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lunes, 20 de enero de 2014

Eonios, Erastianos, Escholtenianos, Espinosismo

EONIOS
     En el siglo XII, un tal Eon de t'Etoile, caballero bretón, abusando de la pronunciación de estas palabras: per eum (se pronuncia per eonqui venturas est, decia, que el era el Hijo de Dios, que debía juzgar los vivos y los muertos. Lo mas extraño es, que tuvo hombres que le siguieron y se llamaron eonios, y causaron muchas turbulencias. Algunos se dejaron quemar vivos por no renunciar a esta locura. Tan cierto es que todo aquel hombre que se mezcla en dogmatizar y amotinar el pueblo es un sujeto peligroso, y debe reprimírsele por el castigo.
     A juicio de algunos enemigos de la Iglesia, este acontecimiento prueba la extraña credulidad y estupida ignorancia de la multitud durante aquel siglo, y la imbecilidad de los jefes que gobernaban la Iglesia en aquella época, igualmente que el poco conocimiento que tenían de la verdadera religión; pero nada de esto prueba el hecho mencionado: En los siglos XVI y XVII, que ya no eran tiempos de ignorancia, ¿no se vio que unos entusiastas formaron la secta de los cuacaros, anabaptistas, y anomianos, etc., que no eran mas racionales que los eonios? Eon de l'Etoile y sus sectarios saqueaban las Iglesias y monasterios, y con este recurso hallaban medios para vivir en la abundancia; no se necesitaba otro cebo para adquirir prosélitos: se debía, dicen, haber puesto a Eon de l'Etoile en manos de los médicos, mas bien que en el número de los herejes, y haberle puesto en un hospital, mas bien que dejarle morir en una prisión. Eso seria bueno si este insensato y sus satélites se hubiesen reducido a esparcir sus absurdas visiones; pero, ¿podrán nuestros adversarios refutar a los autores contemporáneos, como Otón de Frisinga, Guillermo de Nebourg y a otros, que aseguran que Eon y sus sectarios eran unos ladrones? Por lo cual es claro que se hizo favor a este visionario en condenarle solo a una prisión perpetua, y que sus compañeros, que fueron ajusticiados, lo tenían merecido por sus crímenes, (Hist. de l'Églis. Gallic., T. 9, l. 26, año 1148).


ERASTIANOS
     Secta que se levantó en Inglaterra durante las guerras civiles en 1647, y se llamó así de su jefe Erasto. Era un partido de sediciosos que sostenían que la Iglesia no tenia autoridad respecto a la disciplina, ni potestad alguna para hacer leyes y decretos, y mucho menos para imponer penas, fulminar censuras, absolver de ellas, excomulgar, etc.

ESCHOLTENIANOS
     Nueva secta nacida del protestantismo en Holanda. Formada bajo la inspiración del poeta Bilderdik, muerto en 1834, proclamó que la base de toda sociedad debe ser el Evangelio, y procuró establecer una especie de teocracia. Esta escuela, propagada por el judío convertido Dacosta, profesor en Amsterdan, y por Capadocio, médico del Haya, se hizo bien pronto una secta, que adoptó la profesión de fe del sínodo de Dordrecht, celebrado en 1618 y 1619, protestando contra el el sínodo de 1816, que declaró que los ministros no estaban obligados a jurar las fórmulas del sínodo de Dordrecht, sino con restricción y en cuanto no las creían contrarias a la conciencia. Este sínodo, anulando las formulas de 1618, hizo prevalecer el sistema de indiferencia, seguido por muchos ministros, los que en realidad son socinianos, hasta tal punto que en 1834 no quedaba ya en Leyda mas que un solo profesor que no lo fuese. Esta defección fue sin duda la que, despertando el celo de los protestantes sinceros, dio lugar a los progresos de los nuevos sectarios, persuadidos de que eran mas ortodoxos, mas rígidos, mas calvinistas que el común de los reformados. Dos jóvenes pastores (curas protestantes) de Cok y de Scholten, a los cuales se juntaron mas tarde otros tres, desplegaron el estandarte del puritanismo. Es de notar, en efecto, que la secta forma dos ramas distintas, la una que tiene por jefe a Dacosta y la otra a Scholten. Los partidarios de Dacosta admiten la divinidad de Jesucristo, y muestran mas regularidad en las prácticas de religión; mas no se separan de la Iglesia establecida, que quieren reformar, no destruir. Los escholtenianos, al contrario, se han separado de la Iglesia dominante, a la que miran como desfigurada y corrompida. La primera acta de completa separación de los verdaderos reformados, porque así se llaman, fue firmada el 13 de octubre de 1831, y el primero de noviembre salió una proclama exhortando a los adeptos a seguir este ejemplo. El clero protestante, herido en el corazón por sus propios hijos, dio un grito de alarma, y provocó de parte del sínodo general, que se reúne anualmente en el Haya, medidas de represión contra la audacia siempre creciente de los nuevos puritanos. En consecuencia fueron excluidos de la comunión del culto establecido. Ayudándose el Estado y la Iglesia mutuamente, el gobierno dio órdenes rigurosas contra los disidentes, y el sínodo no solamente lanzó la censura eclesiástica contra los verdaderos reformados, y quitó a sus jefes el carácter de pastores, sino que, con pretexto de que los templos protestantes son solo para el uso exclusivo del culto oficial, ordenó la evacuación de los que conservaban los pueblos cismáticos. Habiendo rehusado estos entregarlos, se recurrió a la fuerza. Los nuevos religionarios, perseguidos por todas partes, se reunieron en casas particulares, en granjas y aun en el campo libre. No contento el gobierno con haber reducido a los verdaderos reformados a este estado de aislamiento, a fin de impedirles toda predicación, se apoyó del artículo 291 del código penal francés, que aun está en vigor en este país, y los fiscales públicos persiguieron sin descanso a los nuevos sectarios del jefe de asociación ilegal de mas de veinte personas. Estos, maltratados así en su patria, interesaron en su favor a los protestantes extranjeros. Varios pastores del Canton de Vaud reclamaron en su favor, en una reunión de ministros disidentes celebrada en Londres les dio también pruebas de simpatías.

ESPINOSISMO
     Sistema de ateísmo imaginado por Benito Espinosa, judío portugués, que murió en Holanda de cuarenta y cuatro años, en 1677. Este sistema se llama también panteísmo, porque consiste en sostener que el universo es Dios, o que no hay mas Dios que la universalidad de los seres. De donde se infiere que todos los sucesos son efecto de las leyes eternas e inmutables de la naturaleza, es decir, de un ser infinito y universal que existe y obra necesariamente. No es tarea difícil percibir las consecuencias absurdas e impías que nacen de este sistema.
     Por el pronto se ve que consiste en realizar las abstracciones tomando todos los términos en un sentido falso y abusivo. El ser en común, la sustancia en general, no existen; ni hay en realidad sino individuos y naturalezas individuales. Todo ser, toda sustancia, toda naturaleza, o es cuerpo o espíritu, y lo uno no puede ser lo otro. Pero Espinosa trastornó todas estas ideas, pretendiendo que no hay sino una sola sustancia, de la cual son modificaciones el pensamiento, la extensión, el espíritu y el cuerpo; y que todos los seres particulares son modificaciones del ser en general.
     Basta consultar el sentimiento interior, que es el sumo grado de la evidencia, para convencerse de lo absurdo de este lenguaje. Yo conozco que soy yo y no otro, una sustancia separada de todas las demás, un verdadero individuo y no una modificación; que mis pensamientos, mis deseos, mis sensación mis afectos son míos y no de otro, y que los de otro no son los míos. Que sea otro un ser una sustancia, una naturaleza como yo, semejanza no es mas que una idea abstracta un modo de considerarnos uno a otro, pero que no funda identidad ni unidad real entre nosotros.
    Para probar lo contrario, Espinosa forma un sofisma grosero. «No puede haber, dice, muchas sustancias ni de un mismo atributo, ni de distintos atributos: en el primer no serian diferentes, que es lo que yo pretendo; en el segundo, estos atributos serían esenciales o accidentales: si aquellas sustancias tuviesen atributos esencialmente distintos, ya no serian sustancias; si tuviesen atributos accidentalmente distintos, esto no impediría que la sustancia fuese una e indivisible".
     Por de pronto se ve que este filósofo juega con la palabra equívoca mismo y diferente, y que en esta equivocación se funda únicamente su sistema. Nosotros sostenemos: que hay muchas sustancias de un mismo atributo, y muchas de diferentes atributos, o muchas sustancias que se distinguen esencialmente y otras que se distinguen accidentalmente. Dos hombres son dos sustancias de un mismo atributo, tienen la misma naturaleza y la misma esencia, y son dos individuos de la misma especie; pero no son uno mismo en número, sino que son diferentes, es decir son distintos. Espinosa confunde la identidad de naturaleza o de especie, que no es que una semejanza con la identidad individual, que es la unidad; confunde ademas la distinción de los individuos con la diferencia de las especies: ¡lastimosa lógica! al contrario, un hombre y una piedra son dos sustancias de diferentes atributos, cuya naturaleza, esencia y especie no son las mismas o no se parecen. Esto no impide que el hombre y la piedra tengan el atributo común de sustancia, porque ambos subsisten aparte y separados de todos los demás seres: ni el uno ni la otra necesitan de supuesto, porque no son accidentes, ni modos; y si no son sustancias, nada son.
     Espinosa y sus partidarios no vieron que se probaría contra ellos que no hay en el universo mas que una sola modificación, por el mismo argumento con que ellos tratan de probar que no hay sino una sola sustancia: su sistema se reduce a un tejido de equívocos y contradicciones, y no tienen respuesta sólida con que satisfacer a las objeciones que los abruman.
     El conde Boulainvilliers, después de haber hecho los mayores esfuerzos por explicar este dilema tenebroso e ininteligible, se vio precisado a confesar que la doctrina común que pone a Dios por primera causa, Ser infinito, y distinto de todos los demás seres, tiene grandes ventajas, y está libre de grandes inconvenientes. Corta las dificultades del infinito que en el espinosismo parece dividido y divisible; da razón de la naturaleza de los seres, que son como Dios los hizo, no por necesidad, sino por su libre voluntad; ofrece a la religión un objeto interesante, persuadiéndonos que Dios admite nuestros homenajes; explica el orden del universo, atribuyéndole a una causa inteligente que sabe lo que hace; presenta una regla de moral, que es la ley divina, fundada en castigos y en recompensas, y nos hace concebir que puede haber verdaderos milagros, porque Dios, que estableció libremente el orden del mundo, es superior a todas las leyes y a todas las fuerzas de la naturaleza. Al contrario, el espinosismo no puede satisfacer a ninguno de estos puntos, los cuales son otras tantas pruebas que le confunden y aniquilan.
     Siguieron distintos métodos los impugnadores del espinosismo. Unos se propusieron principalmente desenvolver sus absurdas consecuencias. Bayle prueba muy bien que, según Espinosa, son lo mismo Dios y la extensión; que siendo esta un resultado de partes, de las cuales cada una es una sustancia particular, la pretendida unidad de la sustancia universal es puramente quimérica e ideal. Hizo ver que los modos que se excluyen uno a otro, como la extensión y el pensamiento, no pueden subsistir en un mismo sujeto; que la inmutabilidad de Dios es incompatible con la división de las partes de la materia, y con la sucesión de ideas de la sustancia pensadora; que siéndolos pensamientos del hombre contrarios muchas veces unos a otros, es imposible que Dios sea el sujeto o el supuesto de estos pensamientos. Demuestra que aun es mas absurdo que Dios sea el supuesto de los pensamientos criminales, de los vicios y pasiones de la humanidad; que en este sistema el vicio y la virtud son palabras vacías de sentido; que contra la posibilidad de los milagros solo pudo alegar Espinosa su propia tesis; a saber, la necesidad de todas las cosas, cuya tesis no prueba, ni pudo siquiera explicar con claridad; que siguiendo sus propios principios no puede negar los espíritus, ni los milagros, ni los infiernos.
     Los espinosistas, viendo que nada solido tienen que replicar, se contentan con decir que Bayle no entendió la doctrina de su maestro, ni supo explicarla. Pero este crítico, aguerrido en la disputa, no se desanimó por esta respuesta, que es la de todos los materialistas: toma una por una todas las proposiciones fundamentales de este sistema, y desafía a sus adversarios a que le muestren una sola que no hubiese expuesto en su verdadero sentido. Particularmente, en el articulo de la inmutabilidad y variación de la sustancia, demuestra que los espinosistas son los que no se entienden a sí mismos; que en su sistema está Dios sujeto a todas las revoluciones y trasformaciones a que en opinión de los peripatéticos está sujeta la materia. 
     Otros autores, como el célebre Fenelon, y el P. Lami, benedictino, formaron una cadena de proposiciones evidentes es incontestables, que demuestran las verdades contrarias a las paradojas de Espinosa, construyendo por este medio un edificio tan sólido como un tejido de demostraciones geométricas, a cuya presencia se desploma el espinosismo.
     Finalmente, otros atacan a este sofista en su misma trinchera, es decir, bajo la forma geométrica en que él presentó sus errores. Examinaron sus definiciones, sus proposiciones, sus axiomas y sus consecuencias; deshicieron sus equivocaciones y el abuso continuo que hace de las palabras, e hicieron ver que de tan débiles materiales, tan confusos y tan mal zurcidos, solo resultó una hipótesis absurda y repugnante. (Hook, Relig. natur. et revel. principia, primera parte, etc. También Jacquelot, Traite de l'existence de Dieu; Le Vassor, Traite de la véritable religión, etc.).
     Muchos escritores creen que Espinosa fue arrastrado a su sistema por los principios de la filosofía de Descartes: nosotros no pensamos así. Este filósofo enseña que en la naturaleza no hay en realidad sino dos seres, el pensamiento y la extensión; que el pensamiento es la misma esencia o sustancia de la materia. Pero nunca pensó que estos dos seres podían ser dos atributos de una misma; al contrario demuestra que una de estas dos cosas excluye necesariamente la otra; que son dos naturalezas esencialmente distintas, y que es imposible que una misma sustancia sea a un mismo tiempo espíritu y materia.
     Otros dudan si la mayor parte de los filósofos griegos y latinos, que parece enseñaron la unidad de Dios, entendieron por este nombre el universo o toda la naturaleza: muchos materialistas no titubearon en afirmarlo y sostener que todos estos filósofos eran panteístas o espinosistas, y que los PP. de la Iglesia se engañaron torpemente, o nos engañaron, en el hecho de haber citado a los antiguos filósofos en favor del dogma de la unidad de Dios, según le profesan los judíos y cristianos.
     En realidad, ningún interés puede resultarnos de tomar partido en esta cuestión, vista la oscuridad, inconstancia y contradicciones que se notan en las obras de los filósofos, siendo por lo tanto muy difícil saber cuáles eran sus verdaderos sentimientos. Así no se puede acusar a los PP. de la Iglesia de disimulo, ni de falta de penetración, aun cuando no hubiesen comprendido el sistema de aquellos sabios. A quienes con mas probabilidad se puede acusar de panteísmo es a los pitagóricos y estoicos, que miraban a Dios como el alma del mundo, y le suponían sujeto a las leyes inviolables del destino.
     Pero aunque estos filósofos no hayan establecido de una manera clara y precisa la distinción esencial entre el espíritu y la materia, parece que nunca confundieron el uno con la otra, ni pensaron, como Espinosa, que una misma sustancia fuese a un mismo tiempo espíritu y materia; y aunque su sistema no era tal vez mejor que el de Espinosa, sin embargo no era absolutamente el mismo. 
     El espinosista Tolando, mas extremoso que su maestro, se atrevió a sostener que Moisés fue panteísta, y que el Dios de Moisés no era mas que el universo. Un médico que tradujo al latín y publicó las obras póstumas de Espinosa, aun lo hizo mejor, empeñándose en que las doctrinas de este filósofo extravagante nada tienen de contrario a los dogmas del cristianismo, y que todos los que escribieron contra él le levantaron calumnias y embustes. (Mosheim, Histoíre ecclés., siglo XVII, secc. 1°, §24, notas t y w). La única prueba de Tolando es un pasaje de la Geografía de Estrabon, tib. 16, en que dice que Moisés enseñó a los judíos que Dios es todo lo que nos rodea, la tierra, el mar, el cielo, el mundo y todo lo que llamamos naturaleza.
     De aquí solo se sigue que Estrabon no había leído a Moisés, o que percibió muy mal el verdadero sentido de su doctrina. Tácito le entendió mejor: Los judíos, dice, entienden por el pensamiento un solo Dios supremo, eterno, inmortal e inmutable. En efecto, enseña Moisés que Dios crió el mundo, que el mundo principió, que Dios le crió con toda libertad, puesto que lo hizo por su palabra o por su querer, y que lo arregló todo según le plugo, etc. Los panteístas no pueden admitir ninguna de estas expresiones, y se ven precisados a decir que el mundo es eterno, o que se hizo por casualidad; que el todo hizo sus partes, o que las partes hicieron su todo, etc. Moisés minó por el cimiento todos estos absurdos, y no necesitamos añadir que los judíos creyeron lo mismo que Moisés, y que la misma creencia seguimos los cristianos.
     Nada sirve decir que el espinosismo no es un ateísmo expreso; que aunque su autor concibió mal la Divinidad, no negó por eso su existencia; que habla de ella con mucho respeto, y que no trató de hacer prosélitos ni aumentar su partido, etc. Si el espinosismo lleva consigo las mismas consecuencias que el ateísmo puro, ¿qué importa que Espinosa piense por otra parte lo que quiera? Las contradicciones de este visionario nada sirven para remediar las fatales influencias de su doctrina; si no las pudo percibir, era un estúpido, y no debía meterse a escritor. El empeño de todos los incrédulos en visitarle mientras vivió, en tener correspondencia con él, en recoger sus escritos después de su muerte, en desenvolver su doctrina, y en hacer su apología, forman su proceso y convencen su impiedad. Un incendiario no merece ser absuelto, por no haber previsto todos los males que debía causar el fuego que atizaba.

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