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lunes, 3 de noviembre de 2014

Vocatum est nomen eius Jesus

Se le llamó por nombre Jesús
     Era el nombre que el Padre le había dado desde toda la eternidad: Jesús, Salvador.
     Jesús, nomen misericordiae:
     en el cual se unen en estrecho abrazo el cielo y la tierra;
     nombre que baja del cielo, traído por el ángel; 
     nombre que subirá constantemente al cielo pronunciado por millones de labios.
     Es un arco iris de paz.

     Nombre que es luz, que es alegría, que es fuerza.
     Nombre que regocija al cielo, que alegra a la tierra, que espanta los infiernos.
     Nombre que aplaca la ira de Dios.
     Nombre que atrae las bendiciones del Padre sobre los desterrados hijos de Eva.
     Nombre que sostiene al justo en su justicia, que anima al pecador para que se levante de su pecado.

     Lo aprende a balbucir el niño desde que comienza a abrir su boquita para hablar; es la miel que las madres cristianas ponen en los labios de sus pequeñuelos.
     Lo invoca el joven que comienza a sentir cómo se levantan en su alma las tempestades y cómo la víbora infernal lo acecha por todas partes; es antídoto seguro contra los ataques del infierno.
     Lo llama el hombre que en medio de las aguas tormentosas de la vida siente, como Pedro, que sus pies se hunden en el abismo; es la mano amorosa que se extiende para salvarlo.
     Lo murmura el anciano, que apenas puede ya pronunciarlo con sus labios cansados, pero que ansia que sea ese nombre bendito la última palabra que los cierre para siempre; es la llave que le abrirá las puertas de la gloria.
     Y para el niño, y para el joven, y para el hombre maduro, y para el anciano, ese nombre es siempre esperanza y valor y energía.

     Para mí, religioso, ese nombre es también todo eso.
     Y es, además, el símbolo precioso de mi sacrificio.
     Cuando mis labios lo pronuncian, repiten el nombre de Aquel por quien lo he dejado todo, de Aquel de quien lo espero todo: Jesús en mis labios, Jesús en mi corazón.
     Con este nombre bendito me defenderé contra todos mis enemigos;
     él será una coraza y un escudo, y contra él se romperán las flechas que lanza contra mí Satanás.
     ¡Jesús! ¡Jesús! ¡Jesús!
     Que éste sea el último nombre que pronuncien mis labios moribundos para llamar al que es mi Juez y mi Salvador.
     Con este nombre en la boca moriré tranquilo.
Alberto Moreno S.I.
ENTRE EL Y YO

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