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miércoles, 6 de noviembre de 2013

LA BATALLA DEL ESPIRITU

     Los canallas no tienen patria: su bastardía es internacional. Por eso llevan en su modo mismo de ser un odio implacable contra los valores del espíritu, prendas que son orgullo, tesoro y justificación de los pueblos. La demagogia es pérfida. Y sus fines se manifiestan por igual en la insolente verborrea del cínico y en la traicionera solemnidad de las "grandes" conmemoraciones. En todo caso, los descastados propónense llevar adelante su tarea devastadora. Renegados al fin, de las propias virtudes de sus antepasados sacan fórmulas venenosas para ir minando el patrimonio espiritual de los pueblos. Contra esos tales va enderezada nuestra lucha. La lucha de esta generación que vive y grita su arrebatada fe. La lucha de esta generación asqueada por todos los materialismos y por todos los sofismas y que tiende a proyectarse en la historia de las grandes batallas por el espíritu.
     Nuestra fe, nacida en el dolor de una patria desmembrada y sangrante, se fortalece y depura en el coraje de la pelea. Coraje y pelea que no son odio, sino más bien instintiva defensa y recuperación. Los pueblos que se defienden y recuperan ganan todos los combates, pues les asiste la razón y la justicia. Y la fe nacida en el dolor surge consciente y recia, decidida y alegre. Porque de esta fe arranca la lucha del Sinarquismo, éste no será contenido en su avance, como no es contenido el avance de un río caudaloso y profundo, así tenga que llenar inmensos lagos antes de venir al seno del mar.
     El Sinarquismo no es bandería de raza. Ni menos bandería de facción. Ni, mucho menos aún, bandería de clase. Los malvados querrían poder justificar sus ataques a lo que es simple y llanamente "el instrumento de las nuevas generaciones". Y las nuevas generaciones repudian al liberalismo que atomiza y al comunismo que arrebaña. Para las nuevas generaciones son igualmente indignas la anarquía democratera y la dictadura brutal, por cuanto no se compadecen con las aspiraciones del espíritu. Persuadidas de que el desbarajuste político, social o económico deriva necesariamente del desorden espiritual, emprenden la revalorización de la verdad y del bien, de la justicia y de la virtud. No importa que a muchos duela el desvendaje de la llaga que los mantenía ciegos. No importa que se conjuren la maldad y el error y quieran estorbar en mil formas a la cruzada salvadora El derrumbamiento de ídolos es obra de civilización. Y civilización en la barbarizada tierra de los mayores es reconquista. Y las reconquistas por el espíritu son sagradas. Y lo sagrado está fuera del alcance de los perversos. Es así como el Sinarquismo no puede concebir sino la firme seguridad de su triunfo. Por eso no le asustan las griterías destempladas de los enemigos del espíritu. A nosotros, a los sinarquistas, ni la muerte misma ha sido capaz de amedrentarnos. De todas las persecuciones hemos salido con el ánimo más enhiesto y batallador. Y los candidatos a ídolos han temblado en sus propios delirios de grandeza a nuestro solo grito de afirmación y de victoria.
     El Sinarquismo es profecía de orden. Profecía que ha venido deslumbrando a muchos Saulos y que se enfrenta a muchos Neroncillos imbéciles. Bautizo de catacumbas, ha enseñado a sus hombres oscuros a pasar por los nuevos circos, derrotando a los nuevos Césares. El voto del Sinarquismo no ha vacilado en ir contra los poderosos de la hora, negándoles el derecho de asesinar patrias. El más humilde sinarquista resultó ser de mayor consistencia que el más orgulloso testaferro. Y es que a todo sinarquista le bulle en el corazón ese tesoro que es hallazgo de las grandes profecías: la fe.
     La miopía de muchos aún se empeña en presentar la obra de España en América como un simple dominio territorial. Otros más derivan de las colonias españolas la formación de una nueva raza. Los sinarquistas afirmamos que ambas visiones pecan de mezquinas. Porque gracias a la Conquista nos sabemos incorporados al mundo del espíritu, dejamos bien atrás a los que se mueven por solo interés de tierra o de sangre. Y nos enfrentamos a todos los que buscan el descastamiento del espíritu. Combatimos a quienes tratan de borrar en nuestro suelo las huellas del misionero. Combatimos a quienes tienen suplantados y oscurecidos a nuestros verdaderos Grandes Padres. Combatimos a quienes hipotecan la soberanía nacional. Combatimos a quienes corrompen la vida pública y privada. Combatimos a quienes provocan y fomentan divisiones internas. Combatimos a quienes tienen mal parado el nombre de México. Combatimos a todos los que atentan, abierta y simuladamente, contra el patrimonio de los mexicanos.
     Tal es el programa del Sinarquismo. Y sobrada razón hay de que la antipatria se alarme y vocifere. Y de que en su despecho nos atribuya fantasías que sólo se ocurren a desequilibrados. Tan sin cuidado estamos de lo que se diga de nosotros, como el primer día. Hemos aprendido a pasar por encima de la calumnia y de la persecución y del crimen. Y sabemos bien que la virtud del éxito va en la naturaleza misma del ideal a que hubimos de acogernos. Porque, NOSOTROS NO HEMOS HECHO AL SINARQUISMO; EL NOS HA HECHO A NOSOTROS. NO NOS PERTENECE; LE PERTENECEMOS.
José T. Cervantes
LA PATRIA ESCONDIDA

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