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sábado, 19 de octubre de 2013

SERMON DE SAN VICENTE FERRER EN LA FIESTA DE SAN BARTOLOME APOSTOL


Tema: Vosotros sois mis amigos (lo. XV, 14).
     1. Nuestro sermón será de San Bartolomé, pues de él se celebra hoy la fiesta. Y, si Dios quiere, encontraremos muy buena doctrina para instrucción nuestra. Saludemos antes a la Virgen María: Ave María.
     2. Es doctrina admitida en la Iglesia que entre todos los santos que existieron desde el principio del mundo y que serán hasta el fin, los más excelentes, más santos y más llenos de luz son los apóstoles. La razón de ello es muy buena: todo cristiano cree que Cristo es el principio fontal de toda santidad y perfección; por lo mismo, en tanto los santos fueron más santos, más dignos y más excelentes, en cuanto estuvieron más cercanos a Cristo, porque estaban más cerca del principio fontal de toda santidad. Y los apóstoles fueron los que más cerca estuvieron de Cristo, ya que convivían con Él. Luego fueron los más santos.
     Expliquemos la ordenación del mundo por los dedos de la mano, entre los cuales es mayor el del medio. El dedo mayor significa la plenitud de los tiempos, en la cual envió Dios a su Hijo (Gal. IV, 4), pues parece que el mundo estaba más poblado entonces que nunca. Al principio del mundo existieron los patriarcas, santos y perfectos; después los profetas, que eran más santos, por estar más cerca de Cristo. A los cuales dice el Señor: Yo, el Señor, me mostré a Abrahán. a Isaac y a Jacob como el Omnipotente, pero no les manifesté mi nombre (Ex. VI, 1). Entre todos los profetas, Juan fue el más santo, pues estuvo muy cercano al principio fontal, que es Cristo, al cual mostró con el dedo y lo bautizó; tanto, que Cristo dijo de él: Entre los nacidos de mujer, nadie mayor que Juan Bautista (Mt. XI, 11). No fué mayor que los apóstoles, sino mayor que los profetas y patriarcas del antiguo Testamento, con los cuales lo compara Cristo: Yo os digo: No hay entre los nacidos de mujer profeta más grande que Juan Bautista (Lc. VII, 28). Queda, pues, manifiesto que lo compara con los primeros santos.
     3. Después viene el principio fontal de toda gracia y santidad, Cristo. Y aquellos que conviven con Él tienen mayor dignidad y claridad. Por eso dice el Apóstol: También nosotros que tenemos las primicias del Espíritu (Rom. VIII, 23). Después vienen los santos y benditos mártires, que no llegan a la dignidad de los apóstoles. Por último, los confesores.
     Hay que notar que Juan, el más cercano a Cristo entre los santos antiguos, fue más santo que ellos y, consiguientemente, más amigo del Señor. El amigo del esposo, que le acompaña y le oye, se alegra grandemente de oír la voz del esposo (Jo. III, 29). Y los apóstoles, que fueron los primeros en los dones de santidad, fueron los más amigos de Cristo. Dice el Filósofo que "el amigo es otro yo" (IX Ethic., c. 4). Por eso dice Cristo a los apóstoles: Vosotros sois mis amigos, según reza nuestro tema.
     4. Concretando esta doctrina general a San Bartolomé, creo que tuvo la amistad divina por tres cosas, que si nosotros poseyéramos seríamos semejantes a él, aunque no iguales en todo. Tuvo: oración espiritual, obediencia universal, aflicción de mártir.
     Por eso dijo Cristo, de modo especial a Bartolomé, y a nosotros en general: Vosotros sois mis amigos.
     5. Digo, en primer lugar, que San Bartolomé tuvo amistad espiritual con Cristo, a través de la oración espiritual. Pues contemplando y hablando se engendra el amor entre dos personas. Estas dos fases se encuentran en la oración espiritual y devota, en la que se contempla a Jesús de la cabeza a los pies. Primeramente, su cabeza, coronada de espinas; los vituperios y blasfemias que escucharon sus oídos..., etc. De esta manera entra el amor divino en el corazón, contemplando maltrecha la hermosura de nuestro amor... En segundo lugar, hablando, razonando y diciendo: Señor, perdóname; tengo tal defecto o pecado; Señor, ayúdame. De esta manera nace el amor. Tercero: contemplando cómo Cristo está sentado a la mesa de la eternidad, el fiel devoto descansa en Él, viendo su tranquilidad gozosa. De éste dice la Escritura: El que ama la pureza de corazón, tendrá por amigo al rey por la gracia de sus palabras (Prov. XXII, 11). La pureza de corazón consiste en separarse de los negocios mundanos y en darse a la oración y contemplación. Así lo hizo San Bartolomé.
     6. Escuchad lo que de él se dice: Era tan devoto que, según refiere su historia, oraba cien veces cada día, puesto de rodillas; y otras cien veces por la noche. Si por la oración se alcanza la amistad con Cristo, ¿qué diremos de San Bartolomé?
     7. No es necesario que oremos cien veces al día, sino que basta con diez: cinco durante el día y otras cinco durante la noche, sin preocuparnos en detalle de los efectos, contemplando los diez atributos divinos. Antes de nada, santigúate, purifica tu corazón y piensa en el poder de Dios, que creó de la nada todas las cosas. Y cuando sientas la dulzura de corazón, di el Padrenuestro, etc. Después piensa en su ciencia, por la que todo lo sabe y lo ve, por la que nada se esconde a su mirada; y después de esto, vuelve a decir el Padrenuestro. Piensa también en su bondad, pues todo lo que hizo lo hizo por amor al hombre, ya que Él no necesitaba del cielo ni de la tierra. Considera también la creación entera, en sus diversos grados y órdenes. Y la providente gobernación, por la que a todos provee de comida y de vestido, y a nadie falta en nada. Y también en la redención, pues para que nadie fuera suspendido en la horca del infierno, quiso ser suspendido de la cruz. Piensa en la glorificación de alma y cuerpo en los bienaventurados, después del juicio final. Y en la condenación, en el rigor que sufren los impenitentes; de aquí nacerá en ti el temor de corazón. Medita la purificación de las almas en el purgatorio. Y, por último, en el juicio universal, en el que los buenos irán a la derecha y los malos a la izquierda. Ahí tenéis la razón por la cual predicamos las virtudes de los santos: a fin de que sean un ejemplo vivo para nosotros. Por eso dice David: Bendito sea Dios, que no desechó mi oración ni me negó su misericordia (Ps. 65, 20). Y comenta San Agustín: "Si ves que no ha retirado de ti la gracia de la oración, estáte seguro, porque tampoco ha retirado su misericordia".
     8. En segundo lugar, San Bartolomé poseyó la amistad con Dios por la obediencia universal, pues fué obediente a todos los preceptos divinos. Y Cristo decía: Sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando. Parece que no es muy de alabar la obediencia de San Bartolomé a los diez mandamientos divinos, pues todos han de obedecerlos y sujetarse a ellos. Pero tengamos muy en cuenta que fué obediente no sólo a los preceptos, sino también a los consejos y disposiciones apostólicas, pues cumplió todo lo que Cristo quiso decir cuando envió a les apóstoles: Id por el mundo entero y predicad el evangelio a toda creatura (Mc. XVI, 15). Cristo muestra aquí el lugar en que hay que predicar, es decir, en el mundo entero, y no sólo en una villa, ciudad o provincia. Les marcó el movimiento del sol, que sale e ilumina, calienta y hace fructificar por todo el mundo, y no se detiene nunca en un lugar. En segundo lugar, indica la materia que debían predicar: el evangelio, y no Virgilio, Ovidio..., etc., porque los poetas están condenados y, por tanto, su doctrina a nadie salva, aunque sea grata al oído. Si alguien me pregunta si puede predicarse el antiguo Testamento, le diré que quien predica la Biblia no predica sino el evangelio, porque el viejo Testamento no es otra cosa que el evangelio figurado, esclarecido en el nuevo Testamento. Estas son las palabras de Dios, que convierten las gentes e iluminan los corazones. Por eso dice el Apóstol: No me avergüenzo del evangelio, que es poder de Dios para la salud de todo el que cree (Rom. I, 16).
     Y en tercer término, muestra a qué personas hay que predicar: A toda criatura. No sólo a los cristianos, para consolar sus almas, sino también a los conversos, judíos y agarenos, porque "es poder de Dios para la salud de todo el que cree".
     San Bartolomé observó cuidadosamente este mandato. Después de recibir el Espíritu Santo, comenzó a predicar en Jerusalén, convirtiendo a muchos; después en Judea, y así predicando llegó a lo más remoto de la India.
     9. El segundo mandato de Cristo a los apóstoles fue sobre la guerra. ¡Oh!, ¡y en qué guerra se vieron los apóstoles! Los predicadores modernos vienen a predicar entre cristianos y en tiempo de paz. Los apóstoles predicaban entre infieles y a los filósofos una doctrina elevadísima y nueva, como eran los misterios de la Trinidad, encarnación, pasión de Cristo, sobre el sacramento del altar..., etc. Peleaban contra la naturaleza, que propina enfermedades; contra los demonios, contra la muerte, resucitando muertos, curando enfermos y lanzando demonios (cf. Mt. X, 5 ss.).
     10. El tercer precepto que dió Cristo a los apóstoles fué acerca de la pobreza: No llevéis oro, ni plata, ni cobre en vuestros cintos, ni alforja para el camino, ni dos túnicas, ni sandalias, ni bastón (Mt. X, 9-10). Y con esta pobreza convertían a los pueblos. Las gentes se preguntaban: ¿Qué quieren éstos? Y respondían: Buscan nuestra salvación, y no el dinero.
     Estando en la India, San Bartolomé curó milagrosamente a la hija del rey, y el rey le envió una fuerte suma de dinero, que el Santo rechazó. Con ello convirtió al rey y a todo el pueblo. Esta fué su batalla. Si nosotros fuéramos buenos y no amásemos tanto los bienes temporales, los infieles se convertirían; pero como nuestra vida es mala, no sólo no se convierten los infieles, sino que los mismos cristianos pierden la fe.
     11. Digo, por último, que San Bartolomé tuvo la amistad con Cristo por la aflicción de mártir. Por el martirio se alcanza la amistad con Dios: Nuestro padre Abraham fue tentado y probado por muchas tribulaciones, y de este modo se hizo amigo de Dios (Iud. 8, 22).
     Digamos los cuatro martirios de San Bartolomé, narrados por los probados autores. Después de la conversión del rey Polemio, su hermano Astiages envió mil hombres armados para que apresaran a San Bartolomé. El primer tormento que le aplicaron fue la verberación, tan cruel, que no murió por verdadero milagro. En ella se recreaba, según San Ambrosio, pronunciando el nombre de Jesús a cada golpe que recibía. ¡Excelente medicina! El segundo tormento fué ser crucificado con los pies hacia lo alto. El tercero, que fué despellejado, después que lo bajaron de la cruz. Esta pena fué terrible; algunos dicen que con la piel pendiente del cuello continuaba predicando. Y el cuarto tormento fué la decapitación.
     Si el martirio es medio para alcanzar la amistad con Dios, San Bartolomé fué gran amigo del Señor.
     12. Si queremos entrar en el paraíso, es necesario que nos asemejemos a San Bartolomé en estos cuatro tormentos. Primero, hemos de ser golpeados con varas. Pues cuando alguien que vive habitualmente en mal estado se enmienda, llegan en seguida los flagelantes. Sobre esto dice el Apóstol: Todos los que aspiran a vivir piadosamente en Cristo Jesús, sufrirán persecuciones (2 Tim. III, 12). Segundo, es necesario que seamos crucificados. La cruz significa la penitencia que debemos soportar: Los que son de Cristo crucificaron su carne con sus vicios y concupiscencias (Gal. V, 24). Tercero, seremos despellejados. Si tienes piel de león (soberbia y vanidad), humíllate. Si tienes piel de zorra (avaricia), despelléjate y restituye las usuras; te hará daño, pero debes restituir. Por último, es necesario ser decapitados. La cabeza de la que proviene todo mal es la soberbia y presunción, cuando el hombre presume de su grandeza, de su ciencia o ingenio. Luego hay que someterse a la decapitación, porque la cabeza de todo pecado es la soberbia (Eccli. X, 15).

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