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miércoles, 9 de abril de 2014

EL PADRE, EL HIJO, EL ESPIRITU SANTO

     Para un cristiano, la única realidad importante es Dios. Por una dolorosa desviación original tenemos la tendencia instintiva de hacer girar el mundo en torno de nosotros mismos, o como hoy se dice, del propio yo. Mas para obrar como es debido hay que resolverse a implantar a Dios en el centro de todo, del pensar y del obrar.
     Ya Dios está en nosotros, dentro de nosotros, en el santuario del alma, en el centro del castillo interior. Pero hay que darse cuenta de esa divina presencia y permitirle a Dios que actúe libremente.
     Si no los empañáramos con el vaho del pecado, los muros del castillo brillarían translúcidos y resplandecientes...
     El hombre, inhabitación de Dios...
     El hombre, templo de la Trinidad Augusta...
     Voy a meditar de qué manera, en este plan inspirado por el amor divino, el Padre, el Hijo, el Espíritu Santo, cumplen su oficio en función de lo que las Tres Divinas Personas son, misteriosamente, en la Trinidad.
     El Padre. Es el todopoderoso, creador del cielo y de la tierra. El Principio sin principio, el Origen absoluto, la Fuente manantial de todo. De El procede todo, hacia El ha de volver todo. En la creación, en su misma revelación, es el inescrutable, el misterioso.
     El nos llamó a la existencia y a la vida fuera de El, y también a la vida en El, como hijos y particioneros de la divina naturaleza.
     Toda la vida del cristiano no es más que un viaje de regreso hacia el Padre.
     Ante su soberano acatamiento, la actitud del cristiano será:
     De admiración respetuosa por su gloria inefable.
     De temor reverencial, por su omnipotencia y omnividencia.
     De amor confiado, por su bondad providente.
     De ansia ardiente de pertenecerle en el seno infinito de su amor.
     El Hijo. Es la sabiduría y la palabra del Padre. El que sabe. Para mí, para todos nosotros, el que dice lo que sabe. Mediador y Revelador. La Sabiduría en quien se concentran los designios de Dios sobre toda criatura y particularmente sobre el hombre.
     Es el reconciliador, el mensajero del Evangelio o de la buena nueva, de la noticia salvadora.
     El es Emmanuel, Dios con nosotros. Ante Cristo, verdadero Dios y verdadero Hombre, la actitud del cristiano será:
     De obediencia confiada al guía que vino del cielo a darnos la mano. 
     De entrega absoluta al Caudillo que marcha con nosotros a la conquista del reino.
     De amor sin limites a nuestro Hermano Mayor, que supo, como nosotros, lo que era sufrir y morir...
     El Espíritu Santo. En el seno de la Trinidad Beatísima, el Espíritu Santo es la unidad espiritual y viviente en quien se anudan el Padre y el Hijo Para nosotros es el Inspirador, el que nos familiariza con el mundo divino, el que nos aclimata en el mundo superior de la gracia, el que nos va llevando, como soplo manso o huracanado, hacia las cumbres de la transformación.
     Ante el Divino Espíritu, la actitud del cristiano será:
     De plegaria: Ven, oh Santo Espíritu, llena mi corazón y enciéndelo en tu amor.
     De atención, porque El, dijo Cristo, nos enseñará todo y nos explicará todo lo que Cristo manifestó.
     De sumisión, porque él es el escultor de los santos.
     Un clásico castellano dijo que el hombre vive adargado de Dios, revestido de El como de una total armadura. En Dios vivimos, nos movemos y somos. Y él está en lo íntimo de los corazones. Aunque a veces no lo sintamos así, en el tráfago de las mundanas variedades, en el olvido de las realidades celestes...
     "A veces escribe el P. Faber—, en la callada noche, elevado sin palabras el corazón a Dios y suspendida el alma como en región desierta, parécenos que vamos a morir olvidados de nuestro Padre Celestial y sin que siquiera se digne advertir que hemos dejado de ser... ¡Oh!, entonces, cuando asalta nuestro flaco espíritu esta terrible duda, ¡qué dulce es pensar en la infalible verdad de que Dios nos rodea y nos abraza y nos tiene sin cesar en su eterna presencia, en el seno de su infinita sabiduría y de su poder ilimitado! ¡Sancta Trinitas, Unus Deus, miserere nobis!".

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