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miércoles, 3 de julio de 2013

LA SECTA DE LOS ACEFALOS



Dr. Homero Johas

Introducción

     Por causa de la magnitud de la apostasía presente, profetizada por San Pablo (2 Tes. II, 1-11), muchos de los que se dicen católicos apartan del dogma de fe, definido por el Concilio Vaticano I: "Se alguien dice que no es instituido por Cristo Señor, o de Derecho divino, que San Pedro tenga perpetuos Sucesores en el primado sobre toda la Iglesia, sea anatema" (D.S. 3058). Esa perpetuidad es: "usque ad consummationem saeculi". Hasta el fin de los "tiempos" (Mt. 28,20) (D.S. 3050).

     Levantan el juicio propio, y el libre examen personal sobre las Sagradas Escrituras y el del Apocalipsis, contra el Magisterio dogmático de la Sede de Pedro. Y concluyen: "no existirá más papa"; "no existe el deber de elegir un papa fiel, extinguiendo la vacancia"; "no tenemos por objetivo extinguir a vacancia"; "el deber es permanecer acéfalo, sin Cabeza, ser inerte y pasivo; solo rezar y no obrar".

     La oposición entre el dogma de la fe y tales sentencias es evidente. Contra las Sagradas Escrituras, la Tradición y el Magisterio perpetuo de la Sede de Pedro, perene "hasta el fin de los tiempos", levantan las circunstan­cias temporales, hechos materiales, el libre-examen de la Revelación. Ocurre eso en Europa y en América. Un examen del Magisterio contra ese libre-examen de la Revelación hecho por esas personas; la obediencia a la autoridad divina y no a las opiniones humanas, nos parece necesario para conocer el camino definido por la autoridad divina y el camino opuesto erguido por las opiniones y voluntades humanas.


1. Es dogma de fe y no materia libre de discusión

     El Concilio Vaticano I enseña en las palabras que la perpetuidad de los Sucesores de Pedro es cosa de "Derecho divino" "instituido por el mismo Cristo".

     Donde a nadie es lícito oponer la propia opinión a la autoridad divina; no es "materia de libre discusión", como aseveró un Arzobispo contra la Fe.

     El Concilio Vaticano I es bastante claro: "El que Cristo Señor haya instituido a San Pedro (...) para la perpetua salud y bien de la Iglesia, esto, según el mismo Autor, es necesario que dure perpetua­mente en la Iglesia que sobre esa piedra se fundamenta y que estará firme hasta el fin de los siglos".

     Luego, antes del fin de los tiempos, debe existir y es necesario que perdure, perpetuamente, la Cabeza visible de la Iglesia.

     Aunque se juzgue que el fin de los tiempos está próximo, él llegará en fecha desconocida, y nadie puede levantarse contra la perpetuidad del deber de elegir una cabeza visible de la Iglesia. El pri­mado papal terminará cuando termine la existencia de la Iglesia terrestre: cuando Cristo venga a juzgar a los vivos y a los muertos.

     La "perpetua salud y bien de la Iglesia" exige la perpetuidad de la Cabeza humana visible. Hasta el fin. No antes. No por el libre examen individual de este o de aquel obispo, sacerdote o lego. No por la magnitud de los hechos cuanto a la apostasía. Tal disposición procede de la voluntad personal del mismo Cristo: "quiso Él que existiese, en su Iglesia, pastores y doctores, hasta la consumación del siglo (esse voluit) (Mt. 28,20), (I). S. 3050).

     Ninguno puede, hasta el fin de los tiempos, ser oveja del rebaño de Cristo, y rechazar el Pastor visible instituido en la Iglesia por Cristo. "La libertad religiosa", el "libre examen", son cosas de los heréticos, de los seguidores de Lutero. Predicar la inexistencia del deber de obrar, con objetivo de extinguir la vacancia da Sede de Pedro: predicar la acefalia de la Iglesia por Derecho divino, o como cosa decurrente del no cumplimiento de ese deber; será cosa opuesta al dogma de la fe di­vina y católica. Será herejía de enemigos subversivos, no someterse al precepto divino. Será mudar el sentido del dogma que debe ser conservado perpetuamente (D. S. 3020). Quien lo hace está bajo anatema (D.S.3043).


2. La causa de la perpetuidad

     El Concilio Vaticano I decretó que: "Para volver perene la obra salutífera de la Redención, el Pastor eterno decretó edificar la Santa Iglesia". Y: "Para que el episcopado fuese uno e indivisible, y para que, por medio de sacerdotes coherentes entre si, toda la multitud de los creyentes fuera conservada en la unidad de fe y de comunión, colocando Cristo a San Pedro al frente de los demás Apóstoles, ins­tituido en un principio perpetuo y un fundamento visible de una y de otra unidad, sobre cuya fortaleza un templo eterno fue construido y surgiese, sobre la firmeza de esa fe, la sublimidad de la Iglesia que debía ser erguida hasta el cielo".

     La solidez de la Sede de Pedro es el cimiento de la propia Iglesia. El fin de la existencia del "principio visible" de la doble unidad fue ahí bien explicitado: "vuelve perene la salutífera obra de la redención".

     Será que tan salutífera obra de Cristo, la Iglesia, no quiso que existiese hasta el fin de los tiempos; ¿hasta el último nacimiento de los seres huma­nos? ¿El negará la salvación a una parte de la humanidad? ¿No murió por todos? ¿Los que nacieron después del Vaticano II están privados de la obra de la salvación? ¿Después del Vaticano II no es necesaria la unidad del episcopado en la fe y en el gobierno? ¿No son necesarios "sacerdotes coherentes entre si"? ¿La multitud de los fieles no necesita de la unidad de fe y de régimen? Quien dice eso son los enemigos de la Iglesia. A ellos aprovecha esa opinión contra el dogma. Ellos aprueban esa forma de obrar y esa doctrina.

     León XIII enseña que, sin ese "principio visible y funda­mento perpetuo": "a multitud se disgrega; no existirá un solo cuerpo; existirán tantos cismas como sacerdotes" (Satis cognitum).

     Es eso lo que quiere la "libertad religiosa" de la Masonería y de la "nueva iglesia"; es eso lo que ocurrió con la multitud de las sectas proce­dentes del libre examen de Lutero.

     A finalidad del Concilio Vaticano I, en esa Constitución dogmática sobre el "Pastor Eterno", fue la de "exponer la doctrina sobre la institución, perpetuidad y naturaleza del sagrado primado apos­tólico. En él reside toda la forma y solidez de toda la Iglesia. Eso para que, por todos los fieles, sea creída y mantenida, esa doctrina, siguiendo la antigua y constante fe universal de la Iglesia".

     Es cuestión de fe divina universal, transcendente a todos los tiempos y opiniones individuales, la perpetuidad del primado de Pedro, mientras exista la Iglesia.

            ¿Acaso la Iglesia de Cristo se acabó? ¿Dejo de existir por la acción de sus enemigos? Afirmar esto es negar la Divinidad de Cristo y que sea Él la Cabeza divina, única, de la Iglesia.


3. Deber universal de elegir

     En la Constitución "Vacante Sede Apostólica" San Pio X proclamó para todos los miembros de la Iglesia el "deber santísimo y gravísimo" de elegir un papa: "Estando la Sede Apostólica vacante, la cosa mas grave y mas santa es elegir el Supremo Pastor, la Cabeza del rebaño del Señor, para regir, de modo próvido y sabio, la Iglesia Católica y ejercer en la Tierra, como Sucesor de Pedro, la Persona de Cristo Jesús".

     Esto es Magisterio universal de la Iglesia, en materia de fe uni­versal, común a todos los miembros de la Iglesia, clérigos y legos (San Nicolás, D. S. 639).

     Estando la necesidad urgente de la elección, norma del Derecho divi­no, la formar de la elección es de Derecho humano y varios a través de los tiem­pos. Cristo no dejo normas electorales. Por Derecho divino compete a todos los miembros de la Iglesia el deber de elegir un Sucesor de Pedro. Mas por el Derecho humano existen los casos de excepción, de la extrema necesidad de la elección, no previstos por el legislador humano.

     Así lo que por Derecho humano no era lícito en casos comunes, previstos por el legislador humano, se vuelve lícito en casos de necesidad no previstos por el mismo legislador humano.

     Por el Derecho natural es expuesto por los teólogos el caso de faltar la autoridad superior: el poder de regir pasa la autoridad al inme­diatamente inferior según los grados dela jerarquía de jurisdicción, hasta llegar al nivel inferior.

     Así, muerto el general, el poder de ese pasa al coronel, al sargento, al cabo, hasta llegar al nivel de los soldados, que, tienen el deber de escoger una nueva autoridad para mandar las acciones de la lucha en la guerra.

     Así también en la Iglesia, faltando los Cardenales y obispos fieles de­signados. La autoridad de los electores es para designar la persona que recibirá e ejercerá el poder del cargo; ellos no tienen y  no necesitan tener la autoridad del ocupante del cargo para el cual eligen un ocupante.

     Es sentencia de los teólogos la necesidad de la elección para el cargo que debe durar perpetuamente y que, por eso, no puede permanecer perpetuamente vacante. Si Pedro debe tener perpetuos Sucesores, es cierto que la Iglesia debe tener también perpetuos electores, lícitos y válidos. Quien ordena el fin, ordena los medios para él necesarios.

     Son personas excluidas del Derecho electoral todos los heréticos, cismáticos y apóstatas; los sospechosos de herejía; los que traigan aun vivas cicatrices de los delitos contra la fe y unidad de la Iglesia y los dudosos y disimulados. El poder de Orden no es de si, un indicio de fidelidad.

     El Derecho Canónico trae el Canon 20, para situaciones donde no exista una norma universal, o, donde, existiendo, no puede ser aplicada. La norma del hacer debe ser quitada:

   • De los principios generales del Derecho: observados, con equidad canónica.

   • De la forma y práctica de la Curia Romana.

   • De la sentencia común y constante de los doctores.

   • Sao Pio X, en el Canon 5, de su Constitución dispuso que el colegio electoral en los casos urgentes en las vacancias: "él puede y debe proferir la sentencia sobre el remedio oportuno".

     Donde es posible el "deber" de ese colegio decidir sobre la elección en casos de extrema necesidad, donde no se aplican las leyes electorales ordinarias.

     El Concilio de Constanza puede servir de ejemplo de acción fuera de las normas humanas comunes.

     Los errores en elecciones regionales, o con autopromoción no quitan de los fieles el deber de obrar según la universalidad de los miembros de la Iglesia. Esos propios errores, más allá de la forma errónea, manifiestan, también el deber de obrar; de no ser omisos, inertes, pasivos, ante la necesidad de la propia Iglesia.

     Quien no quiere librar a su Madre del peligro de muerte, dejó de ser hijo de ella.

     El número pequeño de electores fieles, no afecta la validez de la elección, si fueran tomadas las providencias posibles para reunir los fieles, excluidos los desviados de la fe, cismáticos, apóstatas, sospechosos de herejía y con retractación dudosa o disimulada. El Derecho divino no viene del número de los electores, del número de votos, del consenso humano y de los hechos materiales. Es profecía de Cristo que, en el fin de los tiempos, en la gran apostasía, los fieles serán pocos.


4. La necesidad absoluta de la Cabeza visible

     El Magisterio de la Iglesia enseña la necesidad absoluta e indispensable de la Cabeza visible humana, con poder recibido de la Cabeza invisible divina, para mantener en la sociedad, natural y sobrena­tural, la forma dada por su Fundador y para dirigir las acciones de todos los miembros de la sociedad para el fin para el cual fue ella instituida.

     Tal Cabeza visible es ministra de Deus para esa forma y fin bueno, contra la forma y fin malo.

     Donde la esencia y naturaleza de toda sociedad exigen, por norma divina, que exista una Cabeza que mande y que ordene las acciones de los miembros de la sociedad y que sea su principio visible en la forma querida por él instituido divinamente; exige que existan autori­dades que manden y personas subordinadas que obedezcan.

     Eso es la forma esencial y naturaleza de toda sociedad, para, por la unidad de régimen, tenga la unidad de comunión entre los miembros de la sociedad.

     La Cabeza visible es un medio esencial para la forma y el fin de la sociedad. Y siendo perpetua la sociedad como lo es la Iglesia, también será perpetua, por norma divina, la Cabeza visible de la sociedad.

     Sin ella los miembros divergen en la forma y en el fin de la socieda­d, en el creer y en el obrar y se destruirá la sociedad.

     Donde el vínculo de la Cabeza autoritaria, visible, es indispensable para la identidad perene de la sociedad y para la acción unida para el mismo fin, para la ligación de los miembros entre si bajo la subordinación de un solo y mismo principio superior, docente y regente, subordinado también el mismo, a la misma Cabeza divina invisible.

     Eso enseña León XIII:

     "Obliga la necesidad a que, en toda comunidad de seres humanos existan personas que manden. Eso para que, sin el principio o la Cabeza que la gobierne, no sea la sociedad privada de conseguir el fin para el cual nació y para el cual fue constituida" (Diuturnum illud).

     Donde no puede existir la sociedad que es la Iglesia de Cristo, sin la Cabeza visible del Sucesor de Pedro, Pastor y regente de todos los miembros de la Iglesia.

      Reitera León XIII: "Es imposible imaginar una sociedad perfecta no gobernada por un poder soberano" (Satis cognitum).

     La sentencia es clara.

     Reitera él: "Estableció Cristo una Iglesia todos los princi­pios naturales que, entre los hombres, vuelven una sociedad capaz de alcanzar la perfección de la cual su naturaleza es capaz" (Idem).

     Y mas: "Siendo la Iglesia un grupo de fieles, para ser una, requiere la unidad de fe. Y siendo una sociedad constituida divinamente, requiere, por Derecho divino, la unidad de régimen, la cual genera y comprende la unidad de comunión” (Idem).

     Y mas: "Siendo la autoridad de Pedro una parte de la Constitución y de la ordenación de la Iglesia; siendo ella el principio de su unidad; y siendo perpetua su seguridad; no podía ella desaparecer con Pedro" (Idem).

     Y mas: "Proclama la misma naturaleza que es de necesidad que una sociedad de a sus miembros los medios y facilidades para que pasen la vida según la honestidad y toda la Justicia" (Libertas, 22).

     Y mas: "Si, por la voluntad de Dios, nacen los hombres ordenados para una sociedad (...), y si en esta sociedad es tan indispensable el vínculo de la autoridad, que, siendo retirada, ella necesariamente si disuelve, se sigue que, el mismo Dios que creó la sociedad, creó también la autoridad". "Se ve ahí que, sea quien sea la autoridad, ella es ministra de Dios". "Según lo requiere el fin natural de la autoridad, tanto es según la razón obedecer al poder legítimo, cuando ordena lo justo, cuanto obedecer a la autoridad divina que todo gobierna" (Humanum genus, 22).     

     El "vínculo de la autoridad" no existe en la "vacancia prolongada", "necesariamente la sociedad se disuelve".

     He aquí la perfidia de la sentencia de la secta de los acéfalos. Es imposible imaginar la sociedad de la Iglesia sin la Cabeza ministra de Dios que la dirija. Un cuerpo sin cabeza es un cadáver. Quien no quiera la Cabeza visible, no quiere la Cabeza divina que instituyó la Iglesia.

     Apartase del Magisterio dogmático o del Derecho divino. Es apartarse de la unidad de la Iglesia.


5. Necesidad de la integridad del credo

     Tratándose del principio visible de la unidad de fe y de régimen, base fundamental de la Iglesia, la necesidad absoluta de la Cabeza visible de la Iglesia es también cuestión dogmática, sin la cual se incide en el cisma y en la herejía.

     Rechazar esa Cabeza y pretender la "acefalia prolongada", después de cincuenta años del Vaticano II, sin duda, es herejía y cisma. Aún que se profese todo lo demás en el credo, sobre la Misa y los Sacramentos, sobre la Liturgia, ahí se falta gravemente el credo.

     Enseña León XIII: "Nada es mas peligroso que conservar en todo la integridad de la doctrina, porque una sola palabra puede corromper la pureza de la fe recibida de los Apóstolos, como una gota de veneno" (Satis cognitum).

     Es el caso actual de muchos que proclaman la acefalia: "no habrá más papa"; "es la misma opinión sobre el Apocalipsis".

     El credo católico dice: "Quicumque vult salvus esse, ante omnia opus est, ut teneat catholicam fidem: quam nisi quisque integram inviolatamque servaverit, absque dubio in aeternum peribit" (D. S. 75).

     He aquí como "absque dubio", perecerá eternamente quien no mantiene la integridad del credo. Aquí se trata de un solo punto del credo y, si todos son igualmente importantes, también este es de modo fundamental.

     Un cuerpo sin cabeza no se mueve; no opera; no tiene la coordinación motora de los otros miembros. El cuerpo así no se mueve unido con una sola forma, para un solo fin.

     León XIII declaró: "La herejía y el cisma nacen del rechazo a la debida obediencia a la Cátedra de Pedro. Su única fuente es el no querer en la Iglesia un solo Pontífice, un solo Juez que ocupe el lugar de Cristo". "Las dificultades sobre la Fe deben ser resueltas por la Sede de Pedro" (Satis cognitum). Deben ser resueltas "non nisi ad Petrum", enseña Santo Tomás.

     Los obispos independientes y autónomos, sin reuniones para profesar la unidad de fe; para externar la comunión en la unidad de gobierno, aún que aparentemente conserva el credo en todo, más no son obispos católicos.

     El credo católico no viene "ex consensu Ecclesiae" (Vaticano I, D. S. 3074). Es Magisterio de la Iglesia "ser bastante inicuo disminuir la verdad revelada a través de pactos" (Pio XI Mortalium ánimos). Tal es la forma de la "falsa religión cristiana" del Ecumenismo, enseñó el mismo papa. La libertad e igualdad  religiosa; el Ecumenismo del Vaticano II, disimuladamente, están ahí presentes. El Padre de la mentira es el Padre de la disimulación de la fidelidad a Cristo.


6. La existencia de los medios necesarios

     Existen los que dicen que, aunque sea una verdad teórica y dogmática, la necesidad y el deber de extinguir la vacancia, tal obje­tivo es imposible de ser atendido en la práctica; es absurdo; el divide los "fieles"; no existen los medios para ese fin. Obispos declaran que su trabajo: "no tiene por objetivo extinguir a vacancia". Tales palabras son heréticas; totalmente opuestas al Magisterio dogmático de la Iglesia. Dios no ordena cosas imposibles; quien ordena el fin, da los medios para conseguir ese fin.

     Dios no quiere la extinción de su Iglesia: no abandonó la asistencia divina a su Iglesia. Nunca faltaron los medios en dos mil años de Iglesia. Esos medios no proceden de los obispos infieles, de la "nueva iglesia". Los fieles no esperan la conversión de los infieles para cumplir esos convertidos (si se convirtiesen) los deberes que son de los propios fieles. Son subterfugios para la no sumisión a la autoridad divina, perpetua, del Magisterio de la Iglesia.

     Enseña León XIII en la "Immortale Dei": "La Iglesia es, en su género y por Derecho, una sociedad perfecta; por cuanto, por voluntad y acción de su Fundador, tiene ella en si y por si, todos los medios necesarios para su incolumidad y acción"

     Los medios necesarios para la elección de la Cabeza visible en la Iglesia están entre sus miembros visibles y no en los que están fuera de la Iglesia. Esos medios deben ser buscados solo entre los fieles y jamás entre los infieles.

     No se busca la elección de la Cabeza visible de la Iglesia entre los divididos y los separados de la unidad de fe y de gobierno. Se ar­gumenta que no se elige la Cabeza de la sociedad "porque estamos divididos" en cuanto a la misma necesidad de la Cabeza, o en cuanto a la posibilidad de la elección. No pertenecen a la Iglesia los que están divididos en la fe.

     Pio XI enseñó en la "Mortalium ánimos" que "nada falta" a la Iglesia en cuanto a la virtud y la eficacia en el cumplimiento perene de su función, dado que Cristo prometió solemnemente estar con ella: "todos los días, hasta la consumación de los siglos".

     Él está presente como regente y guardián de la Iglesia, con su omnipotencia infinita. Dice Pio XI: Si Cristo enseñó a los Apóstoles; si quiso que el Espíritu Santo enseñase a ellos, para que en nada errasen; la doctrina de Cristo, jamás faltó o fue perturbada en la Iglesia en la cual él está presente como regente y guardián.

     Si lo contrario fuera la verdad, ha siglos la predicación de Cristo y la acción del Espíritu Santo seria sin fuerza y eficacia. "Lo que es blasfemia", dice el papa. Enseña el Concilio de Trento: "Si alguien dice que los preceptos de Dios son imposibles de ser cumplidos, sea anatema" ( D.S. 1568) .

     Tal sentencia "es prohibida por los Santos Padres, bajo anatema" (D.S. 1536).

     Tal sentencia es la de los herejes jansenistas condenados por Inocencio X: "es herética" (D.S. 2001-2006).

     Los que afirman la imposibilidad práctica de la elección papal son heréticos: acusan a Dios de mandar cosas imposibles.


7. La grandeza de la presente apostasía

     La magnitud de la apostasía, de los que se apartan de la unidad de fe y de régimen en nada altera la fe y los deberes de los fieles que perseveran en la fe.

     La Iglesia de Cristo es la misma, divina, con pocos o con muchos fieles. Los medios divinos y humanos para la elección papal per­manecen los mismos con pocos o con muchos miembros dentro de la barca de Pedro. Es León XIII quien lo enseña en la "Satis cognitum":

     "Sea cual fuera la violencia y la habilidad de los enemigos de Cristo, visibles o invisibles, estando fundada sobre Pedro, la Iglesia nunca podrá sucumbir o desfallecer en lo que quiera que sea".

     Tales palabras son claras, aún más tratándose de cosa per­tinente a la esencia y naturaleza de la propia Iglesia, del propio San Pedro: "principio visible y fundamento perpetuo" de la Iglesia.

     Lo opuesto seria confesar que Lucifer venció a Cristo; que los enemigos de Cristo amputaron, para siempre, la cabeza visible de la Iglesia. Como hicieron con Luis XVI en la Revolución Francesa, para destruir el Estado Católico.

     La Iglesia es un "pueblo santo", una "sociedad visible" y Dios ordenó a ese pueblo, en el Apocalipsis, en cuanto a la "gran prostituta": "Sal del medio de ella, pueblo mio, para que no seáis participantes de sus delitos y no recebáis sus penas" (Ap. XVIII, 4).

     Esas palabras del Apocalipsis están de acuerdo con el dogma y no pervierten el sentido perpetuo del dogma, en cuanto a la Cabeza visible del "pueblo santo", ordenado, enseñado y gobernado por la Cabeza Visible. Una multitud dispersa y confusa, con tantos cismas cuantos sacerdotes y cabezas, no es un verdadero "pueblo santo" de una sola fe, de un solo Señor. Pocos con Cristo, como los soldados de Gedeón, somos más fuertes que muchos sin Cristo, como los enemigos del pueblo electo, vencidos por Gedeón.

     En 1994, en Asís, se intentó, a pesar de la crisis, y realizada de hecho, una elección de una Cabeza visible. Lo que muestra el camino, como el del Concilio de Constanza, a pesar de los divididos contra la unidad de la Iglesia. Las divisiones y cismas hoy existentes muestran, la evidencia, que la "nueva iglesia" y otras sectas paralelas con diver­sidad de credo, no son la Iglesia Católica. Esta mantiene una unidad de fe universal, con todos los fieles de todos los tiempos, sin doctrinas nuevas opuestas.


8. Acefalia es sinónimo de dispersión

     El Derecho divino y la enseñanza del Magisterio de la Iglesia muestran los efectos altamente dañosos de la acefalia prolongada. León XIII los muestra en la encíclica "Satis cognitum"; con la imagen viva de la Iglesia como en edificio sobre el cimiento de Pedro. Dice: "Si desaparece el cimiento; se derrumba el edificio".

     En cuanto al "vínculo" de los miembros de la sociedad gobernada por Pedro, dice: "Si se deshace el vínculo de la sumisión a la Sede de Pedro; el pueblo cristiano será una multitud que se dispersa y se disgrega: no formará un solo cuerpo y un solo rebaño". Esto es: no será: "un solo rebaño, con una sola fe, un solo Señor, un solo Pastor" (Ef. IV, 5). He aquí porque y como la "nueva iglesia" conciliar es "otra iglesia" sin la Cabeza visible católica, bajo una Cabeza herética disimulada de católica, según el Padre de la mentira. La vacancia y acefalia es la misma: una falsa Cabeza no extingue la acefalia. En cuanto a un verdadero "ministro de Dios".

     Los que pregonan tal doctrina de la acefalia pregonan contra la esencia y la naturaleza de la Iglesia; levantan una cátedra falsa, contra la verdadera. Dice León XIII: "Quien, contra está única cátedra, levanta otra cátedra, es cismático y prevaricador". Actua contra el poder divino de la Sede de Pedro.

     Por eso, dice el papa: "La orden de los obispos no puede ser considerada unida a Pedro, si no es sumisa a él y lo obedece. Sin esto ella se dispersa." Es lo que vemos, no solo en los secuaces del Vaticano II; sino también en las sectas de los acéfalos; ambos sin la cabeza visible fiel y válida.

     No basta simular fidelidad en la Liturgia, en los altares floridos, en los ritos de San Pio V, en la Misa y en los Sacramentos, cuando se reza "una cum" con el hereje, falso Vicario de Cristo; o cuando, de la misma forma, se quiere la Sede de Pedro acéfala, sin los "perpetuos sucesores" fieles de Pedro. Sin cumplir el deber de elección, la acefalia prosigue por dolorosa o culposa acción o inacción de los que pregonan tal doctrina. Por error, culposo o doloso, cooperan para la muerte eterna de millones de ovejas de Cristo.


9. La palabra divina

     Más allá del Magisterio divino, expuesto por el Magisterio de la Iglesia, sobre la perpetua permanencia de la Cabeza divina en la Iglesia: "usque ad consummationem saeculi" (Mt. XXVIII, 20): independiente de la gran apostasía de los infieles (que no debe afectar a los fieles) la revelación divina es expresa en manifestar la misma doctrina expuesta sobre la perpetuidad de los Sucesores de Pedro hasta el ultimo instante de existencia de la Iglesia terrestre.

            Es lo que expresan las Sagradas Escrituras: "Ubi non est gubernator, populus corruet"; "el pueblo se disgrega donde no existe un gobernante" (Prov. XI, 4). Esto es, la sociedad se deshace, se destruye; las ovejas salen del único rebaño; siguen a muchos falsos pastores, no sumisos al único Pastor de los pastores. San Pablo advirtió sobre los falsos hermanos, acéfalos, "non tenens caput", no sumisos a la cabeza superior divina: "Nadie los seduzca, queriendo andar en humildad y en la religión de los ángeles que no son visibles, afectados frustradamente por el juicio de su carne, no teniendo la cabeza por el cual todo el cuerpo, por nexos y uniones, suministrado y construido, crece en el aumento de Dios" (Col. II, 18-19). La des­cripción de los acéfalos es clara.

     La profecía sobre la dispersión de las ovejas de Cristo, fue dicha por el mismo Cristo: "Golpeare al Pastor y se dispersan las ovejas" (Mc. XIV, 27). El mismo fue profetizado según el relato de San Juan. Dice Cristo a sus Apóstolos que profesaban la fe en él: "He ahí que viene, y ya es venida la hora, en la cual cada uno se disper­sará para las cosas propias y me dejaran solo" (Jo XVI, 32). Hoy cada uno va en su doctrina propia, fe propia, norma propia, criterio propio. No solo los del Vaticano II, sino también otros que se dice contra él.

     El libro de los Macabeos trae la oración de Nehemías, mostrando lo necesario: "congrega nuestra dispersión; libra a los que sirven a los paganos (...), para que los pueblos sepan que es Dios" (2 Mac. I, 27).

     El libro de Judit muestra lo que ocurrió: "Ha poco tiempo retornaran al Señor su Dios, de la dispersión por la cual estaban dispersos y subirán a todas estas montañas y, de nuevo, poseerán la Jerusalén, donde están sus santos" (Jud. V, 23). He ahí la imagen de lo que se pedía a Dios y de lo que ocurrió.


Conclusión

     Vimos el Magisterio perpetuo de la Iglesia y el Derecho divino en el cual él se funda. Nadie puede interpretar de otro modo el Derecho divino en el cual él se funda. Nadie puede interpretar el derecho divino, por su juicio propio libre, de modo opuesto a la sentencia de la Sede de Pedro.

     Nadie puede separarse de ese Magisterio sin ser cismático y herético y sin colocarse fuera de la Iglesia. Eso dice respecto a todos y a cada uno de los fieles y no solo a unos y no a otros. Es materia de fe universal, con relación a la cual no es lícito dividirse y separarse de la unidad de la Iglesia. La grandeza de los delitos de los otros, no altera la fe y los deberes de los fieles: Dios quiere también las obras. El silencio exterior es una implícita negación de la Fe.

     El deber no es solo el de rezar; es también el de obedecer a los preceptos y cumplir los deberes. El "deber gravísimo" de acción ya fue postergado durante medio siglo. Los enemigos de la Iglesia de Cristo se alegran con tal inercia; ella ayuda a la herejía de la secta de los acéfalos, la multitud de cismas, la dispersión de las ovejas. Es ese el objetivo de ellos. Tanto los que aceptan en la Iglesia una falsa cabeza herética, disimulada de "católica", en cuanto los que no quieren una Cabeza fiel, válida, causan ambos los mismos males de la "vacancia prolongada", repelida por Paulo IV (Cum ex apostolatus). La herejía es la misma; en la cooperación para la libertad religiosa y en el Ecumenismo es la misma. Dios no tiene "Plan divino" contra los dogmas de fe perenes. No ordena la inercia, sino la sumisión a los deberes impuestos por la Iglesia. No ordena cosas imposibles. Compete a todos los verdaderos fieles, por Derecho divino, el deber de hacer, para la unidad de régimen que genera la unidad de comunión. El silencio exterior sobre la fe es una implícita negación de la fe, enseña el Magisterio divino de la Iglesia. La unidad de fe es el vínculo principal de la Iglesia; y es esa unidad de fe que impera la existencia de la Cabeza visible y que dice que Dios no manda cosas imposibles.

Laus Deo nostro
Traducción:
R.P. Manuel Martínez Hernández.

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