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miércoles, 8 de mayo de 2013

Escuela de sacrificio.

     El hogar ha de ser para la muchacha escuela de sacrificio.
     La vida, desde cualquier punto de vista que se contemple, es una cadena ininterrumpida de sacrificios, y si, además, es cristiana, tiene que estar centrada por la cruz.
     A los veinte años cuesta comprender este lenguaje dictado por la realidad. A esta edad, todas las chicas —hasta las que se ríen de las soñadoras— son un tanto románticas, y su mirada, a través de gafas de color de rosa, resbala sobre los sacrificios y sufrimientos o los ve del color de su cristal.
     Pero la vida es cruel y no se detiene. Lo sabes muy bien tú, muchacha, que ya has comenzado a quitarte años y te empeñas en remansar tu existencia en los veinticuatro. De ahí no quieres pasar; pero, a pesar de tus propósitos y tus disimulos, los años continúan deslizándose, llevándose, al pasar, los encantos de esa juventud tan querida y tan ingrata, que, no obstante tus cariños, se va.
     Pasan los años, va desapareciendo de tus gafas de ilusión el baño sonrosado, y la experiencia se encarga de descubrir ante tus ojos desengaños, contrariedades, amarguras y dolores, cuyo escozor aumenta con la edad.
     Entonces es cuando se comprende lo ahora incomprensible: que la vida es sacrificio, y para ser buena cristiana hay que caminar cargada con una cruz y a veces crucificarse en ella.
     Pues si es ésa la realidad inevitable, lo prudente será prepararse para poderla afrontar con las mayores ventajas posibles.
     Cuanto más difícil es un cargo, mayor entrenamiento exige. Difícil, muy difícil, es llevar bien la cruz del sacrificio; es necesario un buen aprendizaje.
     ¿Dónde te entrenarás? En tu propio hogar.
     ¿Con quién? Con tus hermanos.
    Os quejáis muchas veces las chicas de lo brutos, ásperos e incomprensivos que son vuestros hermanos. No saben tener delicadeza con vosotras, son egoístas. En sus bromas os hacen daño; en sus explosiones de rabia, la pagan con vosotras.
     Todo esto os parece una desgracia y es un beneficio.
     No es que aplauda tal proceder. No. Están obligados a dominarse y a ser muy distintos.
     Vosotras tenéis una labor a realizar con ellos, que ya ha quedado expuesta en el capítulo anterior. Tenéis que limar su aspereza, dulcificar su brusquedad, y con vuestro espíritu de sacrificio domar su egoísmo.
     Pero, ciertamente, su manera de ser para vosotras es un beneficio. ¿Por qué? Porque el día de mañana, unidas con un hombre semejante a ellos en la aspereza y egoísmo, constituiréis un hogar, y en él, para ser felices, tendréis que saber amoldaros a vuestro marido, influenciarle con vuestra delicadeza y manejarle con vuestra diplomacia.
     La convivencia con los hermanos, el constante ejercicio de soportar, ceder, sugerir y atraer, realizado con ellos, os ensaya, entrena y hace aptas para el día de mañana poder realizar la misma obra con el marido.
     Si en vuestro hogar hubieseis tropezado con unos hermanos muy finos, condescendientes y galantes, cuando después el corazón os lleve a uniros con un hombre enérgico y burdo, que es lo corriente, os encontraréis sin la adecuada preparación. Acostumbradas a hacer lo que queríais de aquéllos, no sabréis sufrir los afanes de dominio de este otro; su carencia de delicadeza os herirá; seréis muy susceptibles, precisamente por la falta de costumbre de recibir alfilerazos y arañazos, tan vulgares en el trato íntimo de los hombres.
     Tenía razón aquella señora, muy práctica en la vida y muy feliz en su hogar, al dar gracias a Dios por las patadas en la espinilla que de jovencita había recibido, de sus hermanos, bastante brutos. Tenía la epidermis tan curtida, que era imposible herirle, y le era fácil permanecer ecuánime y sonriente en medio de las tormentas de mal humor.
     Avezada al sacrificio, le costaba poco sufrir las incomodidades e inoportunidades de sus hijos, y, con maña, doblegarlos y pulirlos mediante la educación.
     En tres cosas deberás sacrificarte con tus hermanos para poder influir en ellos y capacitarte para lo futuro: en tus caprichos, en tu amor propio y en tu egoísmo.
     Los caprichos son defectos de personas mal educadas; suponen indisciplina de la voluntad y falta de energía para dominarla.
     La chica caprichosa resulta, en multitud de ocasiones, arbitraria e injusta, porque los caprichos arrastran y con facilidad se constituyen en norma de conducta.
     Si eres caprichosa, no es posible que tengas prestigio para imponerte a tus hermanos; pues cuando trates de obligarles a algo, verán en tu proceder antojos tuyos, e invocarán, como testimonio de su opinión, las veces en que tus caprichos se han manifestado con claridad.
     El amor propio busca salirse siempre con la suya. En las discusiones, gusta quedar triunfante, anonadando al adversario; en los proyectos, que todos los acepten sin modificarlos; en la marcha general de la vida, que le consideren y mimen.
     Acostúmbrate a ceder. No seas obstinada cuando discutas; no hieras el amor propio de los demás; aprende a callar a tiempo. Las mujeres conseguen más callando que hablando.
     ¿No ves que con tu tenacidad y causticidad en la disputa sólo consigues irritar, y el hombre, herido en su amor propio, se ciega, no ve ya la razón y no cede?
     Calla; ya vendrá después el momento oportuno en que, en completa calma, puedas insistir, si conviene, o si no obrar con tacto y prudencia, consiguiendo lo que pretendes.
     Esta conducta supone que muchas veces quedes aparentemente derrotada y hasta sin razón, y tu amor propio se encabrita ante tal supuesto.
     Pisa tu amor propio, acostúmbrate a no hacerle caso, y escucha la voz de Jesús, que te dice: «Bienaventurados los que practican la mansedumbre, porque ellos poseerán la tierra.»
     Si no te irritas ni irritas a otros, si no hurgas y callas, si a las palabras agresivas o fuertes o despectivas respondes con una sonrisa cariñosa, a la larga poseerás el corazón de tus hermanos y te adueñarás de la tierra de tu hogar. La palabra de Jesús no falla.
     Ten suavidad para exponer tus planes, no te revuelvas furiosa porque los modifiquen, dulcifica las correcciones que debas hacer, y, a la larga, tus hermanos querrán lo que tú quieras, o, por lo menos, transigirán.
     No busques consideraciones ni mimos; si eres tú considerada, amable y prudente, sin que tú lo mendigues, te considerarán y querrán; pero si eres una pedigüeña de prelaciones y cariños, resultarás antipática.
     El egoísmo va más allá que el amor propio, de quien es una resultante legítima, y empuja a ser preferida a los demás.
     Primero yo, y después mis hermanos, es la norma equivocada de las chicas egoístas.
     ¿Quieres tener prestigio ante tus hermanos? Que nunca te vean interesada; que nunca crean que buscas tu utilidad. Todo lo contrario; sé desprendida y ponte en el último lugar, de allí te sacarán ellos para ponerte en el primer puesto en su corazón fraternal, y así influirás.
     Llega el principio de temporada, y hay que hacer trajes y vestidos; no pretendas que el primer encargo sea el tuyo; preocúpate antes de los de los demás.
     No te sirvas la primera en la mesa, no elijas lo mejor; acostúmbrate a saber obsequiar a tus hermanos, servirles lo que les gusta o guardarles algo que es de tu gusto, pero que también lo es del de ellos.
     Estáte propicia a coserles los botones, plancharles las corbatas; el pantalón, que tenga bien marcada la raya; la chaqueta a punto, bien cepillada...
     Cada puntada, cada golpe de plancha o de cepillo, cada tironcito del cuello o de la corbata para ponérselos bien es una huella que marcas en su corazón.
     ¿Que no? ¿Que tus hermanos son tan burdos que estas delicadezas les resbalan?
     Acaso no sea como tú piensas, aunque no logres lo que deseas. Pero, en el peor de los casos, nada de esto pasará inadvertido ante Dios ni quedará sin su premio, y siempre será un buen entrenamiento para la vida de tu futuro hogar.

Emilio Enciso Viana
LA MUCHACHA EN EL HOGAR

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