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martes, 4 de marzo de 2014

Pío XII y la Biblia (2)

CAPÍTULO V
Pío XII y la Biblia
(Segunda parte)


Puntos a los que especialmente deben atender los intérpretes de nuestro tiempo.
     Contra los que piensan, con Dain Cohenel, que "al exegeta de nuestro tiempo no le queda nada que añadir a lo que ya produjo la antigüedad cristiana", Pío XII afirma resueltamente que son muchas las cuestiones para las cuales no encontraron solución los Santos Padres y muchas más aún las que se han planteado en nuestros días y exigen nueva investigación y nuevo examen. Por otra parte, "nuestra edad, así como acumula cuestiones nuevas y nuevas dificultades, así también, por el favor de Dios, suministra nuevos recursos y subsidios de exegesis". Tales son, entre otros, un mejor conocimiento de la naturaleza y de los efectos de la inspiración bíblica y una mayor atención a la índole y condición de vida del escritor sagrado.
     Los géneros literarios de la antigüedad.- Con esta ocasión. el Papa recomienda vivamente el estudio de los géneros literarios de la antigüedad.
     Más arriba dejamos indicado cómo nació esta preocupación en los autores católicos a principio de siglo y cuáles son los principales defectos que se le achacaron. Cuando la cuestión se planteó por primera vez, aparecieron dos posturas opuestas: una atendía a considerar cada texto de la Escritura como una afirmación divina completamente independiente del tiempo y del espacio, como un aforismo eterno pronunciado al margen de toda contingencia histórica; la otra, partiendo de que Dios habla por hombres, hijos de un ambiente y de un tiempo determinados, sostenía que la afirmación divina había de ser comprendida y aceptada como infalible dentro de las características del lenguaje humano.
     Del 4 al 11 de noviembre de 1902, el P. Lagrange daba seis lecciones en el Instituto Católico de Toulouse sobre La méthode historique, surtout dans l'exégése de l'Ancien Testament, donde aplicaba su teoría de los géneros literarios esbozada en Revue Biblique 5 (1896) 505-518. Siguió una violenta discusión entre los exegetas católicos del mundo entero. Se mostraron favorables Holzhey y Peters en Alemania, Hackspill y Prat en Francia, Poels en Holanda; y en contra, L. Fonck en Austria, Brucker en Francia y Murillo en España.
     En 1904, el P. Hummelauer, S. I., hacía una exposición sistemática de la teoría en su obra Exegetisches sur Inspirationsfrage. El 23 de junio del año siguiente, el decreto de la Pontificia Comisión Bíblica sobre las narraciones bíblicas sólo en apariencia históricas manifiesta serias reservas acerca del principio y exige argumentos sólidos para su aplicación. En 1920, la encíclica Spiritus Paraclitus acepta el principio, lamentando el exceso de su empleo.
     El avance de Pío XII consiste en proponerlo como principio exegético, no sólo útil, sino imprescindible. "Por otra parte dice el Pontífice—, cuál sea el sentido literal, no es muchas veces tan claro en las palabras y escritos de los antiguos orientales como en los escritores de nuestra edad. Porque no es con solas las leyes de la gramática o filología, ni con sólo el contexto del discurso, con lo que se determina qué es lo que ellos quisieron significar con las palabras; es absolutamente necesario que el intérprete se traslade mentalmente a aquellos remotos siglos del Oriente, para que, ayudado convenientemente con los recursos de la historia, arqueología, etnología y de otras disciplinas, discierna y vea con distinción qué géneros literarios, como dicen, quisieron emplear y de hecho emplearon los escritores de aquella edad vetusta. Porque los antiguos orientales no empleaban siempre las mismas formas y las mismas maneras de decir que nosotros hoy, sino más bien aquellas que estaban recibidas en el uso corriente de los hombres de sus tiempos y países. Cuáles fuesen éstas, no lo puede el exegeta como establecer de antemano, sino con la escrupulosa indagación de la antigua literatura del Oriente. Ahora bien, esta investigación, llevada a cabo en estos últimos decenios con mayor cuidado y diligencia que antes, ha manifestado con más claridad qué formas de decir se usaron en aquéllos antiguos tiempos, ora en la descripción poética de las cosas, ora en el establecimiento de las normas y leyes de la vida, ora, por fin, en la narración de los hechos y acontecimientos".
     En las augustas palabras de Pío XII, el principio de los géneros literarios aparece purgado de sus defectos iniciales. Es más amplio se extiende a toda la Biblia, no sólo a las partes históricas—; no procede a priori, ni fundado solamente en criterios internos, sino en el conocimiento de la antigua literatura oriental; vale, sí, para defender la historicidad e inerrancia de la Biblia, pero además y sobre todo para mejor comprender la mente del autor sagrado. Entre los frutos estimables que el estudio comparado de los géneros literarios ha reportado a la exegesis bíblica, destaca el Pontífice la revalorización de la historia israelítica, que, bajo formas usuales en el Antiguo Oriente, aventaja con mucho a los mejores documentos de la historiografía antigua: "Esta misma investigación ha probado ya lúcidamente que el pueblo israelítico se aventajó singularmente entre las demás naciones antiguas orientales en escribir bien la historia, tanto por la antigüedad como por la fiel relación de los hechos, lo cual en verdad se concluye también por el carisma de la divina inspiración y por el peculiar fin de la historia bíblica, que pertenece a la religión. No por eso se debe admirar nadie que tenga recta inteligencia de la inspiración de que también entre los sagrados escritores, como entre los otros de la antigüedad, se hallen ciertas artes de exponer y narrar, ciertos idiotismos, sobre todo propios de las lenguas semitas; las que se llaman aproximaciones, y ciertos modos de hablar hiperbólicos; más aún, a veces hasta paradojas para imprimir las cosas en la mente con más firmeza. Porque ninguna de aquellas maneras de hablar de que entre los antiguos, particularmente entre los orientales, solía servirse el humano lenguaje para expresar sus ideas, es ajena de los libros sagrados, con. esta condición, empero, que el género de decir empleado en ninguna manera repugne a la santidad y verdad de Dios... Porque así como el Verbo substancial de Dios se hizo semejante a los hombres en todas las cosas, excepto el pecado, así también las palabras de Dios, expresadas en lenguas humanas, se hicieron semejantes en todo al humano lenguaje, excepto el error".
     De todo lo cual deduce el Papa la obligación que a todo exegeta católico incumbe de emplear este medio tan útil y provechoso: "Por esta razón, el exegeta católico, a fin de satisfacer a las necesidades actuales de la ciencia bíblica, al exponer la Sagrada Escritura y mostrarla y probarla inmune de todo error, válgase también prudentemente de este medio, indagando qué es lo que la forma de decir o el género literario empleado por el hagiógrafo contribuye para la verdadera y genuina interpretación; y se persuada que esta parte de su oficio no puede descuidarse sin gran detrimento para la exegesis católica. Puesto que no raras vecespor no tocar sino este punto—, cuando algunos, reprobándolo, cacarean que los sagrados autores se descarriaron de la fidelidad histórica o contaron las cosas con menos exactitud, se averigua que no se trata de otra cosa sino de aquellas maneras corrientes y originales de decir y narrar propias de los antiguos, que a cada momento se empleaban mutuamente en el comercio humano, y que en realidad se usaban en virtud de una costumbre lícita y común. Exige, pues, una justa equidad de ánimo que, cuando se encuentran estas cosas en el divino oráculo, el cual, como destinado a los hombres, se expresa con palabras humanas, no se las arguya de error, no de otra manera que cuando se emplean en el uso cotidiano de la vida. Así es que, conocidas y exactamente apreciadas las maneras y artes de hablar y escribir en los antiguos, podrán resolverse muchas dificultades que se objetan contra la verdad y fidelidad histórica de las Divinas Letras; ni será menos a propósito este estudio para conocer más plenamente y con mayor luz la mente del sagrado autor".
     Modo de tratar las cuestiones más difíciles
     El Papa exhorta a los estudiosos a emprender con denuedo la investigación de las cuestiones más difíciles, poniendo ante sus ojos las dificultades felizmente resueltas. Este pasaje de la enciclica es sumamente optimista y esperanzador:
     "Así ha sucedido diceque algunas disputas que en los tiempos anteriores se tenían sin solución y en suspenso, por fin en nuestra edad, con el progreso de los estudios, se han resuelto felizmente. Por lo cual tenemos esperanza de que aun aquellas que ahora parezcan sumamente enmarañadas y arduas lleguen por fin, con el constante esfuerzo, a quedar patentes en plena luz".
     Comenta el P. Levie: 
     "Pío XII alude, sin duda, aquí a ese retorno a la tradiciónrecuérdese la frase de Harnack: "Zurück zur tradition!", a principios de sigloque en las cuestiones de critica literaria, sobre todo en la autenticidad y en las fechas, ha caracterizado frecuentemente la investigación de los últimos cincuenta años. Anotemos algún que otro ejemplo. En el Nuevo Testamento: el reconocimiento de la autenticidad de los dos escritos de San Lucas, Evangelios y Hechos, por un número creciente de exegetas liberales, a partir del Lukas der Artz de Harnack en 1906; la adhesión cada día más general a la autenticidad de la 2da. a los Tesalonicenses, de la Epístola a los Efesios y de ciertas partes por lo menos de las pastorales; abandono de las antiguas interpretaciones protestantes de los textos eucarísticos, del texto sobre el primado de Pedro, etc. En el Antiguo Testamento: el abandono de muchas posiciones importantes del sistema de Wellhausen; fechas más antiguas restituidas al libro de los Proverbios y a algunos salmos; antigüedad de la esperanza mesiánica, mejor reconocida, etc.".
     Y junto al optimismo, el reconocimiento de las dificultades todavía hoy existentes y acaso insolubles. Y una seria invitación a la humildad y a la paciencia, ya que "Dios con todo intento sembró de dificultades los sagrados libros que El mismo inspiró, para que no sólo nos excitáramos con más intensidad a revolverlos y escudriñarlos, sino también, experimentando saludablemente los límites de nuestro ingenio, nos ejercitáramos en la debida humildad".
     "Con todo sigue el Pontífice—, en tal condición de cosas, el intérprete católico, movido de un amor eficaz y esforzado de su ciencia y sinceramente devoto a la santa madre Iglesia, por nada debe cejar en su empeño de emprender una y otra vez las cuestiones difíciles no desenmarañadas todavía".
     En este pasaje con que termina la parte doctrinal de la encíclica, hay todavía tres párrafos que merecen subrayarse.
     Se refiere el primero a la naturaleza y ámbito de la autoridad de la Iglesia y de los Padres en exegesis: "Tengan en primer término ante los ojos que en las normas y leyes dadas por la Iglesia se trata de la doctrina de fe y costumbres, y que entre las muchas cosas que en los sagrados libros, legales, históricos, sapienciales y proféticos, se proponen, son solamente pocas aquellas cuyo sentido haya sido declarado por la autoridad de la Iglesia, ni son muchas aquellas de las que haya unánime consentimiento de los Padres".
     Esta valiente afirmación del Papa, que reconoce ser pocos los textos sobre los que hay decisión definitiva del Magisterio o consentimiento unánime de los Padres, después de haber observado que su ámbito de infalibilidad son las cosas de fe y costumbres, parecería chocar contra la enseñanza corriente del Magisterio, que en los últimos años, y especialmente en el juramento antimodernístico, nos obliga a interpretar la Escritura según el sentir de la Iglesia y el consentimiento unánime de los Santos Padres. Pero, como advierte atinadamente el P. Levie, convendrá distinguir entre el espíritu general que debe animar la interpretación bíblica y la interpretación concreta de determinados pasajes de la Biblia. Porque hay una manera cristiana de interpretar la Biblia, que considera el Antiguo Testamento como preparación del Nuevo (Novum Testamentum in Vetere latet, Vetus in Novo patet) y que ve en la Sagrada Escritura formalmente la palabra de Dios inspirada y entregada para su custodia y explicación auténtica a la Iglesia infalible. Esta disposición de espíritu es la que debemos de tratar de conseguir por la estrecha comunión con el sensus Ecclesiae y con la exegesis patrística. Lo cual no se opone en manera alguna a la libertad que para la interpretación de determinados textos -sobre los cuales no se ha pronunciado definitivamente la Iglesia ni se da conocimiento unánime dogmático de los santos Padres- quiere el Papa tengamos como en sus tiempos los mismos Padres (Sobre la autoridad de los Padres en diversas materias bíblicas versaron los principales trabajos de la IX Semana bíblica Española de 1948. Cf. XII Semana Bíblica...,)
     Y ésta es la segunda afirmación del presente pasaje que deseabamos subrayar: la proclamación solemne de la sana libertad exegética. "Quedan, pues, muchas cuestionescontinúa el Papa-, muchas cuestiones y ellas muy graves, en cuyo examen y exposición se puede y debe libremente ejercitar la agudeza y el ingenio de los intérpretes católicos, a fin de que cada uno, conforme a sus fuerzas, contribuya a la utilidad de todos, al adelanto cada día mayor de la doctrina sagrada y a la defensa y honor de la Iglesia. Esta verdadera libertad de los hijos de Dios, que retenga fielmente la doctrina de la Iglesia y, como don de Dios, reciba con gratitud y emplee todo cuanto aportare la ciencia profana, levantada y sustentada, eso sí, por el empeño de todos, es condición y fuente de todo fruto sincero y de todo sólido adelanto en la ciencia católica".
     "Y por lo que hacetermina Pío XIIa los conatos de estos estrenuos operarios de la viña del Señor, recuerden todos los demás hijos de la Iglesia que no sólo se han de juzgar con equidad y justicia, sino también con suma caridad; los cuales, a la verdad, deben estar alejados de aquel espíritu poco prudente con el que se juzga que todo lo nuevo, por lo mismo de serlo, debe ser impugnado o tenerse por sospechoso".
     El Papa parece condenar aquí la violenta campaña de sospechas y delaciones que contra beneméritos exegetas se desarrolló entre los años 1907 y 1914, y contra la cual se quejaba ya Benedicto XV en el primer año de su pontificado, en la encíclica Ad Beatissimi Apostolorum Principis, de 28 de octubre de 1914: "Mas en las cosas en que, salva la fe y la disciplinapor no haber intervenido ninguna decisión de la Sede Apostólica—, se puede discutir por una y otra parte, a nadie se le prohíbe decir y defender lo que piense. Pero debe evitarse en estas discusiones cualquier intemperancia en el hablar que pueda ofender gravemente a la caridad; cada cual defienda libre, pero modestamente, su sentencia, y nadie se arrogue la facultad de tildar de sospechosos en la fe o de indisciplinados, sólo por esta causa, a los que mantengan lo contrario".

3. Exhortaciones finales
     Termina el Papa su encíclica exhortando a los sacerdotes y los prelados al recto y asiduo empleo de la Sagrada Escritura en el ministerio apostólico, recomendando una vez más la sólida formación bíblica de los futuros sacerdotes en los seminarios, presentando la palabra divina como el mejor consuelo para los atribulados en la guerra y ensalzando el oficio de los cultivadores de estos estudios, "toda vez que aquellos que hubieren sido sabios brillarán como la luz del firmamento; y los que hubieren enseñado a muchos la justicia, como estrellas por toda la eternidad" (Sap. XII, 1).
     Aunque Pío XII no hubiera hecho por los estudios bíblicos todo lo que en las páginas siguientes todavía hemos de reseñar, este solo documento bastaría para inmortalizarle y hacerle acreedor al agradecimiento eterno de todos los que se preocupan por el mejor conocimiento y exposición de la palabra divina.

III. La nueva versión latina del Salterio
     Una de las medidas más audaces del actual Pontífice en materia bíblica es la nueva versión latina de los Salmos.
     Son los Salmos el libro de la Biblia que más se usa en la liturgía de la Iglesia. Los obligados al rezo cotidiano del Oficio divino, sobre todo después de la reforma de San Pio X (Constitución apostólica Divino afflatu, de 1 de noviembre de 1911 —Cf. AAS 3 (1911) 633-638), recitan ordinariamente el Salterio íntegro cada semana. El texto litúrgico oficial latino del Breviario, a partir de San Pío V (1566-1572), era el de la Vulgata, declarado auténtico por el concilio Tridentino "por el largo uso le tantos siglos en la Iglesia", y que corresponde al llamado Salterio galicano de San Jerónimo.
     El santo Doctor hizo tres ediciones latinas de los Salinos. Ya desde los primeros siglos existían en la Iglesia latina (Norte de Africa, Italia, España y Francia) diversos textos del Salterio que coincidían en ser traducciones del texto griego y en haber sido hechas a un latín popular y decadente. Hacia el año 384 hizo San Jerónimo un pequeño retoque de la versión latina que se usaba en Roma: es lo que conoce con el nombre de Salterio romano, y que generalmente se cree corresponde al Salterio que todavía hoy se usa en la Basílica Vaticana (Algunos piensan que el Salterio de la Basílica Vaticana representa un texto de la Vetus Latina no corregido). Esta primera recensión jeronimiana estaba hecha, como las mismas versiones antiguas latinas, sobre algún manuscrito corriente del griego de los LXX. Dos o tres años más tarde conoció San Jerónimo en el texto de los LXX corregido en la correspondiente columna de las Héxaplas de Orígenes, y a base de él hizo una nueva corrección de la versión latina, que, por haber sido aceptada primeramente en las Galias, se llamó Salterio galicano, y es el que ha pasado a formar parte de la actual Vulgata. Finalmente, entre los años 389-392, para uso de los polemistas cristianos en sus discusiones con los judíos, hizo una nueva versión directa del texto original, que se llama vulgarmente Psalterium iuxta Hébraeos.
     El texto de la Vulgata era, pues, una versión de otra versión, por estar hecha no sobre el original hebreo, sino sobre una traducción griega. Ya el Salterio de la versión griega de los LXX resultaba en muchos puntos ininteligible, y esos defectos redundaban, como es natural aumentados, en la versión latina. Desde la época del Renacimiento se venía sintiendo la necesidad de una versión más clara y más conforme al original inspirado. En los últimos tiempos, muchos autores habían manifestado la conveniencia de tal versión y habían hecho llegar a Roma el deseo de que se hiciera autorizadamente.
     Pío XII se decidió a ello. Encargó la nueva traducción latina, directa del hebreo, a los profesores del Pontificio Instituto Bíblico. Y el 24 de marzo de 1945, por su "motu proprio" In cotidianis precibus, la ofrecía a todos los obligados al rezo del Oficio divino, autorizando su uso tanto en público como en privado.
     Bien veía el Papa el peso inmenso de tradición que autorizaba a la versión de la Vulgata; pero estimó justamente que en esta materia no puede hablarse de prescripción. Por el momento, la autoridad suprema de la Iglesia no ha hecho más que permitir y en cierto modo recomendar implícitamente el uso de la nueva versión. Pero ello supone ya un paso trascendental en esta materia, que basta para inmortalizar la memoria del actual Pontífice en el campo bíblico. La nueva versión se conoce ya unánimemente con el nombre de Salterio piano. 
     La facultad de usar el nuevo Salterio, concedida por el "motu proprio" In cotidianis precibus, afectaba fundamentalmente al rezo tanto público como privado del Oficio divino. Pronto se planteó la cuestión de si podía asimismo emplearse la nueva versión en las demás oraciones y ceremonias litúrgicas. La Pontificia Comisión Bíblica, con fecha 22 de octubre de 1947, respondió afirmativamente, siempre que se trate de salmos íntegros fuera de la santa misa.

IV. Problemas del Pentateuco
     Evolucionismo y poligenismo
     Al hablar de los puntos a los que especialmente deben atender los intérpretes de nuestro tiempo, decía Pío XII en su encíclica Divino afflante Spiritu: "Cuán difíciles fuesen y casi inaccesibles algunas cuestiones para los mismos Padres, bien se echa de ver, por omitir otras cosas, en aquellos esfuerzos que muchos de ellos hicieron repetidas veces para interpretar los primeros capítulos del Génesis". Las dificultades intrínsecas del texto, que preocuparon ya a los Santos Padres, se han visto en nuestros días aumentadas por los progresos de la paleontología y por los descubrimientos de numerosas descripciones de las literaturas orientales sobre los orígenes. Ello hizo que algunos autores católicos, en las últimas décadas del siglo pasado, pensaran que acaso los tres primeros capítulos del Génesis, a pesar de su apariencia de historia, fueran simples descripciones simbólicas.
     La Pontificia Comisión Bíblica intervino con su doble respuesta sobre las narraciones bíblicas sólo en apariencia históricas, de 23 de junio de 1905, y sobre el carácter histórico de los tres primeros capítulos del Génesis, de 30 de junio de 1909. El carácter meramente simbólico de las narraciones bíblicas que tengan apariencia histórica deberá demostrarse con sólidos argumentos. No puede ponerse en duda el sentido literal histórico de los tres primeros capítulos del Génesis, sobre todo en aquellos puntos que constituyen "los fundamentos de la religión cristiana, como son, entre otros, la creación de todas las cosas hecha por Dios en el principio del tiempo; la peculiar creación del hombre; la formación de la primera mujer ex primo homine; la unidad del género humano; la felicidad original de los primeros padres en el estado de justicia, integridad e inmortalidad; el precepto puesto por Dios al hombre para probar su obediencia; la transgresión del divino precepto por sugestión del demonio bajo la forma de serpiente; la expulsión de los primeros padres de aquel primitivo estado de inocencia, y la promesa de un Reparador futuro".
     La implicación teológica de los presentes capítulos más comprometida ante la ciencia moderna es la especial creación del hombre, que el evolucionismo rígido pretende rechazar.
     Sobre este punto hay en los documentos pontificios de los últimos cincuenta años tres intervenciones principales: el mencionado decreto de la Pontificia Comisión Bíblica de 1909, el discurso de Su Santidad Pío XII a la Pontificia Academia de Ciencias de 30 de noviembre de 1941 y la encíclica Humani generis, de 15 de agosto de 1950.
     La Comisión Bíblica, manteniéndose en el campo exegético, enumera, como acabamos de ver, entre los datos cuyo carácter histórico hay que admitir en los tres primeros capítulos del Génesis, la "peculiaris creatio hominis" y la "formatio primae mulieris ex primo homine". Evidentemente, esto exige una especial intervención de Dios en el origen del hombre. Dado que es dogma de fe la naturaleza espiritual del alma humana y su inmediata creación por Dios, el contenido mínimo de las palabras de la Comisión ha de ser ése.
     En su discurso a la Academia de Ciencias, Pío XII da un paso más. Sin mentar todavía el evolucionismo e insistiendo en la espiritualidad del alma humana, que excluye el transformismo monista y materialista, reconoce, no obstante, la competencia de las ciencias naturales en el estudio de los orígenes del hombre, aunque subordinada a la revelación: "Las múltiples investigaciones, tanto de la paleontología como de la biología y de la morfología, acerca de otros problemas referentes a los orígenes del hombre (se refiere a lo que no sea la naturaleza espiritual de su alma y la inmediata creación de ésta por Dios), no han aportado hasta ahora nada que sea positivamente claro y cierto. No queda, pues, sino dejar al futuro la respuesta a la cuestión de si un día la ciencia, iluminada y guiada por la revelación, podrá dar resultados seguros y definitivos sobre argumento tan importante". Se ha especulado mucho con la frase empleada por el Papa cuando habla más abajo de la formación de la mujer: "Solamente del hombre podía venir otro hombre que le llamase padre y progenitor; y la ayuda dada por Dios al primer hombre viene también de él y es carne de su carne, formada como compañera, que tiene nombre del hombre porque de él ha sido sacada". Y se ha creído ver en las primeras líneas la repulsa de todo transformismo. En rigor, lo único que el Papa rechaza es el transformismo materialista. En cualquiera otra hipótesis transformista que salve la espiritualidad del alma humana, y por ello la diferencia específica entre el hombre y los demás animales, nunca podrá llamar el hombre padre al animal de quien se crea proceder en cuanto al cuerpo.
     Todavía es más explícita en este punto la enseñanza del Pontífice en la encíclica Humani generis. Comienza el Papa acentuando la competencia de las ciencias positivas en esta materia, que por primera vez en un documento del Magisterio se designa con el término técnico de evolucionismo. Esta competencia tiene un tope: la revelación. Y hay derecho a exigirle algo más que simples hipótesis. Sería un abuso, que excedería de sus atribuciones, dar por cierto lo que no es y obrar como si nada hubiese en las fuentes de la revelación que exija una máxima moderación y cautela en esta materia:
     "Réstanos ahora decir algo acerca de algunas cuestiones que, aunque pertenezcan a las disciplinas que suelen llamarse positivas, sin embargo se entrelazan más o menos con las verdades de la fe cristiana. No pocos piden insistentemente que la religión católica atienda lo más posible a tales disciplinas, lo cual es ciertamente digno de alabanza cuando se trata de hechos realmente demostrados; empero, se ha de admitir con cautela cuando más bien se trate de hipótesis, aunque de algún modo apoyadas en la ciencia humana, que rozan con la doctrina contenida en la Sagrada Escritura o en la Tradición. Si tales conjeturas opinables se oponen directa o indirectamente a la doctrina que Dios ha revelado, entonces tal postulado no puede admitirse en modo alguno".
     Pero, puestas estas condiciones, Pío XII deja en libertad y hasta parece animar a "los hombres doctos de ambos campos" teología y cienciapara que investiguen y sopesen las razones en favor y en contra del transformismo. Sólo pone a esta libertad un tope: hay que admitir la inmediata creación del alma humana por Dios. Y tres cautelas: que se limiten las discusiones a los doctos, que no se proceda con ligereza y que estén todos dispuestos a acatar el dictamen de la Iglesia:
     "Por eso el magisterio de la Iglesia no prohíbe qué en investigaciones y disputas entre hombres doctos de entrambos campos se trate la doctrina del evolucionismo, la cual busca el origen del cuerpo humano en una materia viva preexistentepues la fe católica nos obliga a retener que las almas son creadas inmediatamente por Diossegún el estado actual de las ciencias humanas y de la sagrada teología, de modo que las razones de una y otra opinión, es decir, de los que defienden o impugnan tal doctrina, sean sopesadas y juzgadas con la debida gravedad, moderación y templanza, con tal que todos estén dispuestos a obedecer al dictamen de la Iglesia, a quien Cristo confirió el encargo de interpretar auténticamente las Sagradas Escrituras y de defender los dogmas de la fe. Empero, algunos, con temeraria audacia, traspasan esta libertad de discusión, obrando como si el origen mismo del cuerpo humano de una materia viva preexistente fuese ya absolutamente cierto y demostrado por los indicios hasta el presente hallados y por los raciocinios en ellos fundados, y cual si nada hubiese en las fuentes de la revelación que exija una máxima moderación y cautela en esta materia.
     Intimamente relacionada con el origen del hombrey por lo tanto con la enseñanza de los primeros capítulos del Génesisestá la cuestión de si todos los hombres actuales proceden de una sola pareja humana o de varias (monogenismo o poligenismo).
     El transformismo materialista, que atribuye el origen de todo el hombre a simple evolución de otras especies animales inferiores sin ninguna intervención de Dios, considera posible y hasta probable que dicha evolución se consumara en diversos lugares y épocas, dando origen a otras tantas cabezas humanas. A priori, aun en la tesis católica de la necesaria intervención de Dios para la creación del alma espiritual de cada hombre, no se ve inconveniente filosófico en admitir el poligenismo. Los primeros capítulos del Génesis parecen estar concebidos a base de la tesis monogenista. Pero ¿es esto una afirmación doctrinal del autor inspirado o simplemente un supuesto del ambiente cultural de su tiempo, que el hagiógrafo asume materialmente, sin pronunciarse reflejamente sobre él? En otros términos: el poligenismo, ¿es bíblicamente admisible?
     Veámoslo.
     En la misma encíclica Humani generis, y a renglón seguido de las últimas palabras citadas, Pío XII añadía:
     "Mas tratándose de otra hipótesis, es a saber, del poligenismo, los hijos de la Iglesia no gozan de la misma libertad, pues los fieles cristianos no pueden abrazar la teoría de que después de Adán hubo en la tierra verdaderos hombres no procedentes del mismo protoparente por natural generación, o bien de que Adán significa el conjunto de los primeros padres, ya que no se ve claro cómo tal sentencia pueda compaginarse con lo que las fuentes de la verdad revelada y los documentos del magisterio de la Iglesia enseñan acerca del pecado original, que procede del pecado verdaderamente cometido por un solo Adán y que, difundiéndose a todos los hombres por la generación, es propio de cada uno".
     Como se ve, la negativa del Papa en este punto es tajante mientras se trate del poligenismo adamítico o post-adamítico (La negativa del Papa no afecta a la hipótesis —poco probable por cierto— de una humanidad preadamítica que hubiera desaparecido totalmente por no sé qué catástrofe cósmica). Y ello no tanto porque se oponga a la descripción de los primeros capítulos del Génesis, cuanto por la absoluta imposibilidad de conciliar con esta hipótesis el dogma católico sobre la naturaleza y universalidad del pecado original.
     Género literario de los once primeros capítulos del Génesis (Cf. Arnaldich, L., O. F. M., Historicidad de los once primeros capítulos del Génesis según los últimos documentos eclesiásticos: XII Semana Bíblica Española (Madrid, Instituto Francisco Suárez, 1952) p.145-183, y Verdad y Vida, 9 (1951) 385-424).—La evidente perplejidad del magisterio eclesiástico en relación con el origen del cuerpo humano de Adán sólo se explica por otra previa perplejidad exegética ante el carácter de la narración genesíaca, que presenta al primer hombre como formado directamente por Dios del polvo de la tierra. ¿Qué valor tiene la descripción del capítulo 2 del Génesis sobre el origen del hombre? (Cf. González Ruiz, José María, Contenido dogmático de Génesis 2,7 sobre la formación del hombre: Estudios Bíblicos, 9, y Colunga, Alberto, O. P.; Contenido dogmático de Génesis 2,18-42: La Ciencia Tomista, 77. 1950) ¿Nos hallamos ante una historia verdadera en todos sus detalles o ante un escrito simbólico bajo apariencia de historia?
     La respuesta de la Pontificia Comisión Bíblica de 23 de junio de 1905 sobre las narraciones bíblicas solo en apariencia históricas exigía, para afirmar esto último, argumentos sólidos. Y la de 30 de junio de 1909 sobre el carácter histórico de los tres primeros capítulos del Génesis se pronunciaba abiertamente por la negativa.
     La carta de la misma Comisión al cardenal Suhard de fecha 16 de enero de 1948 vuelve de nuevo sobre el tema. Ya no se trata sólo de los tres primeros capítulos del Génesis, que hasta ahora se venían atendiendo especialmente por contener las principales verdades en que se funda la religión cristiana. El problema en toda su complejidad afecta a los once capítulos que se refieren a los primeros orígenes del hombre y a la prehistoria del pueblo de Abrahán. No se puede afirmar ni negar en bloque la historicidad de estos capítulos, aplicándoles los cánones grecolatinos de la historia moderna. Es verdad que no son historia en este sentido. Pero lo son a su manera. Y esta manera de concebir la historia los antiguos orientales es la que debe estudiar el exegeta con la investigación, serena y sin prejuicios, de los géneros literarios del Antiguo Oriente:
     "Bastante más oscura y complejadice la Pontificia Comisión Bíblica en la segunda parte de su cartaes la cuestión de las formas literarias de los primeros once capítulos del Génesis. Tales formas literarias no responden a ninguna de nuestras categorías clásicas y no se pueden juzgar a la luz de los géneros literarios grecolatinos o modernos. No se puede, pues, negar ni afirmar en bloque la historicidad de todos aquellos capítulos, aplicándoles irracionalmente las normas de un género literario bajo el cual no pueden ser clasificados. Que estos capítulos no forman una historia en el sentido clásico y moderno, podemos admitirlo; pero es un hecho que los datos científicos actuales no permiten dar una solución positiva a todos los problemas que presentan dichos capítulos. El primer oficio de la exegesis científica en este punto consiste, ante todo, en el atento estudio de todos los problemas literarios, científicos, históricos, culturales y religiosos que tienen conexión con aquellos capítulos. Después seria preciso examinar con más detalle el procedimiento literario de los antiguos pueblos de Oriente, si psicología, su modo de expresarse y la noción misma que ellos tenían de la verdad histórica. En una palabra, haría falta unir sin prejuicios todo el material científico paleontólogico e histórico, epigráfico y literario. Solo así puede esperarse ver más claro en la naturaleza de ciertas narraciones de los primeros capítulos del Génesis. Con declarar a priori que estos relatos no contienen historia en el sentido moderno de la palabra, se dejaría fácilmente entender que en ningún modo la contienen; mientras que de hecho refieren en un lenguaje simple y figurado, acomodado a la inteligencia de una humanidad menos avanzada, las verdades fundamentales presupuestas por la economía de la salvación, al mismo tiempo que la descripción popular de los orígenes del genero humano y del pueblo elegido" (Véase sobre el alcance de esta carta: Vosté, Jacques M., O. P., El reciente documento de la Pontificia Comisión Bíblica: Estudios Bíblicos, 7 (1948); Suárez, Pablo Luis, C. M. F., El último documento de la Comisión Bíblica: Ilustración del Clero, 41 (1948); Asensio, Félix, S. I., Directivas pontificias sobre la Sagrada Escritura: Cultura Bíblica, 5 (1948); Enciso, J., Nuevas orientaciones bíblicas: Ecclesia, 355 1948).
     No faltaron quienes vieron en estas palabras, tan ponderadas y ecuánimes, de la Comisión, un salvoconducto para negar totalmente la historicidad de los once primeros capítulos del Génesis. Pío XII hubo de lamentarse de ello en su encíclica Humani generis, de 15 de agosto de 1950: "Del Mismo modo que en las ciencias biológicas y antropológicas, hay algunos que también en las históricas traspasan audazmente los límites y las cautelas establecidas por la Iglesia. Y de un modo particular es deplorable el modo extraordinariamente libre de interpretar los libros históricos del Antiguo Testamento. Los fautores de esta tendencia, para defender su causa, invocan indebidamente la carta que no hace mucho tiempo la Comisión Pontificia para los Estudios Bíblicos envió al arzobispo de París".
     Y para evitar los peligros de una falsa interpretación, el Papa hubo de subrayar el verdadero sentido de la carta: "Esta cartacontinúaadvierte claramente que los once primeros capítulos del Génesis, aunque propiamente no concuerden con el método histórico usado por los eximios historiadores grecolatinos y modernos, no obstante pertenecen al género histórico en un sentido verdadero, que los exegetas han de investigar y precisar; y que los mismos capítulos, con estilo sencillo y figurado, acomodado a la mente del pueblo poco culto, contienen las verdades principales y fundamentales en que se apoya nuestra propia salvación, y también una descripción popular del origen del género humano y del pueblo escogido.
     "Mas, si los antiguos hagiógrafos tomaron algo de las tradiciones populareslo cual puede ciertamente concederse—, nunca hay que olvidar que ellos obraron así ayudados por el soplo de la divina inspiración, la cual los hacía inmunes de todo error al elegir y juzgar aquellos documentos.
     "Empero, lo que se insertó en la Sagrada Escritura sacándolo de las narraciones populares, en modo alguno debe compararse con las mitologías u otras narraciones de tal género, las cuales más proceden de una ilimitada imaginación que de aquel amor a la simplicidad y a la verdad que tanto resplandece aun en los libros del Antiguo Testamento, hasta el punto que nuestros hagiógrafos deben ser tenidos en este punto como claramente superiores a los antiguos escritores profanos".
     Rechazado el carácter mitológico y la posibilidad de error en las narraciones bíblicas, se vuelve a insistir en la manera peculiar que los antiguos tenían de concebir la historia, y que el exegeta debe determinar con el estudio de los géneros literarios del antiguo Oriente.
     La autenticidad mosaica del Pentateuco
     Otra cuestión relacionada con el Génesis fuertemente discutida en los últimos tiempos es el problema del origen mosaico del Pentateuco. Toda la Tradición, tanto judía como cristiana, ha tenido a Moisés por autor de los cinco primeros libros de la Biblia. Se supone que, habiendo vivido el caudillo del Exodo en el siglo XIII antes de Cristo, no pudo ser testigo presencial de todos los hechos que se narran en el Génesis y hubo de emplear para escribirlo fuentes orales o escritas anteriores a él. Si alguien antiguamente pudo pensar en una revelación directa de esos hechos por parte de Dios a Moisés, el descubrimiento moderno de antiguas descripciones orientales sobre los orígenes, cuyo parentesco literario con la obra de Moisés salta a la vista, ha venido a quitar a la hipótesis mencionada toda sombra de probabilidad.
     Ya en el siglo XVIII el médico francés Jéan d'Astruc (+ 1756) inició el estudio crítico de las posibles fuentes del Pentateuco, llegando a establecer dos documentos fundamentales caracterizados por el diverso empleo de los nombres divinos Yahveh y Elohim. D'Astruc y sus seguidores católicos siguieron pensando que dichas fuentes eran anteriores a Moisés. Algunos pasajes del Pentateuco, tales como el relato de los últimos hechos y de la muerte y sepultura de Moisés en Deut. 31-34, y ciertas expresiones que parecen exigir una época tardía, fueron considerados como adiciones o glosas posteriores a él.
     Un siglo más tarde, la crítica racionalista, proyectando sobre todo el Antiguo Testamento la concepción evolucionista hegeliana de la historia, recogerá la idea de Astruc y elevará una aparatosa construcción que, iniciada por Reuss, harán célebre Graf y, sobre todo, Wellhausen: el Pentateuco actual resulta de la amalgama de cuatro fuentes fundamentales posteriores a Moisés: el documento J (avista), originario del reino de Judá, escrito entre el 850 y el 750 antes de Cristo y caracterizado por el empleo del nombre de Yahveh; el E (lohista), escrito en el reino del Norte un poco más tarde que el anterior, pero antes de la destrucción de Samaría el 722, y que prefiere el nombre de Elohim para designar a Dios; el documento D o Deuteronomio, que es la ley "encontrada" por Helcías en tiempos del piadoso rey Josías (año 621), y, finalmente, el P (Priester-Kodex o Código Sacerdotal), que es fruto de las experiencias del destierro y fue puesto en vigor por Esdras el año 444. Según Wellhausen, J y E fueron fusionados entre el 720 y el 620; en el destierro se les añadió D, modificando en sentido deuteronomista la legislación anterior de J y E; finalmente, en 444, por obra de Esdras, fueron insertados J, E y D en P y retocados en el sentido de éste. El verdadero autor del Pentateuco actual es, según esto, Esdras.
     Wellhausen distingue estas cuatro fuentes atendiendo a diversos criterios lingüísticos, literarios, históricos y, sobre todo, litúrgicos y cultuales, y establece este orden de antigüedad con arreglo al principio hegeliano del evolucionismo cultural y religioso en la historia. Tienen que aparecer en Israel las que Hegel considera etapas graduales del desarrollo cultural religioso: polidemonismo, politeísmo, henoteísmo, monoteísmo y nomismo. Y así, para Wellhausen, el documento J se escribió en el período politeísta y mantiene reminiscencias polidemonistas; E refleja el henoteísmo; D, el monoteísmo, y P, el nomismo.
     Aunque la mayoría de los autores católicos rechazaron la teoría de las cuatro fuentes, que llegó a hacerse clásica entre los no católicos, hubo, sin embargo, quienes consideraron el nuevo sistema seriamente probable en lo substancial. Así, por ejemplo, en el IV Congreso Científico Católico Internacional, celebrado en Friburgo de Suiza el año 1897, se expresaron en sentido favorable F. de Hugel y el P. Lagrange.
     La Pontificia Comisión Bíblica intervino el 27 de junio de 1906 con su decreto sobre la autenticidad mosaica del Pentateuco, en el que declara no ser suficientes las razones aducidas por los críticos para inducirnos a abandonar la creencia tradicional en el origen mosaico del Pentateuco; aunque admitiendo, salva la substancial autenticidad mosaica, posteriores adiciones e incluso modificaciones. A raíz del decreto, los autores católicos se esforzaron por demostrar la substancial autenticidad mosaica, bien rechazando la teoría de las cuatro fuentes, bien declarándolas anteriores a Moisés. Por excesivamente favorable a la tesis wellhauseniana, la Sagrada Congregación Consistorial prohibió la entrada en los seminarios a la obra de K. Holzhey Kurzgefasstes Lehrbuch der spez. Einleitung in A. T. (Paderborn 1912), que un año más tarde era incluida en el Indice de libros prohibidos. Por las mismas razones, el Santo Oficio condenaba en 23 de abril de 1920 el artículo de J. Touzard Moise et Josué en el DAFC III 695-860.
     Por otra parte, en el campo de la crítica ha decaído mucho la euforia de los primeros momentos. El evolucionismo religioso, que constituía la base del sistema de Wellhausen, resulta insostenible. En 1938 podía escribir el P. Lagrange: "La evolución que arranca del politeísmo para elevarse a la monolatría y luego al monoteísmo... no ha podido resistir a la evidencia de los hechos revelados por los descubrimientos recientes". Entre los mismos racionalistas que siguen admitiendo los principios de Wellhausen, son muchos hoy los que señalan fecha mucho más antigua a los diversos documentos. Otros atacan abiertamente los postulados wellhausenianos. Sobre ninguno de los puntos fundamentales del sistema existe hoy acuerdo entre los críticos: ni sobre el número y carácter de los documentos, ni sobre su cronología relativa, ni sobre la fecha absoluta de su redacción. Como rectamente observa Edw. Robertson, "la datación del Deuteronomio en la época de Josías se ha mostrado el talón de Aquiles de la teoría Graf-Wellhausen, y los ataques lanzados contra ella han producido su efecto. La necesidad de una nueva teoría se está sintiendo cada día con mayor urgencia". Después de reconocer que la teoría de Wellhausen "ha tenido su utilidad estimulando la crítica en varias direcciones", el mismo autor se ve obligado a confesar: "Pero la luz que ella ha aportado se ha visto oscurecida por la sombra siniestra por ella misma arrojada sobre las páginas del Antiguo Testamento: sombra que la mayoría de los estudiosos del Antiguo Testamento querrían ver alejada".
     El 16 de enero de 1948, la Pontificia Comisión Bíblica hacía pública una carta dirigida al cardenal Suhard, cuya primera parte trata expresamente del problema de las fuentes del Pentateuco. Después de transcribir las palabras luminosas de Pío XII en la encíclica Divino afflante Spiritu sobre la libertad exegética, propone que se interprete "a la luz de esta recomendación del Soberano Pontífice" el decreto de la misma Comisión de 27 de junio de 1906 sobre la autenticidad mosaica del Pentateuco. "Y se concederá continúaque tal respuesta no se opone de hecho a un ulterior examen verdaderamente científico de aquellos problemas, según los resultados conseguidos en estos últimos cuarenta años. Por consiguiente, la Comisión Bíblica no cree que sea el caso de promulgar, al menos por ahora, nuevos decretos sobre dichas cuestiones".
     Respecto a las fuentes del Pentateuco, admite resueltamente su existencia, aunque subraya la situación de crisis en que se encuentran las teorías de los críticos, y termina exhortando a un examen, sereno y sin prejuicios, de la cuestión:
     "Nadie ya, en el día de hoy, pone en duda la existencia de tales fuentes o rehúsa admitir un progreso creciente en las leyes mosaicas, debido a condiciones sociales y religiosas de los tiempos posteriores, progreso que se refleja incluso en los relatos históricos. Sin embargo, sobre la naturaleza y el número de tales documentos, sobre su nomenclatura y fecha, se profesan hoy, aun en el campo de los exegetas no católicos, opiniones muy divergentes. Y no faltan en varios países autores que, por motivos puramente críticos o históricos, sin ninguna tendencia apologética, rechazan resueltamente las teorías hasta ahora más en boga y buscan la explicación de ciertas particularidades del Pentateuco, no tanto en la diversidad de los supuestos documentos cuanto en la especial psicología y en los singulares procedimientos, ahora mejor conocidos, del pensamiento y de la expresión entre los antiguos orientales, o también en el diverso género literario requerido por la diversidad de materia. Por eso, invitamos a los doctos católicos a estudiar estos problemas sin prevenciones, a la luz de una sana crítica y de los resultados de aquellas ciencias que tienen interferencia en esta materia. Tal estudio conseguirá, sin duda, confirmar la gran parte y el profundo influjo que tuvo Moisés como autor y como legislador".
     La postura del Magisterio en estos problemas es, pues, hoy una postura de expectativa. Las últimas palabras del párrafo citado abren un amplio margen a la interpretación de la substancial autenticidad mosaica del Pentateuco que propugnaba el decreto de 27 de junio de 1906.
DOCTRINA PONTIFICIA
DOCUMENTOS BIBLICOS
B.A.C.

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