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jueves, 2 de enero de 2014

SAN IGNACIO DE LOYOLA (2)

LIBRO I
ESPERANDO SU VERDADERO DESTINO
Capítulo Primero
EL HIJO DE LOS LOYOLA 
(1493? - 1521)

     Una de las tres provincias vascongadas del otro lado de los Pirineos, se llama Guipúzcoa. Según un historiador local (1) del siglo XVI, Guipúzcoa significa "amenazar al enemigo"; como si dijera: "te haremos pedazos". La historia de este rincón de la tierra es tan fecunda en proezas guerreras como para merecerle un nombre que suena a desafío. Queriendo explicar en su Compendio Historial, el carácter belicoso de los guipuzcoanos, Lope de Izasti (2) hace una advertencia curiosa: en este país el mineral de hierro abunda, las aguas potables están cargadas de él, y los habitantes tienen hierro en las venas; ese es todo el secreto de su temple enérgico. El país es montañoso, la lluvia frecuente, domina el viento del norte; las gentes no conocen sino la vida de las fraguas o de los campos; las torres y los castillos de las veinticuatro familias principales, llamadas Los Parientes Mayores (3) están todas edificadas en campo raso. Sumergidos desde la infancia en ese medio, hombres y mujeres forman una raza fuerte de cuerpo resistente, de alma orgullosa.
     Confinada por Vizcaya al oeste, Alava al sur y Navarra al este, limitada al norte por Francia y el mar Cantábrico, Guipúzcoa se encuentra como emparedada por la naturaleza misma en su especial particularismo. Visto desde un avión, este cuadro de treinta y tres leguas de contorno, mírase por todas partes como erizado por grandes masas de montañas; cortado del suroeste al noroeste, por cinco valles de dirección más o menos paralela, muy estrechos, y en el fondo de los cuales corren hacia el mar, en hilos delgados y rápidos, algunos arroyos que el invierno convierte en torrentes.
     Sensiblemente, hacia la mitad de este cuadro, el Urola traza su cauce. Brotando en las montañas de Oñate que separan a Guipúzcoa de Alava, recorre el valle de Legazia sembrado totalmente de forjas, desciende hacia Zumárraga, entra por el valle de Iraurgui y deja a la izquierda a Azcoitia y a Azpeitia, para ir a arrojarse por Cestona, Arona y Zumaya en las aguas Cantábricas. Bordeando el apacible valle, junto a la orilla izquierda del Urola, el Izarraitz levanta su cresta desnuda agujereada por canteras de mármol. En la margen opuesta el Aramontzo ostenta las frondas de sus bosques y las casas blancas de los campesinos.
     Los bosquecillos sombríos de encinas, olmos y castaños, que ocultaban la casa de Loyola en el siglo XVI han desaparecido. La masa austera y grandiosa de un colegio, edificado en los tiempos de María Ana de Austria, madre de Carlos II, domina hoy y cubre la antigua estancia (4).
     Cuando Ignacio de Loyola vino al mundo, las demoliciones ordenadas por los Reyes de Castilla en el siglo precedente, habían quitado a la fortaleza su silueta feudal (5), tenía ya entonces el singular aspecto que hoy ofrece a nuestras miradas. La casa es un cubo de 16 metros por lado, los muros de la planta baja y del primer piso, gruesos de dos metros, están formados por bloks de piedra mal labrados, unidos sin arte pero capaces de desafiar los asaltos y las bombardas. En otro tiempo estas piedras de tan feo aspecto subían hasta las almenas. Las sangrientas luchas de los Parientes Mayores, dieron a los Reyes de Castilla del siglo XIV y del XV, la ocasión para decretar su demolición. Los Loyola hicieron los sordos, obtuvieron plazos y perdones, pero sin embargo cuando reedificaron su morada medio destruida, pusieron sobre los basamentos antiguos, paredes de ladrillo. Manifiestamente, este piso superior fue construido en tiempos pacíficos, cuando la guerra de los señores no era ya más que un recuerdo. Si se ve desde arriba, el castillo tiene casi el aspecto de un chalet, pero las torrecillas de los cuatro ángulos le conservan algo así como una apariencia de castillo fuerte de otros tiempos.
     La fachada principal da al norte, hacia Azpeitia, (6) la puerta de entrada es ojival; por encima del arco, las armas de los Loyola se ostentan groseramente esculpidas en la negra piedra.
     A la altura del segundo y del tercer piso y bajo la techumbre se aprecia una ancha cornisa de ladrillos romboidales. Es el único adorno que da al edificio alguna arquitectura: morada de gentilhombres campesinos, ricos de recuerdos y de orgullo, más que de monedas; provistos de rentas que eran suficientes para darles apariencias de nobles, pero demasiado escasas para proveerles de lujo y de fausto.
     La familia de los Loyola es muy antigua. (7) El primer nombre que nos revelan los papeles que aún existían en el siglo XVII, es el de Inés de Loyola, casada en el siglo XIII con Lope García de Oñaz. De los Oñaz vecinos de los Loyola podemos, remontándonos en las edades, encontrar la huella en 1180, pero en el siglo XIII se habían extinguido. Lope García de Oñaz, dejó a Inés de Loyola sin hijos; casóse ésta con su primo Juan Pérez de Loyola y así se fundieron las dos familias. Alfonso XI de Castilla les dió en 1331 un blasón que atestigua esta fusión: el escudo de los Oñaz, de oro, con siete bandas de gules se une al de los Loyola, de plata, con dos lobos apoyados en una marmita de barro (8).
     Los favores reales no eran sino la recompensa de las virtudes guerreras de la familia (9). En la batalla de Beotivar (19 de septiembre de 1324), en la que franceses y navarros fueron vencidos por los guipuzcoanos, aliados a las tropas de Castilla, Juan Pérez de Loyola y sus siete hijos se distinguieron por su valor. El recuerdo de sus proezas aún vive en el país; todos los años el día de San Juan Bautista, patrón de la Villa de Tolosa, acuden las multitudes del pueblo a Iguerondo. Un grupo de bailarines encabeza el cortejo; y se exaltan a porfía en canciones castellanas y vascongadas las hazañas de los hijos de Pérez de Loyola.
     En 1387 (por cartas reales renovadas en 1394 y autenticadas en 1414 en la Cancillería Episcopal de Pamplona) los Loyola se convierten en señores y patronos de la iglesia de San Sebastián de Azpeitia. Este privilegio honorífico y provechoso concedido a Beltrán Yáñez de Oñaz y Loyola era el premio de su fidelidad al Rey de Castilla. En un conflicto provocado por los habitantes contra el Rey Juan, Beltrán se declaró por el príncipe y éste agradecido le concedió el derecho de patronato (10) que debía ser la fuente de dificultades cien veces renovadas. Comenzaron desde los tiempos de Beltrán Yáñez y se prolongaron hasta la época de San Ignacio. Procesos ante el Ordinario y la Corte de Roma, sentencias contradictorias y bulas papales, acuerdos firmados y rotos sucesivamente, señalan periódicamente las fases de la querella. Pero siempre triunfaban los Loyola y su derecho de patronato se mantuvo de generación en generación, en las manos de los herederos del nombre. Beltrán Yáñez lo transmitió a su hijo Juan Pérez, éste que murió sin hijos lo dejó a su hermana Sancha, casada con Lope García de Lazcano; Juan Pérez de Loyola, hijo de este matrimonio, lo pasó a Beltrán su hijo mayor.
     De la vida de la familia en estos tiempos lejanos ignoramos casi todo. Pero en los contratos y testamentos que subsisten (11), vemos a los Loyola aumentar en riqueza; las tierras se agrandan, los vestidos preciosos y las finas telas se acumulan en los armarios, la iglesia de la Parroquia y las capillas campestres que se levantan en el valle del Urola, reciben regalos y limosnas. A pesar de todo, el dinero no abunda. Conocemos el contrato de matrimonio de Beltrán Yáñez de Loyola con Marina Sánchez de Licona; se trata en él de la fragua de Ybaydera, de siete granjas, de criaderos y rebaños poseídos por Beltrán; la dote de Marina es de 1600 florines de oro del cuño de Aragón. El documento suscrito por los Notarios de Azpeitia Pedro Sánchez de Acharan y Gonzalo Martínez de Vescarbi es del 13 de julio de 1467: conservemos esta fecha, es la del matrimonio del que nacerá Ignacio de Loyola.
     Por mucho tiempo se ha escrito que la madre de Ignacio era hija del Solar de Balda, en donde la torre de Azcoitia fue construida por Tubal, nieto de Noé, que fue el primer hombre que puso pie en España después del Diluvio. Izasti habla lo más seriamente del mundo de Tubal y de la visita que hizo Noé al primer soberano de las España. Los azcoitianos han abandonado sin duda ahora la leyenda de Tubal. Pero reivindican como una compatriota a aquella que llaman Marina Sáenz de Balda. Leyenda también: Marina no tiene de Balda, ni el nombre, ni la sangre; fue hija de María de Zarauz y del Doctor Martín García de Licona, y éste es nieto de Martín Pérez de Licona el cual en 1414 fue desterrado de Lequeitio su patria y fue instalarse en Ondarroa, donde construyó una casa que se llama aún ahora Torrebarría, en cuya puerta de entrada se ve el escudo de los Licona; una cruz plantada en la roca. Lequeito y Ondarroa, son dos de los doce puertos de Vizcaya. Fue pues de una raza templada por los violentos vientos de los mares cantábricos de donde procedió Marina Sánchez de Licona, madre de Iñigo de Loyola.
     Ciertamente el doctor Martín García de Licona pudo establecerse en Azcoitia hacia 1463, y aun habitar la casa de los Balda. Por esta fecha ya estaba investido por orden real del patronato de la iglesia de Azcoitia y tenía este derecho por un cambio amigable que hizo con Pedro de Silva, quien era el titular después de la muerte de Ladrón de Balda. Fue probablemente de Azcoitia de donde salió Marina Sánchez de Licona para unirse a un Loyola: porque en su contrato de matrimonio levantado por los notarios de Azpeitia, firman los azcoitianos. A eso deben de reducirse las pretensiones de la encantadora ciudad, que desde hace siglos disputa a Azpeitia el honor de haber dado la sangre de San Ignacio. Beltrán de Onaz y Loyola era guipuzcoano, Marina Sánchez de Licona era vizcaína (12), y además eran parientes por afinidad. Porque Beltrán es hijo de Pérez de Loyola y de Sancha Pérez de Iraeta, y María Ochoa hermana de Marina Sánchez de Licona, casó con un Beltrán de Ozaeta sobrino de la mujer de Beltrán de Loyola.
     Como los Loyola, los Licona son de vieja cepa. Estos existían ya antes que las ciudades de Lequeitio y Ondarroa, lo mismo que aquéllos existían antes de Azpeitia. Las dos familias están formadas por ricos hombres, las dos son patronas de las iglesias de su residencia, las dos en el siglo XVI tienen una larga tradición de nobleza y de fe.
     El matrimonio de Beltrán de Loyola y de Marina Licona, fue bendecido por Dios y fecundo. Tuvieron, si creemos a los azpeitianos testigos en el proceso canónico de 1595, trece hijos. Es imposible reconstituir por completo esta descendencia. Podemos solamente nombrar siete varones: Juan Pérez, Martín García, Hernando. Pero López, Beltrán, Ochoa López e Iñigo López; y tres mujeres a saber: Juanita, Petronila y Magdalena (13). De las fechas de nacimiento de cada uno de estos niños, no sabemos nada preciso, porque los archivos de Azpeitia se quemaron en el incendio de que fue víctima la ciudad en 1515. Unicamente por deducción podemos señalar el año de 1493, como la fecha verosímil (14) del nacimiento de San Ignacio y fue, según el testimonio de los azpeitianos en el proceso de 1595, Iñigo, el benjamín de la familia.

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     Nació en el Castillo de Loyola, probablemente en la recámara de su madre, y fue bautizado en Azpeitia con el nombre de Iñigo López. (15) Este nombre de Iñigo abunda en los registros parroquiales de Guipúzcoa, de Vizcaya y de Navarra en los siglos XV y XVI; figura en las actas notariales de Azpeitia, para algunos contemporáneos de San Ignacio; encontramos también en Orduña en 1508, una cofradía de gentilhombres de Vizcaya, que tenía por patrono a San Iñigo, venerable abad del monasterio Benedictino de Oña, cuya fiesta se celebra el primero de junio.
     El niño, aún de muy corta edad perdió a su padre y a su madre. Beltrán de Loyola murió el 23 octubre de 1507; Marina su esposa había desaparecido antes que él, en una fecha que ignoramos. Hasta 1507, verosímilmente Iñigo creció entre sus hermanos y hermanas. Por ser el menor de la familia fue, como su hermano Pero López, dedicado al estado clerical; y debió comenzar sus primeros estudios con los otros clérigos de la parroquia. Tales estudios no pasaban de ser el arte de leer y escribir. Los Loyola no eran letrados. De las tres hermanas de Ignacio, una sola era capaz de firmar con su nombre. Y si su hermano Martín García en sus libros de cuentas mezcla a veces el latín al castellano, esto no es gran cosa, porque era más hábil en manejar la espada que la lengua de Cicerón. Beltrán y Ochoa que se quedaron en su país se le parecen. Para ir a buscar fortuna a Nápoles y a las Indias, Juan Pérez y Hernando (16) no tuvieron necesidad más que de su nombre, de algunos centenares de florines, que representaban su legítima, y de una gran audacia. Pero López será el único de la familia que continuando su carrera eclesiástica tendrá algún tinte de letras humanas y divinas; será ordenado y tendrá el cargo de rector de la iglesia de San Sebastián de Azpeitia.
     La fe cristiana es, con el honor caballeresco, el bien más precioso de la familia. Son católicos por herencia. Las cláusulas de los testamentos (17) lo atestiguan con elocuencia. Los Loyola tienen costumbre al consignar sus últimas voluntades de dar su alma a Dios, de pedir perdón de sus pecados, de confiar su salvación a la misericordiosa protección de la Virgen, de disponer treintenarios de misas que se dirán por el descanso de su alma, de pagar sus deudas y de costear viajes de peregrinos para que vayan a orar por ellos en el santuario de Nuestra Señora de Guadalupe y aun a la tumba de Santiago, y finalmente no olvidan algunos legados para obras pías. Entre éstas figuran las basílicas, que se levantan a los lados de las montañas vecinas de Loyola. Es necesario nombrar aquí estos Santuarios rústicos a los que Iñigo fué conducido muy niño, para iniciarle en las devociones de sus abuelos: San Juan de Oñaz y San Pedro de Loyola, Nuestra Señora de Olaz y Nuestra Señora de Eloseaga, San Miguel, San Martín, Santa Magdalena, San Juan de Eismendi y San Pedro de Elormendi. Sobre todas estas ermitas o basílicas, los Loyola tienen derecho de patronato, ellos son los que nombran las fraylas, los mayorales encargados de custodiarlas y adornarlas y dictan los reglamentos que las gobiernan. Con mayor razón ejercitan su patronato en la iglesia de San Sebastián de Azpeitia. Para no remontarnos mucho, Beltrán de Loyola padre de nuestro Iñigo, no sólo se acuerda de los privilegios y de las rentas que le tocan sobre los diezmos y las ofrendas, sino que procura reglamentar según los cánones, la vida religiosa de los clérigos de la parroquia y la del pueblo. Las mujeres no se muestran menos celosas de la religión: entre las guardianas de estas basílicas de San Miguel y de Santa Magdalena se cuentan Marina, Inés y Juanita de Loyola. Catalina de Loyola, casada con un Emparan de Azpeitia, fundará el convento de religiosas Franciscanas, que existe todavía muy cerca de la casa solar de los Emparan.
     Los Licona son del mismo temple cristiano. El doctor Martín de Licona, redacta para la iglesia de Azcoitia el reglamento de 1466; en 1503 un Juan Pérez de Licona funda en Sasiola cerca de Mondragón un convento de San Francisco.
     Al llegar de Oñate para ser la esposa del hermano mayor de Iñigo, el 2 de septiembre de 1498, Magdalena de Araoz aumentó el tesoro religioso de los Loyola. Hija de Pedro de Araoz, mayordomo de los reyes de Castilla, Magdalena fue apadrinada, según se cuenta, en las fuentes bautismales por la misma reina Isabel; creció de todas maneras en la misma casa real, fue honrada con su amistad y recibió de ella entre otros regalos de bodas, según se refiere, un cuadrito de la Anunciación (18). Fue precisamente para honrar mejor la devota imagen por lo que Martín y Magdalena hicieron construir una Capilla en su castillo. La Virgen fue colocada en el altar; y allí se encuentra todavía en el mismo rincón de la casa como lo estuvo desde el primer día. Magdalena de Araoz llevó a Loyola como una irradiación de la religión profunda de Isabel la Católica.
     Sin embargo aquellas firmes creencias y aquellas obras pías no preservaron a los Loyola de las miserias humanas. Aquellos tiempos eran de violencias y de debilidades de toda especie. Los Mandamientos de Dios indiscutidos en teoría, no eran siempre fielmente observados. El ejemplo de esta relajación venía de arriba: Fernando el Católico y Carlos V tuvieron otra familia irregular. Lejos de las Cortes, en el valle solitario de Iraurgui, los Loyola tienen en su dominio como una tradición de pecado; los testamentos lo atestiguan. Tal es el medio en que creció Iñigo. La fe era profunda; el orgullo, el honor y el valor, una tradición; la instrucción no tenía aprecio alguno y la vida desocupada se empleaba en lo que se podía, al tenor de las circunstancias.
     Cuando su padre murió en 1507, Iñigo tenía catorce años. Propúsose pues la cuestión de su porvenir. No parece, a pesar de la tonsura que quizás había recibido, que tuviera gusto en seguir la carrera eclesiástica. Era demiasiado joven para irse a Napóles como Juan Pérez que había muerto allí en 1496, ni a las Indias como lo hizo Hernando en 1510. Partió para Arévalo (19).
     Allí vivía Juan Velázquez de Cuéllar alcalde de las fortalezas de Arévalo y de Trujillo, intendente de la Reina Isabel, tesorero general del reino de Castilla. Por su matrimonio con María de Velazco estaba emparentado con la ilustre familia de los Guevara; y por ésta con los Licona. Ya dijimos más arriba que Magdalena de Araoz había sido dama de honor en la corte de Isabel. Estos recuerdos y estos lazos de parentesco, explican cómo pudo brotar la idea de enviar a Iñigo a la casa de Juan Velázquez.
     La suegra de éste, María de Guevara, era una mujer de gran piedad. Un franciscano de Valladolid le dio un lugar en su Carro de las damas, que es una traducción de la obra catalana Libro de las señoras, debido a la pluma de Francisco Jiménez que murió siendo obispo de Elne en 1409. (20)
     María de Guevara se ocupó con su yerno Velázquez en lograr el establecimiento definitivo de las monjas Clarisas, en el palacio que el Rey Enrique IV poseía en Arévalo; y acabó ella misma después de la muerte de su marido Arnaldo de Velasco, por tomar el hábito de la Tercera Orden de San Francisco; sus últimos años los pasó en el Hospital de San Miguel, entregada al cuidado de los enfermos y los pobres. Ya podemos imaginarnos que no faltaron ni los consejos ni las oraciones de esta admirable cristiana a su joven pariente Iñigo.
     Sin embargo es poco probable que fuera Arévalo entonces la morada única de Iñigo. (21) Por sus propias funciones, Juan Velazquez estaba obligado a seguir a la corte en sus viajes de Valladolid a Medina del Campo, a Segovia o a Madrid; y naturalmente Iñigo viajaba con él en compañía de sus primos, los hijos del tesorero de Castilla. Los historiadores suelen decir que Iñigo de Loyola fue paje de los Reyes Católicos. Esto es inexacto. (22) Los registros de cuentas de la Casa Real existen todavía en los archivos de Simancas; y en el capítulo de los pajes, en vano se buscará el nombre de un Loyola. Pero formando parte de la casa de Juan de Velázquez, es verdad que Iñigo vivía en la corte de Castilla.
     Lo que pudieron ser en ella su vida, sus costumbres y sus pensamientos, con dos palabras de su primer biógrafo, (23) el padre Rivadeneyra, queda perfectamente descrito: "era un soldado desgarrado y vano". Cuidadoso de los atractivos de su persona, deseoso de agradar a las mujeres, atrevido en sus empresas de galantería, puntilloso acerca del honor, sin miedo a nada y haciendo poco aprecio de su vida y de la de los otros, estaba dispuesto a todas las hazañas, aun a las que no son sino un abuso de la fuerza. Si en sus sueños aparecía algún ideal, era el que podían sugerirle los libros de caballería, en cuya lectura se ocupaba con gran placer. En 1515 estuvo de vuelta o de paso por Loyola. Lo sabemos por un proceso que le entabló el Corregidor de Azpeitia. Los documentos que nos quedan (24) de este episodio son muy incompletos para que veamos con claridad en el asunto; pero se trata evidentemente de un mal caso. Los dos hermanos, Pero López e Iñigo, están comprometidos; los tíos se valen de su calidad de clérigos para sustraerse a la jurisdicción del corregidor y apelar al Obispo de Pamplona; el corregidor persigue a los sospechosos en esta cuestión de procedimiento y disputa contra ellos y también contra el monitorio publicado por el oficial de Pamplona en defensa de las inmunidades eclesiásticas. Con las Bulas de Alejandro VI en la mano y la investigación jurídica hecha en Azpeitia, el Procurador del Corregidor comparece en Pamplona ante la oficialidad. Para beneficiarse del fuero eclesiástico en los términos del derecho en vigor, es necesario que el reclamante demuestre que ha llevado la sotana y la tonsura, durante cuatro meses por lo menos, antes de presentar su demanda. Pero era notorio, que si Pero López, en efecto era Capellán de Azpeitia, "Iñigo, había llevado siempre armas, capa abierta, largos cabellos y jamás tonsura aparente". Como, por otra parte los delitos que se les imputaban "son muy enormes", por haber sido perpetrados de noche, con propósito deliberado y con premeditación, según consta por la investigación, se pide al tribunal eclesiástico castigue a Pero López con una pena proporcional, pero que Iñigo tendrá que sufrir la justicia del Corregidor. El procurador de Iñigo, invoca el monitorio. El tribunal suspende toda conclusión y remite la vista a los diez días.
     El 13 de mayo se reanuda el proceso. El Procurador del Corregidor repite su requisitoria, pero esta vez en latín; acusa a los detenidos de delitos graves, diversos y enormes y rehace la demostración del 6 de marzo. En los términos de los Estatutos sinodales de 1449, Iñigo debía estar matriculado en los registros de los tonsurados de la diócesis de Pamplona. Pero no lo está. Según los mismos estatutos, los clérigos de la diócesis deben llevar tonsura y cortos los cabellos, revestir, excepto cuando viajan, una sotana o un manteo o un casaquín o túnica amplios y largos, que bajen a cuatro dedos del suelo; este vestido no ha de ser ni azul ni verde, ni amarillo, ni de ningún color brillante, ni tener bordados ni dibujos; y la tela no debe ser con labores; el sombrero como todo lo demás debe ser de color obscuro. Iñigo jamás había llevado la tonsura, como lo prescribían los estatutos; por el contrario, sus cabellos descendían hasta los hombros. Las piezas de su vestido eran de colores brillantes, todas sembradas de pliegues y adornos de telas de otro color y su toca era como el resto muy brillante. "Todo el mundo le había visto ir y venir con coraza, cota de malla y toda especie de armas". Su vida y sus costumbres eran aun más mundanas que sus vestidos.
     La respuesta del procurador de Iñigo falta en el legajo incompleto; e ignoramos la secuela del asunto que debió durar aún mucho tiempo, porque existe una carta de la Reina Juana al oficial de Pamplona, para quejarse de la oposición que hizo a una sentencia del Corregidor, "contra personas laicas y en materia profana".
     Ignoramos en toda su precisión los hechos que motivaron el proceso; pero aquellos actos reprobables tuvieron lugar al finalizar el carnaval, tiempo de locuras. Cuatro años después, en 1519, en la casa misma de Catalina de Emparan, en Azpeitia, Juan Martínez de Lazo y Pedro de Oñaz, matarán a puñaladas, después de cálida discusión, a García López de Anchieta, sobrino del rector de la iglesia de San Sebastián, de aquel mismo de quien los Loyola habían obtenido la renuncia del beneficio en favor de Pero López. Este crimen es casi contemporáneo del proceso de 1515; fué cometido por los aliados de los Loyola en la misma casa de un Loyola, y la víctima fue un clérigo perteneciente a aquella familia Anchieta con la cual los Loyola estaban en pleito. (25) La violencia de los odios locales y las costumbres de la época se revelan en ese exceso. A falta de la investigación del corregidor don Fernando de Gama, fácilmente podemos imaginarnos los delitos de que fueron acusados Pero López y su hermano Iñigo. No debió ser un asesinato, porque el corregídor hubiera pedido la pena de muerte, como lo hizo en 1519 contra Juan Martínez de Lazo y Pedro de Oñaz. Se trata verosímilmente de ataques nocturnos y expediciones galantes. La complicidad de Pero López que era sacerdote, puesto que se le califica de capellán en el proceso, no pone ningún obstáculo desgraciadamente a esta conjetura. (26)
     Este penoso incidente, ¿puso fin a la estancia de Iñigo en la familia de Juan Velázquez? O por el contrario ¿fué para el culpable la ocasión de buscar lejos dónde ocultar su vergüenza? No lo sabemos. Si Iñigo volvió a la casa del tesorero del Rey de Castilla no pudo ser por mucho tiempo, porque la desgracia estaba muy próxima para el favorito de los Reyes Católicos. Como si ya la presintiese, Juan Velázquez había constituido, con aprobación de Fernando, un mayorazgo en favor del primogénito de la familia, y había hecho también su testamento (22 de diciembre de 1514). Dos años después, cuando el Rey murió en Madrigalejo, el 20 de enero de 1516, Velázquez se encontraba a su cabecera como un servidor fiel y siempre querido. Pero una cláusula de las últimas voluntades del moribundo fué la ocasión de un hecho fatal, que perderá al tesorero de Castilla.
     El Rey difunto había dejado a Germana de Foix, su segunda mujer, 3,500 ducados de renta que obtendría de las entradas procedentes de Nápoles. Al subir al trono Carlos V, hizo en el testamento de su abuelo un cambio de importancia: redujo a 2,500 la cifra del dinero legado y determinó que esta renta anual se tomaría de los productos de las ciudades de Arévalo, Madrigal y Olmedo y de los de Salamanca, Avila y Medina del Campo. (27) Juan Velazquez advertido por Cisneros (28) de esta determinación real, salió de Madrid en Mayo de 1516 y se dirigió a sus tierras para protestar contra la violación de sus derechos y organizar una resistencia a mano armada. Reunió a sus vasallos que le siguieron tanto más voluntariamente, cuanto era para ellos el mejor de los señores (29).
     Colocada en la confluencia del Adaja y del Arevalillo, rodeada por el Adaja como por un foso muy profundo detrás del cual se levantan altas murallas y una ciudadela, la ciudad de Arévalo, podía desafiar al parecer a las tropas reales. Para asegurar la vigilancia de los barrios, Velázquez estableció entre los dos ríos un palenque forificado, y esperó a que le desalojaran de él; y mientras era cercado se puso en movimiento diplomático todo Arévalo. Pronto el Consejo real recibió una súplica; los notables de la ciudad protestaban a nombre de todos que no querían depender sino de la corona. El Consejo teniendo a Cisneros a la cabeza era de parecer que el Soberano debía admitir la petición sin tomar decisión alguna. (30) Así lo hizo Carlos V.
     Mientras tanto el Consejo multiplicaba sus instancias para persuadir a Velázquez de su locura y éste se aferraba más y más en su resistencia. Para obligarle a ceder, fué necesario mandar a Arévalo al Alcalde de la Corte, Cornejo, quien a fuerza de actos notorios logró dominar la rebelión del Alcalde de Arévalo, quien acabó por despedir a sus hombres de armas y entregar la fortaleza a la autoridad Real. (31) El corregidor enviado por Cisneros recibió en Arévalo una cordial acogida. (32) Velázquez arruinado y en desgracia se fue a Madrid. Aunque Cisneros le manifestó alguna frialdad, sin embargo le ofreció interesarse por él como un amigo. El viejo servidor devorado por los remordimientos no tardó en caer enfermo y morir el 12 de agosto de 1518. No hay que decir que su mujer, María de Velasco, había sido despedida por Germana de Foix de la que hasta entonces había sido la confidente preferida (33).
     En medio de este conflicto ¿cuál fue la actitud de Ignacio de Loyola?, ¿estaba todavía en esta fecha al servicio de Juan Velázquez? Algunos historiadores lo afirman apoyándose en un testigo único, (34) que no parece ser testigo decisivo; por lo demás cuesta trabajo representarse a Iñigo, el fiel por excelencia, enredado en un acto sedicioso contra su soberano. En todo caso el paje del tesorero de Castilla, no tenía más que desaparecer aplastado también por la desgracia de su protector. Fue entonces si no lo había hecho ya antes, cuando buscó asilo cerca de su pariente Antonio Manrique de Lara, Duque de Nájera, nombrado en 1516 Virrey de Navarra. Vamos a seguirle a ese medio, que pronto tendrá más el aspecto de guerra que de Corte. Es allí donde le espera la Providencia.

(1) El bachiller Juan Martínez Vadivia citado por Lope de Izasti
(2) Compendio historial de Guipúzcoa, pág. 260. Lope de Izasti sacerdote guipuzcoano del siglo XVII, escribió su obra en Madrid en 1614-1626. Por mucho tiempo inédita esta obra fue reimpresa en 1850 a expensas de la diputación provincial de Guipúzcoa
(3) Los parientes mayores, también llamados jefes del linaje, eran en número de 24 en Guipúzcoa. Estos feudales formaban dos partidos o bandos: los Oñacinos y los Gamboínos.. Sus querellas ensangrentaban todavía el país en el siglo XV; Lope de Izasti en su Compendio pág. 75, y otros cronistas con él, dan la lista de los 24 parientes mayores. Los Loyola van a la cabeza de los Oñacinos.
(4) Ver en el Apéndice la nota 1.
(5) En febrero de 1457 el rey Enrique IV para dar fin a las guerras locales fue el que ordenó esta demolición. Cuando los feudales perdonados, volvieron a pedir el reedificar sus fortalezas, el rey lo permitió (26 de julio de 1460) a condición de que las torres ya no tuvieran el aspecto de fortalezas.
(6) Los primeros documentos concernientes a Azpeitia son del rey Fernando IV (20 de febrero de 1310, 1° de junio de 1331). El lugar se llamó primeramente Garmendia, después Salvatierra y al fin Azpeitia.
(7) Ver la nota 2 de los apéndices.
(8) G. de Henao Libro de la genealogía de San Ignacio, cap. IX.
(9) Id. ibid. cap. VIII.
(10) Id. ibid. cap. XI.
(11) Archivo de Loyola y Archivos notariales de Azpeitia.
(12) Ver la Nota 3 apéndices.
(13) Ver la Nota 4 apéndices.
(14) Ver la Nota 5 apéndices.
(15) López es la forma castellana de Lupus. Jamás Ignacio se llamó Recalde. Ya diremos adelante cuándo se le añadió tal nombre.
(16) Hernando partió para las Indias en 1510, su renuncia a los bienes paternos es del 16 de mayo de 1510; dice entonces tener 25 años.
(17) En los archivos de Loyola y los archivos notariales de Azpeitia, véanse por ejemplo los testamentos del 15 de enero de 1431, del 11 de diciembre de 1461, del 20 de enero de 1496 y 1° de mayo de 1549.
(18) Esta tradición está consignada en una declaración hecha en 1571 por Andrés de Alzaga, beneficiado de Azpeitia. Como lo hemos hecho notar, la presencia del escudo de los Guevara en el cuadro de la pintura, hace sospechosa esta tradición.
(19) Ver la Nota 6 apéndices.
(20) Francisco Eximenis murió el 23 de enero de 1409. Es autor de muchas obras de piedad. Su Llibre de las donas (Libro de las damas) fue impreso por Rodenbach en Barcelona en 1495. La traducción castellana de que he hablado es de un franciscano de Valladolid que no firmó su obra. La mención que se hace de María de Guevara es muy breve y fue añadida por el traductor al texto de Eximenis. El Carro de las damas fue impreso en Valladolid por Villaquirán. Existe de él un hermoso ejemplar en la Biblioteca de Santa Cruz de Valladolid que proviene del convento franciscano del Abrojo. Acerca de Eximenis, ver Tolra de Bordas La Orden de San Francisco en el Rosellón, 90 y Anuari del Institut de Estudis catalans (1909-1910) Estudis franciscans julio a diciembre de 1928, 469-471.
(21) Se enseña aún en Arévalo la casa de San Ignacio. Está situada en la esquina de dos calles que van la una a la iglesia mayor y la otra a la iglesia de San Miguel; como allí hubo desde 1588 un colegio de jesuítas y desde 1579 tratos acerca de dicho Colegio, es probable que la tradición acerca de la casa de San Ignacio se haya fijado con exactitud y a buen tiempo.
(22) Ya Rivadeneyra había hecho notar esa inexactitud en sus notas sobre la obra de Maffei Ser. de S. Ign. I, 744.
(23) Rivadeneyra, Vida, t. II. c. XVIII.
(24) Están impresos en Scrip. S. Ign. I, 565-587. Astráin, I, 14-16 fue el primero que utilizó dichos documentos descubiertos en 1882 por el P. Cros en los archivos municipales de Azpeitia.
(25) Azpeitia. Arch. mun.
(26) Adolfo Coster distinguido hispanizante publicó: Juan de Anchieta y la familia de Loyola (Paris, Klincksieck, 1930). Este trabajo no tiene el alcance que le atribuye su autor, porque no ha visto los documentos sobre las querellas entre los Anchieta y los Loyola; no ha hecho más que utilizar los documentos publicados por el P. Adriano de Lizarralde; porque interpreta esos documentos de una manera discutible; porque la ligadura que hace del proceso en que Iñigo de Loyola fue envuelto en 1515, con la enemistad de los Loyola con los Anchieta, no es sino una hipótesis; y en fin porque es inexacto que esta enemistad y este proceso hayan tenido "una importancia incalculable" para conocer a Iñigo y comprender todo su destino.
     El libro muy útil y muy lúcido del P. Lizarralde se intitula: Historia del convento de la Purísima Concepción de Azpeitia. Es de 1923. Para esta fecha hacía ya cuarenta años que el P. Cros había minuciosamente explorado los archivos de dicho Convento. Y es con la ayuda de las copiosas y seguras notas del P. Cros como redacté en 1921 los capítulos de mi libro concernientes a la querella entre los Loyola y Juan de Anchieta.
(27) Gómez Rodríguez en el Boletín de la Real Academia de la Historia de Madrid (julio de 1890) XIX, 5-16.
(28) Carta de Cisneros a Ayala, 3 de septiembre de 1516.
(29) Sandoval, Historia de Carlos V (1608) I, 84-85.
(30) Cisneros a Ayala, 3 de septiembre de 1516.
(31) Carvajal. Memorial suma de algunas cosas que sucedieron después de la muerte del rey católico. B. N. de Madrid, Cod. 567, £. 251.
(32) Cisneros a Ayala, 18 de marzo de 1617.
(33) Sandoval loc. cit.
(34) Por ejemplo el P. Fita Boletín de la Real Academia de la Historia, Madrid, dic. 1890, XVII, 492-520; Gómez Rodríguez, ibid. julio 1891 XIX, 5-18.
P. Pablo Dudon S. J.
SAN IGNACIO DE LOYOLA

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