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jueves, 16 de octubre de 2014

PESIMISMO U OPTIMISMO CRISTIANO?

CIEN PROBLEMAS SOBRE CUESTIONES DE FE

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¿PESIMISMO U OPTIMISMO CRISTIANO?
     Muchos católicos no comparten el pesimismo de San Agustín y creen en un cristianismo lineal, sin pesadumbre y te­mores de caer. Ese optimismo no es señal de un cristianis­mo mediocre, superficial y alejado de la verdad del mundo y de la sociedad? En cambio, no da muestras el que es cristianamente pesimista, de madures espiritual y de humildad interior? (E. V.Módena.) 

     Ahí tenemos otra antinomia aparente, otra doble faceta del cristianismo.
Entre los muchos aspectos del problema me limitaré al psicológico, en relación con el significado de la vida humana y con la predestinación eterna.
Tomado entonces el pesimismo y el optimismo respectiva­mente como visión del sólo aspecto negativo o positivo de la existencia, evidentemente hay que excluir a ambos, por de­masiado unilaterales. En su lugar hay que adoptar en cam­bio el sano realismo cristiano: síntesis de santo temor y de ilimitada esperanza. El temor evitará el adormecimiento y es­timulará a la lucha. La esperanza animará a combatir con la perspectiva de la victoria.
Realmente es imposible cerrar los ojos ante el peligro real de la condenación eterna, cuando se piensa en hechos histó­ricos, como la caída de Lucifer y de la muchedumbre de ángeles rebeldes, la caída de Adán y Eva y de toda la Humanidad del estado de justicia original, la ceguedad diabólica de aquel mundo del que Satanás pudo ser llamado «príncipe» (Juan, XII, 31) y falso «dios» (2 Corintios, IV, 4), la caida, en fin, de uno de los doce Apóstoles, etc.; y piénsese también que la moderna incredulidad e inmoralidad parece hecha de intento para producir una amplia mortalidad espiritual, como el antiguo paganismo, del que constituye una especie de re­torno.
Pero es igualmente imposible no abrir los ojos jubilosos ante la revelación dei infinito amor misericordioso de Dios a cada uno de nosotros, que llegó hasta pagar con toda su sangre el precio de nuestra salvación; y esto por todos sin excepción, incluso por Judas como afirma además San Agustín, citado inexactamente como pesimista en la consulta (in Ps. 68, n. 11)—, el cual sólo por haber resistido a ese amor misericor­dioso, se perdió. El mistério del divino Crucificado empapa la atmosfera de la existencia de la más vibrante esperanza y del más fundado optimismo. Todos nos podemos perder, es verdad, pero también todossi quierense pueden salvar: «Y cuando Yo sea levantado en la tierraesto es, crucificadotodo lo atraeré a Mí» (Juan, XII, 32). Es más: después de cualquier caída temporal, quien ha comprendido el secreto de la divina misericórdia tiene motivo para renovar la santa lucha, en cierto sentido con más esperanza que antes. El secreto de la divina misericórdia es realmente inclinarse sobre la miséria del pecador, para lograr del alma arrepentida un mayor desquite victorioso. Lo cual entra en el principio general de que Dios no permite el mal sino para un bien mayor.
Se necesitan las lentes deformadoras de Schopenhauer para achacar calumniosamente al cristianismo la característica dei pesimismo.
Y vuelven las dos caras de la realidad: tanta infinita mise­ricórdia incendia de esperanza al corazón, y la posibilidad de hacer resistencia a ella lo mantiene temblando de temor: sentimientos ambos preciosos para la salvación y la santificación.
Ese doble aspecto de la realidad se presenta asimismo en la consideración de las relaciones entre sentidos, razón y gracia. No se puede admitir ningún vano optimismo de espontâ­nea armonía entre ellos, mientras, como prueba la experiencia más elemental, «cuando el hombre llega a la actividad de la razón mediante la operación del sentido, son más los que siguen las inclinaciones de la naturaleza sensitiva que las del orden racional» (Summa Theol., I-II, 71, 2 ad 3). La dura ley de la negación de uno mismo para la ordenada subordinación de los sentidos a la razón y de la razón a la gracia es, pues, cierta.
Pero subordinación no quiere decir aniquilación; e inferioridad respecto a la gracia no quiere decir naturaleza intrinsecamente mala, aunque esté decaída. Asi, pues, con la ley de la negación propia vuelve de lleno el optimismo realista, mirando al fin de la «renuncia», que es el divino aprecio de la vida; tal que nos hace «herederos de Dios, y coherederos con Cristo, con tal, no obstante, que padezcamos con Él a fin de que seamos con Él glorificados» (Romanos, VIII, 17).
BIBLIOGRAFIA
Bibliografia de las consultas 5, 15 y 30. 
P. Gaetani: La Provvidenza divina, Roma, 1941, cap. VIII; 
P. Garrigou-Lagrange : Predestinazicme, EC., IX, págs. 1.907-12.

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