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lunes, 17 de junio de 2013

Las tias raras.

     —Es algo superior a mí; no lo puedo sufrir. ¡ Son tan rancias mis tías! Se les ocurren las cosas más raras ¡Bueno! Más raras que ellas no hay nada. ¿Te has fijado cómo visten? Ni haciéndolo a propósito irían más ridiculas. ¡Son de un cursi subido!
     La que así habla no se ha parado a pensar que hace bastantes años, cuando ella no había aún nacido, la familia de su padre atravesaba una crisis económica de gran apuro, las circunstancias de la vida se le habían vuelto adversas y resultaba imponible sostener el plan social a que estaba acostumbrada.
     Entonces se hizo un esfuerzo para sacar a flote al hijo varón, continuador del apellido. Había que darle una buena carrera que le permitiera ocupar en la sociedad un puesto en consonancia con su abolengo. Pero, ¿cómo? Sacrificándose todos los demás y, desde luego, las chicas.
     En el interior de la casa se vivió con miseria, se redujeron los gastos a lo mínimo. A ellas, en la plenitud de la juventud no les fué permitido ni vestir bien, ni alternar en sociedad.
     Y no fué porque no les gustase una y otra cosa, que más de una vez, revolviendo figurines y contemplando escaparates, soñaron con vestidos elegantes y, oyendo hablar de festejos y diversiones, experimentaron el tirón de la vida de sociedad, sino que precisaba ahorrar para la carrera del hermano y, generosas y abnegadas, estiraron cuanto pudieron el uso de sus vestidos, se apartaron de cuanto suponía gasto, y, poco a poco, se fueron retrasando respecto a la moda, perdieron el gusto a fuerza de contrariarle, se vieron al margen de la vida social y se acostumbraron a la pobreza, acaso a la miseria.
     Con el esfuerzo hicieron Hombre a su hermano, le dotaron de una bonita carrera; rebajándose, le subieron a él, que por ellas consiguió un buen puesto, hizo un matrimonio estupendo, figura en sociedad, tiene una casa a todo confort y un magnífico coche.
     Ahora la sobrina se avergüenza de sus tías y les llama rancias, cursis y tacañas.
     Tacañas, y todo se lo debe a ellas.
     Rancias y raras, y con sus vestidos desvaídos han hecho posible que ella vista con elegancia.
     La gente joven es muy desagradecida y muy injusta con las personas mayores. Encuentran mucha facilidad para la repulsa, porque tan sólo se fijan en lo exterior, sin calar más adentro. Así se multiplican los casos de las sobrinas impertinentes e injustas.
     Lo son esas otras que también critican las rarezas de sus tías, sin tener en cuenta que las pobres se sacrificaron muchas veces para ayudar a su hermano apurado con muchos hijos y poco sueldo. Cuántas veces se quitaron el alimento de la boca para que comiese bien su sobrina, no fuese a criarse débil; y no se hicieron un vestido para que se lo pudiesen hacer a ésta. Cuando ahora la niña ha crecido, se ríe de sus tías raras y cursis.
     ¿Y aquellas otras que desprecian a la que para ellas fué una segunda madre? Les cunó en sus brazos, les cubrió de besos y de cariños, se desveló a su cabecera cuando estuvieron enfermas, estuvo pendiente de su educación, se olvidó de sí misma por sus sobrinas; y, cuando la sonrisa agradecida de éstas podía compensar sus sacrificios, se oye llamar la tía rancia: «¡Es más cursi!»
     ¿Y las que no se sacrificaron directamente por su hermano y sus sobrinos, pero lo hicieron indirectamente, sacrificándose por sus padres y relevando a aquéllos de la obligación de atenderles? Pudieron aquéllos hacer su vida tranquilamente sabiendo a los ancianitos queridos bien cuidados, y sin necesidad de distraer esfuerzos económicos hacia éstos, se dedicaron a construir su hacienda. Junto a los viejecitos estaba la hija soltera; no había que preocuparse de nada. Y ahora resulta que la hija abnegada y acaso heroica—sólo Dios sabe a qué renunció—, es la tía rara.
     Ya me figuro, muchacha lectora, que tú no eres de estas sobrinas impertinentes, y que, más sensata que ellas, sabes agradecer a tus tías cuanto por ti han hecho.
     Ellas no tienen, como tu mamá, un marido que les preste su apoyo, les dé en todo momento la sensación de amparo y les quiera, ni tampoco unos hijos, pedacitos de su corazón, con cuyo cariño siente tu mamá iluminada su vida y compensados sus sacrificios.
     Tus tías, acaso tras de una juventud llena de trabajo, o también llena de ilusiones, se encuentran en la actualidad con una vida vacía de obligaciones y rodeada de soledad.
     Murieron tus abuelitos, que para ellas lo eran todo; se casaron sus hermanos, que son tus papás y tus otros tíos, y ellas se quedaron solas. La soledad que más angustia es la del corazón. Tienen hambre de cariño. ¿Por qué no se lo das?
     ¿No has visto lo contentas que se ponen cuando las besas, les haces una caricia o gesto cariñoso, y en su casa obras como si fuese tuya, pero con respeto a sus gustos y costumbres, y en la tuya les consideras como una continuación de tu mamá, y te dejas querer de ellas, y te interesas por sus problemas, y les prestas tu ayuda cuando puedes, y te gusta ir por la calle cogida de su brazo y les atiendes cuando están enfermas?
     Una cosa que agradecen mucho es que se respeten sus costumbres. Responden, en general, a una generación anterior a la vuestra, y entre ellas y vosotras hay una buena diferencia de años que hacen su ideología, conceptos, manera de ver y proceder distintos a los vuestros. Respeta las costumbres de tus tías, no seas irreverente con ellas.
     Como vosotras sois nuevas en la vida, miráis con recelo cuanto no lleva el marchamo de nuevo y lo despreciáis por anticuado.
     Pero, ¡si algunas llaman cursi y les parece anticuada esa tía relativamente joven, que aún se las da de chica, alterna y se presenta como tal, y ellas la tratan como vieja, y le dan cada revolcón!... En seguida ven en ella algo ridículo.
     ¿Por qué son tan crueles con ella? Qué poco les costaría ser más caritativas y más justas. Aun cuando no sea tan joven como ellas, conserva todavía espíritu juvenil y ciertos gustos, ilusiones y afanes de juventud.
     Con un poco de buena voluntad pueden entenderse muy bien con su tía, no como con una vieja, sino como con otra chica mayor, pero chica; tratarla como a tal y tener con ella esa camaradería corriente entre las jóvenes.
     No digo que la traten como a las amigas de su propia edad, sino como a esas otras chicas contemporáneas de su hermana mayor que forman pandilla aparte, pero a las que, de ninguna manera, consideran ajenas a los problemas juveniles y sólo capaces de ridiculeces; sino, al contrario, muy corrientes, tan naturales y de buen gusto como puede ser cualquier chica.
     ¿Que la tía y las sobrinas ven muchas cosas de distinta manera? Claro está; como que los años le han dado a aquélla una clarividencia, una sensatez y una experiencia de las que estas otras aún carecen; y Dios quiera que dentro de poco, cuando alcancen el nivel de edad de que ahora disfruta su tía, posean ellas.
     También ellas, no obstante su marcada juventud, piensan y discurren de distinta manera que sus hermanitas pequeñas; y no les gustará que les llamen cursis. Desgraciada la niña que se atreva a decirles: «¡Es más rancia!»
     Pues lo que no quieran para sí, tampoco deben querer para los demás.

Emilio Enciso Viana
LA MUCHACHA EN EL HOGAR.

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