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martes, 14 de mayo de 2013

COMULGAD BIEN (7)

LOS JUDAS SE SUCEDEN
     A mediados del siglo XVIII, una religiosa de la Visitación, de Turín, tuvo una visión tremenda y por demás impresionante. Mientras rezaba devotamente ante Jesús Sacramentado, se le apareció la sagrada Hostia chorreando sangre fresca.
     Ni tiempo tuvo para volver en sí, a causa del asombro y del miedo, cuando repentinamente se encontró en el atrio de las dos iglesias situadas al principio de la plaza de San Carlos, y allí oye una algaraza de gente que viene de las calles laterales de la parte que mira a los Alpes. Gritos, voces, aullidos, blasfemias horribles... La chusma, que aumentaba cada vez más, llenaba completamente la plaza.
     Empieza una comedia asquerosísima, e inmediatamente después todos se van precipitando por las calles de la derecha hacia el río Po; les sigue una grande oleada de sangre que inunda toda la plaza, y se desliza por las mismas calles hasta perderse en el río, juntamente con toda aquella gentuza, verdaderos demonios.
     La monjita, horrorizada, se dirige al Señor, y exclama: ¡"Oh Jesús, sálvanos"! Y Jesús le responde: "Tranquilízate, que la oleada ya pasó. Sábete que todos éstos son los profanadores de mi Sangre Eucarística. Son todos los que, en esta ciudad del Sacramento, pisotean la Sagrada Eucaristía, comulgando sacrílegamente. Son los Judas que se suceden a través de los siglos. Vete, y cuenta a todos lo que acabas de ver".
     La religiosa cumplió el encargo, impresionando grandemente la narración de este hecho, narración que hizo muchísimo bien.


D.—Tiemblo, Padre, de miedo; ¿pero es verdad todo esto?
M.—Y bien auténtico; existen documentos en los archivos de la iglesia y de la Curia de Turín.
D.—¿Es posible que haya tantos Judas?
M.—Ya lo creo, y entre todas las clases sociales, como te he dicho.
D.—¿Y por qué Jesucristo, que es Dios, no ha previsto estos abusos?
M.—Sí, los ha previsto, y, sin embargo, ha instituido la Comunión y el sacerdocio, sabiendo también que muchos comulgarían digna y santamente, de donde recibiría grande honra y gran amor, como también previo que sin la Comunión no sería posible a un gran número de cristianos mantenerse fieles y constantes en su fe.
D.—Entonces, Jesucristo, al instituir la Santísima Eucaristía ¿ha preferido nuestro provecho, aun a costa de ser despreciado?
M.—Por cierto, ha preferido nuestro provecho, aun a costa de ser despreciado. Jesús es siempre Jesús, infinito en bondad y misericordia. Hace como la madre que se deja arañar de su hijo, y encima le come a besos; o como la que, a pesar de que la amenazan y le pegan, les aguanta, les quiere y les atiende constantemente. Jesús es siempre el Divino Maestro, amante, paciente, resignado, indulgente.
D.—Aun así, a mí me parece que no debería permitir tantos sacrilegios.
M.—Tu opinión o juicio es demasiado corto y terreno; el de Jesús es muy distinto. Más contento y felicidad siente El cuando uno comulga bien, que dolor pueden causarle todos los sacrilegios que cometen tantas almas indignas. Es como el sol, que, aunque extienda sus rayos sobre todas las inmundicias de la tierra, no obstante todo lo llena de luz, de vida y de calor. Y volviendo al ejemplo de la madre, se siente más contenta y feliz con el cariño de un hijo bueno, que con todos los disgustos de los demás hijos malos.
D.—¡Oh Jesús, tan mal correspondido a pesar de ser tan bueno!
M.—Sí; infinitamente bondadoso es Jesucristo. ¡Por esto abusan tanto de su bondad!; mas ¡ay de los ingratos y de los traidores!
D.—¿Y los castigos para éstos serán terribles?
M.—Terribilísimos, pero bien merecidos. No habrá excusa para ellos; las palabras de Jesucristo son eternas e infalibles: "El que come indignamente mi Carne, come su misma condena".
D.—Luego, ¡pobres de los sacrílégos!
M.—Por cierto, bien infelices. Lo verás en lo que sigue.

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