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miércoles, 8 de mayo de 2013

Defender su fe

     Profesar su fe públicamente, siempre, dondequiera y sin desfallecimiento, es bueno; pero esto, hijo mió, no debe bastarte, es también un deber defenderla cuando es atacada.
     No hay que temer por ella, es cierto; su divina suerte ha resistido todos los asaltos, y semejantes a la serpiente de la fábula, los enemigos de Dios, y de su Cristo en vano se han encarnizado contra esta lima de puro acero celestial.
     Podrías estar contento de ser testigo de la impotencia de esos enemigos y sonreírte de ellos como te sonreirías del niño colérico que lanza la flecha de su arco contra el granito de las costas.
     No olvides, sin embargo, que a los ojos de los incrédulos, tú representarás a menudo la religión misma, y que tu derrota, si eres vencido, parecerá ser la derrota de la religión.
     Armate, pues, de conocimientos y de respuestas, y si tienes la palabra pronta y la réplica feliz, restablecerás fuertemente delante de los espíritus jóvenes fuertes, los derechos venerables de la verdad.
     Hay, sin embargo, un peligro que evitar: cuídate de herirlos humillándolos, su orgullo no te perdonaría y su resentimiento los retendría en el error.
     En general las discusiones públicas entre jóvenes no valen nada y a nada conducen: lo más seguro y mejor es vengar la fe ultrajada, dulcemente, amablemente, en los esparcimientos íntimos de la amistad.
     A estos amigos titulados incrédulos háblales en privado, y allí muéstrales que se equivocan, que son víctimas de las calumnias de la ignorancia, y seguramente harás conquistas.
     En general, manifiesta en esas luchas del espíritu una gran caridad para esas pobres almas extraviadas, porque a. menudo sucede que son víctimas involuntarias de prejuicios y de acusaciones injustas. El que se ríe, no sabe de qué se ríe, y el blasfemador tampoco sabe de qué blasfema.
     Sucederá que rehusarán escucharte y que aquellos a quienes quieres hacer bien, se volverán contra ti y te acusarán impúdica y desvergonzadamente de injuria.
     Si los impíos te lanzan a la cara sus sarcasmos y sus desprecios, no tiembles como los que tienen miedo o vergüenza.
     Desprecia el insulto y la calumnia y goza de la dicha del verdadero cristiano que sufre por su Maestro: "Serélis felices —dice Jesús— cuando los hombres os llenen de injurias y ultrajes; ellos os perseguirán y por mi causa dirán toda clase de cosas malas contra vosotros; alegraos entonces y transportaos de gozo, porque una gran recompensa tos está reservada en el cielo".
     Acuérdate, hijo, que el Salvador fué tratado en la casa de Herodes como un insensato, que fué burlado, befado, vestido de loco y entregado en este estado a la irrisión del pueblo. Alégrate, pues, nuevamente de haber tomado parte en su dolor y de sufrir por El. No concede este honor más que a los que ama.

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