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viernes, 1 de mayo de 2015

EVANGELIO, LIBRO DE LA BUENA NUEVA...

     La apologética, que tiende a demostrar las armonías de la Fe con las demás formas de la Verdad, es útil y necesaria y ha tenido su periodo de florecimiento. Es uno de los puntales de nuestra fe.
     Pero, confesémoslo, su lenguaje es a veces demasiado intelectual, poco asequible, convincente pero no sabroso.
     Hoy, sin duda por moción del Espíritu Santo, hay minorías y agrupaciones selectas que quieren nutrir sus creencias en fuentes más intimas, en la nativa pureza de los manantiales...
     Existe una manifiesta voluntad de retorno a la Biblia, a los Padres de la Iglesia, a la liturgía o culto integral del Cuerpo Místico.
     La predicación y la exposición doctrinal de los últimos años tenía ya un copioso repertorio de frases hechas y de fórmulas gastadas, que resbalan, ineficaces, sobre el alma de muchos cristianos.
     ¿Por qué no volver a la Palabra Eterna, a los cofres archimillonarios de los Padres, a la voz entrañable de la Iglesia orante?
     Tomemos el Evangelio. "El Evangelio -dijo Monseñor D´Hults-, no es solamente una voz que habla al alma; es también un espíritu vivo que desciende sobre ella..."
    Es fresco, nuevo y persuasivo como el primer día...
     El mensaje de los ángeles navideños nos silgue colmando el alma de secretas dulzuras y esperanzas...
     El sermón de la montaña, con sus bienaventuranzas, sigue siendo lámpara de santificación individual y de paz social...
     Las palabras de Cristo en la cena y en la Cruz son eternas, conmovedoras y lacerantes.
     En verdad, "nadie ha hablado como Él"..., según confesaban sus oyentes...
     En verdad, "Tu, Señor, tienes palabras d vida eterna"...
     Porque Cristo es la luz del mundo. El nos trajo palabras de cielo, divinas, conocidas en el seno del Padre.
     Y si es verdad que el Evangelio es una doctrina y una moral, es, ante todo y sobre todo, una Persona. Cristo es el Evangelio, la Buena Nueva, la Vida.
     -Veni et vide... Ven y mira, decía Jesús a los que andaban inquietos en busca de la verdad.
     San Juan vio, y después dio testimonio. Y escribió de lo que había visto... "Quod vidimus..."
     San Pablo vio, y después pudo decir: "no tengo otra ciencia sino Cristo, y Cristo crucificado. Mi vivir es Cristo".
     San Francisco de Asís y San Ignacio de Loyola vieron y quedaron prendados y prendidos de Cristo.
     Estos dos santos, comenta E. Boularand, S.J., "son convertidos de escasa cultura intelectual. Ellos aprenden a Jesucristo directamente, sin tamizarlo a través de las doctrinas Paulinas, como por ejemplo Dom Columba Marmión. El Salvador crucificado, por una gracia de extraño poder, graba sus trazos en sus corazones y los lanza en su seguimiento, como a los apóstoles. De esta suerte, la imitación de Cristo que ellos nos proponen tienen algo de simple. Es la del modelo evangélico contemplado en sus actos, percibido en sus palabras, vivido en su espíritu.
     Su idea de la santidad se reduce a amar al Salvador, a seguirlo mediante una respuesta heroica a su llamamiento, en pobreza y en humildad y en llevar gozosamente la cruz.
     Por eso San Francisco de Asís, según se colige de sus escritos, concede soberana importancia a las palabras, a la vida, al Santo Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo.
     Por eso san Ignacio, en su libro de los Ejercicios, nos hace pedir la gracia de conocer a Cristo íntimamente en todos sus misterios, de sentir sus dolores y sus gozos, para mejor amarlo y seguirlo".
     Leeré el santo Evangelio. Me acercaré a sus páginas con ojos sencillos y corazón abierto. Y notaré que al fresco hálito de sus páginas, sencillamente sublimes, se me irá clarificando el alma. Sus cláusulas candorosas desarman interiormente todo ese tinglado de suficiencia y d pedantería ridícula que es nuestro hablar y nuestro saber. El Cardenal Gomá escribía: "Te asegura este ya viejo obispo, que ha revuelto muchos libros durante su vida, que no hallarás lectura más regalada y provechosa que la del Evangelio si llegas a tomarle "su gusto". Y el Cardenal Mercier, en el atardecer glorioso de su vida, , decía a un religioso:
     -"¿Quiere usted ver mi biblioteca? Véala aqui..."
     Y señalaba, en un extremo de su escritorio, el Evangelio y las Cartas de San Pablo...
R. P. Carlos E. Mesa, C.M.F.
CONSIGNAS Y SUGERENCIAS PARA MILITANTES DE CRISTO

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