La hermana segunda, tan despistada, había consentido que la pusieran en comunicación con un director espiritual, que, poco a poco, la iba orientando. La madre oía misa todos los domingos, aunque un poco formulariamente. Algo se había logrado. Pero su padre...
     La situación económica había mejorado gracias a que Mari Carmen, con trabajos extraordinarios, ganaba un sobresueldo elevado.
     Pero este exceso de trabajo iba agotando su salud sin que ella se diese cuenta. Le observé una tosecilla inquietante. Se lo advertí, y me contestó sonriente:
     —No me preocupa nada. Acuérdese que tengo ofrecida mi vida. Acaso enferma alcance lo que sana no consigo.
     La primera carta tras de esta entrevista me trajo dos noticias:
     Su padre le acompañaba a misa de una los domingos y después los dos daban un paseo antes de comer. Se le veía feliz. Su ilusión más querida se iba a realizar.
     La otra noticia quedaba relegada a segundo plano y consignada tan sólo de manera incidental. Por las noches, después de largas horas de tecleo sobre la máquina, un dolor agudo se le clavaba como un cuchillo en el costado.
     Se cruzaron entre nosotros varias cartas en las que yo le recomendaba prudencia en el trabajo, que debía disminuir, aun cuando ganase menos, cuidados para su salud, que indudablemente exigía reposo, sobrealimentación y moderación en las madrugadas, aunque para ello fuese necesario dejar la comunión diaria.
     Ella quitaba importancia al quebranto de su salud que, poco a poco, se agudizaba. Se negaba a trabajar menos, porque ello equivalía a complicar la situación económica de su casa; y, sobre todo, se oponía a dejar de comulgar. «Esto nunca; no podría entonces realizar el ideal de mi vida. Tengo que comulgar por papá.» Y sobre estas preocupaciones flotaba la alegría o la tristeza al ritmo de los avances o retrocesos del extraviado padre.
     Un día recibí carta de su hermana; Mari Carmen estaba enferma de mucho cuidado. La tuberculosis había hecho su aparición. Se habían dado cuenta tarde, cuando ya los dos pulmones estaban cogidos.
     Aprovechando un viaje, fui a verla. Me recibió su padre.
     —Es el ángel de la casa —me dijo entre lágrimas—. No puede usted figurarse cómo se sacrificaba por todos. Nunca había que reñirla. No tenía más que un defecto: tenía la manía de madrugar para ir a la iglesia.
     La encontré derribada en la cama, hundidos los ojos febriles, pálidos los labios, sonrosadas las mejillas con rosetones siniestros y una tosecilla impertinente hormigueando en el pecho.
     Estaba alegre, satisfecha. Sólo una ansiedad le torturaba: «Todavía no ha comulgado; pero en todo lo demás ha cambiado; no deja la misa los domingos; alguna noche reza el rosario conmigo. Cuando tengo hemorragias manda que todos recen...»
     Unos meses, y el desenlace fatal. Un golpe de tos fuerte, una hemorragia, el colapso... y la vida se apagó.
     Ahora es el padre el que me escribe: «Ha muerto Mari Carmen. Era el ángel de la casa... Le estamos diciendo unas misas y he comulgado por ella... No la olvidaré nunca..., quisiera ser como ella.»
¡Bendita sea la hija que sabe ser el ángel bueno de su padre extraviado!

Emilio Enciso Viana
LA MUCHACHA EN EL HOGAR 

TRATADO DE LA VIDA ESPIRITUAL (1)

DEL GLORIOSO PADRE SAN VICENTE FERRER
DEL ORDEN DE LOS PREDICADORES. 

 ARGUMENTO 

     Sólo pienso traer en el presente tratado documentos provechosos para el alma y reglas saludables de lo que nos enseñaron y dejaron escrito los sagrados doctores. No traeré expresamente sus dichos, ni tampoco autoridades de la divina Escritura, para confirmar lo que dijere, o para persuadirlo: porque mi intento es guardar brevedad, y mi fin se encamina al siervo de Dios, que con grande afecto quiere poner por obra el santo deseo que de servirle tiene. Por lo cual tampoco probaré con razones lo que dijere: porque sólo quiero enseñar al humilde, y no disputar con los arrogantes.
     Cualquiera, pues, que desea aprovechar a sus prójimos con persuasiones y enseñarles con palabras, debe primero poner por la obra lo que a los otros quiere persuadir de palabra. Porque, a la verdad, de otra manera su trabajo será perdido, y sus palabras y consejo de ningún efecto, si primero a él no le vieren los demás obrar lo que enseña, y aun con ventajas mayores. 

CAPITULO I  
De la pobreza verdadera y en qué consiste 

     El que de veras quisiere entregarse al servicio de Dios y emprender la vida espiritual, debe primeramente menospreciar y poner bajo sus pies todas las cosas terrenas y mundanas. De las cuales sólo se ha de servir en lo que de ellas tuviere precisa necesidad, tomando de ellas en muy poca cantidad, aun de lo que no pudiere excusar para su menester, sufriendo en eso con paciencia alguna falta, sólo por amor de la pobreza. Como lo dice un doctor: ya sé que no es alabanza ser pobre, pero esla muy grande y mucha perfección, siéndolo, amar la pobreza; y la falta y miseria que consigo trae, sufrirla con mucho contento y alegría.
     Pero es muy para llorar, que muchos blasonan de la pobreza y se glorían de ser pobres, y esto sólo en el nombre, con tal que no les falte cosa alguna de las que han menester para su regalo. Píntanse los semejantes por muy amigos de la pobreza; empero sonle compañeros de solo nombre. Porque cuanto pueden huyen de los que verdaderamente padecen necesidad y que son pobres a las veras. Gustan de serlo, pero no de padecer sed, hambre, menosprecio y abatimiento, fieles compañeros de la verdadera pobreza. No era pobre de esa manera nuestro padre Santo Domingo, y mucho menos Aquel que, siendo el más rico y poderoso, se hizo el más pobre y mendigo por nosotros. Los sagrados apóstoles esto mismo nos enseñaron con palabras y persuadieron con obras y propios ejemplos. A imitación de los cuales, no debes tú pedir cosa alguna a nadie para tu servicio, si ya a ello no te obligase la mucha necesidad. Y si alguno, de su propia voluntad movido, te quisiere dar algo, no lo recibas ni condesciendas con su gusto, aunque se atraviesen ruegos, y aunque sea so color de darlo a los pobres después de admitido, y de hacer limosna de ello a otro que más necesidad tuviere. Tampoco te mueva a recibirlo pensar que quien te lo envía se entristecerá si no lo recibes. Porque, antes bien, después de caído en la cuenta el tal, le causarás alegría muy grande, no sólo a él, pero a otra cualquier persona que tal oyere. Y con tan buen ejemplo con facilidad traerás a tus hermanos a menosprecio del mundo y los aficionarás a dar limosna y socorrer a los demás pobres y necesitados.
     La necesidad que arriba digo que puedes padecer, entiendo en la escasez de la comida y vileza del vestido y calzado, en lo cual muy de ordinario la puedes padecer.
     No llamo empero necesidad el no tener libros y carecer de ellos, so cuyo título, las más veces se encierra grande avaricia, pues ya en nuestra sagrada religión los hay muchos en la librería común, y acomodados para tus estudios.
     El que quisiere claramente echar de ver los maravillosos efectos de lo dicho, juntamente con los aprovechamientos que de ello se siguen, procure con humildad y sencillez de corazón ponerlo por obra. De otra suerte, si con soberbia e hinchazón quisiere contradecir a lo dicho y siguiendo su propia voluntad echar por otras veredas, se quedará burlado. Que, a la verdad, Cristo que es maestro de humildad, a los humildes descubre sus verdades y secretos divinos, los cuales esconde a los soberbios y entonados. 

CAPITULO II
Que trata de la virtud del silencio 

     Habiendo el siervo de Dios echado firmes fundamentos de pobreza en este edificio espiritual, siguiendo lo que nos enseñó aquel maravilloso arquitecto y maestro de semejantes edificios el Hijo de Dios, que puesto en la cumbre del monte decía: Bienaventurados los pobres de espíritu, prepárese con cuidado a refrenar la lengua, no desplegando sus labios sino en palabras de edificación. Porque hablando de cosas buenas y provechosas para el alma, pierda la mala costumbre de hablar palabras ociosas, vanas y sin provecho alguno. Y para tener más sujeta y a su mano la lengua, procure, cuanto en sí fuere, de no hablar sino interrogado, que es precisamente a lo que la crianza y pulida humana le obliga. Esto entiendo cuando fuere interrogado de cosa necesaria y provechosa, porque cuando no, a pregunta infructuosa callando se ha de responder.
     Si alguna vez aconteciere alguien por conversación decirle palabras de burla, o darle vaya, podrá mostrar alguna alegría de rostro y afabilidad, por no parecer pesado a los demás y enfadoso; mas no hable de ninguna manera, aunque de ello murmuren o se enfaden o finalmente por ello le ultrajen y noten de singular, supersticioso y grave. En tal caso tiene obligación de rogar de corazón a nuestro Señor por los semejantes, que quite su Majestad cualquier turbación e inquietud de sus almas.
     Algunas veces tendrá licencia para hablar, si se ofreciere necesidad o a ello le obligare la caridad del prójimo, o siéndole mandado por obediencia. Y entonces hablará muy de pensado y con mucha consideración pocas palabras, con voz baja y humilde. Esto propio debe guardar en sus respuestas ordinarias, cuando de algo fuere preguntado. Porque a su tiempo es bueno callar para edificación de sus prójimos; para que callando aprenda cómo ha de hablar en su ocasión. Rogando siempre al Señor supla por su parte en los corazones de sus prójimos, enseñándoles interiormente en lo que él de la suya faltare, y callando quede corto, por no dar tanta licencia a la lengua que hable, aun en lo necesario y conveniente. 

CAPITULO III 
De la obediencia y pureza de corazón 

     Después de haber desterrado de ti, con la pobreza voluntaria y silencio, muchos cuidados y desasosiegos que impiden no se fertilicen las virtudes por divina inspiración y gracia, sembradas una y muchas veces en el campo fértil del corazón, resta más adelante trabajes con grande cuidado de ejercitarte en aquellas virtudes que engendran en ti aquella limpieza de corazón que abre los ojos del alma en la contemplación de las cosas del cielo (como dice Crisio nuestro bien) por la cual alcances quietud y paz interior; para que el Señor, que tiene su morada en paz, guste de morar en ti.
     No entiendas hablo tan solamente de la limpieza que limpia al hombre de pensamientos deshonestos y torpes, sino también, y más principalmente, entiendo la limpieza y pureza del corazón que aparta al hombre (en cuanto se permite en esta vida) de todos y cualesquier pensamientos inútiles y vanos. De tal manera que haga en él un trueque tal, que no esté ya en su mano pensar en otra cosa que en Dios o por Dios.
     Para alcanzar esta celestial y en cierta manera divina pureza (porque el que se llega a Dios se hace un mismo espíritu con Él) es muy necesario hacer lo que se sigue. Lo primero y más principal que debes procurar con todas veras es negarte a ti mismo, como lo manda el Salvador del mundo, diciendo: El que me desea seguir, niéguese a sí mismo. Negarte a ti mismo así lo debes de entender: que mortifiques en todas las cosas y huelles tu prepia voluntad, y en todo la contradigas, y repugnes a tu parecer, abrazando con benignidad el ajeno, en caso que no quiebre de lo que fuere licito y honesto.
     Esto guardarás generalmente: que en cualquier cosa temporal que ha de servir a cualesquier necesidades temporales jamás sigas tu propia voluntad cuando vieres que otro contradice a ella, aunque conozcas que el tal anda muy desviado de la razón. Sufriendo en esto cualquier inconveniente y daño temporal por conservar la quietud espiritual y tranquilidad del alma, que con semejantes contradicciones y porfías se pierde; entretanto que el hombre, estando fuerte en su propia voluntad, por salir con la suya y quedarse con su opinión, gusta de estar altercando con los demás, contradiciéndoles con palabras o con imaginaciones.
     No sólo has de guardar esto cuando se atravesaren cosas temporales, sino también espirituales o que a ellas se encaminan: siguiendo antes la voluntad y el parecer ajeno, que no el propio, con tal que sea bueno, aunque el tuyo sea más perfecto. Porque más daño recibirás en lo poco que perdieres de la humildad, quietud y paz interior por contradecir y altercar con los otros, que será el provecho que te pueda venir en cualquiera virtud siguiendo tu propia voluntad y repugnando a la ajena.
     Esto debes entender con los que te son compañeros y familiares en los ejercicios espirituales, y que procuran caminar a la perfección como tú. Mas no entiendas te has de sujetar a los que dicen a lo bueno malo y a lo malo bueno, y tienen por costumbre juzgar todo lo que los otros hacen, y por oficio contradecir las palabras y obras ajenas, sin corregir las propias. Así que no digo yo sigas el parecer de semejante gente en lo que toca a cosas de espíritu; aunque en las temporales será bien pases por lo que ellos dijeren, y hagas su voluntad, antes que condesciendas con la tuya propia. Cuando deseares hacer algo que sirva para más aprovechar en la virtud o para mayor honra de Dios y aprovechamiento del prójimo, y algunos te resistieren o procuraren impedir tus santos intentos —ahora sean tus superiores y prelados, u otros iguales contigo o menores— no andes en rencillas, o a tú por tú con ellos; sino recógete dentro de tu corazón, y tratando tu negocio con Dios dile aquello del santo rey Ezequías: Señor, fuerza se me hace, y acosado me veo: tomad la mano y responded por mí.
     No te entristezcas por ello ni desmayes; porque no permite eso el Señor sino por tu propio bien y provecho de los demás. Mas te osaré decir que, aunque no eches de ver luego este bien, después darás en la cuenta que lo que tú pensabas que te había de ser estorbo para tus intentos, eso propio te servirá de ocasión y ayuda eficaz para salir con ellos. Muchos ejemplos pudiera traer a este propósito, cogidos del jardín fértil de la sagrada Escritura: como es aquello que pasó el San José con sus hermanos, y otros semejantes. Empero déjolo de hacer por no ir contra lo que tengo prometido, de guardar brevedad. Y créeme en esto que te digo (como a bien experimentado) que es así.
     También si en lo que deseas hacer en el servicio de Dios vieres que se te va estorbando por orden del cielo y que a ello pone Dios impedimentos, o de enfermedad, o de otro cualquier achaque, no te entristezcas de ninguna suerte, antes lo sufres todo con buen semblante, encomendándote muy de veras a aquel Señor que sabe muy mejor lo que te conviene, que tú mismo, y que perpetuamente te lleva para Sí, con tal que te resignes de veras en su santa voluntad y te pongas en sus manos tan piadosas como seguras, aunque de esto tu entendimiento no alcance más. Trabaja en esto con cuidado, es a saber, que vivas con paz y tranquilidad de espíritu y no te inquietes ni te entristezcas por cosa alguna que te acontezca, si no fuere por tus pecados propios o de tus prójimos, o por lo que te puede provocar a ofender a Dios. Mira, pues, no te entristezca cualquier acaecimiento impensado, ni te indignes o encolerices contra el defecto, descuido o pecado ajeno; antes bien, ten piadosas y compasibles entrañas para con tus prójimos y hermanos, considerando siempre que por ventura lo harías tu peor, si no te tuviese el Señor de su poderosa mano y te ampare con su divina gracia.
San Vicente Ferrer
TRATADO DE LA VIDA ESPIRITUAL

miércoles, 27 de febrero de 2013

La Confesión

    Es una ley de la Iglesia que es preciso confesarse a lo menos una vez al año; es pues un deber para ti, hijo mío, si quieres ser cristiano fiel, confesarte cada año a lo menos una vez.
    A lo menos una vez debes reunir recuerdos culpables que se han acumulado en tu alma; humillarte con el arrepentimiento a los pies del ministro de Dios; purificar en la Sangre de Cristo tu corazón manchado, y renovar tu vida interior a fin de hacer un nuevo esfuerzo y recomenzar una existencia nueva, más alta y más pura.
     Pero un año, no lo olvides, es el límite extremo, es el plazo más largo acordado por la Iglesia, y la Iglesia con la razón misma, nos induce a pensar que es bueno confesarse con más frecuencia.
     El hombre que no sumerge su cuerpo en el agua purificadora más que una sola vez en cada primavera, ¿estará habitualmente limpio?
     Y el que no va más que una vez al año al baño saludable de la Penitencia, ¿será habitualmente puro?
     Hijo mío, el viajero que va diariamente por largos caminos pronto verá sus vestidos cubiertos de polvo y sus pies llenos de lodo; asi también, la viajera de los senderos del mundo, el alma, no puede dejar de mancharse también, y mucho.
     Los justos mismos ofenden a Dios con frecuencia; tú, joven rebosante de vida y devorado por las pasiones, ¿serás más fuerte y más sabio?
     No, no tienes ningún pretexto que invocar; mi ya larga experiencia me lo dice: para perseverar en el bien, no hay más que remojarse y lavarse a menudo en el baño sagrado de la Penitencia.
     Unos se arraigan en la virtud, como el árbol plantado al borde de los ríos; otros se asemejan a las hojas secas que al primer soplo se las lleva el viento.
     Si me crees esto, te confesarás cada quince días o siquiera cada mes. Si oyes mi consejo, me atrevo a decirte: ¡yo respondo de tu alma delante de Dios!

LA NUEVA IGLESIA MONTINIANA (2)

Pbro. Dr. Joaquin Saenz Arriaga
Año 1971 (Página 12-18)
 
XXXIX CONGRESO EUCARISTICO INTERNACIONAL.
Bogotá, Colombia. Agosto 18-28 de 1968.

     Alocución de Paulo VI en la que anunció su venida a Colombia para el Congreso Eucarístico Internacional

     "Amadísimos hijos e hijas:
     "Queremos anunciar en esta audiencia que, Dios mediante, iremos en el próximo agosto a Colombia para asistir a la conclusión del Congreso Eucarístico Internacional y para comenzar la Conferencia General del Episcopado de América Latina, lamentando sinceramente no poder aceptar las amables invitaciones que otros países de ese continente nos han hecho.
     "¿Qué significado tienen los viajes del Papa? Quieren decir que los caminos del mundo están abiertos a su ministerio, son índice de una mayor circulación de caridad, ponen en evidencia la unidad y la catolicidad de la Iglesia.
     "Con el viaje a Bogotá deseamos testimoniar, en forma inequívoca, la fe de toda la Iglesia en la triple virtud santificadora de la Eucaristía: memorial de la Pasión Redentora, prodigio real de la presencia sacramental de Cristo, promesa de su venida final.
     "Y nos place que esta afirmación religiosa tenga lugar en la queridísima América Latina, donde la fe está despertando una gran caridad social y donde esperamos una creciente justicia civil y mayor prosperidad cristiana.
     "Ya desde ahora alargamos al inmenso mundo latinoamericano la bendición apostólica, que a vosotros de todo corazón os otorgamos".

     En esta alocución de Paulo VI, en la que anuncia Urbi et Orbi su decisión de volar hacia América Latina, para participar en el XXXIX Congreso Internacional Eucarístico, el Papa nos declara sus intenciones: además de los motivos generales de los viajes pontificios, que han caracterizado su pontificado (mostrar al mundo que todos los caminos están abiertos a su ministerio pastoral; intensificar la circulación de la caridad; y dar una evidencia de la unidad y catolicidad de la Iglesia); el Papa vino a Bogotá "a testimoniar la triple virtud santificadora de la Eucaristía: memorial de la Pasión Redentora, prodigio real de la presencia sacramental de Cristo, promesa de su venida final". Su Santidad, siguiendo los objetivos y las directrices de los anteriores Congresos Eucarísticos Internacionales, quería con su presencia y su palabra, intensificar en América Latina la vida eucarística, fuente indeficiente de toda santidad en la Iglesia, ya que por la Eucaristía llegan principalmente hasta nosotros los frutos preciosísimos de la Redención de Cristo. El proyectado Congreso de Bogotá, según estas palabras, parecía tener, pues, en la mente del Papa, una finalidad decididamente eucarística, no una finalidad social, ni política. Nos llama, sin embargo, la atención y, desde ahora debemos notarlo que el Papa no mencione el SACRIFICIO, sin el cual la Eucaristía no existiría en la Iglesia.
     Las circunstancias, mencionadas por Su Santidad, de que "esta afirmación religiosa" tuviese lugar en la América Latina, en donde el Pontífice veía "una creciente justicia civil y mayor prosperidad cristiana", no parecen que pudieron cambiar la finalidad específica de estas reuniones internacionales, que siempre han sido una reafirmación solemne y pública de nuestras creencias eucarísticas, de los dogmas vitales de nuestra fe católica: Eucaristía Sacrificio, Eucaristía Sacramento y Eucaristía Presencia Real de Cristo en las especies consagradas.
     Sin embargo, la designación del Cardenal Lercano, antiguo Arzobispo de Bolonia, como Legado Papal para el Congreso, hizo temer a muchos observadores, italianos y de otros países, que el magno acontecimiento iba a tener otra finalidad muy distinta de la que pregonaban los membretes y la propaganda que estaba circulando. Como el documento de John F. Kennedy sobre el establecimiento de la "ALIANZA PARA EL PROGRESO", firmado en Bogotá, fué la planeación solapada para establecer el "socialismo" en América Latina; y ese documento coincide casi literalmente con la "POPULARUM PROGRESSIO" de Paulo VI; así el Congreso Eucarístico Internacional podría ser el arranque, el movimiento inicial de esa continental revolución, que viniese a dar a todos los países latinoamericanos cambios audaces y rápidos de "estructuras", para sacarlos del subdesarrollo en que se hallaban.

     He aquí la carta del Papa al Cardenal Lercano:
     "Eminentísimo Señor Cardenal
     Giocomo Lercaro
     Legado a Latere.
     "Hemos querido confiarte la misión de representarnos en calidad de Legado al XXXIX Congreso Eucarístico Internacional, que se celebrará en Bogotá, Colombia, el próximo mes de agosto, con la certeza de que aportarás a este Congreso, el primero después del Concilio, tu voz de maestro y tu ardor apostólico"
.
     "Deseamos que la Iglesia pueda gozar aún durante largos años de tu preciosa experiencia, también en esta nueva fase de tu vida, rica en obras de doctrina y de experiencia, adquirida en el ministerio sacerdotal y pastoral, ejercido con fidelidad. Tu nombramiento como Legado en Bogotá constituye una nueva confirmación publica de nuestros sentimientos y un signo de nuestra partícular deferencia".
Paulo VI.

     Como Legado a Latere había, pues, sido nombrado el Cardenal "rojo", como mundialmente es conocido el antiguo Arzobispo de Bolonia. Su abierta simpatía o "cristiana comprensión" hacia el Comunismo, su democrático acercamiento a las clases desheredadas, su no siempre discreta colaboración con las actividades marxistas en su diócesis, la actividad desplegada para eliminar o suavizar los antiguos rigores y las intolerables condenaciones contra el marxismo ateo, habían convertido en uno de los máximos exponentes del "progresismo religioso", al Cardenal nombrado por Paulo VI como su Legado en Bogotá. Ni debe olvidarse la radical reforma litúrgica, que prácticamente ha borrado todos los antiguos ritos y ceremonias de la Iglesia preconciliar, para hacer posible, en el cambio completo, la eliminación de los prejuicios y la aceptación ferviente de las nuevas ideas y de la nueva religión: obra también de su Eminencia Giocomo Lercaro.
     La carta del Papa, que hemos citado, no es tan sólo un nombramiento; su redacción rompe los moldes usados en estas ocasiones. El Papa designa como su Legado a Lercaro con la certeza de que aportará a este Congreso su voz de maestro y su ardor apostólico. Fuera de los méritos que el Cardenal tiene hechos en su amplísima apertura hacia el comunismo y de la liberalidad con que supo destruir los ritos venerables de muchos siglos, en los que la ciencia y la santidad de la Iglesia habían cristalizado, bajo la luz del Espíritu Santo, el culto católico, no conocemos otros méritos especiales, por los que su Eminencia merezca ser tan solemnemente proclamado maestro y apóstol de América Latina y del mundo entero. ¿Que aportación esperaba el Papa de la ciencia y de la actividad apostólica del antiguo Arzobispo de Bolonia?
     Y como si todavía fueran pocos estos encomios, el Sumo Pontifice termina su carta haciendo votos porque la "Iglesia pueda gozar aún durante largos años" de la "preciosa experiencia" de Su Eminencia el Cardenal Lercaro, también en esta fase de su vida, "rica en obras de doctrina y de experiencia, adquirida en el ministerio sacerdotal y pastoral, ejercido con fidelidad".
     En tan magnífico elogio, Su Santidad reconoce que la edad avanzada no es impedimento para que los Cardenales, Obispos y sacerdotes puedan seguir prestando sus servicios a la Iglesia, a la causa de Dios y a la salvación de las almas, contradiciendo su política postconciliar y el famoso "Motu Proprio" sobre la edad de los cardenales. Y esto, que él afirmó del Cardenal Lercaro, podría con idéntica razón, aplicarlo a todos esos venerables prelados que, por el pecado imperdonable de su edad, han sido removidos de sus sedes, a pesar de la preciosa experiencia, adquirida en el ministerio sacerdotal y pastoral. Para ellos, sin embargo, (Pastores destituidos, sin oficio ni beneficio, confiados a la caridad de los fieles, en su pobreza y en su vejez, que parecen ser el testimonio viviente de la Iglesia del pasado), no hubo un signo de la particular deferencia del Vicario de Cristo.

Maravillosa armonía del Estado y la Iglesia.

     Una de las circunstancias que más llamaron la atención a muchos extranjeros, que asistieron al trigésimo nono Congreso Eucarístico Internacional, fué la completa colaboración y perfecta armonía, que las autoridades civiles brindaron a las autoridades eclesiásticas en la realización de este acontecimiento de proyecciones internacionales. Creo que no es exagerado afirmar que desde el Presidente de la República hasta el último soldado de Colombia estuvieron al servicio de los promotores y organizadores del Congreso.
     Parecía paradógico, después de las opiniones maritenianas, que arrolladoramente han invadida a los eclesiásticos y a los mismos organismos episcopales, que ya no quieren concordatos, ni privilegios para la Iglesia, ni colaboración alguna con los gobiernos, para poder así, con un espíritu más independiente y más evangélico, desarrollar la obra apostólica de la Iglesia; parecía paradógico, digo, aquel espectáculo, en el que la púrpura cardenalicia, las sotanas vistosas de los Obispos y Monseñores, los hábitos de los religiosos, los vestidos "aggiornamentados" de las monjas y los uniformes de las alumnas y alumnos de los colegios católicos contrastaban y se mezclaban con los uniformes de los generales, de los soldados, de la policía y de los miembros encargados del tránsito. Al lado del Papa estaba el Presidente de la República; al lado de los Cardenales, los Ministros de Estado, los altos oficiales del ejercito colombiano. Y yo pensaba: ¿hubiera sido posible, sin esta unión, sin esta armonía, sin este respaldo, la celebracion del Congreso, la presencia de tantos miembros del Sacro Colegio de Cardenales, de tantos Obispos, de tantos religiosos, del mismo Papa? ¿Hubiera sido posible la visita y las declaraciones del M.R.P. Pedro Arrupe, S.J.? ¿Sin esas estructuras ya vetustas, que audazmente habían decretado demoler, hubieran podido los eclesiásticos de Colombia, los Venerables miembros del CELAM y todo el "progresismo" mundial haber tenido esa ocasión brillante para dar la señal de empezar el fuego en esa revolución pacífica que audazmente habían resuelto establecer en los pueblos de América?
     La oligarquía dominante, la que muchos piensan que debe ser eliminada para el establecimiento del cristianismo auténtico, fué la que hizo factible y dió esplendor y seguridad a la celebración de ese Congreso, en un ambiente de inquietudes, en el que la sombra de Camilo Torres parecía reflejarse siniestramente sobre los Andes Colombianos. Los ricos explotadores fueron también los que, con sus generosos donativos, sufragaron los cuantiosos gastos que necesariamente exigieron la preparación, la organización y la realización de todos los actos del Congreso.
     Para citar tan sólo un renglón de las cuantiosas erogaciones, que el Estado Colombiano tuvo que hacer para acondicionar debidamente al país para la recepción de tantos miles de personas, procedentes de diversas regiones y países, copio a continuación unas palabras del informe médico escritas por el Dr. Juan Mendoza Vega: "... El Congreso Eucarístico Internacional es para Bogotá y el país entero una emergencia de salud pública. ... El Ministerio de Salud Pública formó, desde enero pasado, un comité especial, encargado de prever, hasta donde la ciencia lo permite, las complicaciones sanitarias del Congreso Eucarístico Internacional, para tomar por anticipado los caminos de la prevención mas eficaz. El ministro en persona lo preside... y luego están los seis grandes grupos, cada uno con subdivisiones, que afrontan diez y nueve aspectos específicos del gran problema general, la salud... A partir de enero, todo el equipo empezó a realizar la planeación general de servicios...; se dedicaron luego algunas semanas a conseguir la financiación, y se reunieron así los diez millones de pesos que se han invertido, y gran parte de los cuales quedará -una vez terminado el CEI— como ambulancias, instrumental y otros elementos, que serán repartidos a hospitales de todo el país..."
     Ahora bien, teniendo en cuenta esta incansable participación, este completo respaldo que las autoridades colombianas ofrecieron constantemente a la jerarquía, al clero y a los organizadores laicos del Congreso, vuelvo a preguntar: ¿hubiera sido posible, sin esta ayuda, la planificación y la ejecución del XXXIX Congreso Eucarístico Internacional? Si el Gobierno y los ricos de Colombia no hubieran aportado su generosa contribución económica, ¿hubieran podido pensar siquiera el Papa y la Jerarquía en un proyecto de tal envergadura?

EL SACRIFICIO DE LA MISA (1)

TRATADO I
VISION GENERAL
 PARTE I
LA MISA A TRAVES DE LOS SIGLOS

1. La misa en la iglesia primitiva (1)
     1. La celebración de la santa misa tiene su origen «en la noche en que El fué traicionado» (...in qua nocte tradebatur... es la fórmula con que empieza en las liturgias orientales y la mozárabe el relato de la institución de la Eucaristía). Ya estaba tomada la decisión de Judas; los primeros pasos del Señor le llevarían al monte de los Olivos, donde le iba a asaltar la agonía y le prenderían sus enemigos. En esa hora confió a los suyos el Santísimo Sacramento, que a la vez había de ser el sacrificio de la Iglesia para todos los tiempos. Su institución durante la cena pascual tenía una significación profunda. Ahora iba a cumplirse aquello que como esperanza lejana se venía celebrando de generación en generación, a partir de la salida de Egipto, en la figura del cordero pascual. No era ya solamente la liberación del país de Egipto, sino también la de la tierra del pecado; no se trataba ya de la marcha hacia la tierra prometida, sino de la entrada en el reino de Dios; y a partir de aquel momento esta celebración debía perdurar en todas las generaciones como un recuerdo inextinguible (La idea de que Cristo es el verdadero cordero pascual se encuentra expresada en Jn XIX,36. Por la misma razón, es decir, para poner de relieve que Cristo es el pascha nostrum, San Juan parece tener especial interés en demostrar que Jesucristo murió el mismo día en que los sinedritas comían el cordero pascual (Jn XVIII,28). Además sostienen casi todos los exegetas que la última cena de Jesús, celebrada el jueves, fué una cena pascual). Sin embargo, los relatos de la última cena nos dejan a obscuras sobre muchos pormenores de aquel rito, tal vez porque no estaba destinado a constituir el modelo de la celebración futura.

Las dos consagraciones, separadas por la cena
     2. Desearíamos conocer en detalle el desarrollo de aquella primera misa. No han faltado intentos para reconstruir el proceso de la última cena a base de lo que sabemos sobre la cena pascual en tiempo de Jesucristo y profundizando en los relatos del Nuevo Testamento (Mt. XXVI, 26-29; Mc. XIV, 22-25; Lc. XXII, 15-20; 1 Cor. XI, 23-25). Observemos que las diferencias visibles de los relatos existentes, Incluso las que se refieren a la fórmula de la consagración, se deben a la diversidad de las prácticas litúrgicas, de las que se toman estas palabras. En San Marcos y San Mateo, a la fórmula del pan sigue inmediatamente la del cáliz; en cambio, en San Lucas y en San Pablo precede a la fórmula del cáliz una determinación más exacta del tiempo: expresión que conservamos en la misa romana: similo modo postquam coenatum est. Deduciríamos que en la última cena la consagración del cáliz estaba separada de la del pan y que sólo gracias a la práctica litúrgica de la Iglesia primitiva se juntaron una y otra. La exégesis más antigua cree que se puede interpretar esa determinación del tiempo aun sin separar ambas consagraciones. Pero los expositores modernos, aun los católicos, se deciden unánimemente por la interpretación estricta de su sentido. A favor de esta interpretación está, además del sentido natural de las palabras, la circunstancia de que de este modo la actuación de Cristo al instituir la Eucaristía encaja mejor en el rito de la cena pascual tal como pascual tal como la conocemos hoy.

Los ritos de la cena pascual judía
     3. Es de saber que en la cena pascual del tiempo de Cristo intervenían ritos múltiples. Antes de la cena propiamente dicha, en la que había que comer el cordero pascual, se sirvia un manjar hecho de hierbas amargas y pan ázimo, como recuerdo de las penurias sufridas a la salida de Egipto. Antes y después de este manjar se servía una copa. Entonces el hijo de la casa o el más joven de los comensales debía preguntar qué significación tenían aquellas costumbres tan ínsolitas. Esto daba ocasión a que el padre de familia, invocando agradecidamente a Dios, hablase del antiguo destierro doloroso de Egipto y cómo los judíos fueron liberados de las tinieblas a la luz, de la esclavitud a la redención (Haggada). Terminaba el relato recitando la primera parte del Hallel (Vulg. Sal 112; 113,1-8), durante la cual los comensales habian de contestar a cada versículo con el Aleluya. Cumplidos estos ritos, empezaba la cena propiamente tal. El padre de familia tomaba uno de los panes ázimos, lo partía, lo bendecía y distribuía. Esta participación fraternal en el mismo pan era la señal de que había comenzado la cena. A continuación se comía el cordero pascual, sin que rigiesen la comida y bebida ritos especiales. Acabada la cena, el padre de familia tomaba la copa recién llenada, la elevaba un poco e incorporándose decía la acción de gracias después de la comida. Luego todos bebían de ella: era la tercera copa, la llamada «copa de bendición». Le seguía la segunda y principal parte del Hallel (Vulg. Sal 113,9 al 117,29 y Sal 135) y tras una nueva bendición se bebía la cuarta copa ritual.

El sitio natural de las palabras consecratorias
     4. No hay dificultad alguna para hacer encajar en este orden la institución de Nuestro Señor. La consagración del pan pudo seguir a la bendición de la mesa que se hacía antes de comer el cordero pascual, empalmando así con el rito de la fracción del pan
que iba unido a esta ceremonia. Aquel pan que el padre de familia, según una antigua fórmula aramea, debía enseñar durante la narración del Haggada con las palabras: «He aquí el pan de miseria que comieron nuestros padres a la salida de Egipto», ahora lo presenta el Señor a los suyos con las majestuosas palabras: «Este es mi cuerpo, que será entregado por vosotros». La consagración del cáliz vendría a continuación de la acción de gracias del convite pascual, coincidiendo con la tercera copa (Esto se deduce de la mención del «himno» que le sigue inmediatamente (Mt XXVI,30; Mc XIV, 26). Los exégetas que defienden la tesis de que ambas consagraciones se hacían juntas, las colocan en este sitio, o sea al final de la cena. No hay duda de que en la cena pascual de Cristo se suprimió la cuarta copa.), el «cáliz de bendición», en que todos bebían del mismo vaso, mientras que en las anteriores cada comensal usaba el suyo propio. Para esta bendición había fórmulas fijas, a las que Jesucristo infundió un nuevo espíritu (El que los discípulos de Emaús reconocieran al Señor «al partir el pan», se refiere tal vez al modo con que Jesús rezó las oraciones que acompañaban esta ceremonia; p. ej., la invocación de Dios Padre, su mirada hacia el cielo; cf. Goossens, 170-172. Toda vía nos volveremos a ocupar de las fórmulas; véanse los notas 25 y 26). 

¿CÓMO INTERPRETAR EL MANDATO DEL RECUERDO?
     5. A la institución de la Eucaristía añadió el Señor el siguiente mandato: «¡Haced esto en mi recuerdo!» ¿Cómo interpretaron los apóstoles este mandato y de qué manera lo practicó la Iglesia primitiva? Por lo que sugieren los relatos del Nuevo Testamento, que silencian casi en absoluto los pormenores de la cena pascual, lo de menos era ya el marco de esta cena. Por otro lado, su repetición no sólo era sumamente difícil por su nimio detallismo ritual, sino que la misma ley la hacía imposible. De atenerse al Antiguo Testamento, como se atuvieron por de pronto los apóstoles, sólo una vez al año se podía comer el cordero pascual.
     San Lucas y San Pablo hacen resaltar que la consagración del cáliz se tuvo después de la comida, al paso que San Mateo y San Marcos no se fijan ya en esta particularidad. Cuando escribian estos dos evangelistas, seguramente se habia generalizado ya en sus cristiandades la costumbre de unir ambas consagraciones. Cabe preguntar si San Pablo y su discipulo San Lucas suponían todavía esta separación. En este caso tendríamos un indicio en pro de la hipótesis, muy natural de que la Eucaristía en la Iglesia primitiva Iba unida por regla general a la comida. Sin embargo, para esclarecer satisfatoriamente estos y otros parecidos problemas y formarnos una idea de la liturgia de la misa, no disponemos, desgraciadamente, hasta la mitad del siglo II más que de algunos vestigios e indicios, que nos obligan a tenernos que valer de conclusiones, sacadas a la luz de hechos posteriores.

"La fraccion del pan"
     6. En los Hechos de los Apóstoles se habla en tres sitios de la fracción del pan en la comunidad cristiana (II, 42, 46; XX, 7), y esto no como de un rito preparatorio del convite, sino de un conjunto independiente, como de una acción completa y autónoma. En el término de «fracción del pan» aparece una nueva expresión cristiana, ajena tanto a la literatura judia como a la clásica (
Unicamente se encuentra en Jer XVI, 7, como expresión poética en el sentido de «celebrar una comida en recuerdo de los difuntos»). La nueva expresión corresponde sencillamente a una nueva realidad, a saber: el pan sagrado de la comunidad cristiana (La mayoría de las investigaciones recientes se inclinan a suponer que en los sitios citados se habla de la Eucaristía (Goossens, 170-174; Arnold, 43-47; Gewiess, 152-157). Así también, por lo menos en Act 2,42.46, el estudio fundamental de Th. Schermann, Das Brotbrcchen im Urchristentum («Bibl. Zeitschrift», 8 [1910], 33-52, 162-183) 169s. En contra de la interpretación eucarística están A. Steinmann, Die Apostelgeschichte, 4.a ed. (Bonn 1943) 40-42;M Ntflen. Gebet und Gottesdienst im N. T. CFriburgo 1937) 29s; A. Wikenhauser, Die Apostelgeschichte (Ratisbona 1938) 35s.). Los recién convertidos en la Pascua de Pentecostés vivían en santa alegría «asistiendo a diario al templo; unidos con un mismo espíritu y partiendo el pan por las casas» (Act II, 46). Al lado de la liturgia tradicional del Antiguo Testamento, a la que se asiste con regularidad (Cf. Act III, 1), aparece un nuevo rito que al principio sólo se dibuja vagamente. Para su celebración habían de repartirse por las casas particulares en grupos pequeños: «Y perseveraban todos en la doctrina de los apóstoles, en la comunidad, en la fracción del pan y en la oración» (Act II, 42). Seguramente se trata de la oración fracción del pan (O. Bauernfeind, Die Apostelgeschichte; «Theol. Handkomentar zum N. T.». 5 (Leipzig 1939) 54, se muestra inclinado a darle una interpretación litúrgica a Act II, 42: los cristianos escuchan la doctrina de los apóstoles, aportan su contribución, se parte el pan y se rezan las oraciones. «Lo que San Lucas propiamente quiere decir es que la comunidad de los cristianos fué esencialmente comunidad eucaristica») pero no conocemos más pormenores.
     Un pasaje posterior nos informa que un domingo por la noche se reunieron en Troas «para partir el pan» (XX, 7). A esta fracción del pan y la comunión precedió una larga conferencia doctrinal de San Pablo (
Cf. Goossens, 136). El análisis del término «fracción del pan» no nos da, desgraciadamente, luz suficiente, y como la expresión no es sinónimo de «tener un banquete», no podemos sacar de ella la consecuencia de que el rito sacramental, iniciado por medio de la fracción que le valía su nombre, hubiera ido unida siempre a una cena.

Forma exterior de banquete
     7. Sin embargo, otras razones sugieren esta hipótesis. Cuando después de la resurrección del Señor encontramos reunidos a los apóstoles, aparece como motivo la comida en común. ¿Por qué esta costumbre iba a sufrir alteración notable después de Pentecostés? De este modo la cena parecia la ocasión más a propósito para conmemorar de tiempo en tiempo la cena del Señor tal como El mismo la habia tenido (Goossens, 133. Tal vez hemos de considerar el convite del resucitado con sus discípulos como puente entre la última cena y la cena eucaristica de la Iglesia primitiva. Más aún: si se nos permite ver el sentido simbólico del convite en estos casos, resultaría un punto interesante para la evolución de los relatos de comidas en los evangelios hasta llegar al convite mesiánico del final del mundo. y con ello se vertería nueva luz sobre el misterio eucarlstico. Véase Y. de Montcheuil, Signification eschatalogique du repas eucharistique: «Recherches de Science Religieuse», 33 (1946) 10-43). En si, cada comida estaba penetrada de cierto tono religioso: empezaba y terminaba con una oración (E. Kalt, Biblisches Reallexikon, II, 2." ed. (Paderborn 1939)868 s). Este carácter sacro resaltaba sobre todo en la cena del sábado, es decir, la cena que el viernes por la noche inauguraba el sábado. Tanto a estas cenas como a la cena pascual solía invitarse a algunos amigos (Cf. Lc XIV, 1.) Parecidas características revestían otras cenas que en determinadas circunstancias se celebraban entre las amistades (Chaburah).
     En el rito de estas cenas entraba seguramente ya entonces el que el padre de familia bendijese al principio el pan, lo partiese y distribuyese (
Strack-Billerbeck, IV, 621; Lietzmann. 206. La fórmula de bendición es, según Berachah, 6. 1, la siguiente: «¡Bendito sea Yahvé, nuestro Dios, el Rey del mundo, que de la tierra hace brotar el pan"). De este modo todos los comensales participaban de la bendición y la comida. Según se ofrecía el caso, se añadía además la bendición del vino. La llamada copa de bendición se llenaba sólo al final de la cena y antes de la acción de gracias. A ella invitaba el padre de familia con una fórmula determinada. La oración en si se imponía de cuatro himnos algo más largos, dos de los cuales por lo menos datan de tiempos anteriores a la destrucción de Jerusalén, a saber: los de la acción de gracias por la cena y por la patria (Strack-billerbeck, IV, 627-634. La acción de gracias por la tierra empieza: «Gracias te damos, Yahvé. Dios nuestro, porque diste como herencia a nuestros padres esta tierra buena y grande; porque tú Yahvé, Dios nuestro, nos has liberado de la tierra de Egipto y redimido de la mansión de esclavos. Gracias te damos por tu alianza que has sellado en nuestra carne, por tu Thora, que nos has enseñado...» 631). 

El testimonio de la «Didajé»
        8. Es cierto que estas costumbres, transformadas por un nuevo espíritu cristiano, seguían estilándose en las comunidades cristianas, y prueba de ello la tenemos a fines del primer siglo en las oraciones de la Didajé:
     (IX.) Respecto de la Eucaristía, daréis gracias de esta manera : primeramente sobre el cáliz:

     Te damos gracias, Padre nuestro, 
por la santa viña de David, tu siervo, 
la que nos diste a conocer 
por medio de Jesús, tu siervo,
A ti sea la gloria por los siglos.

Luego, sobre el fragmento:
     Te damos gracias, Padre nuestro, 
por la vida y el conocimiento 
que nos manifestaste 
por medio de Jesús, tu siervo. 
A ti sea la gloria por los siglos. 
Como este pan estaba disperso sobre los montes 
y reunido se hizo uno, 
asi sea reunida tu Iglesia 
de los confines de la tierra en tu reino. 
Porque tuya es la gloria y el poder 
por Jesucristo eternamente.

     Que nadie coma y beba de vuestra Eucaristía, sino los bautizados en el nombre del Señor. Pues acerca de ello dijo el Señor: «No deis lo santo a los perros»

(X) Después de saciaros, daréis gracias así:
Te damos Padre santo,
por tu Santo Nombre,
que hiciste morar en nuestros corazones,
y por el conocimiento, la fe y la inmortalidad
que nos diste a conocer
por medio de Jesús, tu siervo.
A ti sea la gloria por los siglos. 
Tu Señor omnipotente,
creaste todas las cosas por causa de tu nombre.
y diste a los hombres
comida y bebida para su disfrute, 
a fin de que te den gracias. 
Mas a nosotros nos concediste 
comida y bebida espiritual 
y de vida eterna por tu siervo.
Ante todo, te damos gracias, 
porque eres poderoso. 
A ti sea la gloria por los siglos.

Acuérdate, Señor, de tu Iglesia, 
para librarla de todo mal,
 y hacerla perfecta en tu amor,
y reúnela de los cuatro vientos, santificada, 
en el reino que has preparado.
Porque tuyo es el poder y la gloria por los siglos.

     Venga la gracia y pase este mundo. Hosanna al Dios de David. El que sea santo, que se acerque; el que no lo sea. que haga penitencia. Maranathá. Amén.
    A los profetas permitidles que den gracias cuantas quieran.
(Traducción de Daniel Ruiz Bueno. Padres apostólicos (Madrid 1950) 86s)

     9. Por mucho que se haya escrito sobre estas oraciones, poca luz se ha hecho sobre el fin concreto de las mismas. De todos modos hemos de reconocer en ellas oraciones de la mesa, a saber, la bendición del pan y vino y la acción de gracias al final de la comida. Es muy poco probable que esta cena, a la que se refieren las oraciones, incluya ya el sacramento de la Eucaristía (Con todo, esta hipótesis se defiende otra vez por C. Ruch (La messe d'aprés les Peres: DThC, 1928. 865-882). Cree que las oraciones se decían por la comunidad, mientras que las oraciones del presbítero no se han fijado por escrito. Cf. e. o. Arnold. 23-29; Baumstark. Liturgie comparée 50s; P. Cagin, L'Eucharistie (París 1912) 252-288.)28. En cambio, las invocaciones al final de la acción de gracias parecen referirse a la Eucaristía.
    Pero no queda clara la manera de relacionarlas con ella (
Th. Schermann (Die allgemeine Kirchenordnung, frühchristliche Liturgien und kirchliche Uberlieferung, II [Paderborn 1915] 82s) supone que se refiere al pan consagrado, que desde la última celebración eucarística se conservaba en las casas para tomarlo durante la semana. Sería la forma primitiva de la Missa praesanctificatorum. Sin embargo, también se puede pensar, con A. Baumstark (Vom geschichtlichen Werden der Liturgie, 7s), en una verdadera misa privada en casas particulares. Esta idea de una celebración eucarística en casas particulares se encuentra ya en P. Drews (Untersuchungen zur Didache, IV: «Zeitschrift f. d. neutest. Wissenschaft», 5 L1904J, 74-79). Como para tal celebración hacía falta un presbítero, pocas veces se habia podido tener (cf. Did., 15, 1). El librito mismo, como no estaba destinado en primera línea para el obispo, sino para la comunidad y sus catequistas (cf., p. ej., Hermas, Pastor, mand. 4, 3, 1), no tenia aue contener necesariamente los textos de la consagración (cf. Arnold, 26-29). Contra la suposición de que la acción de gracias en el capitulo 10 se ha de considerar como oración eucarística, cf. ZkTh 63 (1939) 236s. E. Peterson (Didache, c. 9 10: «Eph. Liturg.», 58 [1944] 3-13), expone con razones sólidas una nueva explicación, según la cual las oraciones que en la Didajé se usan ya como bendiciones de la mesa representan la transformación de un himno cristológico que se usó originariamente en la celebración eucarística durante la fracción del pan) Los ágapes que conocemos más al detalle, datan de épocas muy posteriores, o sea de fines del siglo II, y eran organizados por las comunidades cristianas para fomentar la caridad para con el pobre y el amor mutuo (Tertuliano, Apol., c. 39; San Hipólito, Trad. Ap. Véanse los textos en Dix, 45-53. El texto etíope es en este pasaje el más completo, aunque adolece de algún desorden; véase la restauración del texto en E. Hennecke, Neutestamentl. Apokryphen, 581; y algunas observaciones complementarias en ZkTh 63 (1939) 238. El desarrollo, según lo describe San Hipólito, es el siguiente: Los hermanos se reúnen para el ágape poy la tarde. El diácono trae una luz, que se bendice con una acción de gracias y a la que precede el saludo «El Señor sea con vosotros» y la exhortación «Demos gracias al Señor» (pero no el «Elevad los corazones», que se reserva para la celebración eucarística), con sus respuestas correspondientes. Luego, el diácono, tomando en sus manos el cáliz, entona un salmo. Asimismo cantan salmos el presbítero y el obispo, y los reunidos contestan con el «Aleluya». Después comienza el convite, al principio del cual ha de recibir cada uno de los reunidos un trocito de pan, bendecido por el obispo antes de partir su pan; «es Eulogía, pero no Eucaristía, como el cuerpo del Señor». Además, cada uno debe tomar su copa y decir sobre ella una oración de gracias y luego beber y comer. Los catecúmenos reciben pan exorcizado, pero no pueden tomar parte en el convite. En él se puede comer hasta saciarse y llevarse a casa de lo que para este fin se ofrece a todos; pero con tal moderación, que le quede al huésped todavía algo de la mesa para enviarlo a otros. La conversación la dirige el obispo o el presbítero que le substituye o el diácono; se habla solamente cuando éste invita a que se diga algo o si pregunta. Repetidas veces se insiste en el buen comportamiento. Si se trata de una comida para viudas, hay que procurar que vuelvan a casa antes del anochecer). Ya no tenían conexión alguna con la Eucaristía. Por eso no se puede reconocer en ellos más que el ceremonial de una comida organizada por motivos religiosos (Es característico de estos convites el que varios pormenores recuerdan todavia visblemente el rito de las cenas judías: la salmodia responsorial que precede, la fracción del pan que lo inaugura y la bendición sobre el cáliz, pronunciada por cada uno de los comensales).
     Finalmente, lo unico que podemos deducir con seguridad de lo dicho es que diversas costumbres religiosas en los convites, tomadas por la Iglesia primitiva del judaismo, dieron pie a que la institución de Cristo, aun prescindiendo de la cena pascual, tomase la forma de un convite. La acción de gracias dio motivo a la consagración del cáliz, ya sea que la consagración del pan se hubiera tenido al principio, ya sea sólo inmediatamente antes de la del vino (Para avalar la hipotesis de que la consagración del pan se hizo al final de la cena, se ha llamado la atención sobre la costumbre de reservar algo de pan bendecido al principio para comerlo al final del convite).

P. Jungmann S.I.
EL SACRIFICIO DE LA MISA

lunes, 25 de febrero de 2013

Comulgad bien (1)

¿ES POSIBLE COMULGAR MAL?

     Discípulo.—Padre, ya que tan bien me ha explicado la manera de confesarme, y tan admirablemente me ha hablado de la excelencia de la confesión bien hecha, explíqueme también cómo debo comulgar, para evitar el peligro de hacer una mala Comunión.
     Maestro.—Con mucho gusto lo haré, ya que, si es importante el confesarse bien, lo es todavía más el hacer una buena Comunión, por ser el más augusto y el más noble de los Sacramentos.
     D.— Primero, dígame, Padre: ¿Es verdad que hay cristianos que comulgan mal?
    M.—Y tan verdad... Más bien, es cosa tan cierta, y hace derramar lágrimas, que algunos, por falta de fe o de amor y de temor de Dios, o por indiferencia y por maldad, comulgan mal y cometen así verdaderos sacrilegios.
     D.—¿Posible, Padre? Me cuesta creerlo.
     M.—Pues créelo, porque es una triste realidad. Sí, entre los cristianos hay quienes a ello se atreven, por indiferencia, por mala fe. ¡Pobres almas, desgraciadas almas, que así pisotean a Jesucristo en su cuerpo, en su alma y divinidad!
     D.—¿Y quiénes son?
     M.—Todos los que se acercan a comulgar sabiendo que están en pecado mortal. En esto no hay excusa que valga; ninguna concialiación, ninguna tolerancia, nada que disminuya la malicia del horrible sacrilegio que se comete.
     Nadie está obligado a comulgar a la fuerza; el que no quiera creer, el que no quiera desechar el pecado, que no comulgue.
     ¿Por qué tratar tan mal a Jesucristo y martirizarlo con tanta crueldad?
     En las Actas de los Mártires, se lee que ciertos emperadores eran tan crueles que, para atormentar más a los cristianos e inducirlos a renegar de su fe, les metían en casos de cuero llenos de serpientes, de escorpiones y de víboras, y les obligaban a morir víctimas de las mordeduras de estos sucios animales.
     Se cuenta de otros, más crueles todavía, que ataban a los cristianos junto con los cadáveres putrefactos cara con cara, brazos con brazos, pecho con pecho, y les obligaban a morir al contacto de estos cadáveres corrompidos, y llenos de gusanos.
     Pues bien, el que comulga sacrilegamente se porta lo mismo con Jesucristo, porque le obliga a morar en su corazón en compañía del demonio; le obliga a sentir el hedor de un alma muerta a la gracia por el pecado.
     D.—Cosas son éstas, Padre, que hacen estremecer, y en la que nunca hubiera creído.
     M.—Pues bien, piensa seriamente en ellas, y afiánzate en el propósito de no acercarte nunca indignamente, por ningún motivo del mundo, a la Sagrada Comunión.

*   *   *

     Se cuenta que el emperador Carlos Magno, al acercársele un día un general de su ejército en estado de embriaguez, para saludarlo, le dijo con indignación:
     —Aléjate de aquí, que das asco.
     El general sintió tanto este reproche que juró no embriagarse más y cumplió su palabra.
     Pues bien, Jesucristo podría decir otro tanto de cada uno de los que se presentan a recibir indignamente la Sagrada Comunión, pues sino lo dice con los labios, lo deja sentir en el corazón de estos desgraciados que no se convierten porque han contraído la costumbre de comulgar mal o porque se ha extinguido en ellos, en su corazón, el don de la fe.
Pbro. Luis José Chiavarino
COMULGAD BIEN