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lunes, 19 de agosto de 2013

La Dulzura

     Hijo mío, tu Maestro ha dicho: "Aprended de mí que soy dulce". Aprovecha esta divina lección, y sé dulce a ejemplo del Maestro.
     La dulzura es la flor de la caridad y la irradiación de la belleza del alma.
     Es la que pone una sonrisa en los labios, la amable simpatía en la mirada, la bondad en las palabras y no sé qué encantador misterio en el rostro y en toda la persona humana.
     Aun frente a los ataques desleales, aun ante las invectivas de la pasión, aun ante las violencias injustas, conserva la serenidad y práctica la doctrina de la paz.
     Si se te injuria, sé sordo a la injuria: necesitas más fuerza moral para soportar el ultraje que para vengarlo. Además, las represalias, aun justas, engendran el odio; la constante, la infatigable dulzura, al contrario, debilita la resistencia y provoca el amor.
     Con la dulzura, nada de divisiones, nada de discordias, nada de disputas, nada de duelos impíos entre hermanos, de palabra, con la pluma o las armas: la dulzura crea la armonía y produce la dicha.
     Sé dulce, pues, como tu Maestro, y acuérdate que El supo sufrir y morir sin decir palabra dura ni para sus verdugos.
     Desde ahora atraerás hacia ti los corazones, porque está escrito: "Bienaventurados los dulces porque ellos poseerán la tierra", y el cielo recompensará tu virtud, porque también está escrito: "Bienaventurados los pacíficos, porque serán llamados hijos de Dios".

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